A propósito de la serie televisiva “Los
siete locos y Los Lanzallamas”
Por Mariano Pacheco
(Nota publicada en el Portal de Noticias Marcha)
En esta tercera entrega,
el autor continúa con un repaso y análisis de “Los siete locos” y “Los
Lanzallamas”, segunda y tercera novela de Roberto Arlt adaptadas por Ricardo
Piglia para la Televisión Pública.
Roberto
Arlt, hay que decirlo, es un autor de la mezcla por excelencia. Y un escritor
del “realismo metafísico”, según la clasificación –hoy canónica ya– de Oscar
Masotta. De allí que Arlt se resista a la clasificación. “Demasiado excéntrico
para los esquemas del realismo social y demasiado realista para los cánones del
esteticismo”, escribe Ricardo Piglia en un artículo publicado en 1973 en
revista Los Libros (“Roberto Arlt:
una crítica de la economía literaria”).
Por
eso el autor de “Respiración artificial” insistirá en cierta lectura
“económica” de su obra, aunque no economicista. Si para Arlt –siempre según
Piglia– el origen de la riqueza siempre esconde un misterio, un crimen, el
enriquecimiento (el mundo de los ricos, podríamos agregar), siempre, por
principio, es ilegal. Por eso los ricos tienen algo demoníaco. De todos modos,
es importante destacar que Arlt no va a optar, no va a tomar el punto de vista
de la clase obrera o del pobrerío urbano. No. Va a situar su narración en un
mundo intermedio (un mundo casi de ensoñación), que no es el de ninguna de las
clases fundamentales de la sociedad capitalista. Es el mundo de los
estafadores, los inventores, los falsificadores, los soñadores, los alquimistas
que tratan de hacer dinero de la nada. Remata Piglia: “son los hombres de la
magia capitalista, trabajan para sacar dinero de la imaginación”.
Por
eso aquí no estamos ante una historia típicamente realista. Por ejemplo, ante
una sociedad secreta, comunista o anarquista, que se organiza para realizar
acciones que conduzcan al proletariado hacia la revolución social. No, el
discurso de izquierda se mezcla con el del fascismo, el nietzscheanismo y otros
discursos de la época, como el científico, el periodístico y el
cinematográfico.
Tal
como señaló Horacio González en su libro “Arlt, política y locura”, todos los
lectores arltianos sabemos que la línea de continuidad entre una novela y otra
se produce porque un libro termina con una pregunta y el otro comienza con su
respuesta. Los 7 locos culmina con
una pregunta de Erdosain: “¿Sabe que usted se parece a Lenin? Y Los Lanzallamas se inicia con la
respuesta del Astrólogo: “Sí… pero Lenin sabía a dónde iba”.
Este
no saber bien a dónde ir es lo que caracteriza este segmento de la narrativa
arltiana. ¿Alguien sabe dónde ir en un mundo desquiciado como el de entonces?
Parece que no, aunque muchos discursos intenten hacer de cuenta que no pasa
demasiado, o que la Gran Guerra y la crisis del primer cuarto de siglo no han
arrasado con muchos paradigmas. Arlt sí lo sabe y escribe sobre eso y no deja
de dar cuenta de esa crisis.
Distribuida
por la editorial Claridad el 30 de
octubre de 1931, en esta segunda parte de la historia –como han señalado Mirta
Arlt y Omar Borré– la obsesión de un Dios insoportablemente ausente se acentúa.
Los ejes fundamentales, los temas presentados en Los 7 locos se extienden, se complementan y se saturan en Los lanzallamas. La búsqueda de
felicidad, la desorientación ante la falta de explicaciones, la ausencia de
salidas ante los interrogantes existenciales son la clave a partir de la cual
podemos continuar entretejiendo nuestras aproximaciones interpretativas.
