Vivía en Valentín Alsina –el “barrio obrero” al que 2 minutos le había dedicado su primer disco-- en octubre de 2010. Aún estaba conmocionado por el asesinato de Mariano Ferreyra cuando ese miércoles 27 El Pelado Pablo me pasó a buscar por casa con su auto. ¿Vamos a la Plaza, no? No habíamos sido kirchneristas hasta entonces, a diferencia de muchas otras militancias, tampoco lo seríamos de ahí en más. Seguíamos, seguimos siendo de izquierda, pero nuestra reivindicación histórica del legado del peronismo combativo y de base nos interpelaba, así como nos interpeló en los años noventa, incluso bajo gobierno neoliberales como los de Menem y Duhalde, y nos llevó a entender que en Argentina no posible construir una perspectiva emancipatoria de las y los trabajadores si no se tiene una valoración positiva de la experiencia que gran parte de la clase obrera hizo en este país bajo su nombre. Así que marchamos a Plaza de Mayo, porque lejos de impostar peronismo –como luego se puso un poco de moda en algunos sectores-- a nosotros nos interpeló siempre la experiencia y el sentir popular, y sobre todo, cierta pasión periodística de estar en el lugar mismo de los hechos. Por eso, al igual que en 2008, fuimos a la histórica Plaza, y como en 2008, pudimos asumir que sin ser parte de la experiencia kirchnerista sabíamos muy bien donde no queríamos estar, y a qué compañeres –con más o menos acuerdo político respecto de la caracterización de coyuntura-- queríamos abrazar. La escena de la plaza me conmovió y aún hoy sigo muchas veces haciéndome las mismas preguntas que entonces:
¿Cuándo comienza el kirchnerismo? ¿Cuando Menem se baja del ballotage y Néstor “gana” las elecciones? ¿Cuando el sureño toma de la mano de su mentor, Eduardo Duhalde, el bastón presidencial? ¿O segundos después, cuando se pone a jugar con él (con el bastón, puesto que con el Cabezón del Conurbano jugará tiempo más tarde)? ¿O el kirchnerismo empieza en marzo de 2004, cuando Néstor pide perdón, en nombre del Estado, por los crímenes perpetrados por ese mismo Estado durante el autodenominado –con una profunda fidelidad a los conceptos– Proceso de Reorganización Nacional? Por supuesto, cabe preguntarse si es ese el mismo Estado. ¿No? ¿No era el mismo? ¿No tuvo razón Hebe de Bonafini cuando en los años ochenta afirmó que Videla y Alfonsín eran la misma mierda? Y cuando dijo ver en los piqueteros sureños el rostro de sus “queridos hijos guerrilleros”: ¿no tuvo razón? ¿O no tuvo sus razones para sostenerlo? ¿Fueron las mismas u otras las razones que la llevaron a plantear en 2006 que ya no harían más las Marcha de la Resistencia, desarrolladas ininterrumpidamente durante 25 años? ¿Se equivocó Hebe al decir que el enemigo ya no estaba más adentro de la Casa Rosada? Y de ser así: ¿la Marcha de la Resistencia estaba dirigida al gobierno nacional? ¿O era una suerte de espejo del propio campo popular para resistir a los poderes que estaban dentro y fuera del Estado? De suponer que el gobierno encabezado por Néstor Kirchner estuviese “de este lado” de la barricada: ¿eso implicaba disolver la división entre gobierno y poder, como en 1973 la Tendencia Revolucionaria del Peronismo hizo al plantear la consigna Cámpora al gobierno, Perón al poder? ¿Estaba Néstor llamado a ser un nuevo Perón, el líder popular de la postdictadura? ¿Quién sería nuestro Cámpora?
Las preguntas se multiplican, y es lógico: los interrogantes proliferaron entonces, cuando la política demandó audacia para actuar, y ahora, que la política demanda audacia para pensar (críticamente). ¿Qué implicó para los organismos de Derechos Humanos –o al menos una buena parte de ellos– decir que el enemigo ya no estaba más en Balcarce 50? ¿Asumir que la resistencia había sido contra los gobiernos (radical primero, justicialista después) y no contra un sistema que excedía la gestión del Estado (un Estado que, incluso, ya no contaba con el mismo poder que antaño)? ¿Qué rol jugaban los organismos en el marco del Nuevo Orden Mundial? Demasiadas preguntas, tal vez. ¿Pero no es acaso la pregunta el motor que mueve toda revolución? ¿Fue el kirchnerismo una revolución, como en su momento planteó para sí mismo el peronismo? Y si no lo fue: ¿entonces qué fue? De nuevo: ¿cuándo empieza el kirchnerismo? ¿Y cuándo termina? ¿Cuando muere Néstor? ¿O cuando Cristina asume con el 54% de los votos el tercer mandato consecutivo del matrimonio Fernández-Kirchner y anuncia la “sintonía fina”? ¿O acaso el kirchnerismo comienza a morir cuando se produce la ruptura con Hugo Moyano? Porque decir Moyano en ese contexto es decir la CGT, es decir, el movimiento obrero organizado, la “columna vertebral” del movimiento de liberación nacional. ¿O ya no tienen sentido esas palabras, en el nuevo orden neoliberal que se apoderó del mundo? ¿El kirchnerismo implicó de algún modo la muerte del peronismo? ¿O su revitalización? De nuevo: ¿qué es el kirchnerismo? O mejor aún: ¿qué es el peronismo tras la muerte de Perón y el río de sangre que el terror hizo correr por el cuerpo social de la Nación? ¿Es el kirchnerismo otra fase del peronismo o es apenas otro modo de designar el mismo movimiento en otra etapa de la historia nacional? ¿Ha muerto esa fase como tal?
Sospecho que todas estas y otras preguntas más seguirán circulando por las discusiones de la escena política nacional, y Latinoamericana, puesto que la figura de Néstor tuvo mucho que ver con las perspectivas de la Patria Grande a inicios del siglo XXI. Pero no necesariamente los días de aniversario sean los más propicios para pensar, cuando muchas veces son momentos para rememorar, compartir silencios, miradas, intuiciones.
Me quedo con esta foto: Chávez y Evo, los dirigentes de los procesos populares que más reinvindico. Y Néstor, una pieza clave en ese realineamiento continental que en 2005 enterró el proyecto del ALCA en Mar del Plata.
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