Reseña
Por
Mariano Pacheco*
A
pesar de lo complejo de “método geométrico”, las ideas
fundamentales de Baruch Spinoza “son muy fáciles de comprender,
incluso por los iletrados, y tienen un amplio poder de seducción que
no deja de inquietar”, puede leerse en las primeras páginas de
este libro en el que, partiendo de la figura y el pensamiento de
Spinoza, Diego Tatián ensaya algunas hipótesis y reflexiones en
torno a la democracia, la política y el lenguaje, partiendo de la
premisa de que su obra no es una “cosa del pasado” y que
“continúa dando de pensar”.
“¿Cómo,
de qué, con cuál propósito, para quien se escribe filosofía?”.
Partiendo de estos interrogantes Tatián recupera de Gilles Deleuze
la idea de “comprensión analfabeta” –central para la difusión
del spinocismo, sostiene– y recuerda que, tal como afirman los
especialistas, en los círculos obreros de Amsterdam, aun hoy se
invoca el nombre de Spinoza, para quien “las palabras solo tienen
significado fijo en virtud de su uso, y por tanto el uso corriente
del lenguaje es el punto de partida para una intervención filosófica
sobre él”.
Para
Tatián, la obra de Spinoza –o, al menos, ciertos pasajes– aporta
a pensar una “política del lenguaje”, centrada en la
“resistencia a una lengua única”, que promueve un “universalismo
militante” concebido como consustancial al trabajo filosófico, en
una perspectiva que implica promocionar una “democratización de la
filosofía”. Es esta “causa” de Spinoza –“una militancia
intelectual colectiva” cuyo centro es una “política del
lenguaje” – la que lleva a Tatián a reivindicar algunas líneas
de la obra en la que el “pulidor de lentes” recomienda hablar
“según la capacidad del vulgo” y adaptar las palabras y los
argumentos a la “capacidad de la plebe”.
Sin
lugar para los débiles
El
lugar del otro, la posibilidad de composición con los otros, es una
de las claves de este libro. Tatián dedica uno de los capítulos
finales a narrar los “protocolos de un encuentro” entre Spinoza y
Marx, donde la potencia de lo común, del comunismo, es rescatada con
todas sus fuerzas. Pero ya desde antes, desde las primeras páginas,
esta cuestión aparece tematizada. “La filosofía redunda en el
interés por los otros y por la construcción inmanente de una forma
de vida compartida establecida no sobre el juicio sino sobre la
lucidez”, sostiene en uno de los apartados. Lucidez que lleva a
Spinoza a no proponer una “filosofía de la tolerancia” –“siempre
contigua a pasiones tristes y melancólicas”, aclara Tatián–
sino más bien a promover una “filosofía del reconocimiento”,
que funciona como potencia o virtud (amor fati). “La vita
activa spinocista no tiene nunca la forma de un hacer que toma a
los demás como objetos, sino siempre como sujetos con los cuales
operar una composición. En la filosofía de Spinoza no se trata de
víctimas, sino de seres humanos capaces, cualquiera sea la condición
en la que se encuentren”. Así, el cuerpo siempre es algo más que
un mero cuerpo, explica Tatián. Y por lo tanto, no sabemos nunca lo
que puede y de lo que es capaz. “En este aspecto –agrega– la
filosofía y la política se revelan como formas del reconocimiento
de sí, como recuperación del pensamiento y el poder de afectar”.
Siguiendo
esta dirección, Tatián aborda un nudo central del spinocismo: la
relación entre perseverancia (o conservación de sí) y generosidad
(o donación). “La generosidad no es en Spinoza un mandamiento,
tampoco un precepto trascendente ni una obligación heterónoma”,
explica el pensador cordobés. Y complementa: “es un deseo activo y
una inteligencia productiva que incumbe a la vida buena”. Desde
estas reflexiones el pensador cordobés arriba a la conclusión de
que la política misma puede ser pensada como “amor intelectual”,
que combate los amores impotentes y tristes de la superstición”.
Así
entendida, la política no es “hacer por otros” (el cuerpo
víctima que sufre; el débil al que hay que ayudar), sino un hacer
con otros. Muy cerca de la pedagogía popular propuesta
por Paulo Freire, y seguida por numerosos movimientos sociales
latinoamericanos actuales, y muy lejos de los preceptos religiosos e
incluso de algunas versiones del marxismo, la filosofía política de
Spinoza nos propone –según Tatián– salirnos de la
despolitizadora compasión, para adentrarnos en un tránsito común
con otros.
En
este sentido, es el concepto de “utilidad común” es el que
establece un dispositivo a partir del cual pensar y realizar una
política no sacrificial. Esa alegría que se experimenta por el bien
de otro, corroborada en un plano afectivo y sostenida en una
inscripción política, es a lo que se llama “deseo de comunidad”.
