La
Agrupación 11 de Julio
Para
cuando Darío comenzó a participar, a mediados de 1998, la
agrupación ya llevaba casi dos años de existencia. Había surgido
una tarde cualquiera cuando Mariano y Eduardo, sentados en la
escalinata de la galería Colón de Quilmes y luego de un rato de
intentar encontrar un nombre creativo se hartaron y dijeron: “Ma’
sí, pongámosle una fecha. ¿Qué día es hoy? ¿11 de julio? Bué…
Agrupación Estudiantil 11 de Julio”. Pocos días antes se había
producido en Cutral-Có el primer gran levantamiento popular bajo el
gobierno de Carlos Menem, y salieron a pintar con aerosol en las
paredes de Quilmes y San Francisco Solano: “Todos somos Cutral-Có”.
No firmaban, pero todos eran integrantes del Movimiento La Patria
Vencerá (MPV). Mariano
y Eduardo eran los únicos dos adolescentes en esa pequeña
organización de militantes que provenían, la mayoría, de la
agrupación Descamisados del peronismo revolucionario. Ya no se
asumían peronistas –entendían que aquel movimiento histórico
debía ser superado, sobre todo a partir de la versión menemista del
peronismo-. Proponían
en cambio la construcción de una identidad superadora, que anclara
en la tradición del nacionalismo popular revolucionario pero
incorporando a militantes de izquierda y análisis marxistas de la
realidad.
Con
inserción sobre todo en Quilmes y Avellaneda, el MPV también
desarrollaba algunas actividades en la zona oeste del Gran Buenos
Aires, y a partir del segundo mandato menemista se había propuesto
impulsar distintos trabajos barriales, desarrollar frentes de masas
de la organización que intentaran encauzar las propuestas vecinales
en torno al eje de la desocupación, una reivindicación a la que ya
visualizaban con un gran potencial de confrontación contra el
Gobierno. Cuando en 1996, casi por casualidad, Mariano y Eduardo se
acercaron cada uno por su lado al MPV, sus militantes les aconsejaron
que armaran una agrupación con jóvenes de su misma edad para
desarrollar actividades vinculadas con el colegio y su vida
cotidiana.
Fue
así que ambos, como una forma de empezar a dar los primeros pasos e
intentar sumar compañeras y compañeros de los colegios, decidieron
publicar una revista parecida a esos fanzines que también vendían
en algún que otro local de la galería Colón, donde se juntaban los
adolescente de Quilmes y donde compraban casetes de bandas como los
quilmeños Sin Ley, a quienes iban a escuchar a menudo. Durante casi
tres años, Mariano, Eduardo y las chicas y muchachos que se fueron
sumando a lo largo de ese tiempo publicaron once números de Grito
de estudiantes
—como llamaron a la revista—, que salía casi todos los meses.
Estaba escrita y diseñada de principio a fin por los integrantes de
la agrupación, que tenían entre catorce y diecisiete años.
En
esa publicación, desde un año y medio antes de que Darío se sumara
a la agrupación, daban cuenta de las luchas de las que participaban,
como marchas, cortes de calle y sentadas repudiando las políticas
educativas del gobierno, y de los procesos de organización que
impulsaban en los centros de estudiantes del distrito, como la
Federación de Estudiantes de Quilmes, primero, y la Coordinadora de
Estudiantes Secundarios, después. También incluían homenajes a
militantes caídos de generaciones anteriores en su búsqueda por
fundar una genealogía que se remontaba desde las luchas populares de
los gauchos e indios de los malones y las montoneras del siglo XIX
hasta las de las décadas del sesenta y setenta del siglo XX, pasando
por el peronismo (haciendo hincapié en la figura de Evita y la
resistencia peronista). Por supuesto, dedicaban un lugar central a
referentes clave de la historia reciente, como los caídos el 22 de
agosto de 1972 en la masacre de Trelew, a Agustín Tosco, a Rodolfo
Ortega Peña y hasta Mario Roberto Santucho, junto con el Che Guevara
y, más en general, los treinta mil desaparecidos durante la
Dictadura.
Otra
de las figuras clave en su ideario era el subcomandante Marcos,
máximo referente del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, la
organización con base indígena alzada en armas el 1° de enero de
1994, y con fuerte desarrollo en las montañas del sureste mexicano y
en la legendaria —a partir de entonces— selva Lacandona. Más de
una vez publicaron palabras del sub
o
comunicados del EZ, que por esa época, a partir de un inteligente
uso de Internet, comenzó a establecer contacto con sectores en lucha
de todo el mundo, compartiendo sus hazañas, sus reflexiones y su
literatura, ya que Marcos comenzó a difundir sus propios cuentos,
aguafuertes y relatos basados en la vida y la historia de las
comunidades indígenas, muchos de ellos protagonizados por Durito, su
alter ego.
