Compromiso colectivo y participación
en la comunidad de Villa El Libertador
Por Mariano Pacheco
Dentro del barrio Villa El Libertador se
encuentra la Comunidad Marta Juana González, que en apenas días cumplirá cinco
años de existencia. El Argentino visitó el lugar, donde sus habitantes
han construido una dinámica de participación comunitaria en torno al trabajo,
el deporte, la educación y la vivienda.
Situada
en la 10° sección electoral (la tercera después de esta capital y de Río
Cuarto), la Comunidad Marta Juana González se encuentra dentro del emblemático
barrio Villa El Libertador. Surgida de una toma de tierras cinco
años atrás, se ha se transformado ya en un barrio.
Hacer comunitario
En
la caminata por el lugar se van sumando vecinos. Al llegar al final del predio
tres bloques de manzanas de 150 metros, donde unas 400 familias se agrupan en
100 casas y están las infaltables canchas de fútbol. Juan comenta que junto a
Micaela –una joven militante, madre de cinco chicos, que participa de la radio
comunitaria La Ranchada– y otros tres profesores de la Universidad Nacional,
han organizado una Escuela de Fútbol para los chicos, totalmente gratuita. “Son
unos 45 niños de tres a doce años, con los cuales entrenamos los sábados, y
después les damos una chocolatada con churros”, agrega Juan, a quien todos
conocen como “Chupetín”.
“Nori”
–así le dicen todos en el barrio–, mientras camina, realiza una historización
del conflicto de esas tierras. Él supo ponerse al frente de los cortes de ruta
que reclamaban trabajo y lideró una organización piquetera cuando en el país el
hambre de los pobres era moneda de cada día. Ahora es uno de los principales
dirigentes locales de la Confederación de Trabajadores de la Economía
Popular (CETEP) y un importante referente provincial del Movimiento Evita. Nori
cuenta que el año pasado, en una “Jornada Nacional del Movimiento”, unos 300
militantes de distintos lugares del país arribaron a la comunidad para llevar
adelante durante todo un fin de semana las tareas necesarias para garantizar
que las casas dejaran de inundarse ante cada lluvia. Los presentes recuerdan
que durante los primeros seis meses estuvieron rodeados por policías y
rememoran momentos de esos cinco años transcurridos, mientras “Rogelio” –un
perro que todos coinciden en afirmar que está con ellos desde el primer día–
da vueltas, buscando compañía.
Métodos solidarios
Sobre
el predio donde aún antes de la toma de tierras ya funcionaban una huerta y un
salón comunitario, los vecinos han construido un espacio al que han bautizado
como “Cooperativa Trabajo y Dignidad”. Allí desarrollan distintas actividades.
Griselda
es su presidenta. Junto con Nori, Micaela, Chupetín, Cecilia, Lidia y otros vecinos
que se van sumando a la rueda de mates, explica que casi todos los habitantes
de la comunidad son de origen boliviano. Y que del hermano país viene el
término “pasanaco”, que es el “método” con el que muchos armaron sus viviendas.
Los peruanos, en cambio, le dicen “La Junta”, que es una especie de “fondo
común de dinero” (10 o 50 pesos, o el monto que sea) que juntan entre diez o
veinte personas, y que después –por semana, quincena o de manea mensual– van
sorteando. El que gana, va con toda la plata juntada y compra ventanas,
ladrillos o lo que necesite para su casa.
Trabajo y Dignidad
En
una de las habitaciones de la cooperativa, donde se realizan las tareas de
alfabetización, pueden verse las fotos de Marta Juana González y de dos
muchachos. Nori explica que son militantes que fallecieron en accidentes de
tránsito. Samuel Medina y Cristian “Chaco” Selvia son sus nombres. En la
biblioteca popular están terminando de construir una sala de computación, y al
lado un pequeño dispensario, donde pretenden ampliar el trabajo que ya vienen
haciendo con profesionales de las salitas aledañas y el hospital de la zona.
También allí, unos 45 adultos están terminando el colegio a través del
Plan de Finalización de Estudios Primarios y Secundarios (FINES),
impulsado por el Ministerio de Educación de la Nación. Con el programa
“Capacitación con obra”, financiado Desarrollo Social (también de la Nación) la
cooperativa ha construido los obradores, y en el fondo, una gran parrilla.
Aunque en la charla alguien se apresura en aclarar que para eso tuvieron que
juntar un dinero extra.
En
los obradores funciona un taller de oficios (soldadura y carpintería de
aluminio), una herrería y una carpintería. Un grupo de hombres se mantiene a la
espera de la llegada de una máquina ya comprada en Buenos Aires, con la cual
producirán bloques. “La propuesta nuestra es que vendamos para afuera, y
también que hagamos un trabajo comunitario asfaltando la entrada a la
comunidad”, cuenta Cecilia. Y Lidia agrega que ahora, con la excusa de que no
está asfaltado, los choferes de los camiones de recolección de residuos no
quieren entrar.
La villa y el country, o el
muro
que parte en dos la sociedad
El
rostro de Atilio López, pintado sobre una pared, mira a los habitantes de la
Comunidad Marta Juana González. A sus espaldas, EDISUR -la empresa
desarrollista urbana- viene construyendo un barrio cerrado, el emprendimiento
urbanístico denominado “Manantiales Ciudad Nueva”, que pretende ser una suerte
de isla, rodeada por barrios populares como Estación Flores, Villa Aspacia,
René Favaloro y Parque Las Rosas. Por eso, tal como destacó el periódico
barrial “La Décima”, desde el “Foro en Defensa del Patrimonio Urbanístico de
Córdoba” cuestionaron la medida. Se dijo que la caída del Muro de Berlín
señalaba la llegada del mundo único de la libertad y la democracia. Veinticinco
años después, está claro que el muro del mundo se ha limitado a desplazarse: en
vez de separar a Oriente de Occidente, divide ahora al Norte rico capitalista
del Sur pobre y devastado. Se están construyendo nuevos muros en todo el mundo,
para separar los placeres de los ricos de los deseos de los pobres.
Marta Juana González:
la militancia, ayer y hoy
Maestra
y catequista, militante del peronismo revolucionario, Marta Juana González fue
detenida en agosto de 1975 en su casa, junto a su compañero. Tenían entonces
una hija de ocho meses y estaba embarazada. Ella fue llevada al D2 y con
posterioridad trasladada a la Unidad Penitenciaria Nº1 (UP1), la cárcel de San
Martín, donde fue asesinada el 11 de octubre de 1976, cuando las fuerzas
represivas simularon un intento de fuga. También fueron acribillados Jorge
Oscar García, Pablo Balustra, Florencio Esteban Díaz, Miguel Ceballos y Oscar
Hubert. Tenía entonces 26 años. Tiempo antes había dado a luz, en la UP1,
a su segundo hijo. Nacida en el departamento Minas, Marta vivió desde niña en
el barrio Villa El Libertador, donde cursó la escuela primaria y
donde fue maestra, una vez recibida. En el mismo barrio, de la mano de la
parroquia, desarrolló luego tareas de alfabetización. En 1974, siendo
integrante del Movimiento Juvenil de la Parroquia Jesucristo Salvador del
Mundo, participó de las luchas que finalmente conquistaron el agua corriente
para la zona. Luego se casó con Luis Miguel Baronetto, a quien conoció mientras
daba clases en la “escuelita del tranvía”, cuando él aún era seminarista. La
banda La Cruza, de Villa EL Libertador, le compuso una canción a modo
de homenaje.
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