Por Mariano Pacheco
(Perfil Cultura)
“Libertad, igualdad y fraternidad”
fueron las palabras claves de la Revolución francesa de 1789; “Tierra y
libertad” las banderas que guiaron la Revolución Mexicana de 1910; una “Patria
Libre, Justa y Soberana” el tríptico que dio nacimiento al peronismo en
Argentina. Hoy la libertad vuelve a ser un término en los debates y conversaciones
públicas en este país, que supo a través de la editorial Losada, durante
décadas, rescatar la obra de Jean Paul Sartre, el autor que luego del fin de la
Segunda Guerra Mundial (1945), junto a su compañera Simone de Beauvoir, puso a
la libertad en el centro de la escena de la producción filosófica y literaria,
no sólo de Francia, de Europa, sino de muchos rincones del mundo. Varias
generaciones de escritores se vieron atravesados por la conmoción existencialista.
Y no era para menos, ya que el prolífico Sartre tiene en su haber una obra que
abarca un libro de cuentos (El muro), cuatro novelas (La náusea
y tres volúmenes de Los caminos de la libertad), al menos dos tratados
filosóficos que marcaron el siglo XX (el voluminoso El ser y la nada y
los dos tomos de Crítica de la razón dialéctica), otros dos libros que
hicieron lo suyo con la crítica literaria (el extenso San Genet, comediante
y mártir y el desmedido El idiota de la familia) y decenas de
obras de teatro y miles de artículos y entrevistas publicadas, muchas, muchos,
bajo el nombre de Situations.
“Jamás fuimos tan libres como durante
la ocupación alemana”. La frase es muy conocida y supo desatar cierto escándalo,
ya que en su texto titulado “La república del silencio” hacía de la libertad su
concepto-bastión incluso en medio de las condiciones más desfavorables, como la
que vivieron los franceses mientras permanecían colonizados por los nazis. Es más:
decía que es precisamente en las “situaciones límite” como esa en donde el Hombre
debía poner a prueba que era un ser libre o, más bien, que se hace libre, si
atendemos a sus consideraciones de El existencialismo es un humanismo,
donde puede leerse esa frase tan efectista que sostiene: “la existencia precede
a la esencia”.
Si un “hombre viviente” es ante todo un
“proyecto”, una “empresa”, como sostiene en “París bajo la ocupación”, podemos
entender mejor que la libertad, en tanto concepto “técnico y filosófico” –como
afirma en El ser y la nada– significa autonomía de la elección. “Ha de
advertirse, empero, que la elección sigue siendo idéntica al hacer, supone para
distinguirse del sueño y del deseo, un comienzo de realización”. En su
concepción de libertad, entonces, no hay distinción entre el elegir y el hacer,
y eso determina a no distinguir entre intención y acto. “Somos una libertad que
elige pero no elegimos ser libre: estamos condenados a la libertad”, subraya
Sartre, para quien la libertad se define en el escapar a lo dado, al hecho.
Por eso el hombre no puede ser más
que una situación, como escribirá luego en ¿Qué es la literatura?, texto
en el que sostiene que, en el interior de esa elección libre, la situación,
como sobredeterminada, se hace determinante: “totalmente condicionado por su
clase, su salario y la naturaleza de su trabajo, condicionado hasta de sus
sentimientos, hasta en sus pensamientos, a él le toca decidir el sentido de su condición
y de la de sus camaradas y es él quien, libremente, da al proletariado un
porvenir de humillación sin tregua o de conquista y de victoria, según se elija
resignado o revolucionario. Y es de esta elección de lo que es responsable. No
es que tenga libertad de no elegir; está comprometido, es preciso apostar y la abstención
es una elección”. Así, a través de la acción, cada quien se compromete y en ese
camino descubre su libertad.
Por eso es siempre la situación la que
desarma la lógica de una relación entre el hombre y lo absoluto, porque al elegir
se atraviesa siempre un desgarramiento. Claro que Sartre no postula que haya
que elegir entre un fin u otro, porque los fines –al fin y al cabo– se inventan.
Hay que inventar cada día, incluso en la escritura, y también en los modos de
leer. Así, el “Sartre-crítico literario” entiende que escribir es ejercitar un
oficio para un público que tenga la libertad de cambiarlo todo. De allí su teoría
del compromiso en la escritura.
¿Con qué finalidad escribes? ¿En qué
empresa estás metido y por qué necesita esa empresa recurrir a la escritura?,
son algunas de las preguntas que guían la reflexión de Sartre hasta llegar a la
conclusión de que escribir es actuar. Y porque la palabra es acción, puede aportar
a producir ciertos cambios en la sociedad. La palabra, así, es una empresa y un
llamamiento. “La libertad de escribir supone la libertad de del ciudadano. No se
escribe para esclavos. El arte de la prosa es solidario con el único régimen
donde la prosa tiene un sentido: la democracia. Cuando una de estas cosas está
amenazada, también lo está la otra. Y no basta defenderlo con la pluma”.
“Acción por revelación” es el nombre
que Sartre utiliza aquí para referirse a ese modo de acción secundaria que
caracteriza al prosista. De allí que insista en la legitimidad de preguntar
entonces qué aspectos del mundo quiere el escritor revelar; qué cambios quiere
producir en el mundo con esas revelaciones. “El escritor comprometido sabe que
la palabra es acción; sabe que rebelar es cambiar y que no es posible rebelar
sin proponerse el cambio”.
La obra de arte, tomada en la
totalidad de sus exigencias, no es entonces mera descripción del presente, sino
juzgamiento de ese presente en nombre de un porvenir, de allí que todo libro
encierre un llamamiento. He aquí el argumento “libertario”
de nuestro autor, utopía que persigue al escribir para transitar los caminos de
la libertad hacia una “sociedad sin clases”, en donde la literatura sería “el
mundo presentado a sí mismo”, en suspensión, en un acto libre y ofreciéndose al
juicio de todos los hombres, en fin, “la presencia reflexiva en una sociedad sin
clases ante sí misma”.
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