“Se
viene una etapa conflictiva pero no es una mala noticia”
Por
Mariano Pacheco*
El docente y ensayista
repasa las etapas del peronismo y el rol que tendrá en la
reconstrucción que viene. República popular, liberalismo y el
corset del FMI: “Nadie puede ser libre en un país que no es
libre”.
Si tiene
que definirse con una palabra o dos, prefiere hacerlo como docente,
más específicamente como profesor de la Universidad pública, a la
que define como un sitio de trabajo, pero también como un lugar de
militancia y de permanente aprendizaje. El ensayista Eduardo Rinesi
acaba de publicar por editorial Caterva su último libro, Restos
y desechos. El estatuto de lo residual en la política,
en el que retoma y profundiza algunas de las hipótesis desplegadas
en su tesis doctoral, que fue publicada en 2005 por editorial Colihue
bajo el título de Política y tragedia.
Hamlet, entre Hobbes y Maquiavelo,
donde sostiene que el pensamiento trágico es fructífero para
pensar la política, precisamente, porque es capaz de convivir con el
conflicto, pensar en él y a partir de él. En este diálogo con Zoom
retomamos esa hipótesis para seguir pensando nuestra actual
coyuntura, la transición del macrismo hacia un nuevo gobierno
peronista y el pasado reciente de la Argentina de posdictadura.
–En
estos días en que el peronismo vuelve a estar en el centro de la
escena, quería proponerte comenzar esta conversación solicitándote
que compartas alguna reflexión en torno a cómo podemos pensar al
peronismo en la trama política de la Argentina de posdictadura,
sobre todo en relación con las mutaciones que padeció el mundo
popular en este proceso que va desde 1983.
–Lo
primero que diría es que el peronismo, desde mediados de los años
40 del siglo XX, es una expresión política evidente, no diría que
de la totalidad de los sectores populares, pero sí de una gran
mayoría de los sectores que formaron parte de la clase obrera
argentina, sobre todo la industrial, que en el 45-46 encuentra su
expresión política en el peronismo y se mantiene proverbialmente
leal a esa identidad a lo largo de las décadas. Es muy interesante
tu pregunta, porque lo que sucede después de la última dictadura,
entre otras muchas cosas que esa dictadura introduce en la sociedad
argentina, es un trastrocamiento de las coordenadas mismas de la vida
económica y productiva, y por lo tanto de la organización misma de
las clases sociales. Siempre tengo muy presente un artículo notable
que en 1985 escribió Juan Villareal diciendo algo que quince años
después fue muy evidente, pero que entonces no lo era tanto, un
artículo donde Villarreal observaba con mucha sutileza que hasta
antes de 1976, en Argentina, las clases propietarias habían sido muy
diversas y heterogéneas, al contrario de las clases populares,
fuertemente homogéneas y con una identidad política muy
consistente, al menos desde mediados de la década del 40. Ese
contrapunto entre la homogeneidad de las clases trabajadoras y la
heterogeneidad de las clases propietarias es un buen modo de
caracterizar la estructura social argentina del período 1945-1975.
Digo 1975 y no 1976 porque, como alguna vez observó José Nun
comentando críticamente esta tesis de Villareal, el momento de
inflexión de este proceso es 1975 y no 1976. Es una sutileza, pero
una sutileza importante. Como sea: a la salida de la dictadura,
insistía Villareal, la cosa parecía haberse invertido: quedaban
sectores burgueses muy poderosos y concentrados, hegemonizados por la
fracción financiera cuyos negocios fueron primero la deuda externa y
luego las privatizaciones, y por abajo sectores populares muy
heterogéneos, fuertemente fragmentados, y como se diría años
después también: “astillados”. En efecto, a la salida de la
dictadura costaba mucho visualizar una clase obrera organizada
identificada con una opción política clara. Esto, dos años antes
que Villareal, el que lo entendió muy bien fue Raúl Alfonsín,
quien –con una muy clara percepción de las modificaciones
estructurales que se habían llevado adelante en la sociedad
argentina—no se dirigía a grandes colectivos de identificación,
sino que interpelaba a individuos, a ciudadanos, en el sentido
liberal, mientras que el peronismo seguía insistiendo en dirigirse a
unos “compañeros” más o menos mitológicos, interpelación que,
en ese contexto, resultaba entre abstracta y grotesca. Alfonsín, en
cambio, insistía sobre una interpelación más cercana, más
afectuosa (“Amigos de Mar Chiquita”, “Amigos de Córdoba”…).
