Reseña
Por
Mariano Pacheco*
Ya
desde el prólogo de Spinoza. Filosofía terrena (Colihue,
2014) Diego Tatián deja planteadas muy claramente las líneas de
trabajo filosófico y político que pretende desarrollar. Entre
ellas, pensar, explorar y reinventar una “política democrática”
y a la vez “realista” –sostiene– que Spinoza nos ha legado.
Este
libro, según el juicio de este cronista, contiene al menos dos
grandes virtudes. Por un lado, sirve como una introducción –al
menos para los lectores legos, aquellos que no estamos ligados
cotidianamente a la academia– al estudio no solo del autor tratado,
sino de los problemas planteados y abordados históricamente por la
filosofía política. Por otro lado, es una interesante herramienta
teórica para problematizar los desafíos políticos contemporáneos,
sobre todo aquellos que se nos presentan en suelo nuestramericano.
Porque en la filosofía terrena de Spinoza –nos dice Tatián–
siempre hay “algo por hacer”. Eso significa, ni más ni menos,
que hay “una emancipación por consumar, un terror –visible o
invisible– por desvanecer, una felicidad singular y colectiva por
cumplir”. Y especifica más adelante: “el actual momento
latinoamericano no cuenta con modelos sino con inspiraciones
intelectuales e históricas subordinadas a la creación política”.
Siguiendo
esta línea, el pensador cordobés se mete con la que parece ser una
de sus grandes obsesiones teóricas: la cuestión democrática.
Democracias
salvajes
Retomando
el concepto de “democracia salvaje” (de Claude Lefort), como
“continua irrupción de derechos”, Tatián esboza algunas
definiciones al respecto. Plantea que la democracia es “la
existencia colectiva que tiene su lugar de inscripción en una
falla”, entre el derecho (como potencia) y la ley, que no es vista
solo como limitativa del derecho, sino también como “expresión”
y lugar de protección. Retomando a Spinoza, Tatián afirma que la
democracia no es “un conjunto de formas definitivas presuntamente
formadas en el orden del concepto”, sino el “desbloqueo, la
desalienación y la liberación de una fuerza productiva de
significados, de instituciones, de mediaciones por las que se
mantiene e incrementa”. Así, la democracia spinocista –su
“difícil” y “raro” legado– sería una suerte de
“autoinstitución ininterrumpida”, nunca algo dado sino una
creación, un descubrimiento, un “trabajo por lo común” (e
incluso por el comunismo, arriesga Tatián).
Este
legado, eso sí, se mantendría a distancia de, por ejemplo, las
experiencias denominadas como “socialismos reales”,
sencillamente, porque no pueden concebir a una hipotética sociedad
futura como un “contractus racional” que, según la lógica
trascendente, deberían ser de un modo y no de otro. En este sentido,
la propuesta de Spinoza es doblemente realista. Porque no supone
exigencias sacrificiales y porque debe “autoconstituirse en el modo
de una potencia común ejercida como resistencia y como afirmación
pública frente a los embates de poderes que acechan la vida humana”.
Ese
realismo, a su vez, se encuentra a una distancia insoslayable del
planteo hobbesiano. “La ciudad spinocista es una composición
inmanente de potencias en una potentia democrática que
produce amistad y lucidez”, sostiene Tatián en un pasaje del
libro. Y complementa: “En la ciudad spinocista la ley despliega e
incrementa la pluralidad de potencias que la componen: una lógica de
la agregación sustituye la lógica del sacrificio cualquiera sea su
forma”.
Atravesada
por el deseo, la política democrática spinocista se cimenta sobre
las bases de dos movimientos: la capacidad de conjurar la
“superstición” (ese “dispositivo político”, esa “máquina
de dominación” que separa a los hombres de lo que pueden, que
inhibe su potencia política y capta su imaginación en la tristeza y
la melancolía, que puede devenir en “melancolía social”) y de
promover su contrario, la “hilaritas”, que no es más que la
“alegría integral” que un cuerpo es capaz de alcanzar cuando “se
halla en plena posesión de su potencia de afectar y de ser
afectado”. “Hilaritas” que Tatián sugiere pensar en clave
colectiva, como “ejercicio pleno y extenso de los derechos”, como
“capacidad imprevista de derechos siempre nuevos”.
Intervalo
maquiavélico
El
ya mencionado Claude Lefort y su maestro Merlau-Ponty son los nombres
a partir de los cuales Tatián piensa un cruce entre Spinoza y
Maquiavelo (o entre el spinocismo y la “izquierda maquiaveliana”,
según titula a uno de los capítulos). En resumidas cuentas, el
actual decano de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la
Universidad Nacional de Córdoba rescata cierto afán conflictivista
para pensar la democracia en particular y la política en general.
Siguiendo a Merlau-Ponty, acentúa la cuestión del conflicto como
“constitutivo de la comunidad política”. Y con Lefort, pone en
cuestión la posibilidad de que exista una “solución final” del
conflicto social. “No hay una sociedad transparente y despojada de
conflictos a recuperar”, sostiene, ni una “sociedad reconciliada
por venir que sería la desembocadura del proceso revolucionario”.
