Era tan nítida la imagen que
parecía de verdad. Estábamos, ella y yo, abrazados en un banco del
Parque Lezama. Desperté como a las seis de la mañana, apenas unas
horas después de haberme dormido. Todavía era de noche.
Días antes había abierto un
libro de Jean Paul Sartre leído veintipico de años atrás y,
sorpresivamente, allí estaba la única fotografía impresa que
conservaba de Natalia. En la imagen estamos con una nariz de payasos,
disfrazados, quien sabe dónde. Supongo debe ser el barrio José
Hernández, donde ella se había criado, y donde vivía entonces, en
ese año en el que yo también pasé gran parte de mis días allí.
La foto es de 1998, tiene que
ser agosto porque recuerdo que ese día festejamos el Día del niño,
pero como entonces teníamos un trabajo territorial en más de un
lugar, y como buscábamos que el activismo de un barrio entrara en
contacto con el del otro, no puedo asegurar que ese festejo sea el de
José Henández.
Entonces tenía diecisiete
años, y ella, dieciocho.
Fue un año glorioso y lleno
de cambios. Con la agrupación 11 de Julio hicimos el pasaje de la
militancia de Quilmes a esa zona de frontera entre Quilmes y San
Francisco Solano. Seguimos sosteniendo la revista Grito de
Estudiantes, con el suplemento cultural “El Roña” (por
Beckerman, militante de la UES asesinado en Quilmes por la Triple A,
en agosto de 1974), pero le agregamos el “Carlos Mugica”, ya que
vía María –que estudiaba conmigo en el Normal de Quilmes, pero
vivía en José Hernández-- pasamos a tener un trabajo territorial
más intenso allí, donde ella además tenía una inserción en la
Parroquia del barrio. Parroquia y revista suena un poco despampanante
en realidad: la revista eran unas hojas oficio dobladas y
fotocopiadas, que confeccionábamos tipo fanzine entre un armado un
poco artesanal a mano (recortando y pegando textos e imágenes con
plasticola) y otro poco “industrial”, con las hojas escritas en
computadora que nos tipeaba y diseñana “La cristiana”, hermana
de un compañero de la agrupación que era la única persona que
conocíamos que tenía una computadora, y se ofreció a darnos una
mano --antes de sumarse ella también a la militancia--; y la
parroquia, bueno, era una de las sedes de las Comunidades Eclesiales
de Base, esos centros comunitarios de reunión de los vecinos (y,
sobre todo, las vecinas), que ni cura tenían, sino que eran
autoorganizadas por la propia comunidad barrial.
Antes de eso –los dos años
anteriores, pongamos-- íbamos a un barrio cerca del río de Quilmes
a dar apoyo escolar y hacer actividades recreativas con los niños,
pero sólo los sábados a la mañana. Habíamos llegado a ese lugar a
través de un contacto que teníamos con el curita Luis Farinello,
que había abierto allí una Fundación, pero además, nos había
abierto las puertas de su parroquia para que hiciéramos en su radio
un programa de rock, juventud y política, que se llamaba “La era
de la boludez”, hasta que me hice cargo y le cambié el nombre por
el de “La patria rockera”. El cura Luis había “guardado” en
plena dictadura a compañeros montoneros, que dos décadas después
nos formaban políticamente a nosotros, en pleno menemismo, mientras
hacíamos las primeras armas organizativas conversando con los
vecinos y las vecinas del asentamiento, que mandaban a sus hijos al
apoyo escolar. A ese barrio, creo, nunca fue Natalia, aunque sí
venía María, de estoy seguro.
En 1998 la lucha
docente-estudiantil contra la Ley Federal de Educación entró en un
cierto reflujo, así que tanto en los Centros de Estudiantes que
habíamos comenzado a conformar, como en la FEQ (Federación de
Estudiantes de Quilmes), la actividad ese año fue menor. La
agrupación 11 de Julio, de todos modos, seguía con su propio ritmo
de actividades: mucha “agitación y propaganda” (pintadas,
afichadas, volanteadas, radios abiertas), sea para “reconstruir la
memoria histórica” o para intervenir en la coyuntura, en pleno
intento por poner en pie una juventud en y para la resistencia.
En José Hernández activamos
no sólo el grupo de jóvenes en la parroquia, sino también otras
dinámicas ligadas a la realidad del lugar, que incluso ya
funcionaban desde antes de que llegáramos. Así nos sumamos a la
“Comisión de Medio Ambiente” de la que participaban madres y
abuelas de nuestras compañeras, en la lucha contra la contaminación
que generaba la fábrica Massú y en mi caso (que estaba bautizado
por mis padres), comencé a cursar el ciclo de encuentros que me
llevaron a tomar la confirmación. ¡Alto bardo se armó cuando me
dijeron que no podía salir con la catequista! Pero no lo sabía, y
para cuando me enteré, ya era demasiado tarde…
Así comenzó mi vínculo con
Natalia.
Incluso ese año fantaseaba
con ser sacerdote, pensando en que era una buena forma de tener más
y mejor prédica entre los sectores populares (“¿Y el celibato?”,
preguntó una vez mi hermana, pero yo por eso no me hacía problema,
ya que todos los curas que conocía de la zona tenían mujer).
Incluso llegué a representar
a Cristo en un Vía crucis…
Por suerte en esa época no
había cámaras digitales, y aunque sé que hay registros de ese día,
las fotos nunca circularon. Eso sí: el Negro Fabio --nuestro
responsable-- dijo varias veces que iba a publicarlas, dando a
entender que él sí las tenía, pero al fin y al cabo nunca nadie
las vio.
***
La relación con Natalia fue
intensa y ambivalente: llena de momentos de gloria y de enormes
frustraciones, pero no es de esas alegrías y tristezas de lo que
quiero hablar ahora, sino de los pasadizos secretos que a veces se
cuelan en nuestra memoria.
“Necesito/ escuchar tu vos/
volver a hacernos, el amor”. La canción de Andrés Calamaro sonaba
dentro de mí cuando desperté, esa noche, dos décadas después de
haber conocido a Natalia. Mientras intentaba volver a conciliar mi
sueño, diversas imágenes se comenzaron a intercalar en mi cabeza:
una de ellas fue la de Villa Corina, Avellaneda, donde viví un
tiempo, y donde escuché por primera vez Honestidad brutal,
cuando Pablo lo bajó y lo grabó en dos CDs, entre los tantos de
cumbia villera que bajaba y grababa para que saliera a vender por el
barrio. Entonces tenía 19 años y vivía con ellos (con Pablo, su
compañera Flor, su pequeño hijo Juan, su perra Lola). Natalia tenía
veinte, pero ese año ya no estábamos juntos, aunque hay canciones
que más que por sus años de salida las registro por un determinado
período, y qué duda cabe que todo eso aconteció en el ciclo
inmediatamente previo a la insurrección de diciembre de 2001. De
todos modos, después de que mi relación con Natalia se terminara y
que dejáramos de militar en ese barrio, seguía pasando por José
Hernández siempre: en ese tiempo solía ir desde Corina a Don
Orione, desde la casa en la que vivía junto a Pablo y Flor hasta la
de Darío, donde comenzamos a desplegar esa nueva aventura de ser
parte de un Movimiento de Trabajadores Desocupados (José Hernández
está situado justo entre Corina y Don Orione, y todos los colectivos
que van por Camino General Belgrano recorren de una punta a otra el
barrio); incluso cuando me quedaba en la casa de mi viejo, en Bernal,
también tomaba un colectivo --el 263-- que para llegar a Orione
pasaba por Hernández.
***
La imagen de Natalia se
presenta indisolublemente ligada a los rostros de Vero (“La
Comandanta Cuca”, de quien aún conservo el ejemplar de El
principito dedicado que me regaló en aquel tiempo) y de Nico
(“El Compañero Willy”, de quien conservo en mi memoria cada
instante compartido entonces), pero de ellos, de nosotros cuatro, de
nuestra hermosa amistad, no voy a hablar ahora.
Con el sumergimiento de
nuestro pequeño grupo en la dinámica del movimiento piquetero,
entre el 2000 y el 2003, todos los contactos del período anterior se
desvanecieron en el aire –como lo sólido descripto por Marx en el
Manifiesto Comunista--. La ruptura de nuestra organización, a
fines del 99, trajo consigo la ruptura de los vínculos con todos
aquellos, con todas aquellas que habíamos transitado la militancia,
desde la pueblada de Cutral Có hasta la derrota electoral de Menem.
Así que a Vero y a Willy los dejé de ver. A Natalia, no; siempre
nos cruzamos cada tanto, durante algunos años. Aunque durante el
período del gobierno de la Alianza no la vi ni una sola vez, cuando
asesinaron a Darío ella se acercó hasta Avellaneda, a una de las
actividades que hicimos por esos días, y nos dimos un fuerte abrazo
y cruzamos unas miradas al pasar. Creo que fue en la marcha del 3 de
julio, cuando nos movilizamos bajo la lluvia desde el Puente
Pueyrredón hasta la Plaza de Mayo. Estoy casi seguro que fue ese
día, porque la siguiente vez que nos cruzamos ella me recordó que
ese mismo día me había visto luego en el programa de Lanata, cuando fui junto a Néstor
Pitrola (del Polo Obrero) a dar cuenta del proceso que estábamos
atravesando. Y al programa del gordo fui en la noche de ese 3 de
julio de 2002.
Después vinieron los años
kirchneristas, y con nuestros antiguos compañeros casi ni nos
cruzamos. Ellos en el gobierno, nosotros sin saber muy bien qué
hacer, tomamos nuestras posiciones coyunturales como declaraciones de
principios a partir de las cuales se nos hacía muy difícil
conversar. Natalia, de todos modos, después del menemismo ya no
volvió a militar. A Willy, por años, no lo volví a cruzar. Creo
que la noche en que murió Néstor Kirchner, y que Pablo me pasó a
buscar con su auto para ir juntos a Plaza de Mayo a ver qué pasaba,
nos cruzamos todos en alguna esquina.
Después que dejamos de vernos
con Natalia la sociabilidad comenzó a cambiar a ritmos acelerados:
primero apareció messenger en las casillas de correo de hotmail,
luego de yahoo y gmail, y más tarde, facebook; nuestras vidas
comenzaron a tener nuevos vínculos, pero también, numerosos
reencuentros. En 2011 comencé a publicar en un blog (¡otra novedad
después del fotolog!) breves notas con la historia de los montoneros
silvestres que había comenzado a investigar en 2003, retomando
relatos que venía escuchando desde 1996; en 2013 me mudé a Córdoba,
y en 2014, la historia de los montoneros silvestres fue publicada
como libro. Entonces ya había dejado la organización que contribuí
a formar en 2004 y mis antiguos compañeros de los noventa –entonces
en el Movimiento Evita-- comenzaron a sostener posturas críticas
frente al kirchnerismo y a decir que había que escribir el segundo
tomo, que había muchas cosas por resolver, que el cristinismo sólo
no podía. Así que la salida del libro, en ese contexto, fue una
buena oportunidad para el reencuentro. De Natalia hacía años ya que
no sabía nada. Mis últimos cruces por messenger con ella me habían
dejado perplejo: siempre había sido de fabular, y de hacer cosas
locas, pero sus comentarios de entonces me parecieron disparatados, y
creyendo que me estaba tomando el pelo le dejé de contestar los
mensajes. Que casi se quedaba ciega, que había contraído malaria en
África, que andaba por no sé que remoto lugar del mundo... No le
creí nada, y hasta me dio un poco de pena escucharla (leerla en
realidad) decir esas cosas; y un poco de rabia también.
Nos habíamos amado tanto...
***
La historia de los montoneros
silvestres nos permitió volver a reencontrarnos todos, después de
tanto tiempo: la banda de Avellaneda y la Quilmes; Cacho, Beto y
Lila…. El Comandante Tito, no (ya estaba mal para ese entonces, y
moriría tiempo después).
Willy seguía siempre firme
junto al Negro, nuestro responsable durante los primeros pasos en la
militancia en Quilmes. El libro se presentaría en Avellaneda, pero
los quilmeños también se había comprometido a asistir a la
actividad.
Recuerdo que una noche de ese
invierno de 2014 estaba en la redacción del diario El
Argentino--donde trabaja en Córdoba, desde 2013-- cerrando la
edición, cuando recibí un mensaje de Willy por facebook.
Hablamos trivialidades, de lo
lindo que sería reencontrarse toda la banda otra vez y no sé que
otras cosas más.
– ¡Che, vénganse a hacer
el aguante he!
– Sí bolo, vamos. La semana
pasada lo crucé a Facu justo, ahí cerca de la cancha de Quilmes. Le
conté del libro, me dijo que iban a ir con los pibes de la banda del
Comandante Tito, ¿te acordás?
– ¡Cómo no me voy a
acordar! Ese hijo de puta aún me debe un sombrero de Tuqui, la
loquilla de mi ex novia…
– ...
– ¡Qué lindo va a ser
verte Willy!
– Si, hace mucho no nos
cruzamos
– ¿Sabías que Natalia se
murió?
– Creo que la última vez
que te vi fue en Plaza de Mayo, con el quilombo de la 125
– ¿Qué?
– ¿Me estás jodiendo?
¿Natalia se murió?
--No, boludo.
Se murió de muerte súbita.
Yo me enteré el año pasado
por Vero...
--Ahhhh
--Pobre mina, se había
agarrado malaria en África, y no se que más.
Después se corto las venas en
el tren, hace como 6 meses atrás.
Y a fin de año le agarro
muerte súbita y palmo…
--¿Y ahora cómo está?
--Se murió, boludo, se murió.
--La concha de la lora, bolu,
estoy en medio del laburo, haciendo varias cosas a la vez.
No te había entendido, no sé,
o no quería entender, ¡no te puedo creer!
--Lamento darte la noticia
loco.
Dale que se te haga leve.
***
Desplazamiento y condensación.
El día y la noche que se
cruzan junto con el sueño y la vigilia.
Estoy como drogado, pero sólo
es el efecto del sueño (el sueño que tengo mientras estoy
despierto, el sueño que tuve mientras dormía).
La imagen del sueño es muy
similar a la última noche que pasamos juntos con Natalia. Fue en
marzo de 1999. Estuvimos toda la madrugada en el Parque Lezama,
intercalando caminatas con abrazos, parados y apoyados en algún
árbol, o sentados en un banco, donde el amanecer nos sorprendió
entre los últimos apasionados besos que nos dimos, antes de patear
hasta Constitución, en esa odisea que implicaba tomar el primer 148
que partiera rumbo a Solano.
Ese año terminaría nuestra
relación, el gobierno de Carlos Saúl Menem y la etapa “juvenil”
de nuestra militancia. Transitábamos los pasadizos secretos de la
historia previa a la insurrección de diciembre de 2001. Esperábamos
el bondi fumando y conversando, por momentos, y abrazados en silencio
por ratos. No había apuro, más allá del cansancio. Teníamos la
vida por delante.
O eso, al menos, eso creíamos
entonces.
*Adelanto
del libro de relatos 2001:
Odisea en el Conurbano, de Mariano Pacheco.
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