Sobre genealogías y filiaciones
Por Mariano Pacheco
(Nota publicada el viernes 22 de mayo
en el Portal de Noticias Marcha y el
periódico Resumen Latinoamericano)
Progresismo
es la palabra clave, la contraseña de la época. ¿Es posible pensar contra y más
allá del progresismo?
Esta
pregunta, este punto inicial implica interrogarnos acerca de las condiciones de
posibilidad de emergencia de un proyecto político antisistémico que logre
sortear los horizontes establecidos como posibles, desde un realismo optimista
aunque no ingenuo.
Desde
2003, este conglomerado de expresiones sociales y políticas que se ha dado a
llamar kirchnerismo, ha intercalado un llamado a politizar las discusiones en
el cotidiano, con la realización eventos festivos en fechas claves, convocando
a “todos los argentinos” y no solo a los partidarios o entusiastas y fervorosos
adherentes al proyecto.
Este
año, en el inicio de la “Semana de Mayo”, la presidenta Cristina Fernández
inauguró el “Sitio de Memoria” emplazado en el edificio del ex Casino de
Oficiales que funciona dentro del Espacio de la Memoria, en las instalaciones
del ex Centro Clandestino de Detención, Tortura y Exterminio de la Escuela de
Mecánica de la Armada (ESMA). El próximo lunes,
como en años anteriores, la Plaza de Mayo será escenario de un evento
artístico, el último de las gestiones encabezadas por Néstor y Cristina
Kirchner. No entraremos aquí en el debate acerca de si estamos ante un fin de
ciclo o fin de mandato. Lo que es un hecho irrefutable es que, fallecido el ex
presidente e imposibilitada la actual mandataria para presentarse a una
re-reelección, el kirchnerismo tal como lo hemos conocido en esta larga década
está llegando a su fin.
El
25 de mayo es una fecha clave, todos los sabemos, por la rememoración de aquel
día de 1810, que en la versión “Billiken” de la historia, es una jornada
plagada de paraguas, aunque no por eso de color gris, sino más bien todo lo
contrario. Yuxtaponiendo memoria larga y memoria corta, el día es patrio,
asimismo, porque se conmemora la asunción del gobierno de Néstor Kirchner y, si
le agregamos la memoria del pasado reciente, también es una fecha clave porque
aquel día, en 1973, el “Tío” Héctor Cámpora asumió el gobierno con la consigna
de “Perón al poder”, luego de 18 años de exilio por parte del líder del
movimiento.
Este
puente 2003-1973, con un rescate “ético” del surgimiento y desarrollo de los
organismos de Derechos Humanos, suele sortearse dos momentos fundamentales para
la construcción de una memoria histórica de los de abajo. En primer lugar, la
resistencia obrera a la última dictadura. Las huelgas y sabotajes, el trabajo
“a tristeza”, la organización sindical clandestina además de la resistencia armada,
que incluye los nombres de la emblemática fundadora de Montoneros, Norma Esther
Arrostito, pero también del líder del Partido Revolucionario de los Trabajadores
y comandante del Ejército Revolucionario del Pueblo, Mario Roberto Santucho.
Nombres propios que no son más que expresión de un anhelo colectivo: el de
edificar una nueva sociedad, sin explotadores ni explotados (recordar que el
ERP atentó contra el dictador Jorge Rafael Videla, cuando ejercía de facto al
presidencia de la Nación). En segundo lugar, la resistencia antineoliberal, que
tiene en diciembre de 2001 su momento más épico, más politizado, más abierto a
los devenires de la historia, en ese ciclo de luchas sociales que puede
fecharse entre el inicio de las puebladas en Cutral Có (mediados de 1996) y los
crímenes de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán (junio de 2002). Dicho
“olvido” deja de lado una problematización acerca del rol de la burocracia
sindical peronista y el Partido Justicialista, que no fue menor, tanto en el
Proceso de Reorganización Nacional como durante el menemato. Por otro lado, esa
operación de lectura del pasado nacional suele obviar un elemento fundamental
de la tragedia argentina: el hecho de que el terrorismo de Estado comenzó mucho
antes del 24 de marzo de 1976, y que tiene en el accionar asesino de la Alianza
Anticomunista Argentina/Comando Libertadores de América (1974-1975) y del
Ejército durante el “Operativo Independencia” en Tucumán (1975), dos momentos
claves de la represión ilegal.
Sabemos:
el progresismo (o el “orden progresista”, para nombrarlo con los modos del
periodista Martín Rodríguez), de todos modos, es la cara más amigable de los
proyectos que, en la Argentina actual, se disputan la superestructura del país.
Pero no por ello dejaremos de intentar entablar una disputa por los sentidos
que este orden intenta otorgar a ciertas fechas y nombres propios de la
historia nacional a partir de los cuales reafirma su identidad. Tanto el orden
progresista como el otro (el pensador argentino Raúl Cerdeiras habla de un
sujeto oscuro, para nombrar a los sectores abiertamente fascistas, y sujeto
reactivo, para referirse a quienes aquí denominamos como progresistas)
comparten la misma pulsión por la
normalidad, aunque claro, difieren en los modos de sostener el status quo y
enfrentar lo diferente. Y por supuesto, no comparten el mismo linaje.
El
kirchnerismo (en tanto que versión actual del peronismo, para unos, o para
otros, momento de una nueva identidad, aún en construcción, que pivotea sobre
el peronismo, pero lo excede, incorporando otras tradiciones –radicalismo,
socialismo, asociacionismo- como el
mismo peronismo hizo en su momento fundacional), parte de fechas y nombres
propios claramente reivindicados por cierto afán revisionista que abrazó el
peronismo en décadas anteriores, a los que le suma otros, del pasado más
inmediato, pero también de otro más lejano, ahora leído en otra clave. Así, por
ejemplo, al 17 de octubre y el 26 de julio, el kirchnerismo suma diciembre de
1983. A los nombres de San Martín, Rosas y Perón (en algunas ocasiones también
se incorporaba el de Irigoyen), el kirchnerismo suma los nombres de Arturo
Illía y Raúl Alfonsín.
Al
trazado de la genealogía típicamente peronista a la que se acudió y se acude, como ya se ha dicho, con el
auxilio de cierto revisionismo histórico (la fundación del Instituto Nacional
Manuel Dorrego y la Secretaría de Coordinación Estratégica para el Pensamiento
Nacional, cierta pulsión épico-revisionista que puede rastrearse sobre todo en
la industria cultural, son ejemplos en ese sentido), el kirchnerismo agrega
ciertas afiliaciones que comprenden un entramado progresista, no solo los
nombres propios de los mencionados ex presidentes radicales, o la “primavera
democrática” de los momentos inmediatos a la postdictadura (incluyendo el
Informe de CONADEP y el Juicio a las Juntas), sino también –más
subterráneamente- a los intentos por repensar críticamente la experiencia
revolucionaria de los años 60-70, como fueron los intelectuales vinculados a la
revista Envido. Incluso cuenta entre
sus filas (funcionarios, candidatos), a “progresistas” como el ex presidente de
la ALIANZA, Carlos “Cacho” Álvarez y el ex Jefe de gobierno de la Ciudad de
Buenos Aires Aníbal Ibarra (quienes conviven o han convivido con otros
funcionarios y candidatos como el gobernador de Río Negro, Carlos Soria y el
ahora candidato a gobernador por la provincia de Buenos Aires, Aníbal
Fernández, ambos funcionarios del presidente interino Eduardo Duhalde,
sospechados de estar involucrados en la Masacre de Avellaneda). De allí que “El
Turco Asís, con cierta picardía, se haya referido al kirchnerismo como
“neofrepasismo” tardía. Es que más que expresión del peronismo setentista, el
actual proyecto “nacional, popular, democrático” (nótese que el tercer término
acude en reemplazo del otrora “revolucionario”) parece ser más bien la
expresión de un post-alfonsinismo-frepasismo con ribetes de la (sí setentista)
Juventud Peronista-La Lealtad, ruptura “por derecha” de la JP inscripta en la
Tendencia Revolucionaria, de la cual participaron algunos intelectuales de
renombre actual, como el divulgador José Pablo Feinmann.
Como
sea, junto a las fechas y nombres propios que se presentan como símbolos en
disputa con el progresismo (17 de octubre, Eva Perón, 25 de mayo, General San
Martín…), otros nombres, experiencias y momentos del pasado nacional reclaman
ser rescatados del olvido, en post de las batallas culturales –desde abajo y a
la izquierda– libradas y por librar. Como alguna vez escribió el pensador
Federico Niezsche (y este cronista ha citado en más de una oportunidad), a
diferencia del “refinado ocioso” que se pasea por los “jardines del saber”
mirando con desdén este tipo de interpretaciones, nosotros necesitamos a la
historia “para la vida y para la acción”. Una acción que se sienta inconforme
con la administración progresista del orden existente, y que puje por derribar
el actual sistema para edificar otro nuevo, que a falta de nombres más
originales algunos llamamos “Socialismo del XXI”. Es decir, una nueva sociedad
abierta a lo que seamos capaces de crear.
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