El Precariado en Acción
Por
Mariano Pacheco
V-
Resulta
vital comprender las diferentes formas en que muta el capital para
abordar las reconfiguraciones del proletariado en cada momento
histórico, y sus formas de subjetivación.
En
una de sus “33 lecciones sobre Lenin” –publicadas en formato
libro bajo el nombre de La
fábrica de la estrategia-- Antonio
Negri subraya el hecho de que, para
cada etapa histórica de la lucha de clases, sea importante realizar
una definición de la composición de la clase obrera, que incluye no
sólo su situación general dentro del modo de producción, sino
también el conjunto de experiencias de lucha, comportamientos y el
modo en que las necesidades fundamentales, vitales, se renuevan y
definen cada vez de forma nueva. Dicho de otro modo: resuelta
incruento escindir el momento sociológico del momento político del
análisis.
El
proletariado, entonces, se constituye como clase en tanto que
cuestiona el lugar mismo que el capital le otorga en la estructura
social en tanto clase obrera=trabajo asalariado=función del
capital. Es decir, que el proletariado no es algo dado, sino el
nombre de una apuesta creativa, pero que se gesta desde un entorno
específico de composición. En ese sentido, resulta importante no
confundir al precariado con el excluido, pero tampoco con el Ejército
Industrial de Reserva o con el lumpenproletario.
Recordemos que, para Marx, lo
que define al lumprenproletariado es su falta de relación con la
actividad productiva, y aquello que caracteriza al Ejército
Industrial de Reserva es su carácter variable, de ingreso y egreso
del mundo laboral/asalariado (en El capital, Marx define como
“condición vital de la industria moderna” a esa población
excedentaria, a partir de la cual “los movimientos generales del
salario” quedan regulados por su expansión y contracción). Hoy en
día, por la mutación que ha padecido el mundo del trabajo
(diversificación/heterogeneización) cuesta pensar que el Ejército
Industrial de Reserva sea un 40% de la población. Tampoco la figura
del excluido suena productiva para pensar los nuevos fenómenos, ya
que no da cuenta de la producción de valor más allá de la fábrica
y los lugares convencionales de trabajo. Esta caracterización –la
del excluidm-- coloca a quienes no son asalariados en el lugar de
víctimas que requieren atención. Esta posición no permite pensar
tampoco el antagonismo capital/trabajo en los nuevos contextos de
explotación, donde el capital se valoriza dentro y más allá de
trabajo asalariado, por un lado, y por otro lado, se suele concentrar
más la atención en quienes externamente pueden asistirlos que en su
propio proceso de autoafirmación. El precariado, en cambio, se nos
presenta como una figura capaz de gestar propuestas
político-organizativas (además de productivas) que en su proceso de
resistencia a los modos en que el capital precariza su vida, va
creando alternativas al interior de la economía popular.
Así entendida, entonces, la
economía popular no es el afuera del capital sino el conjunto de
actividades laborales que se desarrollan por fuera del mercado formal
trabajo, que incluye dentro de sí franjas precarizadas. De allí que
no inscribamos dentro de lo que hemos dado en llamar Precariado en
Acción al conjunto de población trabajadora en condiciones de
precariedad, sino tan sólo a una franja que se ha organizado muy
ligada a experiencias territoriales y en donde predominan las
dinámicas comunitarias.
La
CTEP, por ejemplo, plantea que la economía mundial se sostiene hoy
en día en base a tres velocidades diferentes.
La
economía mundial viaja en avión (grandes empresas, por lo general
transnacionales), en tren (Pymmes, donde el trabajo es irregular) y
en chancletas (“capitalismo residual” en el que surge una
“explotación indirecta”. Por ejemplo: empresas que no contratan
mano de obra vía trabajo asalariado pero compran productos
elaborados por trabajadores no registrados que realizan sus quehacer
laborales sin ningún tipo de reglamentación, en eso que Gago
denomina “economías barrocas”, donde conviven las lógicas del
emprendedorismo con las dinámicas colectivas de tipo comunitario).
La misma lógica se plantea para el “empleo público”, que va
desde asalariados en empresas como Aerolíneas hasta “beneficiarios”
de programas sociales que el Estado emplea para suplantar en las
tareas que antes se realizaban bajo convenio colectivo de trabajo.
Esta situación, por lo tanto, genera una innegable fragmentación de
las clases trabajadoras.
Siguiendo
la ejemplificación (en lengua popular) que ofrece la CTEP, es claro
advertir que la precarización viaja en chancletas, pero también en
tren e, incluso, en avión (también la precariedad anida fuertemente
–paradójicamente-- en el empleo estatal, donde --se supone-- el
Estado debería regular y resguardar derechos de sus ciudadanos). Por
eso la CTEP habla del agua, la leche y la crema de la clase
trabajadora, o lo que es lo mismo, del yogurt, la chocolatada y el
matecocido que consumen las hijas e hijos de trabajadores, según el
“estamento” en el que les toque estar empleados.
De
allí que resulte fundamental diferenciar el “trabajo precario”
(incluso precario se puede estar bajo relación de dependencia) de la
“precariedad” presente en la economía popular (sea en
emprendedorismo personal o en proyectos colectivos/comunitarios),
porque si bien en ambos casos no se accede a ningún tipo de derecho
laboral, el tipo de dinámica política será diferente, al menos tal
como se ha dado hasta el momento.
La
conformación de un Sindicato Único del sector (la Unión de
Trabajadores de la Economía Popular) cuenta con grandes ventajas
para combatir esta situación (que en tanto herramienta unitaria
desde la cual poder expresar un poder del conjunto del bloque social,
más allá de sus tendencias políticas), pero también implica
grandes riesgos.