Además,
a partir del cuarto número, correspondiente a marzo-abril de 1997,
la revista incorporó el suplemento El
Roña,
en homenaje a Eduardo Beckerman, un militante de la Unión de
Estudiantes Secundarios (UES) de Quilmes, a quien llamaban así
porque siempre andaba con el uniforme del colegio arrugado y con la
corbata desalineada. En su contratapa recordaban que el “Roña”,
de diecinueve años, había sido asesinado en la madrugada del 22 de
agosto de 1974 por la Alianza Anticomunista Argentina (Triple A), la
fuerza parapolicial del gobierno de Isabel Perón, cuando salía de
una pizzería en Bernal después de coordinar las acciones de la
Unión de Estudiantes Secundarios (UES), que él integraba junto a
otros sectores de la Tendencia Revolucionaria del peronismo, con
motivo del segundo aniversario de los fusilamiento en Trelew.
En
ese suplemento, tanto los integrantes de la agrupación como sus
compañeros y amigos publicaban las poesías y los relatos que
escribían, los dibujos que hacían, además de los dibujos de
artistas reconocidos como Ricardo Carpani, y las poesías y extractos
de ensayos, cuentos y novelas de autores de lo más variados, como
Mario Benedetti, Rodolfo Walsh, Juan Gelman, Francisco “Paco”
Urondo, Eduardo Galeano, Juan José Hernández Arregui, Jorge Amado,
Federico García Lorca, Antonio Machado, Raúl González Tuñón,
Pablo Neruda, Roberto Santoro, César Vallejo… entremezclados con
letras de las bandas de rock del momento, como Almafuerte, viejas
canciones de Quilapayún, y también textos de algunos mucho menos
conocidos como Alberto Carmena o Eduardo “Carlom” Pereyra Rossi,
entre otros. También
rescataban la figura de Camilo
Torres, el sacerdote y sociólogo colombiano que se integró a la
guerrilla del Ejército de Liberación Nacional y murió en combate
contra el ejército el 15 de febrero de 1966. Esto les servía a los
pibes de la Agrupación 11 de Julio para instalar nuevamente, en una
nueva generación, el debate sobre la relación entre fe y
participación popular.
Toda
esta actividad militante y cultural que, por cierto, contradecía
abiertamente al paradigma consumista y conformista característico de
los años noventa, iba a abrirle un mundo nuevo a Darío Santillán.
Pero
bastante antes de que él tomara contacto con ellos, en julio de
1997, la agrupación había pasado de ser “estudiantil” a
denominarse “juvenil”. En la editorial del N° VI de Grito…
se
explicaba que a partir de entonces pretendían darle un cauce
organizativo a sus inquietudes no sólo como estudiantes sino también
como jóvenes, ya que intervenían en otros espacio además de los
Centros de Estudiantes, sobre todo en el ámbito de la cultura y de
la coordinación con los sectores populares de las barridas más
pobres. Algunos ejemplos de esas intervenciones fueron la realización
del programa La
patria rockera
en la FM Compartiendo, que el sacerdote Luis Farinello había montado
al lado de su iglesia, y donde se reunían militantes cristianos
identificados con la Teología de la Liberación.
También
comenzaron a hacer apoyo escolar y recreación para los chicos del
barrio Trinidad, de Quilmes, y en la Villa Itatí, de Bernal. En esta
última ya funcionaban la Biblioteca Solidaridad y el comedor De la
Mano de un Niño, donde, junto con otros militantes y vecinos,
apoyaron la creación de un grupo de base llamado José Tedeschi, en
homenaje al sacerdote que no sólo realizaba
sus tareas comunitarias, sociales, políticas y evangélicas en la
Villa, sino que además se había mudado allí a vivir en una casa de
chapa y madera. “Pepe”, como le decían, fue secuestrado en marzo
de 1976, pero no desapareció: su cuerpo fue encontrado en La Plata,
desfigurado por la tortura, los golpes y las balas.
De
vez en cuando, además, participaban en actividades fuera del
distrito de Quilmes, por ejemplo en Avellaneda, donde el pionero
Movimiento de Trabajadores Desocupados de Villa Corina, impulsado por
militantes del MPV, intentaba establecer conexiones con otros grupos
de la zona. Así fue que participaron en la plaza Alsina, a pocas
cuadras de la subida al puente Pueyrredón, de algunas jornadas por
la derogación de la Ley Federal de Educación y la de
“flexibilización laboral”. Los aglutinaban consignas como “Por
salud, trabajo y educación” y “Basta de hambre, miseria y
represión”. De esta forma, la Agrupación 11 de Julio funcionaba
como un espacio de confluencia entre los estudiantes secundarios de
las escuelas de Quilmes y la realidad de los sectores más marginados
y sus organizaciones todavía incipientes.
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