Por Mariano Pacheco. La importancia de
avanzar con la puesta en práctica integral de la Ley de Medios. El
lugar de los medios populares y comunitarios para la verdadera democratización
de la producción y circulación de la información en nuestra sociedad.
Se
sabe –hoy más que nunca– que hay que hacer un gran esfuerzo para no ser
hablados cotidianamente por otros. Así como también que gestar una mirada
propia, absoluta, es imposible. Por supuesto, si uno se distrae un segundo, cae
en la desgracia de repetir (¡y encima inconscientemente!) el discurso
prefabricado día a día por los medios
político-comunicacionales hegemónicos.
Ya
lo decía Martin Heidegger, allá por 1933: en el cotidiano, vivimos en “estado
de interpretado”. Porque lo hablado “por” el habla traza círculos cada vez más
anchos y toma un carácter de autoridad. “La cosa es así porque así se dice”, señala
Heidegger en Ser y tiempo. Creemos
comprender todo cuando en realidad repetimos aquello que “oímos”, o que
“leímos”… en alguna parte. O que “vimos”, podríamos agregar nosotros hoy, asediados
no sólo por la televisión sino por las de otras formas de invasión publicitaria.
Estas “habladurías” y “escribidurías”, como raramente las llama este pensador
alemán, nos determinan lo que se ve, y cómo se ve.
Por
supuesto, no es sólo que haya sectores que nos mienten diariamente. Sino que
además pretenden hacernos creer que no toman partido, en un caso, o que el
partido que toman para enfrentar a quienes se ocultan bajo el lema de la
independencia es el único modo de decir la verdad. Cuando en realidad, de lo
que se trata, es de dejar en claro que no hay una verdad transparente y
universal, sino que las luchas, las relaciones de fuerzas nos sitúan en una
perspectiva en la cual cada uno defiende a capa y espada su concepción de
verdad. De allí que resulte imprescindible librar las batallas que sean
necesarias para poder ampliar las posibilidades de hacer oír otras voces.
Porque tal como ha señalado alguna vez Michel Foucault, existe todo un sistema
de poder que obstaculiza, que prohíbe, que invalida el discurso y el saber de
las masas. Obviamente, no es que nos autoasignemos un rol específico determinado,
del tipo “somos la vía de expresión popular”, o recurriendo a viejos lemas,
somos “la voz de los que no tienen voz”. No, tan sólo decimos que, ya que se ha
promulgado una ley que abre el juego, bien, entonces, que hagamos lo imposible
por garantizar que el juego se abra ampliamente de una buena vez.
Porque
a esta altura, ya no caben dudas que las cosas son hoy muy diferentes a como se
nos presentaban años atrás, cuando el conjunto de los medios pretendían
mantener a toda costa sus ínfulas de independencia, libertad y neutralidad. Hoy,
en la Argentina contemporánea, hay una batalla que ya se ha ganado: la que
sitúa a los comunicadores como sujetos políticos, con una línea editorial
determinada. En este sentido, la elaboración misma del proyecto de Ley, y su
posterior aprobación –tal como destacó Natalia Vineli en una nota publicada en
la revista Sudestada del mes de
noviembre– logró sacar a la comunicación (y al papel que los medios juegan en
la conformación de la subjetividad social) del lugar de “tema para
especialistas”, para situarlo en un tema de debate, de polémica, de amplios
sectores de la población.
Lo
que está faltando, de la mano de la desinversión por parte de los sectores
empresariales monopólicos de la comunicación, es una verdadera democratización
de la producción y circulación de la información. Situación en la cual podría
avanzarse, al menos de un modo parcial, con la aplicación del 33% del espacio
para las organizaciones sin fines de lucro. Una designación poco feliz, por
cierto, que no da cuenta de las asimetrías existentes entre experiencias
populares, comunitarias de comunicación, y las experiencias atadas a
importantes fundaciones. Pero no importa. Lo que se discute no es lo ideal,
sino lo posible en el corto plazo. Y lo que la nueva Ley de Medios habilita es
a un reordenamiento del espacio radioeléctrico, en el cual estas experiencias
de comunicación popular podrían tener un importante lugar, del cual hoy
carecen.
Por
supuesto, en un nuevo tipo de sociedad, construida sobre nuevas bases, no sólo
estarían en cuestión los monopolios de los medios de comunicación, sino todos
los monopolios, y el carácter privado mismo de la actividad económica y social.
Pero hasta ahora, luego de la derrota de las experiencias de transformación
revolucionaria de las sociedades que dieron todo lo que pudieron durante el
siglo anterior, no se ha edificado en
ningún rincón del planeta una alternativa tal. Tenemos ensayos
político-sociales, como en Venezuela, en donde ya podemos vislumbrar el rol que
los medios empresariales de comunicación juegan para boicotear cualquier
intento de hacer otra cosa. De allí la importancia de librar batallas
comunicacionales más allá del típico lugar de “difusión” o “concientización”.
Los
dados ya ruedan sobre la mesa. El show televisivo cuyo exponente más
emblemáticamente vergonzoso es Jorge Lanata ya viene desde hace rato –como en
otros sitios del continente– dando sus zarpazos sobre el sentido común. Es hora
de no dejar espacios vacíos, y apostar a que las experiencias periodísticas que
pugnan por insertarse críticamente en la realidad (es decir, que pretenden
hacerse cargo del conflicto que estructura una sociedad basada en el
antagonismo) disputen sentido social en mejores condiciones.
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