Por Mariano
Pacheco*
(@PachecoenMarcha)
No todo es represión policial: el miedo y la "cultura empresarial" son
la otra cara del avance sobre el mercado laboral. Los casos de PepsiCo y
Córdoba, y el desafío sindical.
“Primero mataremos a todos los subversivos, luego
mataremos a sus colaboradores, después a sus simpatizantes, enseguida a
aquellos que permanecen indiferentes y, finalmente, mataremos a los tímidos”,
fueron las palabras con las que el desbocado gobernador de la provincia
de Buenos Aires durante la última dictadura cívico-militar, Ibérico Saint Jean, explicó alguna vez el
método llevado adelante durante el Proceso de Reorganización Nacional. En otro
plano y en otra época, algo de este “método de escalonamiento” parece estar
presente en el modo en que este nuevo PRN, encabezado por el ingeniero Mauricio
Macri, arremete contra los derechos de los trabajadores argentinos.
Primero fue la ofensiva sobre los empleados
estatales, vía despidos. Luego sobre los trabajadores de la industria,
combinando despidos con suspensiones. Ahora la gestión Cambiemos suma una nueva
modalidad a su política aleccionadora sobre las condiciones laborales de
públicos y privados, vía la instauración del miedo y la cultura empresarial del
empleado del mes.
Esta Mcdonalización de la política de regulación
de relaciones laborales por parte del Estado se expresa tanto en el ámbito de
las instituciones públicas, donde interviene de modo directo, como en el ámbito
privado, donde avala las políticas empresariales, incluso con el uso de la
fuerza pública, como recientemente sucedió en la planta Pepsico en Florida, en
el partido bonaerense de Vicente López
El caso Córdoba en junio y recientemente los
sucesos de Buenos Aires muestran cómo la “Revolución de la alegría” logra
instalarse más allá de colores, geografías y símbolos partidarios.
Córdoba,
tan violentamente amarga
Mucho se ha hablado en la prensa provincial de
Córdoba y en la de Buenos Aires sobre los nueve días de huelga llevada adelante
en la provincia mediterránea por los choferes de colectivos y las conductoras
de trolebuses. Un paro que, tal como comentamos en Zoom en su momento, hizo
mucho más que poner en discusión la paritaria nacional aprobada por la Unión
Tranviaria Automotor (UTA) a nivel nacional, si bien la diferencia del reclamo
no era menor: un 11,5% en los aumentos salariales, teniendo en cuenta que
reclamaban que se realizara en un pago, retroactivo al mes de enero y aplicado
a la escala nominal de Córdoba, del 21% que la cúpula gremial nacional había
acordado en pagos escalonados en tres cuotas para el segundo semestre de este
año. Pero de fondo, como en su momento sucedió en Buenos Aires con los
metrodelegados, los delegados de UTA Córdoba expresaron una rebelión de las
bases contra un modo de actuar dirigencial que no los tiene en cuenta, e
incluso, que muchas veces actúa contra sus propios intereses (entre los
reclamos figuraba la regularización de la situación de la seccional,
intervenida desde hace más de un año). De allí que para muchos no fuera una
sorpresa que cuando por fin se había arribado a un acuerdo entre los
trabajadores en huelga, las empresas y el Estado provincial, la cúpula gremial
“pateara el tablero” y rechazara ser parte del mismo. Las consecuencias fueron
funestas para los laburantes cordobeses, y no sólo del transporte.
