Crónica de la “Batalla de Plaza de Mayo”
(en
cuatro escenas)
Por Mariano Pacheco
Según las
noticias de primera hora, el día había amanecido
con siete nuevos muertos: tres en Rosario, dos en el Gran Buenos Aires, uno en
Cipolletti y uno en Santa Fe. Los heridos contabilizados ascendían a 137 y los
detenidos 551.
“El PJ, a
través de Menem, Ruckauf y Duhalde, apoyaron el estado de sitio”. Así venía la
mano, según informaban en los diarios. “Clima de barricada en Córdoba, hubo 15
heridos y 30 detenidos”. “Enfrentamiento a balazos en Rosario”; “Otro día
violento en Entre Ríos. Autoridades atrincheradas en la policía”; “La Plata:
protesta con incidentes”.
Los vecinos
que participaban de los distintos Movimientos de Trabajadores Desocupados (MTD)
que integraban la Coordinadora Aníbal Verón, estuvieron yendo de acá para allá
toda la mañana: cobrando los planes sociales ($160); comprando algunos regalos
y comida para las fiestas; “saldando” deudas, especialmente con los almacenes;
cruzándose a lo del vecino para comentar las últimas novedades; arrimándose al
Galpón Popular a conversar con sus pares de la organización.
Ellos, como
tantos otros, eran quienes formaban parte de lo que aquel día el diario Clarín llamó “el ejército de pobres” que
en el último año se había incrementado en 3 millones de personas, es
decir, 8.260 por día, aproximadamente.
A las 10.15
del 20 de diciembre de 2001, una muchedumbre se concentró en Plaza de Mayo. A
los 15 minutos, la montada avanzó sobre las Madres de Plaza de Mayo. Luis
Zamora fue el único “político” que pudo pasearse entre la multitud. El repudio
a las lógicas de la representación, presente desde hacía meses en el ambiente
político argentino, comenzaba a profundizarse en aquellos momentos.
A las 13 se
cumplieron 12 horas desde la renuncia de Domingo Cavallo. El mismo que siendo
ministro de Economía durante la presidencia de Carlos Menem había implantado el
Plan de Convertibilidad. El mismo que promovió las privatizaciones para
cancelar la deuda… y generar un nuevo endeudamiento del país. El mismo que
defendió a capa y espada la desregulación de la economía, provocando un proceso
abismal de desocupación y precarización laboral, ahora debía enfrentar el
enfurecimiento popular. Él y el presidente radical Fernando De la Rúa, que ese año
lo colocó como ministro de Economía nuevamente y le otorgó luego “poderes
especiales”.
–“Ahí veíamos
en la tele que estos milicos hijos de puta le tiraron los caballos encima a las
viejas, loco, y nosotros hace un par de semanas tuvimos un compromiso con las
Madres, que nos íbamos a bancar en la lucha. Así que si tocaron a las viejas es
como si tocaran a nuestras viejas, loco, yo voy a ir a poner el pecho ahí. Él
siempre dice loco, ¿viste?; recién ahora empezó a decir compañeros. Claro,
Quito estaba con todas las pilas y con todo el compromiso desde la Marcha de la
Resistencia, que desde el Movimiento de Desocupados compartimos con las Madres
de Plaza de Mayo. Antes de eso, Quito ni siquiera sabía quiénes eran las
Madres, pero desde que compartimos aquellos piquetes en la Plaza y se enteró
que, cariñosamente, a las Madres podía decírseles Viejas, las adoptó como una
bandera de dignidad y lucha”, escribió Pablo Solana por aquellos días, en un
crónica ficcionalizada.
Ya desde el
día anterior, diversos combates se habían desarrollado en todo el país: cortes
de rutas en tres ciudades de Entre Ríos; en Chaco y corte del puente
interprovincial General San Martín (Chaco-Corrientes). En Capital Federal, un masivo “cacerolazo” nocturno, con una gran marcha a Plaza de Mayo.
–Che, cumpas, ¿está todo listo? –apuró Tony.
–Sí, vamos
yendo, porque el gordo ya no llega –respondió Mariano. –Capaz hay bardo para
viajar y lo vemos directamente en la estación.
–¿Y cómo carajo llegamos hasta la plaza?
–preguntó una de las chicas que integraba aquél puñado de jóvenes piqueteros
que se dirigía, desde Claypole, a la Capital Federal.
–Y… subimos al bondi y le decimos que nos lleve o nos lleve
–respondió uno de los chicos.
