Sobre las luchas por el derecho a la salud mental
Por
Mariano Pacheco
Tras
un nuevo aniversario del Día Mundial de la Salud Mental, un repaso
por las políticas del macrismo que tienden a la enfermedad y el
encierro, y la resistencia diaria de usuarios, profesionales y
personas interesadas en sostener enclaves comunitarios como espacios
y dinámicas saludables.
El
viernes pasado, bajo la consigna “La
salud mental se planta, que broten nuestros derechos”, una
nutrida columna se desplazó por las calles de Córdoba capital, en
la tercera edición de esta Marcha por el Derecho a la Salud Mental,
que este año logró realizarse en coordinación con otras ciudades
del país y del mundo.
“Históricamente,
las personas con padecimiento mental han sido consideradas y
denominadas
como locos
peligrosos, locos delincuentes, locos incapaces. Por esto han sido objeto de castigos y las respuestas que se
han dado han ido desde acciones piadosas, de reeducación y control por medio del aislamiento, encierro y
medicalización”, destacaron desde el colectivo organizador de la Marcha en Córdoba, integrado por psiquiatras y psicólogos, usuarios y estudiantes de psicología, pero también estudiantes de otras carreras universitarias, comunicadores y talleristas, personas sensibilizadas y comprometidas con la situación de la salud pública en general.
peligrosos, locos delincuentes, locos incapaces. Por esto han sido objeto de castigos y las respuestas que se
han dado han ido desde acciones piadosas, de reeducación y control por medio del aislamiento, encierro y
medicalización”, destacaron desde el colectivo organizador de la Marcha en Córdoba, integrado por psiquiatras y psicólogos, usuarios y estudiantes de psicología, pero también estudiantes de otras carreras universitarias, comunicadores y talleristas, personas sensibilizadas y comprometidas con la situación de la salud pública en general.
Seguramente
la reciente
derogación
de la resolución 1.484 de la Ley
Nacional de Salud Mental,
llevada
adelante por el
gobierno
de
Mauricio Macri, haya reavivado ciertas indignaciones y promovido
mayores procesos de movilización, en un sector que viene ejerciendo
acciones de resistencia y creación desde hace años. La
resolución 1.484
fue
aprobada en 2015 y
establecía
el plazo de
un año para reducir
el
cupo “mínimo de camas” en las instituciones psiquiátricas,
tanto
públicas y privadas, en el
camino hacia sustituir
estas instituciones
por
nuevos
espacios, regidos
por otras
lógicas, sostenidas
sobre otros paradigmas.
Esta
avanzada del Ministerio de Salud de la Nación sobre una ley que de
todos modos no había logrado implementarse plenamente, permite un
claro avance de los sectores que promueven la privatización y la
medicalización de la salud.
De
allí que desde la organización de la movilización realizada el
viernes, hayan denunciado la disminución del presupuesto destinado a
salud mental, así como también que desde el Estado no se haya
avanzado en la creación de una red de abordaje integral y una
institucionalidad que permita controlar y erradicar las
prácticas manicomiales. Plantarse, entonces, sostuvieron desde la movilización, para exigir equipos de salud mental en los barrios, que funcionen con dinámicas interdisciplinarias y comunitarias; para reclamar por la readecuación de los servicios de salud mental en hospitales generales; para exigir dispositivos con participación ciudadana real en la implementación de las políticas públicas; para que se brinde atención infanto-juvenil a través de dispositivos apropiados y para que la medicalización no sea la principal respuesta; para que se diversifiquen las respuestas con dispositivos sustitutivos al manicomio y para que la internación sea efectivamente el último recurso, sin dejar de ser respetuosa de los derechos de las personas y de sus particularidades culturales .
