Fue un 24 de marzo.
Me encontraba entonces en
plena organización de una radio abierta. La plaza que se encuentra
frente a la estación de trenes de Quilmes comenzaba a decorarse con
banderas. Observé a un muchacho barbado, con un buzo del grupo de
heavy metal Hermética, dar vueltas por el lugar. Tras unos breves
minutos se sentó, solo, en un costado de la plaza.
Tal vez porque era uno de los
más grandes del grupo –aunque tenía apenas 17 años--, o quizá
porque era el más caradura, el que asumía las tareas “públicas”,
me acerqué hasta el muchacho y le tendí un volante. Al instante
comencé a contarle: que éramos de la Agrupación 11 de Julio; que
estaba por comenzar una actividad. En cuando me puse a comentarle el
significado político que para nosotros tenía aquel día, él me
cortó y me dijo:
– Sí, ya sé. Yo vengo a la
actividad.
Por supuesto, quedé perplejo:
es que casi nunca alguien desconocido se acercaba a una actividad.
Pero directamente duro quedé cuando agregó:
– Lo estoy buscando a
Mariano Pacheco.
Claro, me buscaba a mí. Pero,
¿por qué? ¿De dónde me conocía? Antes de que llegara a
preguntarle algo, él se adelantó y aclaró el panorama:
– Soy Darío Santillán,
alumno de Andrea Gallegos.
Eso fue en 1998.
Años más tarde relacioné
esa anécdota con La insoportable levedad del ser, la novela
de Milan Kundera. Claro que cuando la leí, su “teoría de las
casualidades” me pareció un poco exagerada. Sin embargo, al
comenzar a recordar mis primeros encuentros con Darío –por cierto,
esas actividades fueron las primeras en las que participó
políticamente- ya no consideré de igual manera las posiciones del
autor checo, debido, en gran parte, a la cadena de casualidades que
me llevaron a conocerlo y compartir luego, con él, un camino común
de militancia.
(Extracto del libro De Cutral Có a Puente Pueyrredón. Una genealogía de los Movimientos de Trabajadores Desocupados, de Mariano Pacheco, editorial El Colectivo, 2010; 2016)
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