Darío Santillán y construcción de una memoria de los de abajo (I)
La Agrupación 11 de
Julio
(Extracto del libro
“Darío Santillán. El militante que puso el cuerpo”-
Autores: Ariel Hendler,
Mariano Pacheco, Juan Rey- Planeta, 2012).
Para
cuando Darío comenzó a participar, a mediados de 1998, la agrupación ya llevaba
casi dos años de existencia. Había surgido una tarde cualquiera cuando Mariano
y Eduardo, sentados en la escalinata de la galería Colón de Quilmes y luego de
un rato de intentar encontrar un nombre creativo se hartaron y dijeron: “Ma’
sí, pongámosle una fecha. ¿Qué día es hoy? ¿11 de julio? Bué… Agrupación
Estudiantil 11 de Julio”. Pocos días antes se había producido en Cutral-Có el
primer gran levantamiento popular bajo el gobierno de Carlos Menem, y salieron
a pintar con aerosol en las paredes de Quilmes y San Francisco Solano: “Todos
somos Cutral-Có”. No firmaban, pero todos eran integrantes del Movimiento La
Patria Vencerá (MPV). Mariano y Eduardo eran los únicos dos adolescentes en esa
pequeña organización de militantes que provenían, la mayoría, de la agrupación
Descamisados del peronismo revolucionario. Ya no se asumían peronistas
–entendían que aquel movimiento histórico debía ser superado, sobre todo a
partir de la versión menemista del peronismo-. Proponían en cambio la
construcción de una identidad superadora, que anclara en la tradición del
nacionalismo popular revolucionario pero incorporando a militantes de izquierda
y análisis marxistas de la realidad.
Con
inserción sobre todo en Quilmes y Avellaneda, el MPV también desarrollaba
algunas actividades en la zona oeste del Gran Buenos Aires, y a partir del
segundo mandato menemista se había propuesto impulsar distintos trabajos
barriales, desarrollar frentes de masas de la organización que intentaran
encauzar las propuestas vecinales en torno al eje de la desocupación, una
reivindicación a la que ya visualizaban con un gran potencial de confrontación
contra el Gobierno. Cuando en 1996, casi por casualidad, Mariano y Eduardo se
acercaron cada uno por su lado al MPV, sus militantes les aconsejaron que armaran
una agrupación con jóvenes de su misma edad para desarrollar actividades
vinculadas con el colegio y su vida cotidiana.
Fue
así que ambos, como una forma de empezar a dar los primeros pasos e intentar
sumar compañeras y compañeros de los colegios, decidieron publicar una revista
parecida a esos fanzines que también vendían en algún que otro local de la
galería Colón, donde se juntaban los adolescente de Quilmes y donde compraban
casetes de bandas como los quilmeños Sin Ley, a quienes iban a escuchar a menudo.
Durante casi tres años, Mariano, Eduardo y las chicas y muchachos que se fueron
sumando a lo largo de ese tiempo publicaron once números de Grito de
estudiantes —como llamaron a la revista—, que salía casi todos los meses.
Estaba escrita y diseñada de principio a fin por los integrantes de la
agrupación, que tenían entre catorce y diecisiete años.
En
esa publicación, desde un año y medio antes de que Darío se sumara a la
agrupación, daban cuenta de las luchas de las que participaban, como marchas,
cortes de calle y sentadas repudiando las políticas educativas del gobierno, y
de los procesos de organización que impulsaban en los centros de estudiantes
del distrito, como la Federación de Estudiantes de Quilmes, primero, y la
Coordinadora de Estudiantes Secundarios, después. También incluían homenajes a
militantes caídos de generaciones anteriores en su búsqueda por fundar una
genealogía que se remontaba desde las luchas populares de los gauchos e indios
de los malones y las montoneras del siglo XIX hasta las de las décadas del
sesenta y setenta del siglo XX, pasando por el peronismo (haciendo hincapié en
la figura de Evita y la resistencia peronista). Por supuesto, dedicaban un
lugar central a referentes clave de la historia reciente, como los caídos el 22
de agosto de 1972 en la masacre de Trelew, a Agustín Tosco, a Rodolfo Ortega
Peña y hasta Mario Roberto Santucho, junto con el Che Guevara y, más en
general, los treinta mil desaparecidos durante la Dictadura.
Otra
de las figuras clave en su ideario era el subcomandante Marcos, máximo
referente del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, la organización con
base indígena alzada en armas el 1° de enero de 1994, y con fuerte desarrollo
en las montañas del sureste mexicano y en la legendaria —a partir de entonces—
selva Lacandona. Más de una vez publicaron palabras del sub o comunicados del
EZ, que por esa época, a partir de un inteligente uso de Internet, comenzó a
establecer contacto con sectores en lucha de todo el mundo, compartiendo sus
hazañas, sus reflexiones y su literatura, ya que Marcos comenzó a difundir sus
propios cuentos, aguafuertes y relatos basados en la vida y la historia de las
comunidades indígenas, muchos de ellos protagonizados por Durito, su alter ego.
