TORTURAS, GOLPIZAS, AMENAZAS Y CASOS DE GATILLO FÁCIL
Por
Mariano Pacheco
Un
nuevo caso de gatillo fácil en la localidad bonaerense de San Martín
y la denuncia por torturas perpetradas por agentes de
Prefectura contra dos adolescentes en CABA pusieron nuevamente en el
centro de la escena política
el debate acerca
del
rol de las fuerzas de seguridad en el sistema democrático.
En
su emblemático poema “Verbo
irregular”, escrito
durante la primera mitad de la década del 70, el poeta Roberto
Santoro (detenido-desaparecido por el terrorismo de Estado), apuntó:
“Yo
amo/ tú escribes/ él sueña/ nosotros vivimos/vosotros cantáis/
ellos matan”. “Más
poesía y menos policía, más poesía y menos policía”, suelen
corear los manifestantes en las masivas movilizaciones realizadas en
Córdoba cada noviembre para reclamar la derogación del “Código
de Faltas”, hoy denominado “Código de convivencia”. Parece
que la policía y la poesía no se llevan bien. No es para menos,
lejos de cualquier sensibilidad ciudadana/democrática, los agentes
de las fueras de seguridad parecen haber tomado a los jóvenes
trabajadores, a los muchachos de los barrios pobres no solo como el
blanco predilecto para su secta de gatillo alegre, sino además como
objeto de sus pulsiones más oscuras.
EL
ALEGRE GATILLO DE NUESTRAS SECTAS
El
viernes pasado, vecinos de la localidad de San Martín se movilizaron
por las calles del Norte
del Conurbano reclamando Justicia, bajo la consigna “A
Víctor lo mató la policía”. Víctor González tenía
37 años, dos hijos y seis hermanos. El lunes 26 de septiembre,
mientras tomaba unas cervezas en la esquina de su barrio, con unos
amigos, unos tiros comenzaron a sonar por allí. Después, nada: ni
sonidos, ni imagenes, ni respiración.
Le llegó la muerte. La señora del almacén que
le vendió la cerveza contradijo
la versión policial, que de
entrada dijo que era
un delincuente, y aseguró que el muchacho, que trabajaba con su papá
en la construcción de un edificio, había ido a su negocio a saladar
las cuentas del fiado, como semanalmente hacía. El
de Víctor es
solo uno de los siete casos denunciados por la
Coordinadora Contra la Represión Policial e Institucional (Correpi),
ocurridos entre
el 16 y el 24 de septiembre: 7 asesinatos
en 8 días, perpetrados por las fuerzas de seguridad del
Estado (http://correpi.lahaine.org/?p=1813).
“Lo
ocurrido muestra la persistencia de las peores prácticas de las
fuerzas de seguridad y los efectos de las políticas centradas en el
control poblacional con un enfoque discriminatorio” sostuvieron
desde el Centro
de Estudios Legales y Sociales (CELS)
y la Campaña Nacional Contra la Violencia Institucional, en una
declaración conjunta que hicieron el mismo viernes, día en que se
conoció el caso de Iván Navarro y Ezequiel Villanueva Moya. Según
difundió La
garganta poderosa,
el episodio ocurrió el sábado 24 de septiembre, cuando dos
chicos que participan de su revista en Villa
Zavaleta padecieron otro episodio de violencia por parte de las
fuerzas represivas, aunque en este caso tuvieron la “suerte” de
que no les costara a vida. Ezequiel
Villanueva Moya, de 15 años, salió de su casa
esa
tarde para
visitar a su abuela. De regreso, ya
de noche,
se
encontró con
su amigo Iván Navarro, de
18 años.
Fue
entonces cuando
los
paró la Policía Federal, los
requisó y luego los dejó ir… por unos metros, porque después
fueron detenidos por miembros de la
Prefectura Naval,
quienes se
los llevaron,
los amenazaron y golpearon, los
torturaron. A estos procedimientos de las fuerzas de seguridad
típicos de la post-dictadura, los “marrones” sumaron “simulacros
de fusilamiento”. De
los veinte implicados, siete están
detenidos.
