A propósito de la muerte de Fidel Castro
Mariano
Pacheco
Se
fue Fidel Castro y los gusanos festejan en Miami. Fidel Castro murió
y mercenarios del mundo entero cantan loas a la parca. Incluso
algunos, disfrazados de un oficio que supo ser noble, inundan las
redes sociales comparando al prócer cubano con el genocida chileno
Augusto Pinochet. Llaman tirano a quien ya de joven entregó su vida
a combatir a la tiranía, nombran con eufemismos cobardes que
desprestigian porque no pueden situarse a la altura de tremendo
acontecimiento: ha muerto un revolucionario, uno de los dirigentes
políticos más destacados del siglo XX (y lo que va del XXI).
Mientras
tanto, lo lloran cubanas y cubanos y otros tantos Latinoamericanos
que lo sienten como un padre, un hermano, un camarada en las luchas
por la liberación y la dignificación de las mujeres y los hombres a
quienes cada día se les niega esa posibilidad: las de ser, y no solo
persistir. El otrora llamado Tercer Mundo llora un líder
excepcional.
Se
decía en décadas pasadas que a los revolucionarios muertos no se
los lloraba: se los reemplazaba. Han pasado los años, las derrotas,
las atrocidades, y hemos aprendido a llorar a nuestros muertos. Hemos
asumido que continuar su legado y mantener encendida la chispa que
haga arder la memoria de sus nombres no es tarea sencilla, pero tiene
menos peso que intentar reeamplazar lo irremplazable: porque cada
existencia es única e irrepetible, porque –caray-- ¿quien se
animaría a tratar de ser Fidel Castro? Sin embargo, el ejemplo de
Fidel –como entonces el de Guevara, el de Camilo y el de tantos
más-- brota en cada rebeldía que se sostiene ante este orden
injusto.
Pasaron
las décadas y fueron desapareciendo físicamente los grandes
dirigentes, pero también, se fueron desdibujando las referencias:
murieron Lenin y Trotsky fue asesinado, perdió la Revolución en
España y un manto de pena cubrió la Unión de Repúblicas
Socialistas Soviéticas. Pero pasaron los años y el Ejército Rojo
enfrentó valientemente al nazismo; las décadas transcurrieron y se
levantó el pueblo argelino, y el chino y vietnamita. Murieron Ho Chi
Ming y Mao Tse Tung, pero también la revolución desbarrancó hasta
no quedar un estandarte cuando el Muro de Berlín cayó.
Pasó
todo esto y Fidel Castro siguió con vida. Pero no solo. Estallaron
nuevos sueños, nuevas rebeldías y Cuba estuvo allí para hacer de
puente entre las antiguas luchas, y las nuevas. Y los rostros de
Guevara y Fidel flamearon con los del Subcomandante Marcos y los
rostros de Fidel y Guevara marcharon junto con los confederalistas
kurdos. Las luchas sociales del continente conquistaron espacios de
gobierno en Bolivia y Venezuela y allí estuvo Fidel Castro,
acompañando la emergencia de Evo Morales y Hugo Chávez Frías en
nuestraamérica que, otra vez, se mostraba digna y rebelde.
Hoy
el continente, el mundo acaso, parece atravesar nuevamente por sendas
de oscuridad y desaliento. Que la desazón no se apodere de los
ánimos de los pueblos del mundo. Allí está el rostro de Fidel, su
estrella que viene a dar cuenta de que, aún en los momentos más
difíciles, siempre se puede resistir con dignidad.
Salud
Fidel, las viejas guardias y las nuevas generaciones levantamos un
puño en alto para despedirte. Y retomar tus palabras de cuando
partió Guevara: ¡Hasta la victoria, siempre!
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