“Todos los abordajes comunitarios en salud que se vienen realizando son los más avanzados. Desde la década del 70 la salud está invadida por la creación de necesidades, la venta de medicamentos y toda una dinámica que sostiene a los laboratorios”, comenta Alejandro Vainer, uno de los editores de Topía. Revista de psicoanálisis, sociedad y cultura, que desde hace 25 años dirige Enrique Carpintero. Para Vainer, el abordaje territorial, comunitario de la salud mental es muy importante, ya que no considera a la salud mental aislada del resto de abordajes en salud comunitaria que puedan hacerse territorialmente, que a su vez están inscriptos “en una concepción de salud no privatista sino pública y universalista”.
prácticas manicomiales. Plantarse, entonces, sostuvieron desde la movilización, para exigir equipos de salud mental en los barrios, que funcionen con dinámicas interdisciplinarias y comunitarias; para reclamar por la readecuación de los servicios de salud mental en hospitales generales; para exigir dispositivos con participación ciudadana real en la implementación de las políticas públicas; para que se brinde atención infanto-juvenil a través de dispositivos apropiados y para que la medicalización no sea la principal respuesta; para que se diversifiquen las respuestas con dispositivos sustitutivos al manicomio y para que la internación sea efectivamente el último recurso, sin dejar de ser respetuosa de los derechos de las personas y de sus particularidades culturales .
“Todos los abordajes comunitarios en salud que se vienen realizando son los más avanzados. Desde la década del 70 la salud está invadida por la creación de necesidades, la venta de medicamentos y toda una dinámica que sostiene a los laboratorios”, comenta Alejandro Vainer, uno de los editores de Topía. Revista de psicoanálisis, sociedad y cultura, que desde hace 25 años dirige Enrique Carpintero. Para Vainer, el abordaje territorial, comunitario de la salud mental es muy importante, ya que no considera a la salud mental aislada del resto de abordajes en salud comunitaria que puedan hacerse territorialmente, que a su vez están inscriptos “en una concepción de salud no privatista sino pública y universalista”.
Para
muchos especialistas, más allá de sus límites, la gran virtud de
la Ley Nacional de Salud Mental argentina (promulgada por el Congreso
de la Nación en 2010 y reglamentada luego de un decreto en 2013)
radica en el hecho de que en ninguna parte del texto se hable de
“enfermedad mental” ni de “tratamientos”, sino de
“padecimiento mental” y “procesos de atención” a los
“usuarios”.
Incluso
algunos referentes en la materia, como Vicente Galli (Director
Nacional de Salud Mental entre 1984 y 1989), han destacado la
eficacia de este tipo de abordajes en contraposición a los
sostenidos sobre el paradigma de las “hiper-especialización” y
la “medicalización”. Galli, por ejemplo, reivindica el abordaje
“Comunitario, Colectivo y Territorial” de la salud mental desde
una perspectiva de “interdisciplinariedad” que, lejos de borrar o
diluir las responsabilidades específicas, las sitúa en una
“perspectiva integradora”, cuyo eje está puesto en las tramas
colectivas, en “equipos interdisciplinares” y “saberes no
disciplinables”.
Cambiar
de paradigma
En
el libro Vivir sin manicomios. La experiencia de Triste,
publicado hace algunos años por
editorial Topía, su autor --Franco Rotelli-- destaca la
importancia de concretar los derechos consagrados en los textos de
las leyes.
El
psiquiatra italiano pone énfasis en la necesidad de cambiar de
paradigma: no solo sobre el hospital y la psiquiatría, sino además
sobre la mirada que el propio psiquiatra tiene de sí mismo, y de la
locura. Porque el cambio de paradigma, dice, implica además un
cambio en las relaciones de poder. Y también: un abordaje diferente
en la agenda de trabajo.
Rotelli
rescata de la Ley 180 italiana, que fue un referente mundial en la
temática, quince “principios operativos” que, de modo sintético,
podríamos resumir a través de una serie de énfasis: en el sujeto y
no en la enfermedad; en una crítica al manicomio; en la necesidad de
participación ciudadana; en la definición de “no neutralidad”
de clase de los “aparatos psíquicos”; en las necesidades
concretas de los usuarios y la necesidad de combatir el estigma y la
exclusión social; en la posibilidad de definir “la libertad”
como un espacio en el que es posible imaginar un “encuentro” más
allá de la “enfermedad”; en las modalidades colectivas de los
tratamientos; en la dimensión afectiva y el respeto por la
diversidad; en el valor “terapéutico” de las múltiples
prácticas de la vida cotidiana y, finalmente, en el “valor
emancipador general” de las prácticas específicas de la salud
mental, que pueden ser pensadas como “laboratorios” para
políticas más en general, que apuesten a “un cambio radical de
las instituciones”.
