Trímboli:
“Hay que pensar modos de movilización que acompañen el período
de un nuevo gobierno popular”
Por Mariano Pacheco*
El escritor y profesor de
historia analiza los distintos modos de resistencia popular en la era
macrista y los desafíos que presenta el posible regreso de un
gobierno peronista. El reto de metabolizar antagonismos y
contradicciones frente a la acechanza del neoliberalismo herido.
Javier
Trímboli es escritor y profesor de historia egresado de la Facultad
de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Ha
publicado los libros 1904.
Por el camino de Bialet Massé;
La
izquierda en la Argentina;
Pensar
la Argentina. Los historiadores hablan de historia y política y,
junto a Roy Hora, Discutir
Halperin. Siete ensayos sobre la contribución de Tulio Halperin
Donghi a la historiografía argentina. Su
último libro, Sublunar, entre el kirchnerismo y la revolución, es
un ensayo breve en el que trata de pensar la posdictadura argentina,
eje sobre el que intentamos volver y profundizar en esta conversación
que, en una tarde de septiembre, mantuvimos entre mate y mate en la
librería Punto de Encuentro.
El
peronismo en cuestión
¿Qué pasa con este
movimiento en la posdictadura? Digo: ¿cómo pensar esta experiencia
que tuvo mutaciones tan fuertes, como fue pasar de la centralidad de
figuras como la de Saúl Ubaldini, al frente de la CGT en los años
ochenta, al programa neoliberal de gobierno durante la presidencia
del otro Saúl (Carlos Menem), pasando por la transversalidad de los
primeros momentos de Néstor Kirchner, luego su viraje al Partido
Justicialista, el progresismo de Cristina Fernández, hasta llegar a
la actualidad, donde CFK confluye con Alberto, en este fenómeno que
ya hay quienes denominan como el Fernandismo?
Esa
una gran cuestión. Me gustaría pensarlo yendo aún más atrás de
lo que proponés para conversar. Diría que hay algo de la
sensibilidad igualitarista de esta sociedad, que en las lecturas más
interesantes del siglo XIX, se la ubica en la Revolución de Mayo.
Tanto Sarmeinto como Mitre –liberales ambos-- no dudan de que la
Revolución –como particularidad pero también como problema--
contó con la emergencia de una democracia de masas inorgánica, de
un sentimiento igualitarista fuertemente presente. Sarmiento escribe
el Facundo en 1845 y está pensando que hay algo de Facundo e incluso
de Rosas, que tiene que ver con ese sentimiento igualitarista.
Lo
que resulta fenomenal es que el peronismo –un siglo después de la
escritura del Facundo-- recoge, reproduce, reconstituye esa
sensibilidad igualitarista y le da una nueva adhesión de carácter
político, lo que lo coloca en uno de los rasgos fundamentales de la
Argentina. Hay algo ahí, en esa sensibilidad igualitarista, que se
supone que después del terrorismo de Estado había quedado cerrado.
Seguramente, esto, muy ligado a la crisis del peronismo como partido
político, después de la muerte de Perón, el gobierno de Isabel y
las distintas tendencias a su interior. Seguramente la primera parte
de la historia de la posdictadura, de 1983 a 2001, se pueda narrar a
propósito de la disgregación de esa identidad política que le
había dado carácter a esa sensibilidad igualitarista previa. Y
también se podría pensar que, durante la década del noventa, parte
de esa sensibilidad circuló por otro lado, no por la forma política
peronista. Creo que luego, de 2001 a 2003 y luego, de 2003 a 2008 y
uno ahí puede empezar a fechar, nuevamente el peronismo pasa a
dialogar con esa sensibilidad tan presente en la cultura argentina y
a expresarla nuevamente en términos políticos.
