Por Mariano Pacheco
Pablo Semán es sociólogo y
antropólogo especializado en culturas populares y religión. Es
profesor del Instituto de Altos Estudios Sociales de la Universidad
Nacional de San Martín (Unsam) e investigador del Consejo Nacional
de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet). En esta
conversación con revista Zoom reflexiona sobre el peronismo y el
macrismo, las mutaciones de la cultura obrera y del mundo popular en
la posdictadura, el kirchnerismo y las posibilidades de ser del
“Fernandismo”.
Para empezar, te diría si
podes compartir alguna reflexión en torno al peronismo en la
posdictadura, teniendo en cuenta sus mutaciones tras la muerte de
Perón, el terrorismo de Estado, su proeso de “pejotización”,
etcétera.
Empiezo mucho más atrás: la
realidad del peronismo posterior a 1955, sino la de siempre, ha sido
la fragmentación y la pluralidad. Variable en su intensidad,
manifestación y resoluciones, pero fragmentación al fin. Incluso
durante el menemismo, en su etapa de indiscutibilidad, hubo una
fragmentación latente, y la tuvo durante la época de
indiscutibilidad del kirchnerismo. Por efectos de una historia que le
permite acumular recursos institucionales, organizacionales,
económicos e identitarios, el peronismo tiene casi asegurado un
mínimo de relevancia histórica, pero el peronismo no es ni un
destino ni una fatalidad y no lo digo como un detractor sino pensando
en que ha sido, como lo es hoy, un dique de contención a una
dinámica de disolución. No me gusta pensar en términos metafísicos
algo asi como “siempre nos quedará el peronismo”, no abusemos de
recursos si no vamos a asegurar su renovación. El peronismo vuelve
porque hasta acá ha sabido reconstituirse. Hay experiencias
políticas del mismo nivel de pregnancia histórica que no lograron
reconstituirse y se disolvieron en sus fragmentos, como el varguismo
o, por ahora, el PRI, o las alianzas democrático-populares que
pudieron gobernar en países europeos.
Uno de los secretos de las
reconstituciones peronistas anida en que el peronismo integra sus
versiones del pasado con los presentes que dejan otras experiencias
políticas que fracasan en el gobierno (incluso puede integrar los
fracasos de su propia experiencia política en un recorrido
determinado). Eso hace que el peronismo que se reconstituye y llega a
triunfos nunca sea el mismo que fue antes. En la actualidad el
peronismo ha logrado reconstituirse como opción electoral y política
integrando los kirchnerismos, los peronismos y cada vez más, aunque
con desconfianza, el antimacrismo que es mucho más extenso que el
peronismo. El kirchnerismo en el gobierno extendió la peronización
de los sectores populares que podría haberse debilitado por
distintas situaciones históricas, y peronizó o reperonizó a una
parte de los sectores medios. Y los re-peronizo o peronizo en
terminos kirchneristas, que muchas veces son tan indelebles (aunque
no sé, pero váyase a saber, si tan extensos) como lo fue el
peronismo “histórico”. El peronismo que se recreó durante el
macrismo y que desemboca en el Frente de Todos suma los peronismos
del pasado con los peronismos que creó el macrismo, con el
anti-macrismo que emerge después de casi un lustro de agresión
política y económica a la sociedad. En ese sentido el Frente de
Todos es una experiencia novedosa porque puso en el centro el tema de
la unidad de una forma que, respecto de otras circunstancias, parece
ser más elaborada, más dialógica, más consciente de los peligros
de la división y de las potencias negativas de la verticalización
permanente e indiscutible. Yo a veces me tome a broma el tema de la
unidad porque me parecía ver una especie de demagogia extorsiva de
la unidad, pero ha sido mucho más que eso. Hay un grupo de
dirigentes que coopera más de lo que confronta entre sí, que ve el
abismo ante el cual se encuentra la sociedad argentina, y que habla
de igual a igual. No como amigos, tampoco como soldados, sino como
dirigentes políticos de un proceso que les exige coordinación,
responsabilidad con la sociedad y con la fuerza política que han
logrado constituir. Es casi una bendición que tengamos eso.
¿El macrismo hizo lo suyo
en estos años, no?
Cuando digo que las dinámicas
económico sociales que el macrismo habilitó crean una
insatisfacción generalizada, que en parte asume sus demandas, sus
conflictos como “pueblo”, quiero decir en realidad algo más
amplio que remite a la dinámica expoliadora y depredadora de nuestro
capitalismo, a la que el tiempo del kirchnerismo alcanzo a ponerle
apenas un coto relativo y en parte frágil. Es decir: que estamos
ante una dinámica en que se acumulan exclusiones y demandas, desde
mediados de los años 70 a hoy, no hacen más que incrementarse en el
marco de una degradación general que se expresan en índices de
pobreza y desempleo (y también en la calidad del empleo), acceso a
bienes públicos, etcétera. Por suerte esa no es la única realidad
de los sectores populares: también hay que contar las múltiples
formas de organización defensiva reivindicante que ha sido el
contrapunto necesario de algunos esfuerzos de la política pública
en los años del kirchnerismo. Y tampoco deberíamos dejar de
vincular esa capacidad crítica a muy diversas expresiones feministas
que, por un lado, fueron el relevo de una dinámica de luchas, y por
el otro, ampliaron la agenda de reivindicaciones y el repertorio de
lucha de un conjunto de heterogeneidades que componen el mosaico de
los subalternos y encuentran en esa experiencia claves para elaborar
estrategias de organización y acción política.
El “mundo popular”…
¿qué pasa con el sujeto social y la cultura popular en estas
décadas? Digo: si pensamos estos temas en su diferencia con la
relativa “cultura obrera” que podía existir en una sociedad más
homogénea, como la Argentina previa al Golpe de Estado de 1976,
¿qué sociedad nos deja el
macrismo?
El mundo popular es un mundo
heterogéneo y al mismo tiempo agredido sin pausa y cada vez más
gravemente por el gobierno: las declaraciones de Pichetto (asociando
villas y drogas y pidiendo que sean dinamitadas) no son un exabrupto.
Son la verdad a voces del personal político del gobierno y la
consecuencia lógica de su percepción acerca del mundo popular.
La fragmentación del mundo
popular implica que es muy difícil encontrar la forma de unificar
reclamos, políticas y expectativas entre, por ejemplo, piqueteros,
taxistas, comerciantes con locales y manteros. La heterogeneidad
tiene divisores durísimos como la localización espacial: para
muchísimos argentinos nacer en una provincia pobre es casi una
condena a la pobreza sin contar que también refuerzan esas condenas
la lógica de las asignaciones sexogenéricas, la sospecha puesta en
el “fenotipo” o en las costumbres. Y estas divisiones están
correlacionadas con una multiplicidad de estilos de acción y
expectativas que sólo la política puede compatibilizar si asume que
que su tarea es mas producir un proceso de agregación y coordinación
que el de producir una figura de síntesis. Subrayo: esta última
tarea no es por completo innecesaria, pero es necesario asumir la
primera tarea que señalo.
El mundo popular es, al mismo
tiempo, y por suerte, un mundo de organizaciones que han ayudado a
que el empobrecimiento y la violencia dirigida contra algunos grupos
no hayan derivado en un repertorio de acciones desesperadas. Es
necesario insistir hasta qué punto el mundo popular es un mundo de
militancias de muy variados y, a veces, de nuevos tipos: ya no se
trata solo de las organizaciones de los “excluidos” que son una
novedad frente los “tradicionales” sindicatos. También están
las organizaciones de mujeres, las que hacen reclamos ambientales,
los organizaciones políticas de la izquierda independiente
vinculadas al kirchnerismo y, porque no, las formas de organización
popular vinculadas a muy diversas experiencias religiosas o
culturales por solo nombrar a una mínima parte. Una parte del mundo
popular , que vive un proceso de décadas de degradación de sus
expectativas intercalado por procesos de movilidad social espuria o
volátil (basados más en transferencias monetarias que en la
creación de bienes públicos), sufre además procesos de ataque a su
identidad y su existencia misma. En ese sentido es necesario decir
que el macrismo ha preconizado la guerra de clases en su versión de
los “meritorios” (básicamente herederos) contra los que para
ellos son inviables y que eso deja en nuestra sociedad un rastro de
violencia y dolor que todavía no sabemos cuánto nos va a costar
superar.
Es así que el macrismo deja
una sociedad materialmente empobrecida, con más enfrentamientos
económicos y simbólicos que los que existían al inicio de su
mandato. Ni unieron a los argentinos, ni combatieron la pobreza, ni
crearon condiciones para dejar de crear cada vez más pobreza. En un
sentido que podría parecer exagerado, se podría decir que nos dejan
en “emergencia nacional”, si consideramos que la sociedad piensa,
de muy distintas formas, y con bastante fundamento, que vivimos una
crisis inusitada. Una sociedad que está en emergencia alimentaria a
pesar de producir alimentos para cuatrocientos millones de personas y
en la que los que decidieron las políticas que crearon pobreza y
desempleo generalizados durante doce años seguidos (de 1989 a 2001),
culpan a los desempleados y a sus hijos de “no ser empleables”,
de no esforzarse de no querer trabajar. Esa es una sociedad donde sin
duda hay sujetos muy poderosos que están preconizando alguna forma
de exterminio aunque no lo digan en voz alta. En una sociedad en que
una parte piensa que no merecen estar todos, la idea de que “es con
todos” y, que de aquí no se va nadie, de que nos tenemos que
arreglar entre todos, es balsámica, y es una forma de contrastar el
proyecto excluyente. El proceso político de unidad del peronismo y
del conjunto de la oposición, la formulación de un diálogo
político y social más amplio que esa oposición --o sea, el proceso
que ha pasado por la candidatura de Alberto Fernández y que hoy
intenta liderar un conjunto amplio de dirigentes peronistas junto a
Fernández-- tiene un carácter indudablemente positivo. El macrismo
nos deja en el grado cero de la vida social, casi, casi en la guerra:
el gobierno que viene tiene el desafío de reestablecer parámetros
más altos de integración.
Por último, quisiera
preguntarte: ¿se puede pensar al Fernandismo como un Gobierno
Popular? ¿Qué contradicciones anidan en la alianza entre Alberto y
el peronismo más clásico, por un lado, y Cristina y el kirchnerismo
más progresista, por el otro?
Si la promesa política
implícita de la unidad que es la reparación se consuma tal vez
haya Albertismo. Tengo la impresión de que Alberto Fernández
entiende esto muy bien: el Albertismo vendrá por añadidura, como
resultado y no como búsqueda. Pero en todo caso, el Frente de Todos
es una alianza más amplia que el kirchnerismo aunque no es su simple
negación. Las acciones del futuro gobierno están signadas por la
necesidad de compatibilizar las dinámicas de acuerdos con las de
conflicto. Importa más resolver este problema que le nombre de la
solución.Y esto contiene una complejidad específica: frente a una
derecha que se ha identificado cada vez más con gritos y programas
de guerra el primer conflicto es imponer una dinámica de acuerdos.
Será todo un logro hacer que seamos una sociedad y no una economía
o un campo de batalla. En este sentido la emergencia alimentaria es
una cuestión que va mucho más allá de la urgencia inmediata: hay
que cifrar en la emergencia alimentaria algo relativo a los derechos,
la ciudadanía y al arco de solidaridad que se supone que hace a una
nación. Y esto no quiere decir que se suspendan otras cuestiones
relativas a los derechos de los ciudadanos, pero sí que el de la
emergencia alimentaria sea talvez el terreno en que más urgentemente
se puede y debe dar una tarea para recomponernos como comunidad. Un
planteo como este engendra un poco de intranquilidad en compañeros
que creen que la política se estaría abandonando a una ilusión
consensualista. Pero no es así: el conflicto principal de este
momento es con la pretensión más o menos explícita de que se trate
como redundante a una buena parte de la población. Y ese conflicto
no tiene que tener necesariamente, mejor que no incluso, la forma de
la grieta. No es que sin la grieta nos morimos: encontraremos otra
forma de constituir y dirimir nuestros conflictos.
El desafío del próximo
gobierno y su fuerza política es construir las disputas en las que
pueda ganar: elaborar estrategias de tensión que no se abandonen al
“que sea lo que Dios quiera porque total la derecha reacciona en
contra hagas lo que hagas”. La estrategia argumental que diluye las
especificidades de Brasil, Bolivia, Venezuela o Argentina en una
generalidad y, en nombre de esa generalidad , se autoriza a
cualquier conflicto porque total el resultado es cuestión de lotería
y de perseverancia, y de que al final la historia nos absolverá,
está siendo superada por la elaboración de la complejidad de los
conflictos, por el diseño de escenarios en que dividir y bifurcar
sea una maniobra que permita formar mayorías y acorralar a la
minoría violenta que hoy por hoy es el macrismo. Partir al medio
para quedarse con la mitad más chica no puede ser la opción de un
gobierno popular: ni para sentar jurisprudencia que además es uan
manera de hacer política no siempre conveniente. Por otro lado hay
que saber que el futuro gobierno podrá afrontar más tensiones
internas que las que contuvo el kirchnerismo porque ese es el precio
y el beneficio de la unidad que, insisto, tiene un nivel político
obvio (el Frente de Todos), pero tiene, también, otro nivel de
unidad política que esta expresado en la posición anti-grieta de
Fernández, y en una apuesta a gestar diálogos amplísimos para la
formulación de políticas públicas en esta situación de emergencia
social y económica profunda por la que atravesamos.
*Nota publicada en revista Zoom, 7/10/2019.
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