“Latinoamérica es un laboratorio político
interesantísimo, mucho más que Europa”
Por Mariano Pacheco*
El
2001 argentino y el 15M español. Las resonancias del diciembre
sudamericano en los indignados europeos una década después. El
filósofo madrileño Amador Fernández
Savater visitó la Argentina y, en este diálogo con Zoom, reflexiona
sobre las coyunturas y las historias recientes a ambos lados del
Atlántico.
En
primer lugar te quería preguntar por cómo has visto la Argentina en
esta coyuntura tan particular de cambio de gobierno
Llego
en un momento muy especial. La última vez que vine fue justo cuando
estaba por asumir la presidencia Mauricio Macri. Hoy noto que toda
la situación argentina está muy en espejo, en las discusiones
públicas, con lo que está pasando en Chile, y también en Bolivia.
Curiosamente, hablando con Diego Sztulwark, él me decía que le
llamaba la atención que atrajera más el espejo negativo boliviano
que el espejo positivo chileno. Es decir: que pareciera haber más
miedo por lo que sucede en un sitio que expectativas por lo que
acontece en otro. Es una situación muy compleja: la tendencia
fascistizante en Latinoamérica, con Bolsonaro en Brasil y lo que
sucedió en Bolivia, por un lado, pero por otro lado una vitalidad
popular irreprimible. Creo que Latinoamérica es un laboratorio
político interesantísimo, mucho más que Europa, porque acá se
mueven mucho más las cosas, la complejidad es mayor. La vitalidad
popular se puede ver en las calles, difusa en las luchas, y
organizada. Esos dos elementos en Europa no están tan presentes.
Creo que es un lugar muy vivo, muy interesante para visitar, para
entablar conversaciones. Y ahora Argentina con el cambio de gobierno,
noto expectativas.
En
España, en algún momento –sobre todo a través de Podemos y la
figura de Pablo Iglesias-- se había generado toda una admiración,
digamos, por los gobiernos progresistas Latinoamericanos. Incluso con
un vínculo muy fluido con Bolivia. Pero en esa mirada progresista
siempre se opacó un poco el ciclo de luchas previas del continente
(Guerra del agua y Guerra del gas en Bolivia, por ejemplo), que puede
fecharse en el período que va desde 1994 con el alzamiento zapatista
hasta mediados de los dosmil con la asunción de estos gobiernos en
diferentes países. ¿Vos que balance tenés de estos gobiernos?
Yo
creo que en Europa nos hemos interesado, y mucho, por las dos cosas.
Seguimos mucho el 2001 argentino, hemos viajado y leído mucha
literatura argentina. Y se produjo ese fenómeno de inversión: si
durante mucho tiempo, por sus faros intelectuales, Latinoamérica
miró a Europa, en estos años desde Europa hemos mirado a
Latinoamérica. Por supuesto: la emergencia del zapatismo en 1994 fue
fundamental, así como en 1996 el “Encuentro por la Humanidad y
Contra el Neoliberalismo”, que se organiza en Madrid. Todo eso
entronca con el movimiento antiglobalización, que para mucha gente
implicó un cambio determinante en sus experiencias, que venían
siendo todas muy locales, de recomposición de la autonomía y de la
acción política desde abajo después de la derrota de la transición
española (la insumisión al servicio militar y la ocupación) y el
zapatismo le da a todo eso un sentido global. Como que hay de nuevo
un despertar de otra política, que hace su propio balance de la
crisis de las izquierdas autoritarias del siglo XX y creo que fue
fundamental para nuestra generación: 1994, 2001 y todo lo que tuvo
que ver con el movimiento antiglobalización (Foros sociales; Vía
campesina; etcétera). A todo eso hemos estado muy atentos.
Y
luego claro, cuando el 15 M entra en desorientación, cuando el ciclo
cambia y el 15 M entra en impasse, y emerge la propuesta de asalto
institucional como nueva posibilidad de atacar al sistema político
español pero en otra clave (partido, líder, vía electoral en el
centro), el foco se desplaza y a lo que se le pasa a prestar mas
atención es a las experiencias de los gobiernos progresistas. Y a
través de Podemos, toda la cuestión de la teoría del populismo de
Laclau, que incluso murió en España (no sé si eso significa algo).
Pero creo que fue una lectura bastante descontextualizada, porque
Laclau piensa todo el tema de la hegemonía a partir del peronismo,
una realidad que en Europa no existe. Y se transformó toda la teoría
de la hegemonía en un discurso comunicativo, y se nota al ver cómo
aquí todo eso prende en la vida cotidiana de otro modo: en los
grupos, los lazos, los territorios, el peronismo activo en la vida
cotidiana de la gente. En cambio en Europa parecía ser una cuestión
de palabras: qué decir para sintonizar con los afectos sociales,
casi rozando el marketing. Por último, sobre los gobiernos
progresistas, no me atrevería a decir demasiado. Me quedo con
algunas de las ideas de Diego Sztulwark: verlos como una variante
débil del neoliberalismo, que ponen de relieve algo muy importante,
que es el hecho de que los cambios macros deben ir acompañados de
otros cambios, en los valores, en los imaginarios, en las formas de
vida, o sino, tienen límites muy precisos. Es decir, que un gobierno
que le diga a los cuerpos que estén quietos porque ya hay alguien
que se encargará de luchar contra el neoliberalismo, no entiende esa
articulación tan fuerte que el neoliberalismo hace de lo micro y lo
macro y que lo hace tan hegemónico. Me interesa pensar eso: cómo se
ha reeditado esta mirada de que las cosas se cambian por arriba, con
leyes y formas de inclusión, con todo lo interesante que puedan
tener a nivel de protección de los sectores mas desfavorecidos,
pero que no toma en cuenta ese cambio subterráneo, sobre las maneras
de estar en el mundo. Me quedo con eso: el desafío de pensar las
relaciones entre lo macro y lo micropolítico.
