(VI: Pensamiento Crítico y
Educación Popular)-
Por
Mariano Pacheco
(www.resumenlatinoamericano.org)
En
la quinta hipótesis de este ensayo destacábamos la importancia de
la “democracia de base y protagónica del pueblo”. En un
proyecto que se sostiene sobre estos pilares, no existen
organizaciones de masas que pelean por sus necesidades
por un lado, y partidos de cuadros que
conducen esas luchas hacia la política, por
el otro, sino que se entiende que son las mismas
organizaciones populares las que luchan
a la vez por las necesidades más inmediatas y por cambiar la
sociedad que genera esas necesidades. Pero para que ese
proceso se produzca de manera consciente es necesario que sus
integrantes participen también de un proceso de formación
permanente.
Retomando
la “tríada guevarista” del estudio, el trabajo y la lucha
(la acción directa), la “corriente autónoma”
de los movimientos sociales asume que una de las dimensiones
centrales de las batallas contrahegemónicas contemporáneas es la
cultural, y que así como las disputas contra lo dado se libran tanto
en el terreno político como en el económico-social, no puede estar
exento el plano simbólico de las necesarias luchas por cambiar las
lógicas del mundo tal como está.
De
allí que no se conciba al desafío de ir gestando un pensamiento
crítico como una tarea de especialistas, aunque no se niegue el
aporte específico de la lucha teórica y el rol que los
intelectuales con vocación revolucionaria deben jugar en ese
sentido, pero se aspira a que la praxis transformadora tenga como
protagonistas a sujetos críticos, no escindidos entre unos que hacen
y otros que piensan. Para eso, para que ese desafío sea de verdad
una praxis crítica-revolucionaria, los movimientos populares deben
afrontar la ardua tarea de asumir la formación política como un
proceso integral y permanente, tan importante como la acción
directa, la auto-gestión del trabajo, la disputa sindical y el
trabajo territorial en los distintos ámbitos en los que se
desarrolle la organización desde abajo.
La
corriente autónoma de los movimientos sociales entienda a la
formación (permanente e integral) como una
prioridad en la práctica por parte de las organizaciones y
movimientos populares adscriptos a la también denominada Nueva
Izquierda Autónoma. Por supuesto, la formación no se produce sólo
si se asiste a un curso, un taller, un encuentro de debate y
reflexión, porque los sujetos críticos se forman en la lucha, en el
trabajo, en la participación. Pero también las instancias de
estudio, de formación, los ámbitos de reflexión y análisis, se
tornan centrales a la hora de pensar y comprender la realidad que se
pretende cambiar.
En
un mundo edificado sobre la división entre el trabajo manual y el
trabajo intelectual, las dinámicas de formación no surgen
espontáneamente. Hay que crear espacios donde poder reflexionar,
estudiar, analizar, pensar las reivindicaciones y las luchas,
proyectar los sueños.
Lejos
del vanguardismo ilustrado, pero también del anti-intelectualismo
ramplón, la corriente autónoma de los movimientos sociales trabaja
la formación desde la concepción y la práctica de la Educación
Popular (E.P), entendida como proceso de formación, permanente e
integral, de quienes participan de las organizaciones populares.
La
reivindicación de
la E.P tiene que ver con la
posibilidad de construir relaciones de antagonismo con los enemigos
del pueblo, pero de confianza y diálogo (que no niega la discusión
y la polémica, más bien todo lo contrario), al interior de las
organizaciones populares. Por otra parte, la
corriente autónoma de los movimientos sociales entiende
que la E.P fortalece el
trazado de un legado Latinoamericano,
ya que se la reivindica como
una invención de la izquierda del
continente durante las
décadas del 60 y del 70. Una izquierda nutrida de la teología de la
liberación, del proceso de la Revolución Cubana y más tarde, de la
Sandinista; una izquierda no “soviética” ni encuadrada en los
“ismos” internacionales (estalinismo, maoísmo, trotskismo…).
La
E.P se ubica entre
el basismo y el vanguardismo, porque
busca profundizar los procesos de participación popular, sin
desconocer por ello que siempre hay núcleos
militantes
que dinamizan la
participación.
De allí que la E.P consista en desarrollar acciones de formación
articuladas, en las cuales los saberes y deseos, los pensamientos y
las prácticas de los participantes se pongan en juego, se compartan,
en la búsqueda de
fortalecer la capacidad de intervención política, singular
y colectiva.
La
E.P parte de una concepción antiburocrática, que pone énfasis en
la participación, y que cuestiona la lógica de la representación y
critica la idea del militante-especialista. Una concepción que hace
de la participación masiva la condición para profundizar la
creatividad, desarrollar la democracia de base y consolidar la
organización popular.
La
E.P también cuestiona
la confianza ciega en la razón, en la conciencia, y
por eso no escinde las
prácticas y pensamientos, de
los sentimientos y los
deseos. De ahí que la EP trabaje con lo que los protagonistas de las
luchas, de los procesos de organización, sienten, piensan y hacen.
