Pueblada en Baradero, el
paro del 7M de la CGT y un contrapunto entre los 90 y hoy
Mariano Pacheco
(@PachecoenMarcha)
Baradero: un pueblo que votó
masivamente a Mauricio Macri y hoy se puso en pie de guerra contra el
ajuste de Cambiemos. La experiencia del ciclo de resistencia
antineoliberal. Semejanzas, diferencias y aprendizajes. Los 90 y la
actualidad.
Las diferencias de lo que pasa
en nuestros días respecto de lo acontecido en el período que va
desde las puebladas en Cutral Có y Plaza Huincul, en 1996, hasta la
Masacre de Avellaneda del 26 de junio de 2002 son seguramente mayores
que las similitudes. De todos modos, no estaría demás reparar, no
tanto en los paralelismos, sino en las enseñanzas, que consciente o
inconscientemente, están presentes hoy en el campo social.
A
diferencia de lo que pasó hace unas semanas en Baradero, donde el
pueblo salió a las calles acompañado de las organizaciones
gremiales del lugar, el pasado 7 de marzo importantes sectores del
pueblo argentino salieron a las calles -sobre todo en Buenos Aires--
pero con un amplio sentimiento de malestar respecto de los dirigentes
sindicales. Y eso se hizo sentir con fuerza en el acto en Plaza de
Mayo, más allá de las internas, e incluso, más allá de quienes se
quedaron e insultaron al triunvirato. La imagen, además de
elocuente, no puede sino traer remembranzas de aquella consigna
coreada por miles en diciembre de 2001 y el primer semestre de 2002:
«Que se vayan todos, que no quede ni uno solo». Más allá de lo
polémico de dicho cántico, lo cierto es que en el sindicalismo
argentino --parte central de la «crisis de representación» de
aquellos días-- es en donde menos se se expresó aquel anhelo. No
entraremos en debate aquí respecto de cuánto se fueron o no los
integrantes de la «clase política» --la «casta» dicen hoy los
españoles-- pero sí, al menos así lo considera este cronista, es
innegable que ciertos discursos sociales y determinadas políticas
de Estado tuvieron que tomar otros rumbos tras el cuestionamiento y
la crisis que estalló en 2001 pero que había comenzado a gestarse
varios años atrás.
Baradero en las calles
Baradero es
un distrito conformado por cuatro localidades de la provincia de
Buenos Aires, situado a unos 15o
kilómetros de la Ciudad Autónoma. Según el último censo, cuenta
con una población de 32.761 personas de las cuales, en las últimas
elecciones nacionales, casi 9.000 votaron por Cambiemos (el 42,3% del
padrón electoral) que llevó a Mauricio Macri a la presidencia de la
Nación y a Fernanda Antonijevic a la intendencia (una de las 64
intendencias bonaerenses conquistadas por la actual alianza
gobernante). A principios de mes, ese mismo pueblo que votó en las
urnas por un cambio reclamó en las calles otro cambio, esta vez,
respecto de ese mismo oficialismo que salió triunfante en octubre de
2015.
Alrededor
de las siete de la tarde del cuatro de marzo, cuando una nutrida
columna de familias trabajadoras arribaron a la Municipalidad de
Baradero se toparon con otros miles de vecinos autoconvocados que
allí los esperaban. El principal reclamo de la protesta se centró
en la escasez de fuentes de trabajo tras el cierre de Atanor S.A
Planta Baradero, la preocupación por el preventivo de crisis
presentado por Ingredion (que amenaza con despedir unos 80
trabajadores), por la quiebra de Germaiz y otros ajustes en
diferentes empresas de la ciudad., como Refinería, Atanor y otras
tantas que dieron también de baja a las tercerizadas que contrataban
para realizar distintas obras.
Según
declaraciones del titular local de la Unión Obrera de la
Construcción de la República Argentina (UOCRA), Miguel Hereñú,
son 3.000 los trabajadores de distintas actividades que perdieron
sus trabajos en los últimos meses. A esto se suma el anuncio de
reducción de turnos en algunas empresas radicadas en la zona (lo que
trae aparejado nuevos despidos y suspenciones, precarización de las
condiciones laborales, magros aumentos salariales).
Algunos twits que circularon
por aquellas agitadas horas dejaban leer: «Que se vayan todos». Y
también: «Baradero paró antes que la CGT».
Las
diferencias entre puebladas como las de Cutral Có y Plaza Huincul en
1996 (que duraron días en los que la población permaneció en las
rutas con barricadas y enfrentó la represión de Gendarmería
Nacional) con la recientemente producida en la localidad bonaerense
de Baradero son notables. Pero el denominador común es que todo un
pueblo salió a las calles, indignado con sus gobernantes y dispuesto
a defender su dignidad ante los atropellos del poder. Eso, al menos,
no debería subestimarse. Tampoco el «efecto contagio» que este
tipo de experiencias suelen tener. No olvidemos que tras aquellas
primeras puebladas en el sur, al poco tiempo, prácticamente todas
las provincias del país amanecieron algún día con sus rutas
cortadas.
Del piquete al movimiento
«A los
noventa no volvemos nunca máaaas». La consigna, coreada por amplias
franjas de las militancias, tuvo su contrapunto días después del
triunfo del Pro-Radicalismo, cuando esas mismas militancias
comenzaron a equiparar al nuevo gobierno con el menemista, a Macri
con Carlos Saúl y a las protestas emergentes con las de antaño (aún
en sus nombres: Marcha Federal, Marcha de la Resistencia, etcétera).
