Poema de Vicente Zito Lema
Desde dónde hablar de Eva? ¿Desde un
sueño en el principio de nuestra juventud, ella con su pelo en el aire sobre la
cresta de las nubes, sosteniendo una espada gigantesca y sin dejar de sonreír,
o sea con toda la gracia, embiste ella que no es más que una frágil muchacha de
pechos diminutos, embiste y embiste contra ese buitre de penacho negro, hábil
para el desguace, terco y paciente, que al fin hunde su pico de navaja entre
sus ojos y ella cae, y todo se llena de sangre, y el aire bulle, el aire ya no
es aire, pesa, y el buitre levanta vuelo y sube a la montaña y desde allí
vigila a los que avanzan penosamente por el camino? ¿Desde sus sueños de infancia pobre, en
Los Toldos, tapada su cabeza con una frazada para escapar de la mirada fija de
ese padre que recién conocerá en un cajón de muerto; desde su cuerpo tapado con
papeles que no engañan al frío mientras escucha el tropel de potros y tiembla
ante los alaridos de la indiada que nacen desde abajo de la tierra como nacen
una y otra vez los huesos de los vencidos?
¿Desde la mansa Junín, cuando ella se
sentaba a contemplar las danzas del cielo y recitaba sonetos de amor y hacía
con sus manos sombras chinas y todas las ceremonias del teatro, hasta el día
que llegó un cantor de tangos que la sedujo con su voz de hombre triste, con la
promesa de esa llave que le abrirá las puertas de la ciudad lejana, donde los
folletines de radio se cumplen siempre con final feliz?
¿Desde su desamparo vulgar de muchacha
provinciana en la Buenos Aires de las seis terminales de trenes a vapor y de
las grandes marquesinas tan próximas y tan lejanas por donde bajan las
estrellas de las broadcasting con sombreros de plumas y zorros plateados sobre
los hombros ligeramente perfumados, rumbo a ese palacio de músicas y bailes
donde ella no va, porque todavía la cenicienta del cuento no ha encontrado al
hombre poderoso que la besa y redime de la bastardía y de cada hora de hambre y
de cada caricia que no fue legítima, porque sólo los ángeles tienen el derecho
de acostarse a nuestro lado desnudos y sin amor?
¿Desde el amor, desde qué amor; el amor
que gratifica y repara a la hora de los lobos cuando suena el teléfono y una
voz extraña nos dice que nuestra madre ha muerto; el amor que se frustra y
engendra el odio, ese pájaro perverso que se mete en el alma y la transforma en
cueva; el amor que se sabe frágil y se pretende eterno; el amor en donde se
confunden para la suprema edificación del hombre, las obsesivas ideas de
salvación y perdición del espíritu; el amor que se evade de sí y busca su
recinto allí donde están los otros hombres con sus historias pequeñas y
diarias, únicas; el amor que destruye al mundo del no amor para crear en el
amor el único cielo que está en la tierra; o acaso ella quiso ser algo más que
la plena luz del amor?
¿Desde dónde hablar con Eva, o Eva
Duarte, o Eva de Perón, su negrita –¡que se casen, que se casen!, les gritaron
sin camisa, frente a la casa, o sea sus hermanos que pedían para ella un final
con Libreta del Civil y fiesta–, o Evita la de todos, que es decir la que fue y
puso el cuerpo para que muchos años después, años que acaso no alcancen a ver
nuestros ojos, cuando tanta obstinación se cruce de una vez y para siempre con
la historia, alguien con aire doctoral pueda decir: en los antecedentes de
nuestra revolución hay una mujer, y muestre su retrato, y otra generación se
enamore como nos enamoramos nosotros cuando éramos jóvenes y la muerte tocaba
su tambor en la casa de enfrente?
¿Desde la actriz en giras dudosas por
teatros dudosos y hoteles también dudosos; la de Betty, Peggy, Mary, July,
dulces y adoradas rubias de New York, estrellita Eva sin mayor estrella?
¿Desde el terremoto de San Juan, cuando
entre lutos y beneficios por los que lo perdieron todo se cruza con el Coronel
y comienza la leyenda de dos, como un canto de muchos que se bifurca hacia el
infinito?
¿Desde un Octubre 17, y ella que sale y
ella que no sale, ella heroína o temerosa soñadora; ella que va en busca de los
que hacen la historia o los que hacen la historia cruzan los ríos, cruzan los
puentes, y la hacen a ella, quieren tener algo dulce y bello para luchar con
más ganas, o para morir con menos miedo, igual que un corazón en el medio del tiempo?
