Literatura argentina y realidad política
Por Mariano Pacheco*
En 2015, saldrá a las calles “Los años de formación”, el
primer tomo de Los diarios de Emilio
Renzi, segundo nombre y segundo apellido de Ricardo Piglia, con los que
solía firmar algunas de sus notas y trabajos como editor en los años setenta.
Allí pueden leerse, como fragmentos del Diario, algunos relatos con los que el
lector de Piglia ya se había topado en libros de cuentos, microensayos o
microficciones (Formas breves), y
también, las líneas en donde cuenta por qué dejó afuera de su primer libro el
cuento “Desagravio”, incorporado en la reedición de La invasión que realiza Anagrama en 2006. En ella se agrega otro
cuento inédito y otros tres publicados hace décadas en revistas (La invasión fue publicado en Argentina
en 1967, y bajo el nombre de Jauría,
obtuvo el mismo año el prestigioso Premio Casa de las Américas de Cuba).
Escrito en los primeros años sesenta, el cuento no tiene
tantos años de distancia con los hechos históricos narrados. Pero Piglia
entiende entonces que “desentona” con la original poética que intenta
construir, con el fin de hacerse un lugar entre los cuentistas de su generación
y lograr, finalmente, un espacio
destacado en el panorama literario argentino.
El hecho, y lo que nos interesa aquí, es que el cuento tiene
ese toque policial que tanto promocionó Piglia desde joven. “Desagravio” parte
del cruce de un episodio singular en la vida de Fabricio y el acontecimiento
político de los bombardeos a Plaza de Mayo por parte de la Marina de Guerra, en
un claro intento por desplazar a Perón del gobierno y asesinarlo. El
protagonista iba al encuentro de reconciliación con su mujer, que lo había
abandonado dos meses antes, el mismo día en que se realizaría un “desagravio a
la bandera”. Sólo esperaba de ella un
gesto de ternura y de arrepentimiento. Él también podía llamar desagravio a lo
que estaba por suceder.
Elisa había abandonado a Fabricio de un día para otro, sin
explicarle la razón: que sus celos lo estaban enloqueciendo. Él esperaba
encontrarla en un bar del Bajo, en el microcentro porteño, cerca de donde ella
daba clases de violín. En aquel lugar en donde la había visto tantas veces
tomando su café con leche, mientras la espiaba. El contexto de amores y
desamores se cruza con el contexto de la política nacional: una bandera
argentina prendida fuego en el atrio de la catedral; el presidente Perón
acusando a la Acción Católica. Fabricio, que ese día andaba armado, había
imaginado innumerables veces que un suicida, un amante abandonado o cualquier
hombre decidido y desesperado podía ser capaz de hacer lo que otros no podían
hacer, como asesinar al presidente. Ahora iba armado, en medio de un complot
contra Perón, pero para matarla a ella. En medio del caos la pierde de vista, y
termina “murmurando y haciendo gestos”, caminando hacia el sur de la
ciudad, entre los cadáveres y las
ruinas.
Cuarenta años después agrega el cuento en una reedición,
cuando ya tiene su obra consolidada y reconocida en numerosos lugares del
mundo.
*Extracto del libro Cabecita negra. Ensayos sobre literatura y
peronismo (Punto de encuentro, 2016)
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