Por
un lado, porque puede perderse todo ese componente
territorial/comunitario más ligado a la historia reciente de los
denominados “movimientos sociales” en post de un corporativismo
de tipo gremial. Por otro lado, porque el planteo va de la mano de
ingresar como sindicato a la CGT, una central que, además de no ser
la única existente hoy en Argentina, ha mostrado a lo largo de estas
últimas décadas sostenerse ya no sobre un típico modelo
burocrático, sino incluso empresarial/mafioso. De allí la necesidad
de gestar el trazado de una serie de genealogías insurgentes, que
permitan a las nuevas generaciones de activistas conocer experiencias
y concepciones sindicales que nada tienen que ver con éstas, y
trazar una estrategia de intervención tal que permita gestar los
anticuerpos necesarios para que la apuesta implique fortalecimiento y
no debilidad en la construcción del necesario poder popular que
permitirá conquistar la justicia social y desarrollar un auténtico
cambio social.
VI-
Resulta
difícil entender la emergencia del Precariado en Acción sino es en
el marco del doble contexto (nacional e internacional) de mutación
del capital y, por lo tanto, de la composición técnica y política
de las clases trabajadoras.
En
el plano internacional,
cabe mencionar que el Nuevo Orden Mundial que se instaura tras la
caída de los socialismos reales (aquello que, tempranamente, el
tardío Félix Guattari ya comenzó a llamar como Capitalismo Mundial
Integrado: expansión tanto intensiva como extensiva del capital), no
sólo se reestructura en términos económicos, sino que inaugura el
período que el crítico cultural británico Mark Fisher denominó
como “la era del realismo capitalista”, es decir, un momento en
el cual el capital se presenta como un régimen sin fisuras, sin
otros mundos posibles, al menos imaginables como alternativa. No es
éste un dato menor, si se tiene en cuenta que, durante casi un siglo
y medio (1848/1988), el capital se desarrollo bajo la permanente
amenazada de ser derribado y dejado atrás por el comunismo.
De
esto se desprende una conclusión que debemos asumir sin desánimo,
pero con toda la crudeza del caso: carecemos de una teoría del
cambio social para el siglo XXI. De allí la importancia de recuperar
debates de los siglos XIX y XX, para operar una selección de
elementos de los procesos y las teorías gestadas durante el “ciclo
comunista”, (desde la publicación de El
Manifiesto comunista
hasta la caída del muro de Berlín), a la luz de procesar con la
mayor precisión teórica que podamos las experiencias contemporáneas
con las que contamos, todas acotadas y sin grandes victorias en su
desarrollo pero que ofician como el suelo concreto desde el cual
poder abordar hoy en día las discusiones necesarias para avanzar
(esos referentes son el Estado comunal promovido por sectores del
chavismo en el marco de la Revolución Bolivariana de Venezuela; los
Caracoles y las Juntas de Buen Gobierno desarrolladas por el
zapatismo en las “zonas autónomas” de México y el
Confederalismo Democrático que lleva adelante el PPK en Kurdistán,
por mencionar las de mayor renombre).
En
el plano nacional,
el neoliberalismo se instauró primero bajo el terror dictatorial, y
luego –bajo las sombras de ese terror presente en la “democracia
de la derrota”-- se consolidó durante la década del “peronismo
del revés” (menemismo como “régimen democrático” que resultó
ser una versión invertida del justicialismo: ni socialmente justo,
ni económicamente libre, ni políticamente soberano), con todo lo
que afectiva, racional y simbólicamente implicó para la memoria del
movimiento más potente que el pueblo argentino gestó en su
historia.
De
allí la importancia de 2001, de la insurrección de diciembre como
acontecimiento político, como momento que funcionó como una suerte
de certificado de defunción del neoliberalismo en tanto “modelo de
Estado”, situación que no implica dejar de ver los “enclaves
neoliberales” que pervivieron durante “los años kirchneristas”
(y que serán retomados y profundizados durante la gestión
Cambiemos). Pero de algún modo, la revuelta de ese fin de año, las
potencialidades creativas desplegadas durante el verano que le
siguió, fueron el suelo sobre el que un nuevo ciclo de Estado pudo
instalarse y sostenerse durante la larga década, incluso contando
entre sus filas con algunos de los movimientos sociales que habían
parido la resistencia anti-neoliberal y abonado a la crisis de
representación que se había llevado puesto al conjunto de la
dirigencia, incluso a la sindical y la política peronista, de la que
emergieron luego Néstor y Cristina.
Recuperar
2001 desde otras coordenadas (éticas, estéticas, teóricas y
políticas) a las que lo han hechos tanto las derechas como el
progresismo puede ayudarnos a entender mejor ese momento político,
ese “productivo intervalo de elaboración de saberes y estrategias”
--como sostiene Diego Sztulwark en su libro La
ofensiva sensible. Neoliberalismo, populismo y el reverso de lo
político-- que
afirman una potencia de existir ante las líneas mortíferas que
presenta este sistema-mundo que habitamos. Subjetividades de la
crisis, entonces, que nos permiten aprender a vivir invirtiendo la
relación entre norma y excepción.
En
este sentido, que los movimientos populares que vienen articulando
ese Precariado en Acción hayan elegido el 20 de diciembre como fecha
de lanzamiento de este nuevo sindicato, no deja de ser por demás
llamativo y simbólico, ya que enlazan las dinámicas del presente
con las del pasado reciente, al mismo tiempo que sientan una posición
favorable respecto del roo dinamizador que las calles puede jugar de
cara a los desafíos que se vienen.
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