A 40 años de su caída en combate: un homenaje del periódico Resumen Latinoamericano
Por Mariano Pacheco
(@PachecoenMarcha)
Resulta paradójico, pero
poblado de paradojas está la historia argentina. Rodolfo Walsh, un
escritor abiertamente anti-peronista, terminó siendo quien escribió
los textos más relevantes del peronismo: la
investigación-denuncia-testimonio Operación Masacre, el
cuento “Esa mujer” y el epitafio que puede leerse en la tapa del
diario Noticias del 2 de julio de 1974, cuando se anuncia la
muerte de Juan Domingo Perón.
¿Cómo se produjo este
viraje? ¿Cómo pasó Walsh de escribir un texto con simpatías hacia
uno de los aviadores que arrojó bombas sobre la Plaza de Mayo en
junio de 1955 (“2-0-12 no vuelve”) a morir siendo un cuadro de la
organización guerrillera peronista más poderosa del país? Este
viraje solo puede entenderse realizando un recorrido por su vida y
por su obra, desarrolladas en un contexto histórico muy particular,
que llevó al peronismo del poder a la resistencia, y a muchos hijos
de “gorilas” a integrar las nuevas camadas del peronismo, un
cuarto de siglo después de que los descamisados parieran este
movimiento. La “rareza” de Walsh, de todos modos, radica en que
(aunque no sea el único) es de los pocos de su generación que ya
tenían madurez cívica cuando Juan Domingo Perón fue rescatado de
la Isla Martín García. Es decir, que su peronización no tiene que
ver con un movimiento generacional de “parricidio” (los hijos de
gorilas que asesinan simbólicamente a sus padres), sino con un
proceso de politización que lo llevarán a cambiar sus puntos de
vista respecto de la política nacional y sumarse –con avanzada
edad– a un movimiento al cual no adscribió en sus años de
juventud.
Tan paradójico es este
peronismo de Rodolfo Walsh, que él –que tardó 15 años en pasar
del mero nacionalismo hacia la izquierda, como alguna vez declaró-,
que se hizo peronista puteando a Perón –cuando “El viejo”
enterró la experiencia de la CGT de los Argentinos, cuyo semanario
él dirigió-, terminó recomendando que Montoneros se “recostara”
en el peronismo, cuando la organización había decidido pasar a ser
un partido marxista. “Las masas no se repliegan hacia el vacío,
sino al terreno malo pero conocido, hacia relaciones que dominan,
hacia prácticas comunes, en definitiva hacia su propia historia, su
propia cultura y su propia psicología, o sea los componentes de su
identidad social y política”, argumentaba en los escritos en
que polemiza con la Conducción Nacional de Montoneros. También
decía, en esos documentos escritos en el momento más crudo del
terrorismo de Estado, que uno de los problemas que tenían los
militantes montoneros era “déficit de historicidad”. Es
decir, que estudiaban poco la historia argentina.
Hoy, cuando Walsh pasó a
ser un emblema, resulta a veces complejo aceptar el desafío de
asumir el legado de su figura, de su obra. Cuando un hombre, cuando
un nombre, cuando una imagen se sacralizan, pierden su potencial
transformador. Eso tiene de jodida la tradición: impone el pasado
como autoridad.
Hoy, cuando tantos jóvenes
asumen tan acríticamente el peronismo, muchas veces colocan la cara
de Perón junto a la Walsh. Convendría leer más su obra y usar
menos su rostro y algunas de sus frases aisladas en remeras, calcos,
imanes. Para que sus palabras no sean letra muerta sobre un papel,
sino insumos para inspirar nuevas rebeldías, esas que Walsh
vislumbró en el peronismo en un momento histórico determinado.
Momento histórico y peronismo que la última dictadura barrieron
para siempre.
Rebeldías que ya entonces
anidaban junto a ese otro peronismo, el de la Triple A (la temeraria
Alianza Anticomunista Argentina), esa que el propio Walsh calificó
como un adelanto del genocidio perpetrado por las Tres Armas.
Rebeldías, esas tan
necesarias para cuestionar lo dado, y abrir paso a nuevos horizontes.
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