¿Desde todo lo que quitó con odio cantando como una niña: el que le quita a un ladrón tiene cien años de perdón; desde lo que dio con amor, o sea desde ella y por ella, porque de ella eran el hambre de muchos que mitigó, las heridas que cerró, las humillaciones que lavó, las bocas enfermas que besó; esa boca crispada que lanza las señales a la multitud, esa boca convertida en llamarada que anuncia: vendrán por la revancha, vendrán otra vez para humillarnos, vendrán por la noche con sus cuchillos del degüello, y quién será vigía cuando no esté yo?
¿Desde todo lo que quitó con odio cantando como una niña: el que le quita a un ladrón tiene cien años de perdón; desde lo que dio con amor, o sea desde ella y por ella, porque de ella eran el hambre de muchos que mitigó, las heridas que cerró, las humillaciones que lavó, las bocas enfermas que besó; esa boca crispada que lanza las señales a la multitud, esa boca convertida en llamarada que anuncia: vendrán por la revancha, vendrán otra vez para humillarnos, vendrán por la noche con sus cuchillos del degüello, y quién será vigía cuando no esté yo?
¿Desde su rostro de bella porcelana de
Limoges, sus aires de señora, su peinado de rizos, sus vestidos largos de
Jaumandreu y ese rubí y esa perla y todos los juegos de cortesana y todas las
mascaras del ceremonial que probó y dejó, porque no eran de ella, sino que
pasaban por ella purificados como en un capítulo más de la gran novela, porque
quienes en verdad estaban allí eran miles de muchachas de barrios y provincias
con sus boquitas rojas y felices, al menos por unas horas, y salvadas, al menos
por unas horas, de la fealdad y la pena; porque donde ella estaba era en la
fuente, lavándose los pies con un gran movimiento sensible por medio del cual
los pies lastimados de los otros llegan a ser sus pies de bailarina que corre
por las calles y danza entre nubes como si fuera la aurora?
¿Desde el poder que tuvo en sus manos y
dejó escapar como lluvia entre los dedos y no como oro que no se repite, porque
el poder que llevó al país por donde el país anda tiene dioses, a los que ella
no adoró, y tiene reglas para subvertirlo de cuajo que ella no cumplió, son
reglas duras las de la revolución, y no se olviden que ella era una muchacha
romántica movida como todos saben por el amor, o por el odio, que también se
sabe vive bajo el mismo lecho y usa la misma sábana?
¿Desde dónde hablar de ella ahora que
como nunca hace falta; ahora que el cansancio y la desesperanza nos amenazan,
nos invaden; ahora que la otra cara de su belleza es la fealdad de esos hombres
que saltan del folletín y buscan instalarse en el poder con sus muecas y sus
risas y sus manos que no olvidan de apretar la soga que nos anuda la garganta?
¿Desde la conciencia de clase que tuvo y
los enemigos de clase que se ganó, porque se cosecha lo que se siembra y ella
¡vaya que sembró!, a manos llenas sembró?
¿Desde las milicias obreras que deseó
hasta poner el deseo en la punta de sus dedos, que nadie antes que ella tuvo
tan claro en este siglo, en estas tierras perdidas del sur, de qué manera se
ganaba o se perdía la partida?
¿Desde la justicia como el esplendor de
un delirio que la quemó en la hoguera?
¿Desde el hierro de su mano con que
marcó la frente del traidor?
¿Desde la mujer que votó; desde la mujer
que puso su pie en la política para poner sentimientos donde sólo había
impiedad y negocios; desde la mujer que se quedó en la Plaza de las grandes
fiestas y allí enterró a sus muertos y allí tuvo sus hijos que ahora busca los
jueves en la misma Plaza, de espaldas al río, a despecho de olvidos y perdones?
¿Desde su enfermedad, pobrecito su
cuerpo; ella sin otro hijo que el cáncer en las entrañas; ella de 33 y ya
santa; ella orada, ella con flores, ella pedida como se pide que venga la luz
después de la tormenta que parece eterna y aterra?
¿Desde su renunciamiento, o sea la caída
de un proyecto, o sea la derrota de ese gran salto hacia adelante que pudo ser
y no fue, porque sólo fue el comienzo de la gran marea que levantó los cuerpos
por las alturas y los estrelló contra las piedras y los convirtió en nada de
vida, apenas jirones de rostros y de hombres que el viento trae y lleva, ni
siquiera hojas para la tierra, tumbas como cántaros para recoger las lagrimas?
¿O debemos hablar desde su muerte en
días en que se juzga a los dueños de la muerte? ¿O desde su vida, ella saqueada
hasta en sus últimas palabras pero viva?
Viva y erguida con su dedo acusador dividiendo las aguas. Anunciando en nuestro silencio herido sin ángeles ni profetas que la muchacha del gran amor volverá blandiendo su espada y será millones.
Viva y erguida con su dedo acusador dividiendo las aguas. Anunciando en nuestro silencio herido sin ángeles ni profetas que la muchacha del gran amor volverá blandiendo su espada y será millones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario