ANTE UN NUEVO ANIVERSARIO DEL 24 DE MARZO
Por mariano Pacheco
(@PachecoenMarcha)
La memoria como trabajo,
atravesado por las estrategias y las luchas antagónicas de nuestra sociedad;
“Contra el Olvido” y Nunca más”, consignas para recordar, repetir, reelaborar,
pero también, para problematizar, reinventar y –a veces—olvidar.
“No vamos a los muertos insepultos
por nostalgia lírica, sino porque en ellos encontramos el eslabón roto, el
nervio desgarrado de la historia nacional”.
Juan
José Hernández Arregui
EL TERROR
“En el país de la sociedad rural todos somos ganado que avanza hacia
el matadero”, dice el profesor Gómez, en 77,
la novela de Guillermo Saccomanno que se inició con La lengua del malón y
siguió con El amor argentino. Y más
adelante, este profesor refinado de literatura inglesa, homosexual y peronista (cabecita
negra) agrega:
“El terror ataca de golpe y paraliza. Después, lento, minucioso, va
socavando. En tanto, uno se agarraba del a mí no me va a pasar. Todos
pensábamos lo mismo. Hasta que nos tocaba. El terror se iba apropiando de uno,
primero en cuestiones chicas hasta que después invadía el lenguaje entero, el
que se piensa, el que se habla, el que se escribe, el del cuerpo, cada
gesto...”.
En su hoy ya célebre “Carta abierta
de un escritor a la Junta militar”, distribuida en el país el 24 de marzo de
1977 (antes de ser asesinado y su cuerpo secuestrado), el escritor, periodista
y militante montonero Rodolfo Walsh
escribe:
“El 24 de marzo de 1976 derrocaron
ustedes a un gobierno del que formaban parte, a cuyo desprestigio contribuyeron
como ejecutores de su política represiva, y cuyo término estaba señalado por
elecciones convocadas para nueve meses más tarde. En esa perspectiva lo que
ustedes liquidaron no fue el mandato transitorio de Isabel Martínez sino la
posibilidad de un proceso democrático donde el pueblo remediara males que
ustedes continuaron y agravaron”.
Está claro que el terrorismo de Estado comenzó en la Argentina mucho
antes del inicio de la dictadura genocida autodenominada Proceso de
Reorganización Nacional, y no sólo lo demuestran el accionar criminal de la
Triple A (la Alianza Anticomunista Argentina que ejecutó alrededor de 2.000
personas entre 1974 y 1976) sino también el golpe-policial de marzo de 1974 en
Córdoba (conocido como el Navarrazo) y el accionar sangriento del Ejército
Argentino en Tucumán.
Pero también está claro –y Walsh lo demostró muy bien en su trabajo
periodístico y de inteligencia popular desarrollado desde la Agencia Clandestina
de Noticias que conducía- que desde el 24 de marzo de 1976 las Tres A pasan a
ser las tres armas.
Quien años más tarde tematizó y analizó ese accionar criminal fue Pilar
Calveiro, militante montonera en los años 70 detenida-desaparecida durante la
última dictadura cívico-militar, sobreviviente del horror devenida en aguda
analista sobre estas temáticas. En su libro
Poder y desaparición. Los campos de concentración en Argentina (breve pero
intenso libro publicado en 2008 en la colección Puñaladas. Ensayos de punta de
la editorial Colihue) descripción minuciosamente el funcionamiento de los
lugares de encierro forzado: las patotas, los grupos de inteligencia los
guardias, los desaparecedores de cadáveres. Y arroja los números, que por
conocidos hoy no dejan de ser escalofriantes:
“Entre 1976 y 1982 funcionaron en Argentina 340 campos de
concentración-exterminio, distribuidos en todo el territorio nacional en 11 de
las 23 provincias argentinas, que concentraron personas secuestradas en todo el
país. Su magnitud fue variable, tanto por el número de prisioneros como por el
tamaño de las instalaciones”.
Calveiro también repara en la represión que operó sobre del lenguaje
en aquellos años:
“Es significativo el uso del lenguaje, que evitaba ciertas palabras,
reemplazándolas por otras: en los campos no se tortura, se interroga, luego los torturadores son simples interrogadores. No se mata, se manda
para arriba o se hace la boleta.
Nos e secuestra, se chupa. No hay
picanas, hay máquinas; no hay
asfixias, hay submarino. No hay
masacres colectivas, hay traslados, cochecitos, ventiladores. También se evita toda mención de humanidad del
prisionero. Por lo general no se habla de personas, gente, hombres, sino de
bultos, paquetes, a lo sumo subversivos, que se arrojan, se van para arriba, se
quiebran. El uso de las palabras sustitutas resulta significativo porque denota
intenciones obvias, como la deshumanización de las víctimas…”.
Seis décadas antes, el escritor, filósofo y dramaturgo francés Jean
Paul Sartre también había reflexionado sobre las atrocidades cometidas por los
nazis durante la Segunda Guerra Mundial (1938-1945), expresando que la tortura
era una “empresa de envilecimiento” centrada en un intento de aniquilar la
humanidad del prójimo, más allá de la información (por más útil que ésta fuera)
que el verdugo pudiera obtener.