Fueron
imputados por el
fiscal Adrián Giménez, acusados por torturas (delito
que contempla penas que van de 8 a 25 años, como en casos de
homicidios),
la
misma tipificación que se utilizó en el
caso
Luciano
Arruga.
Cuando
el Estado mata
Según
puede
leerse en el
Informe
Anual 2016 producido por el CELS
(http://www.cels.org.ar/especiales/informe-anual-2016/wp-content/uploads/sites/8/2016/06/IA2016-CELS.pdf)
al
menos 162 personas perdieron
la vida durante
2015 en hechos de violencia de
los que participaron miembros de instituciones de seguridad (36
eran integrantes de esas instituciones y 126 eran ciudadanos
particulares).
Si
bien el informe, respecto de 2014, se observa un
descenso de la cantidad de
particulares
muertos (ese
año
estuvo
caracterizado por
un pico pronunciado en relación con la última década),
los números, detrás de los cuales están presentes biografías
singulares,
se
ubica en niveles semejantes
a los alcanzados entre 2009 y 2013. Esto,
según palabras del propio CELS, implica que persiste
un “núcleo duro” de muertes que el Estado no
ha podido reducir.
De los 126 ciudadanos
en 2015, 53 fueron ultimados por la Policía Federal, 49 por la
Policía Bonaerense, cinco por la Policía Metropolitana, tres por
las policías locales, tres por la Prefectura, uno por Gendarmería,
otro por un funcionario del Ejército, dos por el Servicio
Penitenciario Federal y tres por el Servicio Penitenciario Bonaerense
(de
otros seis no se disponen datos relativos
a
la fuerza en que se desempeñaba el funcionario).
El
informe llama la atención respecto de la preponderancia del
involucramiento de las fuerzas
federales en
estos casos (57), más que las de la provincia de Buenos Aires (52),
y de la CABA (5), ya que históricamente,
la fuerza policial que concentraba mayor cantidad de hechos de
violencia letal era la Bonaerense. “Sin embargo, en los últimos
tres años, hemos registrado más muertes ocasionadas por la Policía
Federal que por la Bonaerense”,
puntualiza
el CELS.
LA
GORRA ANTE LA GORRA
A
poco más de un mes de realizarse la 10° Marcha de la Gorra en
Córdoba, un conjunto de organizaciones sociales antirepresivas
realizaron ayer una conferencia de prensa en la Biblioteca del
sindicato de Luz y Fuerza, para informar sobre el fallo favorable
respecto del Hábeas Corpus preventivo colectivo presentado con
anterioridad, como parte de una estrategia jurídico-política
elaborada de manera conjunta por distintos movimientos sociales y
abogados de derechos humanos. La Cámara de Acusaciones ordenó que
se haciera lugar a este Hábeas Corpus, revocando de este modo el
fallo del Juzgado de Control de Séptima Nominación que lo había
rechazado. Las organizaciones han denunciado que, desde que
comenzaron en 2014 los denominados “Operativos de Saturación”,
realizados por la policía de la provincia, numerosas personas se han
visto atropelladas en sus derechos. Las detenciones masivas y los
procedimientos arbitrarios, señalaron, dan lugar a arrestos por
“resistencia a la autoridad” (figura cuestionada incluso por
algunos magistrados) y por contravenciones, las cuales -subrayaron-
“carecen de fundamento judicial”.
Córdoba
tuvo el triste privilegio de ser la provincia con mayores casos de
gatillo fácil en 2014. Según un
informe realizado por el Observatorio de Derechos Humanos de la
Universidad Nacional de Córdoba (UNC), titulado “Uso
letal de la fuerza por parte de agentes estatales en Córdoba”
(www.unc.edu.ar/extens),
las víctimas por el “uso letal de la fuerza por parte de agentes
estatales en Córdoba”, en
el período que va desde
2011 hasta Abril de este
año,
se eleva a 77. Los
años 2013
y 2014 fueron
los que
registraron más víctimas (18). Sin
embargo,
en los 4 primeros meses de 2016,
el número de
casos ya llegó a cinco.
