A 136 años del fallecimiento del fundador del comunismo moderno
Por Mariano Pacheco
(@PachecoenMarcha)
Cuando Mark Fisher, recuperando los espectros de Marx puestos en escena
por Jaques Derrida, planteó hace muy poco tiempo que no debíamos dejar ir al
fantasma (del comunismo), porque ese gesto nos permitiría «no
acomodarnos», nos convida a la vez un problema y un programa. Por un
lado, nos muestra el rostro descarnado de la actualidad: el único fantasma de
comunismo en el Nuevo Orden Mundial es el de su ausencia; por otro lado, nos
incita a no dejar de recuperar y reactualizar el concepto de comunismo, y
rastrear sus huellas «en el movimiento real».
Hoy me interesa rescatar de la figura de Marx la posibilidad que él
encuentra en el periodismo de vincular filosofía con economía y política, con
historia social y actualidad.
También la escritura periodística vinculó a Marx (junto a Federico
Engels) con la militancia obrera de aquellos años. No está de más recordar que
el emblemático «texto fundacional» del Manifiesto Comunista fue
escrito a pedido y en nombre de la Liga Comunista, una organización política de
la época, luego de un intenso vínculo que Marx y Engels sostuvieron con el
activismo obrero europeo durante el período 1845-1847, período que hoy puede
–además de leerse, “verse” en el film El joven Marx, de Raoul Peck--.
Por otra parte, más allá de que Marx se dedicó durante períodos extensos
a componer su «obra científica» (movimiento que va de la elaboración
de Los Grundrisse en 1857 a El capital, cuyo
primer tomo se publica en 1867 pero que no agota el trabajo que Marx continúa
hasta muerte, en 1883), también dedicó años de su vida al activismo; un
activismo que también comprendía la elaboración y la escritura como un momento
de la pelea («La lucha ideológica forma parte orgánica de la lucha de clases»,
supo afirmar Louis Althusser, en clara sintonía con el planteo leninista, que
sostenía que el ideológico era uno de los tres frentes de batalla en la lucha
de clases, junto con el económico y el político).
Así, Marx se dedicó a leer, resumir y tomar apuntes de numerosos libros,
a pensar y elaborar conceptos, pero también a dar conferencias («Salario,
precio y ganancia» es una pieza fundamental de la oratoria marxista), y a
escribir textos fundamentales de una experiencia primordial a la hora de
trazar genealogías insurgentes, como fue la apuesta de la Asociación
Internacional de los Trabajadores (AIT), la «Primera Internacional» donde
durante casi una década (1864-1872) confluyeron comunistas, socialistas,
anarquistas y otras corrientes del movimiento obrero europeo.
Más allá del abismo que existe entre ese momento embrionario del
desarrollo del capitalismo visto por Marx desde Europa, y capitalismo
globalizado que hoy vivimos y habitamos nosotros desde Latinoamérica, hay una
serie de cuestiones del legado marxista que no nos dejan de interpelar: no sólo
el estudio de un trabajo de investigación rigurosa como lo es El
capital, sino también una serie de problemáticas políticas que están
presentes en el recorrido que Marx realiza en un movimiento de ejercicio crítico
del pensamiento que va de El Manifiesto a La Comuna de París;
ciclo que se complementa con una lectura de la correspondencia que mantiene con
la revolucionaria rusa Vera Zasulich a propósito de la importancia de la comuna
rural rusa en una vía heterodoxa hacia el socialismo; rigurosidad del
pensamiento que se expresa en la disposición a defender con argumentos sus
planteos, pero también a ejercer la crítica de sus adversarios sostenida en una
lectura profunda de aquellos a quienes combate (la «Crítica del Programa
de Gotha» es emblemático en ese sentido).
Para finalizar este breve recordatorio de Marx, quisiera rescatar un par
de cuestiones que aparecen en la «obra política» de Marx que se nos
presentan hoy como potentes insumos para afrontar los debates actuales:
1) La importancia del
internacionalismo proletario (o “desde abajo y a la izquierda”, para decirlo
con un lenguaje más Latinoamericano) más allá de que en cada país la clase
trabajadora deba emprender su lucha contra las burguesías locales;
internacionalismo que va más allá de la «mera fraternidad» entre pueblos,
como señala Marx en la Crítica del programa de Gotha, porque entiende que
lo común es la lucha contra el capitalismo, «negocio burgués» que se
sostiene por la existencia del mercado mundial (carácter cosmopolita de la
producción ya señalada en El Manifiesto).
2) El anticapitalismo que da
cuenta de que el trabajo asalariado es la condición de existencia del capital
(antagonismo irresoluble en la sociedad burguesa).
3) La necesidad de pensar los
cambios profundos en términos de transiciones: importancia de que el
proletariado se constituya en partido para darse una estrategia de conquista
del poder político en El Manifiesto,
tema que será problematizado luego por el propio Marx a la luz de experiencias
históricas como la Comuna de 1871; idea que vuelve a aparecer en el Programa de
Gotha al esbozar la teoría de la «dictadura revolucionaria del
proletariado» como «período político de transición» que media
entre la sociedad capitalista y la comunista.
4) Reivindicación de lo comunal
como «forma política» más afín a la búsqueda democrática de conjurar
la escisión entre gobernantes y
gobernados (como señala en La guerra
civil en Francia); asimetría que, tal como ya había visualizado en sus
escritos juveniles (Los Manuscritos económico-filosóficos de 1844) se
asienta sobre la división entre trabajo intelectual y trabajo manual, y la
primacía del primero sobre el segundo, así como la necesidad de desandar las
estructuras duras de la representación y la represión (disolución del Ejército
en el París insurgente de 1871 así como deconstrucción de las instituciones que
consagran a funcionarios con sueldos altamente diferenciados del de quienes
producen los bienes fundamentales para la existencia); y ni que hablar de la
necesidad de separar a la Iglesia de las formas de organización política de una
sociedad.
5) Por último, la ética de la
rebelión, que pone el foco de la mirada histórica en la lucha de clases;
que prioriza una lectura de la actualidad desde el punto de vista del
antagonismo entre la clase-que-vive-del-trabajo y el capital; que pretende
intervenir en el mundo desde una mirada que no esté opacada por la
superstición; que promueva la liberación como camino para la desalienación de
la humanidad frente a los fetiches de todo tipo. En fin, una ética que es una
política que sostiene, como se hizo en las barricadas parisinas de la Comuna,
que «simples trabajadores» pueden cuando se lo
proponen «transgredir el privilegio gubernamental».
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