La
operación más sencilla a partir de la pueblada en Baradero sería
pensar que podría habilitar algo similar a lo que habilitaron las de
la Patagonia, pero sería un ejercicio perezoso. Los de entonces
fueron estallidos en pueblos petroleros (como también los de General
Mosconi en Salta), que vivían alrededor de las plantas de YPF y que
quedaron «en pampa y la vía» tras las privatizaciones. Además las
del Sur contaron con un protagónico papel jugado por la Asociación
de Trabajadores de la Educación de Neuquén (ATEN) y se dirigieron
contra un «poder político» que llevaba décadas en el gobierno: el
Movimiento Popular Neuquino (MPN), que contaba con dirigentes como
los Sapag, muy acostumbrados a tratar los conflictos sociales como
cuestiones domésticas. De allí la sorpresa que implicó la
pueblada, en la que ya no solo estaban los ex obreros petroleros sino
sus familias enteras, con las mujeres y los jóvenes a la cabeza (lo
que aportó radicalidad a las medidas, porque estaba en juego el
hambre de los niños, el hartazgo de las promesas y la inexperiencia
de las negociaciones gremiales).
Lo
paradójico es que tras dos puebladas (en la segunda, de 1997,
emergieron los «fogoneros», que acusaron de «traición» a los
piqueteros que encabezaron la anterior de 1996) en la zona no emergió
un movimiento, pero decenas de grupos de norte a sur del país
levantaron el nombre de Cutral Có y Teresa Rodríguez (la joven
asesinada cuando pasaba por un piquete de la segunda pueblada) para
conformar el suyo, tomaron su ejemplo para hacer de la tríada del
emergente movimiento piquetero (asambleas, cortes de ruta y acceso a
planes asistenciales del Estado) su gimnasia de acción directa en
las calles y organización de base en las puebladas.
Lo
revulsivo para el sistema político no fueron sin embargo las
asambleas y los piquetes (que tienen su larga historia en el
movimiento obrero nacional e internacional) ni los «Planes trabajar»
(que en principio surgieron como una respuesta del Estado ante esas
lucha y como un modo de contención de eventuales conflictos
sociales, más allá de que luego fueron utilizados por las
organizaciones territoriales para crecer en número y aumentar su
grado de visibilidad pública), sino que lo revulsivo para el sistema
político argentino fue que aparecieran nuevos movimientos sociales
en los cuales convivían radicales y peronistas, cristianos y ateos,
izquierdistas en todas sus variantes, jóvenes anarquistas y otros
nunca adscriptos a ninguna identidad social y política, viejos y
jóvenes, adolescentes y niñas, todas, todos, reunidos en torno a
las nuevas necesidades y los nuevos y muchas veces creativos modos de
abordarlos, sea para exigirle respuestas al Estado como para crear de
manera autogestiva las suyas propias.
Lo de
Baradero, que incluso los dirigentes gremiales del «clásico»
sindicalismo argento caracterizaron como «pueblada», puede
funcionar como índice de nuevas respuestas ante los nuevos desafíos.
No en términos de que podrían sucederse casos iguales o similares
(o tal vez sí, nunca se sabe), sino en términos de experiencia que
muestra unidad y masividad en las calles en post de objetivos
inmediatos concretos, que se respalda en estructuras tradicionales
(los sindicatos) apelando a los modos emergentes de expresarse (los
autoconvocados) sin ver en ello contradicción. En términos
contemporáneos, podríamos pensar que la pueblaba de Baradero haya
sido un verdadero acontecimiento político, en tanto nadie se
esperaba algo semejante, y ya nadie en el lugar podrá pensar lo que
sigue sin tener en cuenta eso que ha pasado.
Un triunvirato a la sombra
de la crisis de representación
Como una
sombra que se expande por el campo social, hoy dirigentes políticos,
sindicales, sociales y «comunicadores» toman nota de la crisis de
representación latente en la Argentina. Y el triunvirato de la CGT
lo sabe porque lo vivió, porque lo recuerda. El período 1996-2002,
la gestación del proceso de resistencia popular antineoliberal
mostró que de cierto modo el país podía paralizarse (o al menos
complicarse al extremo su «funcionamiento normal»), aún sin huelga
general, con piquetes, cortes rutas, movilizaciones, ollas populares,
edificios públicos tomados, grandes empresas con sus ingresos
bloqueados. También que los «paros domingueros» podían
transformarse en «activos» con la participación activa --vaya la
redundancia-- de los movimientos sociales.
A
diferencia de la última década del siglo pasado, el movimiento
obrero argentino en la actualidad se encuentra fortalecido
numéricamente, con una nueva camada de jóvenes activistas de base,
con sus dirigentes no tan abiertamente deslegitimados (no, al menos,
al punto en el que estaba en los años noventa, cuando al frente de
los sindicatos estaban los mismos rostros que habían sido cómplices
o socios directos del proceso privatizador) y, lo más importante
quizá, con una dinámica que tendía o tiende a la unidad. Una
voluntad de unidad que se expresa no sólo en el hecho de mantener la
CGT dirigida por un triunvirato sino también en la reunificación de
las dos CTA y la apertura de la CGT hacia los movimientos sociales,
cosa que en los noventa sólo --parcialmente-- había sucedido con la
CTA, además de que expresiones como la Confederación de
Trabajadores de la Economía Popular (CTEP), expresan ya desde su
nacimiento un salto cualitativo respecto de los movimientos de
trabajadores desocupados porque incluyen en su seno dinámicas
contradictorias que a veces se parecen más a un sindicato y, otras
veces, a las organizaciones sociales de base.
Para bien y para mal, todo lo
recientemente descrito muestra enormes diferencias entre los años
noventa y la actualidad. Demuestra, asimismo, que cierto olvido
transitorio respecto de las experiencias de organización y de lucha
popular previas a los años kirchneristas no se han perdido, y se
recuperan, más o menos activamente, por amplias franjas del pueblo
argentino.
*Nota publicada en revista Zoom.
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