“Lejos
de escuchar la denuncia de los familiares y de una revisión seria de
la conducta de los agentes de la Policía de Córdoba, el discurso
oficial sigue subido a la ola de la (in)seguridad con más policía
(más impune) en las calles”, destacaron desde el Frente Organizado
Contra el Código de Faltas (FOCCOF), quienes subrayaron que,
finalizado el 2015, el gobierno de Unión por Córdoba había gastado
“$1.311 por persona para mantener jardines y escuelas primarias”,
pero destinó “más de $ 8.000 millones a copar la ciudad de
policías”.
Contra
eso que en Córdoba, los movimientos sociales y los abogados de
derechos humanos han calificado como “Estado policial”, se
protestará el viernes 18 de noviembre, en la décima edición de la
Marcha de la Gorra.
OCUPAR-RASTRILLAR-DISCIPLINAR
Las
distintas fuerzas de seguridad ya no se distinguen tanto entre sí
cuando de lo que se trata es de “verduguear” a los pibes en las
barriadas.
Durante
cierto tiempo la prefectura y la Gendarmería eran fuerzas que
gozaban de cierta legitimidad ante la población, como una suerte de
plus, un extra o al menos, pocas en contra, a diferencia de la
Policía Federal, y sobre todos, de las provinciales (“la maldita
policía”, solía ser el modo de nombrar a la Bonaerense, acaso una
de las más “bravas” del país). Ahora esa legitimidad está cada
vez más erosionada, porque lejos de ese ideal de que eran agentes
“distintos”, sus prácticas no varían demasiado de las ya
conocidas rutinas policiales. Ya en 2002, cuando se produjeron los
asesinatos de los jóvenes militantes Maximiliano Kosteki y Darío
Santillán (en la denominada “Masacre de Avellaneda” del 26 de
junio de 2002), la Prefectura bajó del Puente Pueyrredón (donde
tenía jurisdicción operacional) para sumarse a la represión en
suelo bonaerense. Desde entonces, su presencia en la zona sur de la
Ciudad Autónoma de Buenos Aires se ha ido incrementando.
Gendarmería
y Prefectura funcionan hoy -desde hace algunos años, en rigor de
verdad- como una máquina disciplinadora de los jóvenes en los
territorios. No en vano desde el Colectivo Juguetes Perdidos
han denominado estas “prácticas moralizadoras”, habituales de
prefectos y gendarmes, como un “Servicio militar a cielo abierto”.
Y esa práctica, tal vez exacerbada este año, viene de antes, como
de antes vienen los “pibes silvestres”, eso que -para decirlo
nuevamente con las palabras del Colectivo mencionado- esos que
“crecieron solos”, que “se hicieron a sí mismos” y que hoy
son como una postal de la “década ganada”, su reverso.
Durante
la gestión del ingeniero Mauricio Macri se han exacerbado estas
rutinas violentas y represivas por parte d ellas fuerzas de
seguridad, pero no vendría mal recordar que el problema viene de
larga data, y que hasta ahora los gobiernos no han logrado, no han
sabido, no han querido desandar esas prácticas, que en numerosos
casos se transforman lisa y llanamente en homicidios, en crímenes
que además suelen quedar impunes. De
muertes por gatillo fácil, tortura u otras modalidades, desde
diciembre de 1983 a la fecha, se
han producido 3.152
casos,
un
promedio
que
va de los 200
a
los
300 casos por año.
Así
como en décadas anteriores ningún gobierno parecía estar dispuesto
a enfrentar a la corporación militar, hoy parece difícil encontrar
a quienes estén dispuestos a problematizar de vedad el rol que
juegan las fuerzas de seguridad en nuestra sociedad.
Mientras
tanto, los casos de abuso policial, de violencia institucional y
gatillo fácil se siguen cobrando vidas.
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