Una movilización diversa y generosa
donde tienen cabida muchas marchas
Por Mariano Pacheco
Bajo
la lluvia, con mucho ritmo, colores y alegría, miles de jóvenes participaron de
la 8° Marcha de la Gorra, para reclamar la derogación del Código de Faltas y el
cese de la violencia institucional que ya se cobró varias vidas a manos de la
policía, en los denominados casos de “gatillo fácil”.
Jueves
20 de noviembre. Día de la Soberanía Nacional. Colón y Cañada, 18 horas. Decenas
de personas van y vienen por el clásico cruce de la capital provincial. Pasadas
las ocho de la noche, bajo la lluvia, miles de jóvenes pasan por Colón y
General Paz, cantando, saltando, bailando. Algunos mencionaron la cifra de
15.000. Como sea, más allá de exactitudes numéricas, el hecho es que muchísimas
personas se involucraron en esta 8° Marcha de la Gorra. Ni el clima adverso, ni
el paro de colectivos que complicó la llegada de mucha gente (e incluso,
seguramente, imposibilitó el de tantas otras), impidieron que la risa y la
alegría se expresaran en una lucha que parece atravesar las identidades
políticas y los sectores sociales. Una movilización generosa, se podría decir,
donde tienen cabida, en su interior, muchas marchas.
Hay
quienes se animan a afirmar que ésta es la única marcha en el país que se
expresa de manera unánime (el reclamo es la derogación del Código de Faltas y
el cese de la violencia institucional) y, a la vez, contiene una amplia
diversidad. Cada uno puede sumarle sus colores, sus cánticos y consignas, sus
estilos. Desde la Juventud Radical hasta la del Frente Cívico, pasando por
todos los partidos de izquierda, las agrupaciones kirchneristas, los
movimientos sociales, los organismos de Derechos Humanos, expresiones
estudiantiles y sindicales, los colectivos culturales y barriales, e incluso,
algunas Organizaciones No Gubernamentales (ONGS).
Organizada
por el “Colectivo de Jóvenes por Nuestros Derechos”, la marcha de este año
llevó la consigna “Más vale gorras embrollando, que la Policía matando”.
Cultura y política
“Más
poesía, menos policía”, cantaban los integrantes del grupo “Rimando entre
versos”, con un micrófono conectado a una camioneta. Y decenas de jóvenes
acompañaban su consigna. Grupos de teatro realizaban “intervenciones”, con
muñecos construidos con el rostro del gobernador José Manuel De la Sota, gorras
gigantes, policías. Murgas, batucadas, comparsas. Grafitis y cajones peruanos. Y
muchas fotografías. Además de los fotógrafos (profesionales de los medios y amateurs),
cientos de chicas y muchachos se fotografiaban con sus celulares, como quien
está en un cumpleaños, o una fiesta. Por supuesto, banderas y pancartas, con
consignas y nombres masculinos y femeninos, daban cuenta del flagelo que está
en el origen de la protesta: la brutalidad policial, las detenciones
arbitrarias e incluso, los asesinatos. Allí, con toda esa juventud, también
estaban las madres de los asesinados en casos de “gatillo fácil”.
Una
multitud se expresó con arte, con alegría, en un reclamo político de profundas
raíces democráticas. Una exigencia que se dirige a la institución policial, a
la corporación judicial, al gobierno de turno (un turno que lleva ya década y
media), y también, a los “buenos vecinos” que con sus comentarios y prejuicios
aportan cada día a estigmatizar a una importante cantidad de jóvenes y adolescentes
que, con sus viseras, sus vestimenta, sus bandas de música y sus modismos, expresan
que cada generación tiene sus modos de hacerse ver y de hacerse oír. Por eso
estaban allí, anoche, marchando bajo la lluvia. Lamentando, sí, que el corte de
luz del escenario haya impedido que se realizara el previsto festival. Pero compartiendo
un momento de amistad, de compañerismo y de camaradería donde todos eran pares.
Cantando y bailando algunos. Y otros, por qué no, dándole al bombo con su más
generoso rencor.
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