Apuntes
para repensar la coyuntura. Parte I: Análisis*
Por
Mariano Pacheco
La nueva situación política mundial no hace más que poner en evidencia como se profundiza aún más la “crisis civilizatoria” que como humanidad venimos atravesando. La asunción de Trump en el gobierno de Estados Unidos abre un período de transición, caos e incertidumbre a nivel internacional del que ningún país puede sentirse ajeno en este mundo globalizado que habitamos.
En
América Latina, por su parte, el cambio de gobiernos muestra no sólo
un claro avance de las gestiones de derecha, sino además los límites
de los modelos “progresistas-neodesarrollistas”. Así
y todo, el continente sigue siendo dentro de la geopolítica mundial
el lugar más interesante respecto de la producción de novedades
políticas. Pero se impone ahondar en un interrogante: ¿Cómo
quedan las experiencias populares de cada país tras una década o
más de este tipo de gestiones
de
Estado?
Las
experiencias nacionales tienen cada una sus particularidades, pero en
el trazo grueso, en ningún
país los movimientos sociales de base se ven fortalecidos como para
enfrentar la ofensiva conservadora en curso.
En
Bolivia se ha quebrado el “pacto de unidad” que sostenía el
respaldo de las principales organizaciones al gobierno de Evo Morales
y García Linera, encontrándose en una situación difícil de
permanente hostigamiento hacia la figura de Evo, con todo lo que
simbólicamente implica (por ser el primer presidente indio del
país). En Venezuela el proyecto chavista de “Comuna o muerte”,
de avances hacia el socialismo se ve jaqueado día a día por la
crisis económica y los embates de las derechas internas apoyadas por
el imperialismo. En ambos casos, debería se posible, para las
izquierdas, sostenerse en la incómoda y difícil situación de
defender esos gobiernos ante los ataques de los poderes mundiales y
sostener una distancia crítica que marque los errores cometidos y
los límites que han expresado, cada uno a su modo, tanto el proceso
de cambio boliviano como la revolución Bolivariana venezolana.
En
Colombia sigue abierto el interrogante de qué pasará con los
movimientos populares en el proceso de paz entre el Estado y las
guerrillas que se viene abriendo, más allá del revés táctico
padecido por las fuerzas revolucionarias tras la derrota del
referéndum. Está claro, al parecer, que el proceso avanza en un
camino hacia una “salida política” (y no militar) del conflicto,
tras medio siglo de enfrentamientos en donde ninguna de las fuerzas
en pugna pudo imponerse sobre la otra.
Finalmente,
desde perspectivas totalmente diferentes, están esas dos
experiencias (las más antiguas de este nuevo ciclo de luchas en el
continente), que persisten a pesar de sus problemas: tanto el
Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST), en Brasil,
como el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) en México,
siguen allí, con décadas de acumulación política. En
el primer caso han tenido a la largo de estos años serias
dificultades para establecer un nexo más orgánico entre las
realidades del campo y la ciudad (aún rentando militancia y poniendo
recursos para desarrollar nuevas organizaciones urbanas afines) y
toda su apuesta por el Partido de los Trabajadores (PT) los ha
debilitado, sobre todo teniendo en cuenta la crisis que atraviesa ese
partido en los últimos tiempos, pero a su vez, siguen sosteniendo
muchas de sus experiencias de autogestión y formación, y su
intervención en el marco de La Vía Campesina Internacional es
inigualable en términos de articulación mundial de experiencias
populares. El zapatismo, por su parte, nunca pudo traspasar las
fronteras del sureste mexicano, y su sostenimiento se ha producido en
un contexto de exterminio y muerte generalizado en el país. Pero a
pesar de no haber podido estructurar una salida para todo México
(cómo han intentado en distintas oportunidades y han planteado desde
su nacimiento), sí han logrado fortalecer interesantes experiencias
situadas, y en los últimos tiempos, han mostrado una gran capacidad
de renovación de sus bases a través de la incorporación de las
nuevas generaciones y, sobre todo, han sido de los pocos que en el
mundo insisten en la necesidad de discutir ideas, de poner en
cuestión el sentido común capitalista.
En
el medio, entre algunas de las políticas de Estado más de avanzada
y las construcciones de autonomía desde abajo y a la izquierda, la
articulación de Movimientos Sociales hacia el ALBA sigue siendo la
herramienta de articulación continental más estable, duradera y con
mayores condiciones de hacer efectivo un internacionalismo que
empiece por trazar líneas de solidaridad e intercambio en la Patria
Grande.
Más
alejado en términos geográficos y de universos simbólicos, sin
embargo, siguen pujando por sostenerse y ampliarse experiencias de
poder popular a las que abría, tal vez, que prestarle más atención:
el confederalismo democrático en el Kurdistán; la experiencia de la
izquierda abertzale
(país Vasco); Hamas en Palestina y Hezbolá en el Líbano se
constituyen en cuatro experiencias de estudio vitales para repensar
las políticas de transformación en el siglo XXI.