La huelga culmino con 187 trabajadores despedidos
(de los 3.500 que existen en la ciudad) y diez delegados a quienes UTA les
revocó el mandato, como parte de una medida extorsiva planteada por las
empresas y el Estado Municipal respecto de una exigencia en otros tiempos
inimaginable: que los trabajadores “entregaran” a sus delegados a cambio de la
reincorporación de los despedidos. Así y todo, y más allá de que el viernes pasado
la dirección gremial revocara el mandato de los diez delegados, hasta el
momento no se produjeron reincorporaciones. A esto debe sumársele una
iniciativa que, si bien no ha prosperado a nivel nacional porque no consiguió
el apoyo necesario en el Congreso de la Nación, sí pudo ser aprobada en Córdoba
gracias al “pacto legislativo” con el que, con excepción de la izquierda, se
desarrolla la vida parlamentaria local. La declaración de “servicio esencial”
al transporte público de pasajeros llevada adelante por el bloque oficialista
de Unión por Córdoba (versión “cordobesista” del justicialismo), junto
con el PRO, el Frente Cívico y la Unión Cívica Radical (UCR) en la Unicameral,
colocó al transporte en un lugar similar al que tienen la provisión de agua
potable y la energía. Es decir, que ha quedado limitado el derecho de
huelga en el transporte. La imagen de los colectivos siendo manejados por
“choferes voluntarios”, transitando por las calles de la ciudad con un miembro
de Gendarmería Nacional en el primer asiento durante el fin de la larga huelga,
se enlaza ahora con la imagen de la indiferencia de los transeúntes frente a la
Carpa instalada por las conductoras de trolebuses en las puertas del Palacio municipal,
donde realizan huelga de hambre reclamando su reincorporación al trabajo.
Mirada indiferente a la que se suma la del intendente radical-cambietista Ramón
Mestre, quien lejos de salir perjudicado políticamente tras una huelga que puso
al desnudo, entre otras cuestiones, los negociados que se esconden tras un
deficiente servicios público de pasajeros urbanos (uno de los más caros del
país), se fortaleció en su camino hacia la disputa por la gobernación,
esgrimiendo además un discurso de “mano dura”, de endurecimiento contra las
medidas de fuerza que pueda adoptar el gremio de trabajadores municipales.
La moral
del buen empleado
El caso Pepsico también resultó emblemático en
este proceso de Mcdonalización de las relaciones laborales. Con una comisión interna
combativa y enfrentada a la conducción encabezada por el titular del Sindicato de Trabajadores de la Industria
de la Alimentación, Rodolfo Daer, el cierre de la planta no parece
tener como telón de fondo un problema de rentabilidad económica.
Desde la ministra Patricia Bullrich (“todas las empresas donde hubo o hay comisiones
internas que son manejadas por el Frente de Izquierda, terminan cerradas”),
hasta el propio presidente Macri (“no está bien y no es legal tomar una fábrica por la fuerza”)
condenaron a los trabajadores que protagonizaron la protesta y se posicionaron
como un claro actor en su contra, en esa suerte de triunvirato conformado por
la empresa, el sindicato y el gobierno. Algo similar sucedió con los choferes
de la línea 60 de colectivos (que también cuentan entre sus filas con delegados
opositores a la conducción de la UTA), quienes en junio comenzaron una huelga
en reclamo por mayores medidas de seguridad y se encontraron con despidos y
suspensiones de personal como respuesta, situación ante la cual retomaron hace
una semana las medidas de fueras y aún se encuentran realizando una huelga por
tiempo indeterminado.
Este panorama parece sí tener como telón de fondo
el miedo que ya ha comenzado a instalarse en amplias capas de la población, y
que tiene en los números del primer año y medio de gobierno de Cambiemos las
huellas del cambio en sus condiciones de vida y de trabajo.
Blanco
sobre negro: quiero vale cuatro
Los números del INDEC confirman que los primeros
nueve meses de 2016 dejaron un saldo de 127.000 despidos nuevos en el mercado
privado formal. Este segundo año de
gestión macrista arrancó con un ritmo de 57 despidos por día. Sólo en el
mes de enero de 2017 --según datos del Centro de Economía Política Argentina
(CEPA)— más de 1.500 trabajadores habían sido expulsados del sector privado
formal. A esto debe sumársele los 70.000 trabajadores despedidos del sector
estatal solo entre diciembre de 2015 y marzo de 2016, situación que provocó que
en el 3 ° trimestre del año pasado la tasa de desocupación alcanzara el 8,5 %.