“El campo de concentración argentino fue el intento más claro del
poder por apresar y desaparecer todo aquello que escapa a su control”, remata
Calveiro.
Hoy sabemos -siguiendo las pistas otorgadas por los pensadores
franceses Guilles Deleuze y Michel Foucault- que donde hay poder, hay
resistencia, y también, que siempre hay algo que se escapa del control, que fuga,
que se sustrae a las normas establecidas, por más a sangre y fuego que éstas se
sostengan. El caso de la última dictadura no es una excepción.
LA MEMORIA Y… ¿NUNCA MÁS?
Parafraseando al pensador italiano Remo Bodei, diremos que la memoria
es un “campo de batalla”, no un simple e inocente acto de mirada retrospectiva,
sino un combate, o más bien, un lugar de conflicto, un lugar bélico, porque el
“trabajo de memoria” es un proceso social para interpretar y dar sentidos
colectivos al pasado, desde las posiciones, las pasiones y los intereses del
presente.
Por eso hoy, rodeados de apologistas del olvido y la reconciliación
para perdonar las atrocidades cometidas por el Estado terrorista, cobran tanta
relevancia las memorias de las resistencias pretéritas, que se enlazan con las
actuales, como tan claro quedó en las coyunturas de las luchas mapuches
reprimidas en la Patagonia por la “Doctrina Bulrich”, que culminaron con las
muertes de Santiago Maldonado y Rafael Nahuel, así como los repudios a la
“doctrina Chocobar” que legaliza los casos de “gatillo fácil” con los que las
policías suelen exterminar a la juventud pobre y trabajadora en estos años de
“democracia de la derrota”.
La emergencia de Madres de Plaza de Mayo, en 1977, fue un verdadero
acontecimiento político, no sólo para nuestro país sino para el mundo entero.
De allí que cuando se haya quebrado definitivamente la sobra del terror
dictatorial (el 19 de diciembre de 2001), la figura de Las Madres enfrentando a
los caballos de la policía que se le tiraban encima en la Plaza de Mayo fuera
tan central, no sólo para desafiar el “estado de sitio” decretado por el
entonces presidente Fernando De La Rúa, sino también para la insurrección
popular que se propagó al día siguiente, el 20 de diciembre de 2001.
“Nunca más”, entonces, entendido como condena la fascismo, no deja de
tener más que una actualidad por demás necesaria.
Ahora, ese lema, no suele ser pronunciado sólo respecto del
“Terrorismo de Estado”, sino también del deseo revolucionario que recorrió el
país y el mundo durante las décadas del sesenta y del setenta. Considerado
totalitario, ese deseo, esas apuestas de transformación revolucionaria de la
sociedad, fueron colocadas muchas veces en el lugar del Otro Terrorismo. Así, tal
como señala Eduardo Grüner en el prólogo al libro Violencias de la memoria, de Jorge Jinkis, la fórmula “recordar
para no repetir” no es sólo una mala teoría de la repetición –ya que al poder
no le interesa solamente reprimir, sino y sobre todo producir–, esa fórmula
oculta detrás del Nunca más, dicha desde el poder, puede ser también –y sobre
todo– una amenaza: “Recuerden que ya sucedió una vez, no vaya a ser que les
suceda de nuevo”.
Pasado del trauma, presente del síntoma, y severa advertencia hacia el
futuro.
OLVIDO, JUSTICIA Y DESEO
REVOLUCIONARIO
El olvido, entonces, también puede resultar fundamental para una
política que se pretenda revolucionaria. Por supuesto, no un olvido que conduzca
al perdón y la reconciliación, sino uno que surja del propio “trabajo de la
memoria”, de esas disputas que ponen el antagonismo social en el centro de la
de la pretendida “reconciliación” de lo irreconciliable, que permita emerger un
proceso de resimbolización de los hechos traumáticos que hemos vivido como
pueblo. En ese sentido, cabe recordar la advertencia que, de manera tan clara
hizo hace ya tiempo el pensador maldito Friedrich Nietzsche, cuando en el
“segundo tratado” de su Genealogía de la
moral aseguró que “sin capacidad de olvido no puede haber ninguna
felicidad, ninguna jovialidad, ninguna esperanza, ningún orgullo, ningún
presente”.
Para que emerja un orgulloso y jovial presente de lucha, entonces, un
cierto olvido que permita procesar de otro modo las huellas del terror en la
posdictadura, advirtiendo que, como supo resaltar Walter Benjamin en sus Tesis sobre la historia, “quienes
dominan en cada caso son los herederos de todos los que vencieron alguna vez”.
Los nombres que hoy circulan en la escena política nacional, comenzando
por el propio presidente Macri, no hacen más que confirmar esta hipótesis.
Contra ella vamos.
*Editorial elaborada para la Revista Resistencias/Resumen Latinoamericano
Posdata:
Para finalizar estas breves reflexiones, unas canciones de rock,
alusivas a la fecha, para escuchar en estos días: