Un análisis detallado de la aritmética electoral que anticipa el país que viene
Por Mariano Pacheco*
Parece que quienes se dedican
a las encuestas ingresarán a formar las filas de un nuevo Movimiento
de Trabajadores Desocupados, si es que le siguen pifiando tanto con
sus aportes estadísticos. Este nuevo traspié en los usos de las
reglas del método sociológico llevó a la investigadora argentina
Maristella Svampa a ironizar al respecto, desde su muro de facebook,
diciendo que se debería pedir “una moratoria nacional de
encuestadores” ya que en su “lógica parasitaria” no hacen más
que “equivocarse de manera consistente...”.
Este domingo 27 de octubre
Mauricio Macri, nuevamente, volvió a sorprender (aún en la
derrota). Juntos por el Cambio logró obtener más votos que en las
elecciones primarias de agosto, mientras que el Frente de Todos no
llegó al 50% que se pronosticaba. De algún modo, hay algo del
factor sorpresa en Cambiemos que parece estar en su gen político.
Recordemos que en 2015, la coalición había obtenido tan sólo un
23% en las Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias y un 34%
(en primera vuelta), quedando Macri en el segundo lugar, tras Daniel
Scioli, que cosechó el 37% de los votos. Pero en el ballotage dieron
su batacazo electoral: Macri triunfó por una diferencia de 680.000
votos, arrasando en Córdoba y el histórico bastión peronista de la
provincia de Buenos Aires, que lleva a María Eugenia Vidal a la
gobernación. Apenas una década antes se había formado el PRO en la
ciudad de Buenos Aires, casi como un partido vecinalista. En 2007,
post crisis política por la destitución de Aníbal Ibarra tras el
escándalo de Cromagñón, Macri llega a la jefatura porteña. Hasta
ahí, la comarca. Incluso en 2011 el PRO no tiene peso nacional. Será
recién en 2013 cuando logren instalarse en algunas provincias,
obteniendo diputados por algunas provincias, entre ellas Córdoba y
Santa Fe, de las que hablaremos más adelante.
Pomelo rock
El progresismo rió. Como una
estrella de rock, Mauricio Macri logró movilizar miles de fans en
todo el país, con sus caravanas, su slogan de autoayuda de
#SíSePuede, todo casi que parecía motivo de burla entre sus
opositores y opositoras. Nadie le daba dos mangos.
Se sabía que el fenómeno de
la polarización iba a jugar sus cartas en el asunto. También que el
anticristinismo es muy fuerte en varios lugares del país y que se
concentrarían todas las energías en el Frente Antipopulista. Pero
los resultados de las PASO fueron alentadores para el peronismo, que
había logrado una unidad que no se veía desde el 54% de Cristina en
2011, y se esperaba una diferencia arrolladora para las elecciones
del domingo. La realidad fue otra, y los resultados dan que pensar.
Quien realizó un análisis
minucioso de los números de esta elección fue el geógrafo
mendocino Marcelo Giraud, quien atribuye los 2.660.000 votos
adicionales que Macri obtuvo el 27 de octubre respecto del 11 de
agosto a cinco factores. En primer lugar, fue mucho más gente a
votar (la participación subió de 75,8% a 80,9%). “Eso solo ya
implicó unos 1.700.000 votos adicionales, de los cuales buena parte
habrían ido a Macri en vez de Fernández”, explica en las redes
sociales. En segundo lugar, se redujeron en unos 560.000 los votos en
blanco y nulos (de 1.200.000 a 640.000, es decir, bajó de 4,6% a
2,4%), que en su mayoría se habrían volcado a Macri. En tercer
lugar, en las PASO quedaron eliminadas cuatro expresiones, tres de
las cuales también habrían llevado votos para Macri (128.000 votos
cosechados entre el Frente Patriota encabezado por Alejandro
Biondini; el Partido Autonomista de Romero Feris y el Movimiento de
Acción Vecinal, cuyo candidato fue Raúl Albarracín). En cuarto
lugar, Unite y Frente Nos (las expresiones que llevaron como
candidatos a José Luis Espert y Juan José Gómez Centurión)
perdieron unos 380.000 votos, que en su inmensa mayoría también
jugaron a favor de Macri. Por último, Roberto Lavagna perdió unos
435.000 votos, “principalmente hacia Macri”, remata Giraud, quien
explica que –en cambio-- para la Fórmula Fernández/Férnandez
sólo se habrían sumado unos 640.000 votos más que en las PASO,
procedentes en parte del aumento de participación y la disminución
del voto en blanco y nulo, de una parte minoritaria de los votos que
perdió Lavagna, más la mayoría de los 140.000 votos que disminuyó
Del Caño y los 175.000 que perdió el MAS al quedar eliminado en
agosto. Aunque para él, el principal desacierto fue no prever el
aumento de participación respecto de las primarias, que fue de 76 a
81% (“en su mayoría votantes antiperonistas que en las PASO se
quedaron en sus casas, pero ayer salieron más por rechazo a los
Fernández que por adhesión a Macri”).
Cabe recordar entonces algo
que ya se ha dicho muchas veces: el antiperonismo,ha sido a lo largo
de las décadas una identidad política aún más poderosa que la del
propio peronismo
La grieta
La
grieta está a flor de piel. La Argentina está partida, y si
bien el neoliberalismo puro y duro perdió la elección, entre el
macrismo, Spert y Gómez Centurión lograron cosechar casi el 44% del
electorado, a lo que debemos sumar un 6% que sacó Lavagna más una
amplia franja de votos del Frente de Todos que, de no ser porque
primó cierta astucia y pragmatismo, hubiesen ido a parar para otro
lado (me refiero a líneas que se expresan en figuras como Massa,
Solá, gobernadores del PJ, etcétera, tranquilamente podrían
expresar una intención de voto neoliberal en otro contexto). Juntos
por el Cambio, por otra parte, triunfó en los tres
conglomerados urbanos más importantes del país, exceptuando el Gran
Buenos Aires (el más destacado, de todos modos): CABA, Santa Fé,
Córdoba (debemos agregar la capital bonaerense, Mar del Plata y las
provincias de Entre Ríos y Mendoza). Es decir, que aún con la
disparada del dólar luego de las PASO y la creciente pauperización
general de la vida (la inflación durante el último mes fue la más
alta de toda la gestión cambiemista, alcanzando un 5,9%), el
macrismo logró ascender del 32 al 40% de votos en los últimos dos
meses.
“La grieta está intacta. El
mapa electoral resultante recompone el panorama que se configuró
hace exactamente diez años, con una derecha que domina el centro
rico del país y se impone en las grandes ciudades, mientras el
peronismo vuelve al poder gracias a su hegemonía en el conurbano
bonaerense y en el norte pobre de la nación –puede leerse en la
editorial publicada por la revista Crisis--. Resulta
previsible entonces imaginar una agudización de la conflictividad
durante los próximos meses y una disputa feroz por quiénes serán
los principales perjudicados por la crisis económica en curso”.
En este esquema, no está de
más recordar que en Córdoba hace veinte años gobierna el
peronismo, al igual que en San Luis, donde los Rodríguez Saa ya son
leyenda. Y sin embargo, allí, el peronismo perdió, al igual que en
Santa Fé, en donde hace tan sólo semanas fue electo Omar Perotti,
candidato del Frente de Todos.
El ojo molecular
Más allá de los
condicionamientos estructurales que marcarán el rumbo del
fernandismo –a diferencia del contexto, nacional e internacional,
en el que asume Néstor Kirchner en 2003-- resulta fundamental, para
quienes intenten desandar el neoliberalismo, dar cuenta de su
inscripción micropolítica. Como señala el ensayista Diego
Sztulwark, en su libro La ofensiva sensible. Neolieralismo,
populismo y el reverso de lo político (recientemente publicado
por editorial Caja negra), es importante dar cuenta que, bajo ese
nombre, se reúnen funcionamientos muy diferentes: una dinámica de
reestructuración capitalista, una coyuntura identificada con el
Consenso de Washintong de los años noventa, unas micropolíticas
específicas y un partido político proempresarial. Si, como remarca
el autor, la potenia colonizadora del neoliberalismo se despliega
sobre todo “en el plano de los hábitos colectivos e individuales”
y opera “sobre las zonas ciegas de la razón populista”, resulta
vital dar cuenta que el “partido neoliberal” perdió la gestión
del Ejecutivo nacional y de la principal provincia del país, pero
mantiene una considerable representación parlamentaria (mayoría en
la Cámara Baja) y, sobre todo, pervive como “macrismo de base”
(según acuñó el analista Martín Mosquera).
Golpeado en Chile y Ecuador,
incapaz de derribar las líneas de defensa venezolana y boliviana,
pervive con fuerza en Brasil, e intentará dar un paso al frente en
Uruguay. En Argentina, el neoliberalismo perdió por arriba, pero
pervive por abajo. Agazapado, espera la hora de su próxima llamada.
A no olvidarlo.
*Revista Zoom
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