Es
en este contexto que, pese a la oposición abierta de un gremio que se ha
mostrado tan combativo como la Asociación de Trabajadores del estado (ATE), el
gobierno haya logrado instalar el control del presentismo entre los empleados
públicos. Situación a partir de la cual la gestión Cambiemos comenzará a poner
en marcha, ya en este segundo semestre del año, una prueba piloto que el
Ministerio de Modernización llevará adelante en diez ministerios para evaluar
el nivel de desempeño de los trabajadores. “Como anticipó LA NACION en febrero
último, el modelo de las grandes compañías llegará al Estado: las pruebas
contemplarán el cumplimiento de objetivos”, expresa con orgullo el diario de los
Mitre en su edición de este martes 18 de julio.
La larga
marcha
Después
del desalojo de Pepsico y varias deliberaciones en una reunión de Consejo
Directivo, el triunvirato de la Confederación General del Trabajo (CGT) anunció
una movilización para el 22 de agosto, donde repudiarán el desalojo acontecido
en Vicente López y se manifestarán contra “las consecuencias del modelo
económico”. Según declararon desde la conducción cegetista, antes realizarán un
plenario nacional ampliado (en principio, el 28 de julio), donde elaborarán un
“documento crítico” para presentar en la Casa Rosada. Si bien realización de
Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias (PASO) mediante (la conducción
colegiada expresó que no querían prestarse a ningún “juego político” preelectoral),
lo cierto es que la convocatoria a una medida de fuerza casi un mes y medio
después de producida la represión, generó incomodidad no solo en ajenos sino
incluso en la fuerza propia. Sobre todo teniendo en cuenta el nivel de malestar
social creciente y las posiciones que, desde algunos de los dirigentes
sindicales, se dejaron expresar, no sólo no acompañando la moción de
realización de un nuevo paro general sino incluso proponiendo realizar un acto
en un estadio, a puertas cerradas, en lugar de una movilización para ocupar el
espacio público y visibilizar las broncas y reclamos.
Por
su parte, el otro triunvirato (el del polo social que conforman las tres
expresiones más numeroso de los movimientos populares) convocaron a un nuevo
plan de lucha que comenzó este jueves con la realización de mil ollas populares
en todo el país, y que continuará durante julio y agosto con otras medidas,
como la realización de una jornada nacional con carpas en todas las provincias
por la Emergencia Alimentaria, el 27 de julio y el 7 de agosto (como el año
pasado) una nueva movilización desde San Cayetano (Liniers) hasta Plaza de
Mayo, bajo el lema “Paz, Pan, Tierra, Techo y Trabajo”, para finalizar el 22 de
agosto acompañando a la CGT en la medida de fuerza anunciada. “Tras la
multitudinaria movilización al Ministerio de Trabajo de la Nación y las
innumerables manifestaciones en el interior del país por un Salario Mínimo
superior a la Canasta Básica y un Salario Social superior a la Canasta
Alimentaria, habida cuenta de la crítica situación social y laboral, el
escalada represiva, la arbitraria exclusión de los trabajadores de la economía
popular del Consejo del Salario y el decreto unilateral que contempla aumentos
escalonados miserables” explicaron desde la Corriente Clasista y Combativa
(CCC), la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP) y el
Movimiento Barrios de Pie para fundamentar su salida a las calles nuevamente
tras el acuerdo alcanzado en diciembre último para que el gobierno avanzara con
la Ley de Emergencia Social.
El
sostenimiento de un salario social complementario de $400 mensuales para cada
trabajador del rubro al ritmo e que aumentan los alimentos y servicios básicos
no hace más que reforzar la búsqueda estatal por mantener en sus altísimos
niveles el trabajo precarizado hoy existente en la Argentina. Parece ser que la
moral del buen empelado también se busca extenderla hasta el escalón de los más
perjudicados del mercado laboral. Una moral que puede ser ratificada en agosto,
y en octubre, cuando la ciudadanía emita su voto en las urnas. Con eso, al
parecer, especulan los publicistas posicionados detrás de la figura
presidencial, en un anhelo por borrar de la conciencia colectiva no solo las
conquistas obtenidas hasta el momento, sino también la memoria misma de los
derechos y la justicia social acumulada por décadas en este país.
*Nota publicada en revista Zoom.
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