Además,
a partir del cuarto número, correspondiente a marzo-abril de 1997, la revista
incorporó el suplemento El Roña, en homenaje a Eduardo Beckerman, un militante
de la Unión de Estudiantes Secundarios (UES) de Quilmes, a quien llamaban así
porque siempre andaba con el uniforme del colegio arrugado y con la corbata
desalineada. En su contratapa recordaban que el “Roña”, de diecinueve años,
había sido asesinado en la madrugada del 22 de agosto de 1974 por la Alianza
Anticomunista Argentina (Triple A), la fuerza parapolicial del gobierno de
Isabel Perón, cuando salía de una pizzería en Bernal después de coordinar las
acciones de la Unión de Estudiantes Secundarios (UES), que él integraba junto a
otros sectores de la Tendencia Revolucionaria del peronismo, con motivo del
segundo aniversario de los fusilamiento en Trelew.
En
ese suplemento, tanto los integrantes de la agrupación como sus compañeros y
amigos publicaban las poesías y los relatos que escribían, los dibujos que
hacían, además de los dibujos de artistas reconocidos como Ricardo Carpani, y
las poesías y extractos de ensayos, cuentos y novelas de autores de lo más
variados, como Mario Benedetti, Rodolfo Walsh, Juan Gelman, Francisco “Paco”
Urondo, Eduardo Galeano, Juan José Hernández Arregui, Jorge Amado, Federico
García Lorca, Antonio Machado, Raúl González Tuñón, Pablo Neruda, Roberto
Santoro, César Vallejo… entremezclados con letras de las bandas de rock del
momento, como Almafuerte, viejas canciones de Quilapayún, y también textos de
algunos mucho menos conocidos como Alberto Carmena o Eduardo “Carlom” Pereyra
Rossi, entre otros. También rescataban la figura de Camilo Torres, el sacerdote
y sociólogo colombiano que se integró a la guerrilla del Ejército de Liberación
Nacional y murió en combate contra el ejército el 15 de febrero de 1966. Esto
les servía a los pibes de la Agrupación 11 de Julio para instalar nuevamente,
en una nueva generación, el debate sobre la relación entre fe y participación
popular.
Toda
esta actividad militante y cultural que, por cierto, contradecía abiertamente
al paradigma consumista y conformista característico de los años noventa, iba a
abrirle un mundo nuevo a Darío Santillán.
Pero
bastante antes de que él tomara contacto con ellos, en julio de 1997, la
agrupación había pasado de ser “estudiantil” a denominarse “juvenil”. En la
editorial del N° VI de Grito… se explicaba que a partir de entonces pretendían
darle un cauce organizativo a sus inquietudes no sólo como estudiantes sino
también como jóvenes, ya que intervenían en otros espacios además de los
Centros de Estudiantes, sobre todo en el ámbito de la cultura y de la
coordinación con los sectores populares de las barridas más pobres.
Algunos
ejemplos de esas intervenciones fueron la realización del programa La patria
rockera en la FM Compartiendo, que el sacerdote Luis Farinello había montado al
lado de su iglesia, y donde se reunían militantes cristianos identificados con
la Teología de la Liberación.
También
comenzaron a hacer apoyo escolar y recreación para los chicos del barrio
Trinidad, de Quilmes, y en la Villa Itatí, de Bernal. En esta última ya
funcionaban la Biblioteca Solidaridad y el comedor De la Mano de un Niño,
donde, junto con otros militantes y vecinos, apoyaron la creación de un grupo
de base llamado José Tedeschi, en homenaje al sacerdote que no sólo realizaba
sus tareas comunitarias, sociales, políticas y evangélicas en la Villa, sino
que además se había mudado allí a vivir en una casa de chapa y madera. “Pepe”,
como le decían, fue secuestrado en marzo de 1976, pero no desapareció: su
cuerpo fue encontrado en La Plata, desfigurado por la tortura, los golpes y las
balas.
De
vez en cuando, además, participaban en actividades fuera del distrito de
Quilmes, por ejemplo en Avellaneda, donde el pionero Movimiento de Trabajadores
Desocupados de Villa Corina, impulsado por militantes del MPV, intentaba
establecer conexiones con otros grupos de la zona. Así fue que participaron en
la plaza Alsina, a pocas cuadras de la subida al puente Pueyrredón, de algunas
jornadas por la derogación de la Ley Federal de Educación y la de
“flexibilización laboral”. Los aglutinaban consignas como “Por salud, trabajo y
educación” y “Basta de hambre, miseria y represión”. De esta forma, la
Agrupación 11 de Julio funcionaba como un espacio de confluencia entre los
estudiantes secundarios de las escuelas de Quilmes y la realidad de los
sectores más marginados y sus organizaciones todavía incipientes.
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