Cambiamos
y nos fue como el orto, pero se abren nuevas perspectivas de lucha y
organización
El
primer semestre de Mauricio Macri en la gestión del gobierno
nacional dejó a las organizaciones sociales y sindicales “culo al
norte”, como se dice popularmente. Se dijo que había que pasar el
invierno, y algo de eso hubo. Tras la ofensiva de despidos y
precarización de la vida los sectores populares quedamos casi sin
capacidad de reacción, pero luego de la “Marcha Federal” y la de
“San Cayetano”, aparecieron con fuerza viejos movimientos
corridos de la escena durante la década anterior, otros nuevos, más
otros reconfigurados. Por otra parte, el mundo sindical, como era de
esperarse, entró en un proceso de profundas mutaciones en gran
medida por cómo se vieron afectadas las bases asalariadas por las
políticas económicas del gobierno de Cambiemos. Incuso en algunos
lugares se lograron reincorporaciones de despedidos, pero la
tendencia de la ofensiva oficial era a “ir por todo” (despidos,
suspenciones, reducción de personal, veto a leyes favorables a las
empresas recuperadas, etc). El aumento de tarifas, la suba
generalizada de precios y el estancamiento de los salarios genera
cada día mayores descontentos sociales y el inicio del año con la
pulseada del gobierno con el gremio docente pareció mostrar que,
lejos de todo pronóstico por ser un año electoral, el gobierno está
dispuesto a no ceder, e incluso, parece reafirmar posiciones
mostrando vetas cada vez más autoritarias y represivas (represión
en Panamericana el 6 de abril en el marco del paro nacional decretado
por la Confederación General del Trabajo o la represión a los
docentes que intentaron montar la “Carpa intinerante” frente al
Congreso tres días después).
Así
y todo, la capacidad de impugnación popular ante este acelerado y
crecientemente proceso de ofensiva neoliberal ha ido creciendo. No es
menor en este sentido el papel jugado por las y los trabajadores de
la economía popular, que lograron tras la presión en las calles la
Ley de Emergencia Social (que garantizaron “fiestas en paz” y
“gobernabilidad” para el macrismo, es cierto, pero que también
habilitaron una mayor capacidad de organización y movilización del
sector). Tampoco fue menor el proceso abierto por las luchas de las
mujeres: primero el masivo XXX Encuentro Nacional de Mujeres en
Rosario, la convocatoria a un Paro Nacional de Mujeres después y
finalmente el Paro Internacional de Mujeres, en clara continuidad con
las grandes movilizaciones abiertas por la experiencia del denominado
“Ni Una Menos”, que logró transformar esta histórica lucha en
un inmenso movimiento social que no sólo dinamiza las discusiones de
género en el conjunto social sino que mete presión a otras
dinámicas (como las del sindicalismo machista y burocrático).
Respecto
de la política más tradicional, la paralización del Frente de
Izquierda y de los Trabajadores (FIT) luego de las elecciones, la
proliferación de apuestas electorales de izquierda (Frente del Nuevo
MAS y el MST más otros varios armados de la “izquierda popular”),
el corrimiento del Movimiento Evita a un “peronismo puro y duro”
y la ausencia de inserción social de masas del kirchnerismo (que
paradójicamente cuenta con la figura de Cristina con un piso de
intención nada despreciable para ese tipo de armados), desplazaron
la “oposición política” a las dinámicas del conflicto social
(proceso que puede leerse en una serie que va desde las “Plazas de
Kisiloff” y las “Caravanas en Defensa de CKK” hacia la
proliferación de movilizaciones de docentes, estatales,
comerciantes, precarios, etcétera).
Con
el comienzo de la “carrera electoral”, en el que muchas fuerzas
dedicarán mucha o toda su atención al tema, la conflictividad
social y algunos planos de unidad en la lucha reivindicativa
alcanzados hasta el momento pueden entrar en una meseta. En principio
(y por principios), las diferencias en el plano electoral no deberían
poner en riesgo las posibilidades de coordinación en otras
dimensiones, pero suele suceder que una interferencia en un plano
repercute sobre el otro.
Por
otra parte, sabemos, los gobiernos se incomodan pero no se
sobresaltan si las luchas reivindicativas quedan sólo allí. Por
eso se impone pensar en políticas de articulación popular
multisectorial más allá de las libradas por cada sector, en el
camino de construir, alimentar, masificar y potenciar la resistencia
popular antineoliberal.
*Nota publicada en el periódico Resumen Latinoamericano.
No hay comentarios:
Publicar un comentario