Por Mariano Pacheco
Un diálogo intergeneracional
imaginario; una figura simbólica; una apuesta real de cambio social.
Escena uno:
Una joven militante,
conocedora del territorio en lo más profundo de las barriadas populares pero
que a su vez habla y habita la lengua diversa, feminista ella, me muestra un
tatuaje que se hizo: “Nuestra Sierra Maestra es el Conurbano”. Me cuenta que le
gustó la frase al leerla de mi primer libro, De Cutral Có a Puente Pueyrredón. Una genealogía de los Movimientos de
Trabajadores Desocupados.
La frase, que circuló como
grito de guerra entre los integrantes del grupúsculo que conformamos junto a
Darío Santillán, el Pelado Pablo y la Colorada Flor, El Negro Luis y quien escribe,
funcionó como un incentivo ético fundamental a la hora de poner en pie aquella
nuevas experiencias políticas que denominamos los MTD.
“Nuestra Sierra Maestra es
el Conurbano”, repetía a menudo el Pelado Pablo, cuando las barriadas de la
zona sur empezaron a ser pateadas por jóvenes militantes que intentábamos
contribuir a cambiar las relaciones de fuerzas en momentos completamente
adversos. La frase –de claras reminiscencias guevaristas--, si mal no recuerdo,
estaba inspirada en la lectura de un libro que también se tornó fundamental
para la generación del 2001: La montaña
es algo más que una inmensa estepa verde, del comandante sandinista Omar
Cabezas.
Escena dos:
Otra joven militante, que habla
y habita la lengua diversa, y encuentra en el color verde una inspiración de
rebeldía, feminista ella también, pateadora de espacios de militancia en el
país y no sólo, me cuenta que en su biblioteca tiene –entre varios clásicos
Latinoamericanos-- un libro que se titula… La
montaña es algo más que una inmensa estepa verde.
Recuerdo párrafos de
memoria, y pienso que hoy hay algo de ese lenguaje que puede sonar raro, hasta
retrógrado. Pienso en el setentismo dosmilunero y en cuántas cosas han cambiado
en los últimos años. Siento que habría que reescribir completos algunos
párrafos de ese libro, incluso intervenir todo el libro, si de verdad pensamos
que en las reescrituras hay un profundo juego de invención, donde se
experimenta una sensación de libertad y se apuesta por desquiciar los modelos.
Escena tres:
Releo los extractos del
relato de Omar Cabezas que solíamos leer junto a Darío Santillán y el
grupúsculo con que el intentábamos hacer del Conurbano nuestra Sierra Maestra. Tello,
uno de los jefes del Frente Sandinista de Liberación Nacional, se enfrenta a la
tropa de insurgentes amotinada. Los milicianos expresan que no pueden cargar
una cantidad de alimentos. Están en alguna montaña perdida de Nicaragua. Tienen
hambre, frío, cansancio. No desgano, porque están firmes en la lucha los
muchachos. Sin embargo, él se enfurece, los insulta: “Son unas mujercitas… son
unos maricas…”, les dice. Luego trata de persuadirlos, adoctrinarlos, y les da
un discurso.
“Compañeros” –dice-- ustedes
han oído hablar del hombre nuevo… ¿Y ustedes saben dónde está el hombre nuevo…?
El hombre nuevo está en el futuro, pues es el hombre que queremos formar con la
nueva sociedad, cuando triunfe la revolución… ´no hermanos´, dice: ¿Saben dónde
está? Está allá en el borde, en la punta del cerro que estamos subiendo… está
allá, agárrenlo, encuéntrelo, búsquenlo, consíganlo. El hombre nuevo está más
allá de donde está el hombre normal… más allá del cansancio de las piernas… del
cansancio de los pulmones… más allá de la lluvia… de los zancudos… de la
soledad. El hombre nuevo está ahí, en el plus-esfuerzo. Está ahí en donde el
hombre normal empieza a dar más que el hombre normal. Donde el hombre empieza a
dar más que el común de los hombres. Cuando el hombre comienza a olvidarse de
su cansancio, a olvidarse de él, cuando se empieza a negar a él mismo… Ahí está
el hombre nuevo. Entonces, si están cansados, si están rendidos, olvídense de
eso, suban el cerro y cuando lleguen allí ustedes van a tener un pedacito del
hombre nuevo. El hombre nuevo lo vamos a comenzar a forjar aquí. Aquí se empieza
a formar el hombre nuevo, porque el Frente tiene que ser una organización de
hombres nuevos que cuando triunfen puedan generar una sociedad de hombres
nuevos… Así que si no son teorías y en realidad quieren ser hombres nuevos,
alcáncelo…”.
Cabezas cuenta que luego de
eso, todos quisieron ser como el Che. Que se dieron cuenta de que el hombre
nuevo se construye a costa de sacrificios y penalidades y que, mientras el
hombre no se muera o caiga desmayado, siempre puede dar más. Ergo: cargaron las
bolsas y subieron el cerro.
Escena cuatro:
Octubre del 19, día 8.
La fácil es moralizar al
texto, a su autor, a la organización que integró, me digo.
Lo difícil es sumergirse en
el texto, intentar contextualizarlo, sumergirse en la época.
Lo complicado –pienso finalmente--
es hacer ese proceso y no quedarse sumergido allí.
¿Quién en el campo de las
izquierdas puede hoy hablar esa lengua, arengar de ese modo, no dar cuenta de
la necesidad de inventar nuevos modos de nombrar?, me pregunto.
Así y todo, pienso que el
concepto de “Hombre nuevo” del que hablaba Ernesto Che Guevara, su búsqueda por
conquistarlo, que movilizó a fracciones enteras de militancias de los pueblos
del mundo, merece ser resignificado. En otras coordenadas, por supuesto, que puedan
sustraerse un poco de ese afán sacrificial tan típico de la tradición
religiosa.
Creo que hay todo un
trabajo que en las últimas décadas los feminismos y luchas de la diversidad han
venido haciendo para poner en cuestión no sólo los modos de nombrar, sino
también de actuar, de relacionarse. Hay toda una “política menor” que en el
nuevo milenio cobró cada vez más fuerza dentro de los movimientos populares, y
seguramente hoy un Néstor Perlongher, o una Aliacia Euguren, no se sentirían
tan solxs.
Me queda, de Guevara, y de
las luchas de Nuestra América y el mundo que inspiró –de todos modos-- la
imagen de una apuesta aún sin concretar: la búsqueda por conquistar una nueva humanidad.
Sin modelos sustanciales, sin
figuras fuertes, sin retóricas profundas, las apuestas por cambiar todo lo que
tenga que ser cambiado, porque nada de la humanidad nos resulte ajeno, siguen
en la demora de una apuesta que las reactualice.
Una nueva izquierda –no gorila, popular, profundamente
radical—deberá apostar, seguramente, por intentar forjar una nueva humanidad en
medio de la vida cotidiana, con su multiplicidad de contradicciones,
dificultades y problemas; cuestión insoslayable de un proyecto revolucionario, que
aspire no sólo a gestar cortes con el mundo tal como está, rupturas profundas
con el orden establecido, sino también que aspire a repolitizar la
cotidianidad.
Allí, con Guevara, seguramente podremos reencontrarnos,
en ese secreto compromiso de encuentro intergeneracional del que alguna vez
habló Walter Benjamin. Para abrir una grieta. Plantear algo nuevo. Otra cosa… ¿Seremos
capaces? Ya veremos. Que el futuro diga.
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