Para decirlo con las palabras que alguna vez utilizó mi maestro
Oscar Landi, Alfonsín tenía una suerte de “carisma manso”. Era
como un pastor que conducía un rebaño y a la vez mostraba
preocuparse por cada una de las ovejas que lo integraban. Ese
liberalismo individualista de Alfonsín expresa una sintonía con una
población que había dejado de identificarse con grandes colectivos
como la clase obrera para pasar a pensarse más bien como una
sumatoria de individuos.
–¿Y
qué pasa con eso en los 90, con una vuelta del peronismo pero en una
versión neoliberal?
–El
menemismo obliga a realizarse muchas preguntas respecto del
peronismo, a lo amplio o vacío de esa identidad.
–Casi
se podría decir que es una suerte de peronismo del revés, hace todo
lo contrario a lo que indican sus tres banderas históricas
–Sí,
claro, a la vez que no deja de ser peronismo también. Pero claro,
desde el punto de vista de su política económica, del tipo de
organización y de vida social en que se sostuvo, fue opuesto al
peronismo clásico, y profundizó drásticamente –incluso mucho más
que la dictadura, y mucho más eficazmente– una sociedad de
individuos aislados, atomizados, pulverizando las viejas identidades,
que venían dadas por la inscripción en dos grandes esferas: la del
mundo productivo y la del mundo estatal. En la Argentina hubo gente
que dijo de sí misma: “yo soy metalúrgico”, o “yo soy
ferroviario”, “yo soy ypefiano”. Una anécdota: yo tenía dos
tías abuelas. Una se llamaba Juanita y la otra Julia. Juanita se
murió primero. Julia después. Y justo justo antes de morirse, Julia
dijo sus últimas palabras, memorables, que fueron las siguientes:
“Juanita era de la Provincia; yo soy de la Nación”. Y se murió.
¿Qué quería decir esto? Y: que Juanita, que toda su vida había
sido profesora de Castellano en los colegios secundarios de la
Provincia de Santa Fe, y que después se había jubilado y cobraba su
jubilación en la Caja de Jubilaciones de la Provincia de Santa Fe,
“era” de provincia; en cambio Julia, que había sido profesora de
Francés en los colegios de la Nación, se había jubilado y cobraba
su jubilación en la Caja de jubilaciones de la Nación, “era” de
la Nación. Eso me llama la atención: el verbo ser. Ser de la
Nación, de la provincia; ser metalúrgico, ypefiano o ferroviario.
¿Quién podía decir eso en los 90? Todas las identidades,
industriales y estatales, se habían pulverizado. Entonces: la
cuestión de la identidad está en el corazón mismo de los problemas
políticos de esos tiempos. En este sentido me viene a la cabeza el
libro Desde abajo. Las transformaciones
de las identidades sociales, compiló
por el 2000 Maristella Svampa y que sigo considerando importantísimo.
Su texto se llama “Identidades astilladas. De la Patria metalúrgica
al heavy metal”, y muestra cómo en una misma familia los viejos
definen su identidad en relación con el mundo laboral y los jóvenes
lo hacen en relación con sus consumos culturales.
–El
siguiente capítulo del peronismo en el gobierno es el que se inicia
en 2003, previo interinato de Eduardo Duhalde en 2002, culminado tras
el adelantamiento de las elecciones por “Masacre de Avellaneda”.
–Me
parece que el kirchnerismo es un peronismo mucho más clásico, desde
el punto de vista de sus orientaciones económicas, su preocupación
por la conquista o la reconquista de derechos conculcados durante el
período neoliberal que va de 1975 a 2001, pero es un peronismo más
clásico que se inicia con una estructura social muy deteriorada. Su
principal base de sustentación, durante un buen primer tiempo,
fueron las organizaciones de trabajadores desocupados. Eso es muy
impresionante. Es un peronismo sostenido, no por trabajadores, sino
por trabajadores desocupados.
