Nota publicada en Revista Zoom
Por
Mariano Pacheco
Atravesado
por una nueva alza en la cotización del dólar, su incapacidad para
cumplir con los pagos de los vencimientos de la deuda contraída con
el FMI, un malestar social creciente y masivas movilizaciones de los
sectores más postergados de la población que reclaman medidas
urgentes ante el empeoramiento de las condiciones de vida, a la
gestión Cambiemos aparece se la ve ya tan sin rumbo que hasta
analistas como Jorge Asís la consideran “terminada”.
¿Qué
situación se abre entonces en la Argentina?
En
principio, un proceso generalizado de hastío popular, pero también,
una crisis política que va mucho más allá del calendario
electoral.
La
fecha del 10 de diciembre --que son cada vez más los sectores que
ponen entre signos de interrogación, en franca duda de si Alberto
Fernández no terminará asumiendo antes de tiempo la presidencia de
la Nación-- se presenta en lo formal como el momento del cambio de
gobierno, pero en lo real, aparece como el momento propicio para
abrir una discusión en torno a qué país se quiere construir de
ahora en más.
Una
sociedad inquieta
La
sorpresa en un país como el nuestro quizá no sea que --como el 28
de agosto-- cientos de miles de personas copen las calles del centro
de la ciudad de Buenos Aires --y otras miles marchen en las
principales ciudades-- sino que un proyecto como el de Cambiemos haya
llegado a ser gobierno.
Pero
la ilusión de una nueva
hegemonía
construida
por la
derecha
democrática
duró
francamente poco. Desde diciembre de 2017 el gobierno entró en un
proceso creciente de inviabilidad de sostenerse sobre la legitimidad
y los conflictos se multiplicaron, al ritmo de los números
económicos adversos para los sectores populares y un crecimiento
amplio del malestar.
Es
que la argentina es una sociedad que suele estar en movimiento.
La
unidad demostrada en las calles ayer (se movilizó un espectro tan
amplio que implicó al Movimiento Evita y “Los Cayetanos”
---Corriente Clasista y Combativa, Movimiento Somos Barrios de Pie y
los distintos agrupamientos que integran la Confederación de
Trabajadores de la Economía Popular-- hasta el Polo Obrero, pasando
por otras organizaciones territoriales libertarias y de izquierda e,
incluso, dirigentes gremiales de la CGT y las dos CTAs) suman un
nuevo elemento al ya dinámico (e inédito) proceso de unidad y
movilización masiva desarrollado por el Movimiento de Mujeres, que
este año realizará en octubre, el Encuentro Nacional que realiza
desde hace décadas, en plena ciudad de La Plata (anunciado además
como Encuentro “Plurinacional” y ya no sólo de Mujeres sino
también de Trans, Travestis y Lesvianas).
Este
movimiento, dice María Pía López, se ha convertido en un “sujeto
político” poderoso, “hacedor inquieto” con “potencia de
conmoción más allá de toda identidad política preexistente” que
supo “abrir sospechas sobre las rutinas”. Por eso, para la ex
directora del Museo y de la Lengua de la Biblioteca Nacional, más
allá (y más acá) de la batalla por al legalización de la
interrupción voluntaria del embarazo, los feminismos --sobre todo en
sus corrientes populares-- abren la puerta para imaginar algo
impensado hace apenas unos años atrás: otros modos de ejercer el
poder, una nueva institucionalidad.
Si
una reforma política podía parecer impensable durante la década
kirchnerista (a pesar de que personalidades de la cultura que lo
apoyaban nunca dejaron de plantearlo, como el periodista Mario
Wainfeld), y menos aún en estos años macristas, la actual
inestabilidad política parece no cerrar del todo la puerta para
quienes pujan por resignificar el concepto mismo de democracia que
heredamos tras la última dictadura cívico-militar.
Eduardo
Rinesi, por ejemplo, ha sido quienes más ha insistido en esto de
sentar las bases de un pensamiento que pueda no desear “huir de las
crisis como quien huye de la peste” en función de intentar pensar
en ella, al interior de ella (y no en su contra).
Si
el desafío pasa por tramitar la crisis y no pretender anularla, la
crisis puede, también, ser una oportunidad.
Oportunidad
de repensar los modos institucionales que rigen el destino de
nuestros países (de Argentina, pero también de los hermanos del
continente, puesto que la derrota macrista trasciende fronteras
nacionales y rediseña el mapa de pretensiones imperiales para la
región) y poner en cuestión lógicas que parecen haber quedado
caducas.
Para
el filósofo cordobés Diego Tatián, por ejemplo, se trata de pensar
en una democracia que “no desconfie de la potencia común”, ni
pretenda “inhibir por el miedo” ni “despolitizar para el
control”, es decir, una democracia como “creación de condiciones
para que los cuerpos se reúnan con lo que ellos puedan” (decir,
imaginar, pensar, actuar). Esta idea de democracia, entonces, comulga
más con una voluntad de mantener abierta la pregunta que interroga
por lo que los cuerpos pueden --ser y hacer-- más que con una serie
de definiciones prescriptivas respecto de lo que no se puede o debe
hacerse en una democracia. Es decir que --para decirlo con las
palabras de Tatián-- la democracia puede ser pensada como
“institucionalidad hospitalaria con la fuerza de actuar, pensar y
producir significado con la que cuentan los seres humanos”.
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