¿Y
cómo ves la situación actual del Estado Español? Digo: está todo
el fenómeno de Podemos, las recientes coyunturas de Cataluña, por
nombrar dos cuestiones a las que aquí, quizás, se les ha prestado
más atención
Lo
de Cataluña es muy complejo. Te voy a decir algo, para empezar, que
tiene que ver con una experiencia muy personal: todos mis amigos, mi
allegados, se hicieron independentistas. Quienes como yo, habían
pensado siempre más cerca de la autonomía, y por lo tanto,
consideramos que la identidad es un freno a las luchas por la
emancipación individual y colectiva, que siempre hemos rehuido a la
categoría de identidad, y mucho más si estaba ligada a una idea de
Estado y de Nación, comienzan a decir: “somos independentistas, no
nacionalistas”, o “independentistas puntuales”. Entonces empecé
a pensar que había una distancia entre lo que se decía y lo que
estaba pasando por abajo, y que en el resto de España teníamos una
mirada muy distorsionada de lo que estaba pasando en Cataluña. Es
decir: de alguna manera hay en el desafío independentistas catalán
una manera de vehiculizar algo que del 15M quedó interrumpido,
porque no supimos continuar, tuvimos un déficit de imaginación
política para seguir desafiando el sistema político español, de
esa democracia subordinada al neoliberalismo. Por supuesto, está el
tema histórico catalán, de su lengua, de su cultura, pero creo que
ahora hay un filón fundamental, que es la importancia que ha tenido
el movimiento independentista catalán de los últimos tiempos como
una parte de esa energía que implicaba apostar por la república
para seguir desafiando el sistema político español. El problema, en
todo caso, es que toda esa energía no ha sabido gestar un espacio,
con su lenguaje, su simbología, su modo de pensar. Y al quedar
codificada en la cuestión nacionalista, y gobernada por unas élites
que tienen su propia agenda, eso ha generado que en el resto de
España se produzca una indiferencia muy grande. El primero de
octubre, en Madrid, salimos mil personas a la calle por lo que había
pasado. Es una indiferencia que da miedo. Hay un malestar por ver que
existe un sistema que parece que no se puede cambiar. Entonces,
frente a eso, hacerlo estallar de la manera que sea. Porque en
España, y creo que en el resto de Europa también, vivimos con una
sensación de que salimos a las calles durante un montón de tiempo,
y resulta imposible afectar el sistema de partidos. Esa desconexión
entre las calles y el sistema de partidos, esa indiferencia del poder
hacia los reclamos, esa ausencia de mediación que pudiera mover algo
–como sucede aquí en Argentina-- puede conducir a una situación
de asfixia. Y creo que algo de eso ha sucedido en 2019 en Cataluña.
Diría que esa energía es muy similar a la que recorrió el 15 M,
pero al estar enclaustrado en una cuestión nacionalista, le hacer
perder fuerza de alianza, para plantear juntos algo del orden
destituyente/constituyente al sistema político español.
Y
de la experiencia de Podemos, ¿qué balance te queda de su actuación
en estos años?
Me
queda la pregunta, que le hago a todos mis amigos de Podemos, que es:
¿qué ha pasado? Porque hubo una autodestrucción caníbal. Porque
incluso si llegaran al gobierno, la experiencia está muerta. Esa
vitalidad, imaginación, energía, esas propuestas de nuevos
liderazgos, todo eso está muerto. Como experiencia política, con
capacidad de leer la situación, de crear, de vincular, de ir más
allá de sí misma, murió muy rápidamente, a diferencia de lo que
sucedió aquí, que el kirchnerismo pierde las elecciones después de
doce años de gobierno, o el lulismo en Brasil que se mantuvo casi
una década y media. En cambio en España, sin llegar al gobierno, la
experiencia de Podemos muere al cabo de tres o cuatro años. Todos se
echan las culpas entre sí pero nadie asume que hay algo de una
cultura política que se creó que fue autodestructiva,
autofagocitadora que terminó en esa lógica de creación/destrucción
del enemigo interno y su difusión en redes sociales, porque es gente
joven que sube todo a las redes sociales… En fin, me queda la
pregunta en torno a qué ha pasado. Me parece que hay algo de esa
cultura política que se creó, vinculada a todo eso de la frontera
antagónica, de la designación de un adversario, de la línea
amigo/enemigo, toda una cuestión guerrera que después se llevó
hacia adentro y estalló las expectativas de muchísima gente.
Expectativas tal vez un poco ingenuas de cambiar de ese modo las
cosas en España, una vez que el camino del 15 M, más callejero y
destituyente (más 2001 dirían acá), se encontró como con un muro.
Me queda la sensación de que Podemos está muerto pero deja abiertas
todas las preguntas: cómo puede ser la construcción de un partido
poroso a la calle pero que no la fagocite; qué es, verdaderamente,
cambiar algo desde adentro (que es introducir un tipo de cambio en
instituciones neoliberales que no son neutrales); qué tipo de
subjetividad se requiere para ingresar a un gobierno que pueda hacer,
no todos pero sí algunos cambios, etcétera. Son todas preguntas que
han quedado sin responder.
*Publicada en revista Zoom
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