Por
otra parte, el autor subraya el necesario doble trabajo de
deconstrucción de las estructuras psiquiátricas y la construcción
del proyecto que, en el caso de Trieste, encontró en las
cooperativas un rol central. Grupos de teatro, video, diseño
gráfico, limpieza, venta de productos fabricados por los propios
usuarios o talleres como los de teatro, danza, música, cerámica o
alfabetización, resultaron de vital importancia para el proceso de
“desmanicomialización” que aconteció en Italia, junto con lo
aquello que Rotelli denomina como “contaminación”, es decir,
como una “trama de intercambios” entre el mundo “normal”, y
el otro. Contaminación que parte de la necesidad de cuestionar el
“viejo módulo separado” (del médico/psicólogo) para convertir
a las experiencias en “laboratorios de producción de relaciones y
de conexiones”. “La empresa social comprende no solamente la
activación de cooperativas de formación y de trabajo, sino el
conjunto de iniciativas culturales, de conexión entre todas las
agencias que construyen gradualmente en la ciudad el derecho de
ciudadanía”, especifica.
Ese
paradigma que –sólo en parte-- la Ley Nacional de Salud Mental
contempla (¿contemplaba?), es sobre el que el macrismo, como en
otras esferas de la vida social, se propone avanzar para desarticular
barriendo la cancha (como se dice popularmente), para abrirle
nuevamente paso a las formas clásicas de entender la salud desde la
enfermedad como correlato del control social.
Basado
en la experiencia de desmanicomialización desarrollada en Trieste,
Franco Rotelli argumenta que el desarrollo de una “empresa social”
coincide con la necesidad de implementar una “acción habilitadora”
y “rehabilitadora”, es decir, que apueste a la emancipación.
Para ello, concluye, son necesarias la fuerza “de los movimientos
sociales, un nuevo protagonismo de los pacientes y un largo proceso
de autocrítica dentro de las corporaciones profesionales”.
ENCLAVES
COMUNITARIOS
Durante
el último fin de semana de noviembre (los días 25, 26 y 27), en la
Copi de Villa Carlos Paz, se realizará el 6° Encuentro de Prácticas
Comunitarias en Salud. Dicho encuentro trabaja con “Comisiones
Organizadoras Regionales” que funcionan de manera permanente en
Buenos Aires, Rosario, Mendoza y La Plata, suele realizar durante el
año Pre-encuentros en las distintas ciudades. Hasta el momento se
han realizado encuentros en Buenos Aires (2011 y 2012), La Plata
(2013), Rosario (2014) y Mendoza (2015).
El
Encuentro
de Prácticas Comunitarias en Salud
es un conjunto de servicios, instituciones, ONGs, agrupaciones
políticas, sociales y profesionales, agrupaciones
estudiantiles,
organizaciones vecinales, micro-emprendedores, equipos de atención y
personas del campo de la salud mental de todo el país, articuladas
en red en pos del desarrollo de la salud comunitaria.
El
mes pasado, cuando visitó Córdoba para participar del Pre Encuentro
de
Prácticas Comunitarias en Salud,
Vicente
Zito Lema rescató el “valor de eso” de las prácticas
comunitarias frente al “valor de cambio” que
propone
la medicina hegemónica, que –dijo--
“transforma
todo en un negocio”, hasta lo más sagrado, “como es nacer y
morir”. Frente
a esos paradigmas, las resistencias se multiplican y se hacen oír.
Movilizaciones como las del viernes, encuentros como el programado
para noviembre, no hacen más que evidenciar que hay un creativo
reverso de potencia social al “pragmatismo neoliberal” propuesto
por el macrismo.
*Publicado en www.revistazoom.com.ar
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