Por Mariano Pacheco*
La
función intelectual, la organización popular, la batalla cultural. Apuntes para
un debate necesario.
De
lo que se trata es de inventar una mirada. O de problematizar la mirada con la
cual observamos el mundo que habitamos. De asumir que las posiciones en las
luchas implican lecturas de situación, definiciones y construcción de una
trinchera simbólica también.
Ya
hemos visto, en entregas anteriores de esta serie de textos, la importancia que
desde sus inicios han tenido en el marxismo las cuestiones referidas a lo que
aquí sintetizamos con el nombre de batalla cultural, e incluso, las cuestiones
referidas a la literatura y al arte. Hemos repasado y mencionado textos
emblemáticos de Marx y Engels, de Lenin y Trotsky, de Mao Tse Tung. En esta
oportunidad, quisiéramos detenernos en una figura central, como lo fue el
comunista italiano Antonio Gransci, y en particular, en algunos pasajes de sus
anotaciones carcelarias, que también han sido recopiladas en el libro titulado Los
intelectuales y la organización de la cultura.
Gramsci
--como también lo hará años más tarde Félix Guattari-- destaca esta cuestión de
la función intelectual más que la figura del intelectual. Para el
italiano, no hay hombres –mujeres, existencias diversas, podríamos agregar
hoy-- que sean “no-intelectuales”, ya que el intelecto es una característica de
los seres humanos (“no hay actividad humana de la que se pueda excluir toda
intervención intelectual”, nos dice Gramsci). Pero según él lo entiende, el
intelectual es aquel que puede combinar una serie de características, que él
resume en la fórmula “especialista+político”, y que son aquellas personas que
cumplen una función organizadora de la hegemonía (consenso+coerción). Por
supuesto, desde esta mirada, todo militante de partido es un intelectual, ya
que cumple una función que es a la vez de educación, organización y dirección
de un proyecto que encuentra en el partido el lugar en donde un grupo
económico-social se convierte en agente de actividades generales de carácter
nacional e internacional. Por eso los intelectuales no son solamente aquellos
que crean algo nuevo en una determinada esfera de la producción cultural, sino
también quienes divulgan lo creado hasta el momento.
Dicho
esto, cabe aclarar que hay todo un trabajo específico que Gramcsi entiende que
las izquierdas deben darse para poder combatir las ideas dominantes y
contribuir a consolidar, en el seno de las clases trabajadoras, las ideas
promovidas por el comunismo.
Organizar
la nueva cultura
“Se
debe persuadir a mucha gente de que también el estudio es un trabajo, y muy
fatigoso, con un aprendizaje, aparte del intelectual, nervioso-muscular: es un
proceso de adaptación, un habito adquirido con esfuerzo”, puede leerse en sus Cuadernos
de la cárcel. El enfoque materialista de la cultura queda aquí más que
claro.
Gramsci
pone como ejemplo la producción de revistas, y destaca la importancia de que
sus redacciones puedan devenir en “círculos culturales” en los que se produce
una división del trabajo y una discusión colectiva sobre los temas de cada
quien y una crítica colegiada del trabajo en general. Gramsci ve en esa
dinámica, además, la posibilidad de crear una actividad editorial “regular y
metódica” en la que el resultado vaya más allá de la suma de las partes
individuales. “En esta especie de actividades colectivas, cada trabajo produce
nuevas capacidades y posibilidades de trabajo, ya que crea condiciones de
trabajo cada vez más orgánicas: ficheros, materiales bibliográficos,
colecciones de obras fundamentales especializadas, etcétera”.
Es
cierto que quien lea estas páginas podría preguntarse si no resulta una pieza
de museo este tipo de escritos, producidos hace casi un siglo atrás. También
podría presentarse el interrogante en torno a la actualidad de ese tipo de
tareas en un mundo colapsado por las imágenes y el cambio en la percepción
operado a partir de la revolución científico-técnica de las últimas décadas.
Este
cronista entiende que si bien la tendencia de muchos métodos de trabajo y de
producción intelectual hoy están en crisis (hay quienes sostienen incluso que
los medios de comunicación gráficos están tendiendo a desaparecer en su versión
“papel”), no dejan de tener validez algunas de las propuestas y reflexiones
promovidas por el comunista sardo. Y en este sentido, no resulta muy productiva
la idea de no tener en cuenta esa rica historia que la producción cultural de
las izquierdas en el mundo supo dar. “Cada generación educa a la nueva generación,
es decir, que la forma y la educación son una lucha contra los instintos
ligados a las funciones biológicas elementales”, destaca Gramsci.
Hoy,
cuando el capital se ha expandido por el mundo como nunca antes, cabe estar en
actitud de prevención, de auto-reflexión en torno a los modos en que luchamos.
Al menos desde los movimientos sociales que tanto han contribuido a reactulizar
una nueva perspectiva de construcción política popular en Nuestraamérica
durante las últimas décadas. Sobre todo frente al riesgo de quedar entrampados
en una dinámica ligada a las luchas por garantizar la auto-reproducción de la
vida material; dinámica que puede complicar la existencia de las clases
dominantes en determinadas coyunturas, pero no herirlas de muerte. De allí que
en estas líneas no dejemos de tener en cuenta aquello señalado por Gramcis
respecto de que, así como cada corriente cultural crea su propio lenguaje e
introduce nuevos términos para enriquecer los términos ya en uso, también se
sirve de nombres históricos para facilitar el juicio y la comprensión de las
situaciones con las que se tiene que medir en cada momento histórico.
La
integralidad de la batalla cultural
Queda
claro, en Gramsci, la apuesta por combinar los distintos modos de intervención
de acuerdo al frente específico en el que se libra cada batalla. Y así como no
puede entenderse el modo en que queda solidificado el vínculo entre política y
economía sino a través del cemento de la cultura, tampoco puede entenderse una
crítica política de la cultura sino es prestando atención (y gestando modos
específicos de intervención) a la cultura popular y la denominada “alta
cultura”, de manera simultánea. No se trata de atender uno de los flancos sino
de afinar la puntería para poder dar en el blanco de cada uno.
Para
el comunista italiano es fundamental que el trabajo educativo-formativo
contribuya a elaborar una conciencia crítica del mundo, así como a difundir
aquellas producciones que la humanidad ha ido gestando a través del tiempo, y
que por lo general, suelen ser privativas de determinados sectores sociales e
incluso en determinados lugares.
De
allí que Gramsci lea la complejidad de la producción cultural, y proponga una
combinación de estrategia de intervención para poder gestar los instrumentos
necesarios para divulgar, difundir y crear.
Hoy
internet, las redes sociales, pueden seguramente contribuir a gestar una serie
de iniciativas que disputen algunos de los sentidos que el poder dominante
intenta imponer cada día. También a conectar distintas experiencias locales,
nacionales, regionales. Pero habrá, asimismo, que seguir haciendo esfuerzos por
dinamizar otras iniciativas, que puedan interpelar más allá de las pantallas de
nuestras computadoras, tablets o celulares.
*Serie de notas publicadas
en la versión impresa de Resumen Latinoamericano durante
2018.
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