Relato de la serie Montoneros silvestres
(Publicado en http://www.marcha.org.ar)
Por Mariano Pacheco
Pepe y Lili llegaron
a Buenos Aires con lo puesto, como parte de un traslado de la Juventud
Universitaria Peronista. En Capital Federal, como en otros sitios del país,
Montoneros también comenzó a recibir golpe tras golpe de la represión. Así fue
como el cerco, que se estrechaba cada día, obligaba a los militantes a
replegarse al Conurbano Bonaerense.
Para cuando Pepe abandono su suelo
natal, la situación de Córdoba no era una excepción: como en tantos otros
lugares del país, la estructura de Montoneros se venía cayendo a pedazos hacía
rato. Hacía tiempo, además, que ya no tenía un sustento de masas. Por eso la
retirada no era sólo geográfica. El repliegue se daba hacia otro sitio del
país, pero también, hacia otro lugar dentro del mismo aparato de la
organización. Los únicos lugares seguros, los únicos que realmente quedaban en
pie, eran Rosario y Buenos Aires.
“La idea era ver cómo te salvabas, y
después tomar la decisión si querías o no seguir luchando. Ya era una decisión
bastante individual. Si querías desengancharte no ibas a la cita y listo.
Muchos compañeros hicieron eso. No era una decisión fácil continuar militando
en esas condiciones”, relata Pepe, para quien la sola idea de abandonar la
lucha se le tornaba insoportable.
Al llegar a Capital –no recuerda si
fue antes o después de la caída de la citas nacionales, pero supone que fue
antes, por lo bastante bien que funcionaba todo–, en octubre de 1976, la
organización tenía una estructura que ubicaba a los recién llegados en
distintas pensiones de la ciudad. “El verso que me armé tenía que ver con
hacerme pasar por un nadador cordobés que iba a tal club. Con otro compañero
con quien compartíamos la pieza de la pensión –el Silvio– salíamos con el
bolsito deportivo en la mano todas las mañanas”.
Fue por esa época cuando leyó esos libros
donde aparecían tácticas y estrategia de guerra, sobre todo las que habían
utilizado los rusos contra los alemanes durante la Gran Guerra. Esas lecturas eran
parte de su nueva dinámica militante, junto con la participación en tareas de
propaganda. “Estoy casi seguro de que mucha gente, al igual que nosotros, no
había participado nunca en operativos milicianos. Al menos hasta ese momento”.
Para entonces él aun no participaba
de la estructura de “La Orga”. “Éramos militantes de la JUP. Eso era un traslado de la JUP. Orgánicamente no estábamos
estructurados en Montoneros. Nosotros éramos la última generación, la última
camada que entró a militar antes del Golpe”.
En Capital Federal, además
darles documentos y dinero, los
militantes que los recibieron –enganchados con la estructura federal de la
organización– fueron quienes los atendieron políticamente. Pepe recuerda que,
entre las discusiones que tenían, estaba la de la reinserción. Porque si bien
la organización les daba plata para que se instalaran en las pensiones, la
orden que tenían era buscar trabajo e insertarse dónde y cómo pudieran, pero
insertarse socialmente. “Ese proceso era lento, pero era necesario hacerlo.
Porque si no era como que estábamos haciendo turismo en Buenos Aires: los
teatros, los cines, estábamos de joda”.
El desencadenante de ese proceso fue
lo que pasó una tarde en la Bombonera. Era
la primera vez en su vida, encima, que Pepe iba a la cancha. Pero estaba junto
con todos los cordobeses, que se iban a ver el partido Boca-Talleres. Y lo
sumaron. Ni bien llegaron a la cancha todos se fueron a la bandeja del medio. Salvo
Pepe, que junto con Silver y El Flaco Berti, se van a la bandeja más alta. Desde
allí vieron lo que pasó. Como en otras oportunidades, la barra se entusiasma y
comienza a cantar la marcha peronista. “Los muchachos peronistas, todos unidos
triunfaremos, y como siempre daremos, un grito de corazón…”. El problema fue
que la muchachada montonera se entusiasmó demasiado, y enseguida largaron el
estribillo incendiario: “Ayer fue la resistencia, hoy Montoneros y FAR, y
mañana el pueblo entero, en la guerra popular”. El desencadenante fue que, a la
salida del estadio, el Pulga y el Conejo –dos de los militantes cordobeses que
habían iniciado el cantito de combate– fueron secuestrados. Y para acompañar
los males, comienzan a colaborar con el enemigo. Se produce una crisis grande,
porque la colaboración del Conejo provoca una serie de caídas, y todos se
desparraman. “Nadie sabía cómo organizar el tema de las pensiones”.
Una de esas citas que el Conejo
cantó en la tortura fue la que tenía con Lili. En ese momento Lili vivía con su
responsable. “Ella tenía cita por un lado y yo cita por el otro. Vivíamos en
oeste, bajábamos en Once y nos íbamos a trabajar. Después, cada una hacía sus
cosas por su lado, y a la noche nos veíamos nuevamente en la casa”. Pero ese
día, cuando su responsable va a cumplir con su cita, se entera de la caída del
Conejo. “Sabiendo de mi cita con él, pero desconociendo por medidas de
seguridad el lugar exacto donde trabajaba, se mandó a la zona, y estuvo
caminando en redondo para ver si me encontraba por ahí. Y en un momento dado,
cuando bajo al correo –porque era secretaria, aclara Lili– me la encuentro. Me
dice con la cara desorbitada que hacía como dos horas que me estaba buscando,
porque el Conejo había caído y estaba cantando todo. Era la segunda vez en la
vida que salvaba mi vida”.
La primera vez –recuerda Lili– había
sido en Córdoba, apenas unos meses atrás.
“Yo me había ido a vivir a la
pensión con una compañera que era mi responsable. Ya éramos ilegales las dos,
la cosa estaba jodida. Y ella estaba con otro compañero que hacia el control,
que a su vez era su responsable. No hacía falta que yo cumpliera cita, porque lo
hacia ella por las dos. Pero cuando este compañero cae, ella me dice que
tenemos que levantar la pensión. Entonces embutimos materiales que teníamos y
nos vamos para otro lado. Al tiempo, a las dos semanas ponele, recibo la orden
de ir a levantar la casa porque el compañero no había cantado. Voy… Y cuando
entro a la pensión, me encuentro con una mujer embarazada y dos tipos de civil.
Me empezaron a preguntar inmediatamente por qué me había ausentado tanto
tiempo, a donde me había ido, que estaba haciendo. Y ahí mismo entro a armar un
verso, lo más prolijo que puedo. Les digo que había ido a la casa de mi abuela,
y toda una serie de datos que eran ciertos, legales. La cuestión es que estuve como
una hora y media, con ellos anotando todo. Y cuando me estoy rajando, la vieja de
la pensión me agarra y me dice, mirándome fijamente a los ojos: `encontré cosas`.
No sé por qué, pero la vieja me salvó la vida”.
Ahora Lili se salvaba nuevamente y,
nuevamente, debía salir de raje. Pero: ¿dónde? El nuevo destino es la zona sur
del Conurbano.
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