De allí el título del libro. Porque el don más alto de ese bien es
la filosofía. Una utilidad común llevada al extremo, es decir, la
filosofía como bien común. “Don de lo común que excede el
paradigma del interés y del cálculo –entender con otros,
intelecto general–. Establece un horizonte colectivo siempre
abierto, democrático en sentido fuerte”, comenta Tatián, a
la vez que destaca que allí se revela esa mutua implicancia entre
filosofía y política, “pues el conocimiento y el entendimiento
son tanto mayores cuanto más común”.
Siguiendo
este sentido democrático fuerte es que Tatián lee en Spinoza, y
rescata su filosofía para pensar la política contemporánea. Aunque
tal vez es aquí en donde las conclusiones filosóficas del autor
encuentran una suerte de “paredón” en relación con algunas de
las lógicas que las democracias actuales del continente (las
populares, en el mejor de los casos) sostienen. Al menos si es que
prestamos atención, por ejemplo, a la preponderancia que los
liderazgos unipersonales tienen en muchos procesos latinoamericanos a
los que Tatián observa con atención y simpatía. Porque de la mano
de esos procesos, el pensador cordobés rescata lo “inconsistente”
(donde se atesora la novedad y la invención, dice), y destaca que
Spinoza (en el Tratado político) piensa en una “multitud
democrática” en un doble sentido: por un lado, una potencia
inalienable e intransferible (que incluso aparece en este libro con
el nombre de “poder popular”). Por otra parte, la “multitud
democrática” es presentada como “preservación de las
diferencias que la constituyen por naturaleza”, y por lo tanto,
“resistencia a la uniformidad”, a la que Tatián denomina
“autoinstitución ininterrumpida”. E incluso, muy cerca de las
reflexiones que Gilles Deleuze sostiene en sus clases sobre Spinoza,
Tatián explica: “multiplicidad sin centro que no admite nunca ser
reducida a la unidad; conflicto irrepresentable que produce
institucionalidad dándose a sí misma viva e inestable”.
Difícil
y raro
Lo
común aparece en estas reflexiones que Tatián realiza sobre Spinoza
como lo “raro”, lo “difícil”, lo que falta y no lo que hay.
En una realidad en la que la lógica del capital parece extenderse
por todo el planeta, en cada rincón (incluso en aquellos
inimaginables años atrás), el comunismo pregonado por Karl Marx
seguramente aparezca más en los “intersticios” de nuestra
sociedad, como supo plantear el viejo Louis Althusser, que en el
desarrollo de las fuerzas productivas. Rescatando el spinocismo del
fundador del comunismo moderno, Tatián intenta pensar algunas claves
para un post-marxismo latinoamericano.
Su
rescate comienza valorando la “opera filosófica” realizada por
el joven Marx, quien en sus cuadernos manuscritos de 1841 considera a
Spinoza, “por primera vez de manera explícita, como un filósofo
político en sentido plano y un amigo de la democracia capaz de
intervenir directamente en las disputas de la propia época”. Si
bien a partir de los Manuscritos de 1844, y más notoriamente
con La sagrada familia de 1845, Marx desplaza la pregunta
política de la democracia por la interrogación social de la
producción, el trabajo, en fin, la clase obrera capaz de construir
el comunismo, Tatián –repasando algunas de las hipótesis Miguel
Abensour sostiene en su libro La democracia contra el Estado,
traducido por Eduardo Rinesi y publicado por Colihue en 1998–
realiza un recorrido por los diferentes momentos en los que vuelve a
aparecer esta cuestión en Marx, sobre todo en La guerra civil en
Francia (1871), texto en el que –siempre siguiendo las
reflexiones de Abensour glosadas por Tatián–, inspirado por el
fenómeno de la “Comuna de París”, el autor de El Capital
recupera la “cuestión democrática”, que había permanecido
“latente y oscura” durante todos esos años. Esas reflexiones
llevan al autor cordobés a indagar en los textos de Althusser en los
que, para “despegar” a Marx de Hegel, rescata su spinocismo, e
incluso el legado de Spinoza presente en Lenin.
Como
puede verse, este libro es una invitación a revisitar o introducirse
en el pensamiento de Spinoza, pero también en la filosofía, y por
qué no, en los desafíos intelectuales que la época reclama.
*Publicada
en Lobo suelto! En 2014
Leer estos análisis estimulantes me lleva, indefectiblemente, a lamentar la distancia entre estos y la vida real. No me canso de despotricar frente al abismo que siento/veo todo el tiempo entre academia y calle.
ResponderEliminar