(Bloque “Libros y
Alpargatas” en La luna con gatillo*)
Por Mariano Pacheco**
Año 2017, mes de julio. El
Teatro Nacional Cervantes estrena dos obras de Copi. Una de ellas es
la ya hace tres décadas polémica “Eva Perón”, en esta
oportunidad dirigida por Marcial Di Fonzo Bo y protagonizada por el
chileno Benjamín Vicuña.
Tras los anuncios, la Juventud
Sindical Nacional de la Confederación General del Trabajo (CGT), que
conduce Juan Pablo Brey (también secretario de Juventud y Protección
de la Niñez de la central obrera), repudió la obra argumentando que
la pieza teatral exhibe “una imagen irreal” de Evita y representa
“una deshonra a su vivo recuerdo”. Para Brey, la puesta en escena
se parece más a lo descripto por quienes en su momento alzaron la
consigna “Viva el cáncer” (ante la enfermedad de Eva) que a lo
que representó es mujer para los más humildes.
***
En 1969, al publicar Eva
Perón, Copi hace ingresar por primera vez en la literatura
argentina a una Evita viva y con su propia voz. Lo hace de un modo
extraño, puesto que la obra es escrita en francés, y en su estreno
en París, el 2 de marzo de 1970, es protagonizada por un hombre. No
en vano la obra de Copi –como
se hizo llamar, tomando el apodo de su padre, el historietista,
dramaturgo y escritor argentino Raúl Damonte Botana–- sufrió un
atentado en el Teatro L`Epée-de-Bois.
No quisiera, de todos modos,
hacer un recorrido exhaustivo de esta obra en la cual Evita –en
una línea casi borgeana de interpretación del peronismo–
aparece como simulacro: no es mujer sino hombre (o, más bien, un
travesti); no tiene cáncer sino que aparenta la enfermedad; no le
importan sus descamisados sino sus camisas, joyas y vestidos; y,
finalmente, no muere sino que mata a su enfermera, colocando el
cadáver en su lugar y dándose a la fuga.
Me interesa de Copi, sí, que
abra la puerta para que una Evita con vida y voz propia ingrese en la
literatura. Porque por primera vez aparece una pieza que ya no se
titula con evasivas, como en Juan Carlos Onetti (“Ella”), David
Viñas (“La señora muerta”) o Rodolfo Walsh (“Esa mujer”),
sino que lleva su nombre y apellido. Y posee, además, ese componente
subversivo de presentar a Evita como un travesti.
En su libro dedicado a Copi,
César Aira destaca que, en realidad, no hay nada que indique en la
obra que el personaje es un travesti, más allá de ser interpretado
por un hombre. Pero que, de todos modos, “su travestismo se
sostiene en el sistema mismo: si no es la Santa de los humildes, la
Abanderada de los Trabajadores (y esta Evita harto demuestra no
serlo), tampoco necesita ser una mujer. La representación de la
mujer es una mentira”.
Tengamos en cuenta que la del
sesenta es la década en que aparecen las primeras cirugías para
realizar cambios de sexo. Hace pocos años que el concepto de
travestismo ha ingresado en la literatura y el psicoanálisis, y
todavía pesa en cierto sentido común instalado en la sociedad la
interpretación vigente en el campo de las ciencias médicas de
comienzos del siglo, que planteaba básicamente que el travestismo,
la transexualidad y la homosexualidad eran prácticas anómalas que
se desviaban del modelo normal de conductas.
Es decir, que eran –tal
como plantea la antropóloga argentina Josefina Fernández en
su libro Cuerpos desobedientes. Travestismo e identidad de género
– prácticas caracterizadas como enfermedades, “aberraciones
sexuales” que era necesario tratar para corregir, conocer para
curar.
De todos modos, tal como
remarcó Marilú Marini, Copi no entraba en la “ideología gay”,
ya que rechazaba los ámbitos que “guetificaban” (lo que no
significa que no validara protestas o condenara injusticias. Algo
similar a lo que sucede con la “condición gay” pasa con la
“cuestión nacional”. Alguna vez Copi rescató la importancia de
la educación argentina: “Nunca
pensé en una sola carrera. Forma parte de mi educación, es así,
una educación argentina. La educación del norte de América es
mucho más especializada; si es ingeniero no sabe hablar de otra cosa
que no sea la ingeniería, si es pintor no sabe hablar de otra cosa
que no sea de pintura; las personas no saben más que una sola
disciplina; se especializan; mi disciplina es un papel en blanco, es
mi imaginación”, supo decir en una entrevista con José
Tcherkaski, publicada luego en libro, bajo el título Habla
Copi. Homosexualidad y creación.
Pero también, en la misma entrevista, remarcó que trabajaba muy
bien, en general, con “argentinos internacionales”. Es que tal
vez Copi era de esos autores que tenían “algo” con el ser
argentino. O más bien: que concebían al ser argentino como un no
ser nacional. Sí, tal como destacó María Moreno en su artículo
“La patria torcida”, publicado el 6 de julio de 2012 en Soy
(el suplemento del diario Página/12), el ser argentino, como
el yo freudiano, es “el producto de la repulsa y exclusión de
toda diferencia” –bárbaros, mujeres, homosexuales, inmigrantes,
disidentes políticos–, si el ser nacional es “no ser puto, ni
torta, ni trans, ni inter, ni extranjero, ni pobre, ni loco, ni
mujer”, bueno, entonces por qué rescatar el ser nacional.
Si a esa pregunta le sumamos
el dato del ferviente antiperonismo de su familia (que se fue de la
Argentina cuando Copi era aún un niño, “perseguidos” por el
primer gobierno peronista), bueno, entonces tal vez la “Eva Perón”
de Copi puede entenderse un poco más.
***
Alguna vez Walter Benjamin
sostuvo que, aquel intelectual crítico que no pudiese posicionarse
debía callar. En tiempos de pastiche y mediocridad puede sonar
“centrista” no quedarse ni en una posición ni en otra, pero
tratándose del peronismo, ¿quien podría cuestionar una tercera
posición?
Desde la trinchera
radiofónica, que cada jueves sostenemos en vivo desde Córdoba
(Argentina), para sumar nuestra mirada y nuestra voz al torrente de
crítica política de la cultura contemporánea que intentamos
sostener desde cada transmisión por internet, no queremos quedarnos
ni en una posición ni en otra: ni en el festejo a-crítico de un
peronismo que hoy se parece más a los mediocres contra los que
desprotricaba Evita que al hecho maldito del país burgués que
anunció John William Cooke, ni en el frívolo posicionamiento que
hace del arte una expresión tan autónoma de la vida social que
pareciera ser cosa de otro mundo.
Por el contrario, este
“escritor cabeza” quisiera quedarse con una reivindicación del
genio artístico de Copi, con la alegría de saber que hoy el teatro
argentino vuelve a ponerlo en escena y con la convicción de que, en
la historia de la literatura argentina, es mucho más interesante
aquello que “los contreras” han producido sobre el peronismo que
lo que el propio movimiento supo producir desde su interior (salvo
algunas pocas y honrosas excepciones).
Que el arte provoque a la
política y la haga pensar (así sea más allá de su escándalo)
siempre es parte de un movimiento que, desde el pensamiento crítico,
es importante saludar.
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**Autor de Cabecita
negra, ensayos sobre literatura y peronismo
(editorial Punto de Encuentro, 2016).
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