En
este sentido, rescataría un análisis que hace en 1985 un sociólogo,
que se llama Juan Villareal, que liga esa sensibilidad igualitarista
a la estructura socio-económica argentina, con fuerte presencia de
la clase obrera industrial (a diferencia de otros países de América
Latina donde la presencia del campesinado es muy fuerte) y el
peronismo a ese sujeto social. Y lo que Villareal piensa en los
ochenta, entonces, es que con el neoliberalismo que comenzó a
introducir la dictadura (con su cuota de fragmentación social,
cuantapropismo, demanda individual), esa sensibilidad está muerta, e
intenta pensar el voto a Alfonsín como parte de esa ruptura de esa
condición estrutural para pensar esa sensibilidad y esa identidad
política. Lo notable es que, a pesar de que la estructura económica
y social haya variado y la clase obrera industrial haya perdido el
peso que tenía en los años cincuenta, sesenta, sin embargo el
peronismo logra reconstituirse como vía de canalización de esa
sensibilidad igualitarista. Y ahí, los significados de Patria y
Derecho, se tornan muy potentes, y el peronismo/kirchnerismo, ha
logrado articularlos.
Bien, me gustaría ahora
que conversemos en torno a la cuestión “sujetos sociales”,
porque al peronismo como identidad política no se lo puede pensar
–históricamente-- sino como la expresión policlasista de una
experiencia realizada por al menos una porción importante de la
clase obrera argentina, que se entendía a sí misma –organizada en
sindicatos-- como columna vertebral de ese movimiento (de liberación
nacional, para decirlo en términos bien clásicos).
¿Qué pasa en la
posdictaura, entonces, con esos sujetos sociales? Porque fijate que,
incluso en los ochenta, está toda esa presencia arrolladora de la
CGT encabezada por Ubaldini, pero con el avance del neoliberlismo eso
comienza a mutar fuertemente. ¿Cómo ves esa discusión para
adelante, durante el kirchnerismo y ahora, en lo que se viene –el
Fernandismo-- respecto de esa vieja discusión que tiene que ver con
el sujeto del cambio?
Lo
primero que diría es que tenemos que hablar de una dificultad
presente en el capitalismo tardío –o “posmodernismo”, para
decirlo a lo Jameson--: la de detectar y precisar los sujetos. Es una
época que se lleva mejor con conceptos como el de multitud que con
el de pueblo, o con la de sujetos sociales más clásicos. Entonces
–diría-- si siempre hay algo esquivo en esos conceptos, en este
presente esto se vuelve aún más dificultoso, porque además se ha
producido un desplazamiento de las formas clásicas de irrupción
política. Por ejemplo: los años kirchneristas fueron momentos donde
había una fuerte gimnasia social de movilizaciones de masas, que se
empieza a intensificar en 2008 con la ya conocida crisis con el
campo. Pero las características que tienen esas masas que se
movilizan son en buena medida híbridas. Por lo tanto, una mirada que
sólo las lea en términos de clase, me parece que va a chocar con
las carcterísticas –incluso inorgánicas-- de esas multitudes
movilizadas. En ese sentido a mí me interesaba mucho pensar las
movilizaciones que se produjeron el 9 de diciembre de 2015, sobre
todo quedarme con la foto de Plaza de Mayo. Ese día no había
banderas de sindicatos por ejemplo, sino gente suelta. Por supuesto,
con preponderancia de sectores populares, pero no en esa forma
orgánica tan típica del peronismo clásico.
¿Y
en el presente, como lo ves?
Y,
diría que probablemente hoy, probablemente, la desindustrialización
de la Argentina, y el peso que ya no volverá a ser igual de la clase
obrera industrial, hace que buena parte de las clases populares ya no
estén articuladas o siquiera ellas mismas vertebradas, y no tengan
sobre sí el peso de la hegemonía que pueda tener la clase obrera.