La indignación puede ser el punto clave para decir “ya basta”,
para la rebeldía, sin la cual es difícil pensar en la revolución.
Rebeldía que puede operar como incentivo para que las pequeñas
luchas conquisten pequeñas victorias, desde las cuales proyectar
nuevas y más grandes luchas y victorias. Desde
esta concepción, la E.P entiende que no hay cambio social si no es a
condición de la participación de las masas populares
en el proceso de
transformación, que a su vez transforma a las singularidades
existenciales que participan de dicho proceso.
La
E.P entiende que, así como desde estas
concepciones no es posible establecer jerarquías entre las personas
que participan de un proceso de organización y lucha popular,
tampoco puede negar que en esos procesos hay militantes que se van
destacando como referentes, porque están más dispuestos a
comprometerse y asumir responsabilidades. De allí que destaque que
la formación de los activistas también
sea fundamental, en
la medida en que permanezca en el horizonte
la búsqueda por
achicar esa brecha entre los que más y los que menos participan (a
mayor participación de las bases en la construcción del proyecto,
mayor fortaleza, y no a la inversa).
De ahí la necesidad de que la participación comience a ponerse en
práctica en la formación. Sino, se corre el riesgo de hablar de la
participación como de un asunto teórico y no práctico-teórico.
Que
la E.P no se proponga “bajar línea” no significa no haya
direccionalidad de los procesos de formación. Es muy importante
entender a la formación como un proceso, encuadrada dentro de los
marcos de construcción de la organización. Por eso la formación no
se entiende sólo en términos teóricos, sino también prácticos.
Por ejemplo, apostar a que cada vez más gente pueda contar con las
herramientas y la experiencia de planificar una actividad, realizar
evaluaciones, debatir, etc. También organizar reuniones,
movilizaciones, entablar negociaciones con el poder político, hablar
con los medios de comunicación, con otras
organizaciones políticas.
Lo
que diferencia a estos procesos de
formación de la educación tradicional, o
el adoctrinamiento, en todo caso, tiene que ver con el
punto de partida: del grupo y no de quien
coordina. Del grupo, pero también de cada uno de quienes lo
integran. Porque para
la E.P es importante que
cada persona pueda vincular su propia experiencia singular
con el devenir grupal, para no trazar objetivos que estén por encima
de las posibilidades reales del colectivo.
La
E.P incita a las personas a comprender la situación en la que
vive, a imaginar y desarrollar proyectos,
partiendo de que saber, se sabe. Quien es explotado sabe de la
explotación; quien lucha sabe de la lucha. Por eso el punto de
partida, para la E.P, es el de las personas que se están formando,
no otro. Así, quien reflexiona y estudia comprende a fondo la
realidad. La comprensión de la realidad tiene siempre dos costados.
Uno de ellos es el estratégico: conocer significa la posibilidad de
actuar mejor sobre la realidad. Otro es el ideológico: conocer
permite afianzar la confianza en lo que podemos hacer nosotros
(los de abajo, los trabajadores, los
oprimidos y explotados) y la indignación
frente a lo que hacen ellos (los
de arriba, las clases dominantes, la burguesía).
El
desafío de
construir una sociedad sin explotadores ni explotados pone por
delante, a su
vez, muchos
desafíos. Uno de ellos consiste en creer, es
decir, en
tener confianza en esa posibilidad. Para ello, la E.P se propone
accionar para que las personas piensen más allá de todos los días,
se animen a pensar que se puede vivir de otra manera y,
fundamentalmente, que tengan confianza en esa lucha. En ese sentido,
saber es importante. Hay
toda una línea de intervención de la E.P que tiene que ver con
combatir la idea de que ante situaciones cotidianas desagradables no
se puede hacer nada (“No
hay que ser sabio ni leer muchos libros para soñar un mundo
mejor…”).
Basta recordar
lo que decía
Ernesto “Che”
Guevara, el
Comandante NuestraAmericano:
sentir indignación ante las injusticias, es eso lo que nos hace
compañeros.
Las
subjetividades y las expresiones culturales que se ponen en juego en
las luchas populares son, también, de vital importancia para la
práctica de la
E.P. La
importancia que van adquiriendo los discursos, lenguajes, símbolos,
modos de festejo y enfrentamiento es
parte fundamental de su concepción. Algunos llaman a eso mística.
La mística
consiste en hacer que la gente se sienta bien en la lucha y a la vez,
que se vivencie colectivamente el deseo de cambiar las cosas.
La
E.P no busca sustituir la lucha, ya que sólo ésta puede cambiar la
realidad. En todo caso, la E.P busca fortalecer la lucha a través de
proceso educativos, de formación, sin desconocer que la propia lucha
ya es educativa, formativa.
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