Repasando
un poco. Se ha señalado ya que Erdosain es el prototipo del humillado: ha sido
humillado por su padre y sus maestros cuando niño, por su mujer y sus patrones
de adulto, y también, por Ergueta y Barsut, y hasta por algún que otro
integrante de la sociedad secreta (sociedad que, recordemos, se le presentaba
como una salida a la angustia, producto de todas esas humillaciones
soportadas). Inventor fracasado, si le fue mal al robar, ahora sólo le queda el
camino del crimen. Acción que tal vez pueda ofrecer una esperanza para su vida:
que acontezca algo distinto, extraordinario. Algo que colme ese vacío que
siente en su interior. El crimen, entonces, aparecerá como aquella acción que
le permita cortar las amarras con la civilización.
Ahora
bien, es fundamental dar cuenta que la idea del crimen se va entrelazando todo
el tiempo con la del suicidio. Es que tal como ha señalado El Astrólogo,
Erdosain “es un desdichado que goza con la humillación”. De allí que demore su
suicidio, argumentando que es necesario sufrir más, romperse más. Porque el
goce atraviesa tanto su sufrimiento como el de los demás. Erdosain, por
ejemplo, contempla “inmensamente divertido” a la señora de la pensión en la que
vive, mientras le dice que su hija de 14 años, “ligeramente bizca, precozmente
desarrollada”, estaba con sus manos en un lugar poco adecuado para una señorita
(en la bragueta de un hombre). “En la semioscuridad sonreía, disuelta su
amargura, en un regocijo estupendo”, dice, mientras le ofrezca dinero a cambio
de casarse con la muchachita.
Si
se suicidara, todo terminaría de repente. Y su problema –según confiesa
Erdosain– consiste en hundirse. “En hundirme dentro de un chiquero. ¿Por qué?
No sé. Pero me atrae la suciedad. Créalo. Quisiera vivir una existencia sórdida,
sucia, hasta decir basta”.
Es
el Rufián quien comprende lúcidamente esta situación. Por eso le dice a
Erdosain: “Si hay un criminal entre nosotros, un hombre que vaya a saber qué
horrores cometió en su vida, es usted… cuando usted hablaba me dio un frio en
la espalda. Fue el presentimiento; y tuve la impresión nítida: este hombre ha
cometido algún crimen terrible. Esa necesidad de humillación de que habla no es
nada más que remordimiento. Necesidad de hacerse perdonar por la conciencia
algún acto espantoso del que no se puede olvidar. De otro modo no se explica…”.
Oscar
Masotta (“Sexo y Traición en Roberto Arlt”), nuevamente, es quien ilumina estos
pasajes con sus agudas reflexiones.
“Se
trata de alguien que alguna vez ha cometido un crimen monstruoso. Pero nada se
nos dice de ese crimen y el propio Arlt finge ante el lector que nada sabe del pasado de su personaje. La
humillación le viene a Erdosain de ese pasado oscuro y ahora él es un
humillado”.
Por
supuesto, cuando Erdosain intente defenderse ante el Rufian, diciendo que él no
ha asesinado a nadie, el otro contestará: “No es necesario asesinar para
cometer un crimen terrible. Cuando yo digo un crimen terrible, es un crimen que
nadie sobre esta tierra puede perdonárselo”. Perspicaz, Haffner le dice a
Erdosain que ni siquiera pegándose un tiro podría demostrar su inocencia,
porque en tal caso, se leería ese suicidio como una comedia. “A pesar de haber
muerto, era culpable de un crimen que no pudo confesar”.
En
este sentido, podemos rescatar para terminar esta entrega las propias palabras
de Erdosain, en diálogo con otro de los personajes, Luciana Espila:
“Yo
vivo acosado por remordimientos… He cometido pecados atroces… No sé a quién le
oí decir que en las Sagradas Escrituras se habla de un pecado que no se puede
nombrar… Yo ya lo he cometido… pero no puedo nombrarlo, ¿me entedes? Desde
entonces vivo acosado. Es como si me hubieran expulsado de la Existencia.
Nadie, además, fíjate que castigo terrible, puede comprenderme… Decí si no es
espantosamente ridículo llevar sobre las espaldas una tragedia que no se puede
nombrar”.
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