Por lo tanto, el mundo de las clases populares, es mucho más barroco
de lo que era en 1945, o incluso 1985. Esto tiene algo de la
dimensión del disparate, de poner patas para arriba muchas de las
cosas que uno podía pensar. Y aquí planteo algo, quizás para
discutir contigo. Si bien uno puede ver todo ese proceso que se abre
con 2001 y que yo decía que en diciembre de 2015 no se había
cerrado, a la hora de hacer un mapa de la movilización social en
Argentina, habría que decir que hubo un momento muy preciso de gran
activación de la movilización de masas, que fue en diciembre de
2017. Mi impresión es que toda la crisis económica y social que
vivimos desde marzo de 2018, no se vio acompañado con un nivel de
movilización de masas como el que se expresó en 2017, en diciembre,
pero también durante todo ese año, desde febrero y con lo del caso
de la desaparición y asesinato de Maldonado en el medio. Pero luego,
todo pasa más bien en silencio, que sólo se rompe para manifestarse
en agosto de este año, pero a través del voto. A ver: cuando
Nicolás Dujovne dice esa barbaridad, de que ninguna devaluación
había pasado en ningún país del mundo como había pasado la
nuestra sin que eso implique un estallido social, no puede dejar de
tenerse en cuenta el hecho del que rumor, producto del malestar, haya
sido tan subterráneo. Es decir: que no se haya manifestado la bronca
de una manera clásica, en esa gimnasia de movilizaciones como las de
2017. A propósito de las PASO, una compañera de Córdoba que
fiscalizó en una barriada popular donde ganó la fórmula
Fernández/Fernández, me decía que fue como un malón sordo, una
expresión rarísima a través de los votos. Y esto hay que poder
pensarlo, sobre todo en términos de qué puede implicar en un nuevo
gobierno del peronismo, cómo ese malón se pueda expresar bajo otra
forma, o más bien, cómo adquiere formas de expresión para hacerse
sentir más allá del voto. Y en este sentido hay que poder pensar el
sindicalismo. Es decir: calibrar mejor respecto de qué pudieron y
qué no los sindicatos en estos cuatro años de macrismo, pero
también, lo que produjeron los sindicatos durante los años
kirchneristas. Esto requiere un balance fenomenal que hay que hacer
respecto de los sindicatos, por lo menos desde 2001 a esta parte.
Porque hay que poder pensar bien, por ejemplo, cuanto tuvieron que
ver los sindicatos respecto de ese proceso de movilización tan
moderado que se desarrolló durante 2018. Funcionaron, sí, como una
barrera de contención frente a los despidos, pero más allá de eso,
no tuvieron una mayor capacidad de producir resistencia. Me lo
pregunto, también si ese otro paso, ya político, es lo que les
corresponde. Entonces, creo que hay que poder pensar en otros modos
de movilización que acompañen el período de un nuevo gobierno
popular en la Argentina.
¿Se
podría caracterizar al Fernandismo como un “Gobierno Popular” o
más bien habría que pensarlo como un gobierno enredado, atravesado
por fuertes disputas? Digo, no sólo por la composición social y
política del Frente de Todos sino además por las condiciones
desfavorables, tanto nacionales como internacionales, en las que va a
asumir. ¿Cómo lo ves?
Creo
en primer lugar que hay que poder caracterizar que el Frente de Todos
es una alianza, que vuelve a poner en primer término la alianza
intrínseca que tiene el kirchnerismo con el peronismo. Hay algo de
la discusión que hubo acerca de si el kirchnerismo era peronismo que
tal vez se pueda saldar ahora. Recuerdo eso que señalaba Walsh
acerca del repligue sobre el peronismo que el kirchnerismo entiendo
que supo hacer. Esta alianza que hace Cristina con Alberto, que tiene
todos los aditamentos de su amistad personal, pero que creo que es
una cuestión menor en relación con esta inteligencia táctica muy
interesante que mostró Cristina y permitió esto, pero que de todos
modos implica un cierto volver al peronismo, o si se quiere, si hubo
algo del kirchnerismo, de cierto jacobinismo que en su momento había
roto las relaciones con formas más clásicas del peronismo como
identidad política y como gobierno –sobre todo en las provincias--
con esto hace un paso atrás en función de volver nuevamente al
gobierno.
Claro,
la idea del peronismo como repliegue, que también está en Walsh.
Digo, porque en un momento se hablaba de “escribir el segundo tomo”
(decía Taiana, como dirigente del Movimiento Evita) o de
“profundizar el modelo” (según el camporismo). Pero ahora: ¿de
qué se trata?