Desde
estas premisas, Tatián argumenta que es Maquiavelo quien permite
cuestionar al capitalismo y –a su vez– al totalitarismo y afirma
que América Latina atraviesa actualmente un “momento
maquiaveliano”, a partir del cual, “un conjunto de antiguas
luchas sociales organizan sus militancias y sus tareas en una
conquista institucional, en una disputa por la ley” y por “el
sentido compartido”, bajo una tácita “exhortación a la unidad
Latinoamericana” por un “Príncipe colectivo” que ha adoptado
un posicionamiento popular, y cuya frágil realidad no procede de
ninguna “necesidad histórica”, sino de un “encuentro
aleatorio” entre “movimientos sociales y políticas de Estado”
en la región.
El
desafío queda así planteado. Los procesos actuales deberán dar
cuenta de si son o no capaces de producir esa “institucionalidad
inmanente a los conflictos”, “medidas de reparación” y de
“traccionar” derechos, como sostiene Tatián. En fin, si son
capaces de dejar que irrumpan fenómenos no previstos por la ley o
sí, por el contrario, la dinámica estatal, los procesos de
burocratización, se irán devorando las novedades políticas que ha
acontecido en el continente durante las dos últimas décadas.
Pensamiento
situado
En
este libro Tatián retoma un tópico clave ya presente en Spinoza,
el don de la filosofía: el pensamiento situado. Así como en el
texto anterior realiza “conjeturas sobre spinocismo de Lisandro de
la Torre” y rastrea lecturas del “pulidor de lentes” en
Argentina, e incluso en Córdoba, en Spinoza, filosofía terrena
retoma la circulación –académica y no académica– de Spinoza en
el campo cultural nacional, desde las lecciones jesuitas impartidas
en la Universidad Nacional de Córdoba en 1766, hasta las más
recientes reflexiones presentadas en los “Coloquios Spinoza” que
el propio Tatián viene organizando en la UNC desde hace años,
pasando por las tempranas recepciones de Spinoza en el pensamiento de
la izquierda argentina. Por supuesto, este carácter situado
(nacional/Latinoamericano), no lo hace dejar a un lado las agudas
interpretaciones realizadas por pensadores europeos, entre quienes se
destacan los franceses Gilles Deleuze y Étienne Balibar. Tal vez
este esfuerzo por glosar las lecturas que otros han realizado de
Spinoza tenga que ver con que –tal como sostiene en el capítulo en
el que rescata los aportes de la brasileña Marilena Chaui– “hay
libros escritos por un filósofo acerca de otro que son capaces de
suscitar problemas donde antes no los había o no se los había
percibido, que logran desestabilizar lo que se creía saber y abrir
interrogantes nuevos”.
Mover
el tablero
La
pregunta por la militancia política que se realiza Tatián, en un
contexto nacional donde parece haberse tornado sentido común la idea
de que ha “vuelto la política” y que los jóvenes otra vez
participan en política, parece muy atinada. En el fondo, como casi
todas las cuestiones políticas contemporáneas, son interrogaciones
de tipo continental, ya que los países de Latinoamérica vivimos,
con des-tiempos, circunstancias similares.
Tatián
insiste en que las razones que inducen al compromiso político son a
la vez filosóficas y situadas. “¿Qué motiva a un militante para
serlo? ¿Cuáles son las pasiones, manifiestas y secretas, de su
actividad junto a otros en una organización?”, se pregunta, y
destaca que si bien la palabra militancia tiene un origen religioso
(los “militantes de Cristo” decían en la Iglesia temprana), su
uso actual –y desde hace tiempo– está inspirado en la cuestión
social, y su posible transformación, y por ende, a una pluralidad y
a una “ruptura con las motivaciones puramente individuales”.
Con
audacia, Tatián logra sortear las obviedades a la hora de
reflexionar sobre estos temas. Basado en un “principio
materialista”, desconfía de las purezas y los supuestos actos de
desinterés. “Ni vocación de servicio, ni sacrificio por los
otros, la militancia es el lugar del otro en su sentido más
complejo”, sostiene, en un intento por tomar distancia de la
“perspectiva moral”, que de alguna manera funciona como la otra
cara de la perspectiva demonizadora, que tuvo su apogeo en los años
80 con la ya clásica “Teoría de los dos demonio”. “La acción
militante –sostiene Tatián– es un trabajo sin fin contra las
intrusiones de la fortuna en los territorios ganados por las, siempre
amenazadas y frágiles, transformaciones políticas”.
A
contrapelo de lo que sucedió en la década del 70 en la relación
intergeneracional (“no es cuestión de tirar un viejo por la
ventana”, solía decir Juan Domingo Perón, como advirtiendo a su
“juventud maravillosa” los tiempos por venir), hoy parece ser la
generación vieja, que recobró impulso tras la asunción de Néstor
Kirchner a la presidencia en 2003, la que ocupa el centro de la
escena, por más que centenares de muchachos y de chicas jóvenes
–incluso adolescentes– engrosen las mismas filas.
De
allí la relevancia del debate en torno a los “viejos” y los
“jóvenes” que, partiendo de Maquievelo, Diego Tatián aborda en
este libro. “Maquiavelo insta a los jóvenes a desconfiar de los
viejos, quienes travisten como sabiduría y experiencia lo que no es
sino impotencia, extinción del deseo, cansancio”, subraya el
cordobés, sin dejar de colocar un balde de arena (compensatorio) en
la importancia maquiaveliana de la prudencia, el otro componente
necesario para la ruptura revolucionaria.
Como
sea, y más allá de que el lector comparta o no las posiciones del
autor, lo interesante de este nuevo libro de Tatián sobre Spinoza
son las reflexiones que despierta.
*Publicada
en Lobo suelto! En 2014
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