Al subir al
colectivo Griselda intentó el método de la persuasión:
–¿Nos lleva a
Burzaco, jefe? El chofer miró gruñón.
–Lo que pasa
es que vamos a un velorio –remató.
II-
A las 14 horas
se desarrollaron enfrentamientos en Mar del Plata, Córdoba, Río Negro, Mendoza,
Neuquén y Chubut. La marcha piquetera, que estaba programada para realizarse a
Plaza de Mayo, fue levantada a último momento por la dirección de la Federación
de Tierra y Vivienda (FTV) y la Corriente Clasista y Combativa (CCC).
“La abuela, que medio que no ve ni escucha y
medio que no entiende, preguntó cuando nos vio salir: ´¿esta lucha es para
defender los Planes de Empleo?´ . Y le contestó Marisa ´¡Esta lucha es por el
cambio social, compañera!´”.
En Lanús, la
asamblea general del MTD había resuelto marchar a Plaza de Mayo. “Con los que
estén dispuestos”, se escuchó decir al Pelado Pablo, ya que la cosa estaba bien
jodida. No era como otras veces, que se podía ir en familia y llevar a los
chicos.
“Don Sixto,
parco en hablar con nosotros, los más pendejos, después en el colectivo se me
arrimó, y me dijo: ´Yo tenía 15 años, y fui con mi padre el 17 de octubre´.
Así, eso solo me dijo el viejo. Volvió a su asiento, y se quedó mirando por la
ventana. ¡El viejo había estado el 17 de octubre, y ahora, cuando me hablaba,
le brillaban los ojos!”.
--Los ojos
bien abiertos, cumpas. ¡A ver si caemos en cana antes de llegar!
El grupo de
jóvenes piqueteros de Almirante Brown ya estaba en las calles de la Capital,
luego de haber logrado sortear diversos obstáculos: tomar un colectivo desde
Claypole hasta la estación de Burzaco; subir al último tren que desde allí
partió hacia Constitución, antes de que la empresa decidiera cortar los
servicios. Por fin, al llegar, pasar por los controles de seguridad.
–Bueno, formemos grupos de dos y empecemos a
caminar. En la Plaza nos juntamos todos y vemos –dijo Mariano, mientras tomaba
a Griselda de la mano y emprendía la marcha. Era un viejo método, que había
aprendido en las primeras pintadas que realizaron cuando comenzaron la
militancia en los colegios secundarios. “Siempre que se esté por pudrir –les
había contado un compañero con mayor experiencia política– se distribuyen de a
dos o tres. Si son dos, un hombre y una mujer, mejor, así se hacen la parejita
inocente”. Y así hicieron ese 20 de diciembre.
La Plaza de
Mayo era un verdadero hervidero. Más y más gente se dirigía allí, al histórico
lugar de reclamos y festejos; de protestas y esperanzas.
“La policía
persiste en la orden de desalojar la Plaza. Dos hermanos están encadenados al
piso de la Plaza, cerca de la pirámide. Un muchacho joven, con el torso desnudo
esgrime una cruz, de rodillas. Otro hombre, de mediana edad, grita, gesticula,
monologa dirigiéndose a La Rosada. Los periodistas se abalanzan. Son las 15
horas. El hombre dice tener trabajo, pero preocuparse por aquellos que lo han
perdido. Quiere saltar la valla que separa a los manifestantes de la Casa de
Gobierno. Lo empujan. Sigue protestando y, en unos pocos segundos, se saca los
pantalones y los calzoncillos. Está desnudo. Los policías quedan desconcertados.
No saben qué hacer. Durante segundos no saben qué utilizar contra un hombre
desnudo. Por fin lo suben a un celular”, apuntó en un cuaderno Mariano Rodolfo
Martín, minutos después de ver las imágenes por la televisión.
La Federal,
desbordada, se retira en un colectivo, rompiendo los vidrios traseros, para no
dejar de disparar en el repliegue. A las 15.15 aparecen los hidrantes: la gente
les tira cosas desde los balcones. A la media hora se incendia una boca del
subte A, en Avenida de Mayo y Diagonal Norte.
–¡Llegamos
tarde! –dijo ella. Él no respondió: estaba anonadado, observando aquello que
creyó producto de su imaginación.