Lo
del Frente de Todos creo que es una alianza en pos de volver a
acceder a esas condiciones primeras de vida común que garantice,
fundamentalmente, que esa población que está al borde, o que ya ha
sido empujada más allá de los margenes, vuelva a ser incorporada, y
volver a darle algún tipo de protección (lo digo así, de modo
clásico, y sé que es un problema). Digo: que las escuelas de Moreno
nunca más dejen de dar clases; que vuelva a existir un Estado que se
ocupa en garantizar determinadas condiciones de vida fundamental; que
se actualice la Asignación Universal por Hijo; que se puedan frenar
determinadas políticas económicas que excluyen. Y pongo el acento
en estas cosas a propósito, para tratar de cuenta de lo difícil de
esta situación. No se apretó pausa el 9 de diciembre de 2015 y
ahora, el 10 de diciembre de 2019 se aprieta play. No, estos cuatro
años produjeron otra situación. El orden de prioridades es otro.
Entonces,
también existe el problema de los reflejos de quienes estuvimos en
la gestión, al menos en las segundas, terceras líneas. Al menos en
mi caso me doy cuenta que no tengo los reflejos que quizás la era
hora exige, de ciertos entendimientos que si bien la situación no es
la misma, tienen que ver más con el 2003 de Néstor, donde se
produce una suerte de gobierno de Salvación Nacional, que con el de
Cristina, que fue más partisano, en el sentido de que es de una
parte y no ya de todos, quiero decir, que se hace cargo que tiene que
enfrentarse con otra parte de la sociedad que no para de hostilizarla
a ella, y a lo bueno que se hacía. Pero los tiempos políticos no
siempre coinciden con los personales, y quizás haya quienes estemos
muy en sintonía con un viejo casette.
El
otro tema es cómo evitar las recaídas de esta sociedad, a puntos de
que fuera posible un macrismo. Cómo evitar lo que sucedió: que haya
muchos trabajadores sindicalizados que hayan votado al marismo, que
Cambiemos haya sacado en 2015 una buena cantidad de votos en zonas
como José C. Paz, cómo conjurar eso, creo que ahí hay un esfuerzo
muy grande que hay que hacer desde la militancia.
¿Cómo
sigue la película entonces?
Para
mí es un interrogante cómo va a seguir la dinámica de la
movilización y la lucha de clases, sobre todo después de un año
como éste, donde los niveles de movilización y conflictividad
fueron relativamente bajos.
Digo
–y esto vos lo sabés muy bien-- si uno hace el recorrido por el
período que va de 1996 a 2001, hay una conflictividad en ascenso,
que no para y que implica una constante ocupación del espacio
público: de las calles, de las rutas. Y hoy no es esa la escena. Hoy
hay algo que se verticaizó, y muy fuertemente. El FMI, por ejemplo,
en 2001 estaba muy atento a lo que sucedía con los movimientos
sociales; hoy les preocupa entrevistarse solamente con el candidato.
Eso habla por un lado, lógicamente, de la crisis de representación
(o de representatividad) del 2001, que el kirchnerismo superó, muy
interesantemente pero la superó: se produjo un vínculo entre
liderazgo y una porción muy grande la población.
Ahora,
como decía anteriormente, estamos en otro escenario: ante una
alianza. Y además, todo indica que hay algo del orden de la
movilización social que es irremplazable. Y que por más que haya
una fidelidad muy fuerte, por partida doble, entre Cristina y quienes
la apoyamos, la movilización social es irremplazable. Ahora, como
eso se activa y acompaña al gobierno de Alberto, ahí se presenta
todo un interrogante y un desafío. En un viejo estilo uno podría
apelar ahí a la figura de Lenin: cómo construir una dualidad de
poderes, ¿no? Es decir: como construir un poder antineoliberal de
base que fogonee permanente, porque se sabe, sobre Alberto se van a
ejercer todas las influencias de los poderes. Si no hay un despliegue
de masas bien importante va a ser muy difícil avanzar.
*Nota publicada en Revista Zoom
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