Entrevista con Olga Tallapietra, la mamá de Jorge Reyna
“A Jorgito lo mataron porque se quiso
salir de toda esa mierda de la policía”
Por Mariano Pacheco, desde capilla del Monte
(@PachecoenMarcha)
En
el día después de las elecciones nacionales, mientras los medios hegemónicos de
comunicación concentran la mirada en un solo y único tema, Olga Tallapietra se predispone a marchar para exigir justicia por su
hijo, Jorge Reyna, un adolescente de 17 años que apreció muerto en la comisaría
de Capilla del Monte, el 6 de octubre de 2013. La Justicia caratuló la causa
como “muerte dudosa”. La versión de la policía habla de un suicidio. Para sus
familiares y amigos fue un asesinato perpetrado por la propia institución. La historia
del hecho trágico que provocó dos puebladas contra la policía, en la “turística
y tranquila” localidad cordobesa.
En
el día del segundo aniversario de la muerte de su hijo, horas antes de que se
realice en Capilla del Monte la movilización convocada por los “Amigos y
Familiares de Jorge Reyna”, Olga –su mamá—se toma un rato para salir de su
trabajo en un colegio, y a orillas del Río San Esteban, sentada sobre unos
bancos de cemento del balneario del lugar, conversa con este medio. Cuenta que
muy cerca de allí vive con su marido, Jorge, un albañil con el que está en
pareja hace 21 años. También que cuando sucedió la muerte de su hijo estaban
separados, pero que la tragedia los unió. Cuando este cronista le pregunta por
sus hijos dice cinco, sin vacilar, aunque segundos después comenta con la voz
quebrada: “¿Jorgito también cuenta, no? Y repasa los nombres y edades de los
otros cuatro: Emilia, de 21; Celene, de 16; Alexis, de 13 y Adriel, de 13. Y
con una sonrisa agrega que ya es abuela.
Olga
no solo tuvo que ver morir a su hijo adolescente. También vio en el velatorio
ingresar agentes de civil; en las primeras actividades hombres que les sacaban
fotos; la indiferencia del Estado ante lo que le había pasado (nunca, nadie,
ningún funcionario local se acercó a conversar con ella o ver si necesitaba
algo); que le taparan el mural que un grupo de muchachos y de chicas habían
realizado con el rostro de Jorge en una de las paredes contiguas a la “Canchita
de El Tala” y después, finalmente, soportar que los agentes se le rieran en la
cara cuando la cruzaban por la calle. Cuenta que la semana pasada, la policía
tuvo “la caradurez” de ir hasta su casa, eso sí, y preguntarle si harían algo
para el aniversario y ofrecerse para “custodiarla”. Por eso ella dice que a los
policías del destacamento de la comuna “los evita”, y “la evitan”, ellos,
también, a ella. “Quiero que sepan que no les tenemos miedo, y que yo a mis
hijos los cuido, de ellos, que son unos asesinos”.
La
abogada a cargo de la causa es del lugar, pero no siempre está en Capilla del
Monte, porque viaja con frecuencia por cuestiones laborales. Este cronista
intentó conversar con ella pero no la encontró. Tampoco en su teléfono celular.
Olga, de todos modos, da su versión de los hechos:
“El
médico que acudió a socorrer a Jorge, un tal Moise que llegó del asilo de al
lado, donde las enfermeras cuentan que escucharon gritos, me dijo que mi hijo
no tenía ninguna marca en el cuello, y que no estaba colgado sino desnudo, boca
abajo tirado en el suelo. Después supimos que Jorgito no fue trasladado en una
ambulancia de la Policía Judicial sino que… lo detuvieron a las seis de la
mañana, pero su abuelo contó luego que desayunó y estuvo con él hasta las diez.
Son muchas cosas que no encajan”.
¿Custodios de la ley?
Hay
momentos en la vida de una persona en que todo puede transformarse en un
infierno. Verse sumergida en un círculo infernal del cual es muy difícil
escapar, huir, trazar recorridos alternativos. Olga denuncia en la conversación
algo que entre los lugareños es un secreto a voces: que la Policía obliga a los
jóvenes a robar para ellos, y que cuando se quieren salir, se les torna muy
difícil. “Con mi hijo se les fue la mano. Jorgito tuvo un antes y después de su
paso por el Complejo Esperanza. En esos meses previos a que lo mataran estaba
viviendo en la casa de una pareja en Capilla. Con el hombre aprendía mecánica,
trabajaba en su taller, se hacía de su propio dinero. Y con la mujer aprendía
jardinería. Estaba muy contento”. Con estas palabras, y repasando anécdotas que
le contaron de su hijo cuando estuvo en el Instituto para menores, Olga
desmiente la versión del suicidio. “En el Complejo Esperanza pasó tres meses
sin que nadie de la familia podamos visitarlo. No podíamos. Yo tenía que
trabajar y no teníamos un mango. Ahí él salvó a otro joven que se quiso
suicidar. Si no se mató en ese momento por qué iba a hacerlo cuando todo le
estaba saliendo mejor”, agrega, no sin aclarar que su hijo quería denunciar las
maniobras ilegales de la policía. Y remata: “es importante que los chicos sepan
que no están solos, que si tienen que salir a denunciar algo lo hagan, porque
mi hijo no lo hizo y mirá como terminó”.
Un recuerdo
“A
Jorgito le gustaban mucho los animales”, cuenta Olga. Y dice que eso era lo
mejor de él. Comenta que de niño le gustaba mucho pintar dinosaurios. Y que
cuando iba al río regresaba siempre con una iguana o con un pato y sus patitos
que lo seguía, que nadie se explicaba como hacía pero que lo seguían. También
que los vecinos lo recuerdan mucho. “Yo me di cuenta cuando lo mataron, toda la
gente que se acercó, los chicos que se movilizaron. Fue muy fuerte que te toque
de cerca, vivir uno eso que se veía en la tele: la policía que mata a los
pibes, es horrible, pero la gente está. En Capilla del Monte Jorgito era muy
querido, por gente grande, pero sobre todo por los jóvenes”, agrega Olga y
cuenta que el día anterior unos vecinos le recordaban cuando Jorge salía de
niño a pasear a su cabra en bicicleta. Hace una pausa, sonríe y agrega: “me
quedo con esa imagen. Con ese recuerdo lindo”.
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