Entonces,
cientos de personas, jóvenes en su mayoría, combatían sobre la Avenida de Mayo
contra las “fuerzas del orden”. Los rostros cubiertos con remeras. Armaban
barricadas con carteles publicitarios, los prendían fuego. Cuando la caballería
avanzaba todos los muchachos y también las chicas les arrojaban piedras. Cuando
los gases lacrimógenos caían, los manifestantes los devolvían.
–Acaban de
matar a un pibe… recién… acá –dijo una voz entre la multitud.
–¡Sí, estos
hijos de puta están tirando con plomo!
A pesar de esa
advertencia, ni Mariano, ni Griselda, ni el resto de los cientos de presentes
en aquella esquina, estimaron retirarse del lugar.
–Che, perdimos
a todos, ahora sí que no los encontramos más –dijo Griselda. Al instante
Mariano respondió:
–No importa,
esto ya se transformó en revuelta; que cada uno haga lo que pueda. Se
desvanecía así, todo el esquema organizativo y de seguridad que, previendo que
se desatara una represión, habían acordado antes de salir.
Cuando abrió
su mochila para sacar las remeras y chalinas palestinas que habían llevado para
cubrirse el rostro, miró para la esquina y observó que, entre la multitud, se encontraba
un grupo de militantes de la CTD Aníbal Verón de La Plata. Se acercaron a
saludar, pero enseguida comenzaron las corridas y los perdieron.
En Avenida de
Mayo y 9 de Julio se armó un foco importante de resistencia. Allí, Mariano y
Griselda encontraron nuevamente a Tony, La Tota y el resto de sus cumpas del
MTD de Almirante Brown… y también, a sus pares de Lanús y de San Francisco
Solano. Estaban todos: los muchachos y las chicas del grupo de seguridad, los
que participaban en el día a día de la organización barrial de los movimientos
y también, todos los “referentes” de esos MTD. Entre los miles de resistentes
se hallaba uno, que por entonces, era uno más de la muchedumbre: Darío
Santillán.
III-
–Estamos todos
–dijo Mariano.
En aquel
instante un colectivo quedó atravesado en la intersección de las dos avenidas:
la multitud corrió a refugiarse tras él. Como en una guerra de posiciones, se
ganaba un tramo sobre el enemigo. Todos comenzaron los aplausos: un joven
arrojaba una bomba molotov sobre el colectivo. Y luego otro aplauso… y otro…
hasta que ya nadie aplaudió: ninguna de las “molos” se había encendido. Nuevas
corridas, nuevos piedrazos y nuevos aplausos: esta vez para los motoqueros que,
encolumnados, avanzaban sobre las fuerzas de seguridad y tras ellos, toda la
multitud, enardecida y a los gritos, hostigando nuevamente a la policía que,
otra vez, debía retroceder.
A las 16.10 De
la Rúa convocó a la “unidad nacional” y le pidió apoyo al PJ. A las 17 (¡por
fin tomando cartas en el asunto!) las dos CGT convocaron a un paro por tiempo
indeterminado. A esa hora ya se sumaban a la lista cuatro jóvenes muertos en
las cercanías a Plaza de Mayo. A las 17.30 el presidente del Senado Ramón
Puerta, aclaró que el PJ no se sumaría al “Gobierno de unidad” convocado por la
Alianza.
Durante horas
se avanzó y se retrocedió enfrentando a las fuerzas de seguridad, que agotaron
sus municiones. Ya caída la tarde la situación se había tornado complicada: la
tanqueta que iba y venía sobre la 9 de Julio, sumada al despliegue policial que
de una punta a la otra de la avenida comenzaba a avanzar, despejó por completo
el foco de resistencia del que participaban los muchachos y las chicas de los
MTD del Conurbano Bonaerense.
La multitud,
dispersa, corría por las calles laterales. El sol se retiraba y comenzaban
algunos saqueos; algunos saqueadores fueron silbados y abucheados por la
multitud cuando intentaban vaciar algún pequeño comercio. Algunos militantes se
llevaron “algo”, pero de las empresas y negocios “grandes”. Sergio, de un grupo
de contrainformación se llevó una cámara filmadora: “No la robo, la expropio
para las luchas del pueblo”, gritó exaltado. Uno de los referentes del MTD de
San Francisco Solano corrió con unas zapatillas nuevas… sólo media cuadra,
hasta que escuchó una voz que le gritaba: “Boludo, tenés una de cada color”.
Entre nervios y risas Alberto volvió al lugar a llevarse las dos del mismo par.
Otros
militantes se dedicaron a señalar lugares para romper y prender fuego: “a esa
sí, que es una multinacional”, gritó Carlitos. “A ésa también, que es una
privatizada”. “Sí, sí, dale a los móviles de Oca”, insistió Chile, como le
decían cariñosamente sus cumpañeros del MTD. “No, boludo, ese coche no, ¿no ves
la pinta que tiene? Debe ser de un laburante”.
A las 19.12
horas los gobernadores se reunieron en Merlo, provincia de San Luis. Hasta que
renuncia Ramón Puerta, los ofrecimientos para el interinato como presidente
rozaron a De la Sota y Reutemann. Ambos rechazaron la oferta por el mismo
motivo: querían quedarse hasta 2003 y completar el mandato que De La Rúa dejaba
vacante. La Asamblea Legislativa debió reunirse dentro de las 48 horas
siguientes y elegir un nuevo presidente. Pero nadie quería asumir por dos o
tres meses para luego convocar a elecciones. Sin embargo sólo el que aceptara
eso sería elegido: es que Eduardo Duhalde lo necesitaba para poder presentarse
como candidato. Cuando finalmente quedó Ruckauf, el Cabezón se puso de punta y lo vetó. Rodríguez Saá, el Adolfo,
parecía ser el candidato…
“Qué cagazo,
qué cagazo, lo echamos a De la Rúa, los hijos de Cordobazo”. Eran las 19.45 y
esa consigna era coreada en varias barricadas, que aún se mantenían en pie:
tras 740 días de gobierno, De la Rúa había presentado su renuncia. A las 19.52,
luego de la última foto en su despacho, se retiró en helicóptero, tal como
Isabelita lo había hecho en 1976.
Era la primera
vez que una rebelión popular culminaba con la expulsión de un gobierno
constitucional. La primera vez en la historia argentina que se sucedían
combates masivos con las fuerzas represivas en pleno microcentro porteño
(antecedentes similares, pero no en el microcentro, los podemos encontrar en la
Semana Roja de 1909 y la huelga general insurreccional de 1936.). La democracia
de los cuerpos se había impuesto a la frugal república del voto, según palabras
del periodista Modesto Emilio Guerrero.
De la Rúa
había renunciado. Me enteré en un bar cuando miré por la vidriera, luego de
encontrarme en una esquina con otros compañeros que salían de un edificio en el
cual se habían escondido, al igual que yo en una remisería, luego de los
últimos tiroteos y detenciones que la policía había realizado después de
despejar los alrededores del Congreso. Ya era de noche y el último foco de
resistencia ubicado por Belgrano y Entre Ríos había sido despejado. A mi
compañera de entonces la había perdido en una esquina, cuando la tanqueta
despejó la 9 de Julio y los compañeros se replegaron por otra calle. Al volver
el cansancio me rendía. Abrí la ventana del colectivo y mientras el viento
golpeaba en mi cara, lo único que pensé fue: estoy vivo.
IV-
Habían pasado
exactamente 24 horas desde el comienzo del fin; cuando De la Rúa intentó asumir
un gesto de autoridad y anunció por
cadena nacional la implementación del Estado
de Sitio por 30 días.
Tan solo 24
horas. Parecía una película pero era real. En dos horas el país entero se había
puesto de pie: a los cinco minutos del anuncio presidencial comenzaron a sonar
las cacerolas. Primero en Belgrano y Barrio Norte. Luego se sumaron Palermo,
Flores, Chacarita, Liniers y Villa Crespo. A los diez minutos ya empezaban las
juntadas en diversas esquinas y a la hora el Congreso y la Plaza de Mayo
estaban repletos de gente.
Increíble,
pero así fue. 122 supermercados y comercios del Gran Buenos Aires y 17 de la
Capital Federal fueron saqueados durante el día 19. A las 0 horas del 20, 100
mil personas entonaron el Himno Nacional
en Plaza de Mayo y a los veinte minutos caravanas
de manifestantes se concentraban simultáneamente en la Quinta de Olivos y en
Palermo, frente al domicilio del ministro de Economía que, media hora más
tarde, ya no lo sería. A las 0.50
comenzó la represión en Plaza de Mayo y ahí lo inesperado: cientos fueron los
que resistieron a cascotazos las balas
de goma y gases lacrimógenos. Minutos más tarde empezaba el fuego. Al comenzar
a arder las palmeras de la Plaza de Mayo ya estaba todo dicho… el país entero
se encendía: había comenzado la insurrección.
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