–Proceso
que llega hasta hoy, ¿no? Digo: uno de los datos de la era macrista
es que las grandes movilizaciones de masas, en caso de ser
compartidas, eran mitad sindicalismo, mitad precariado, cuando no
organizaciones de la economía popular sin movimiento obrero.
–Sí. En
sus primeros y mejores años el kirchnerismo logró meter en el mundo
del trabajo a gran cantidad de personas, que eran las que habían
hecho en gran medida el 2001, las que resistieron como pudieron
durante el 2002 y las que después de 2003 (en general, y con
matices) acompañaron al kirchnerismo. A muchas de esas personas el
kirchnerismo los volvió a convertir en trabajadores, más o menos
formalizados. Después, el macrismo, en tan sólo cuatro años,
mostró una capacidad destructiva enorme. Y ahí, nuevamente, esos
sectores se han transformado en un actor político fundamental. Los
trabajadores ocupados, como suele ocurrir en estos contextos, están
temerosos de perder sus trabajos. Es una situación muy catastrófica,
que no sólo deja mucha gente afuera, sino que deja a quienes están
adentro en una situación muy temerosa de cualquier forma de protesta
o manifestación de su descontento. Es un mapa muy desolador. Y la
tarea que tiene ahora el peronismo, que una vez más va a hacerse
cargo del gobierno dentro de muy poco tiempo, va a ser una tarea muy
difícil.
–¿Qué
pasa con la cuestión liberal durante el kirchnerismo? Digo: uno
puede pensar que durante los doce años hubo una suerte de oscilación
entre el momento de recuperación de una historia más peronista, y
otro de apertura a ciertos fenómenos más epocales, pero también a
una retórica más de los derechos ciudadanos (apelaciones más
individuales que colectivas), que no deja de ser una concepción
liberal, ¿no?
–Diría
en primer lugar que hay que poder dar cuenta del resquebrajamiento de
la clase obrera argentina durante el último cuarto de siglo XX y la
fuerte fragmentación social con la que inicia este siglo. Me parece
que el kirchnerismo se hace cargo de una situación de fuerte
desmantelamiento de la estructura productiva, de desarticulación de
los lazos que producía esa Argentina peronista e incluso más, esa
Argentina industrial que va de los años treinta a los setenta, y da
cuenta de que esos nuevos sujetos tenían un recorrido de
movilización, una capacidad de acción que habían mostrado en los
días finales de 2001 y en los meses siguientes, con toda esa
dinámica asambleística que tanto emocionó a algunos y tanto
preocupó a otros. Es probable que aún nos debamos, en las ciencias
sociales argentinas, un análisis profundo respecto del 2001 y del
2002, año respecto del cual no debemos hacernos los distraídos,
porque el 2003 no nació de un repollo. El kirchnrismo entonces, es
un fenómeno nada simple de analizar, que articula diferentes
tradiciones discursivas de un modo muy particular. Me cuesta definir
al kirchnerismo desde una óptica más o menos aristotélica, de
género propio y diferencia específica (como un peronismo así o
asá, o un populismo de tal tipo o de tal otro), porque si tiene
sentido producir definiciones respecto de los procesos históricos
(me gusta pensar los procesos históricos en términos de las mezclas
que se van desplegando en ellos), diría que el kirchnerismo se
define por una mezcla, una combinación, una superposición de lo más
interesante. En primer lugar, lo sepa o no, lo asuman o no sus
dirigentes, creo que el kirchnerismo es una de las formas más altas
de liberalismo político en la historia de nuestro país, y ese
componente es muy reivindicable, como lo había sido también en el
alfonsinismo. Digo: fue el kirchnerismo, y no aquellos a los que les
gusta definirse a sí mismos como liberales, el que eliminó las
calumnias e injurias del mapa de las posibilidades de la censura
estatal a la libertad de prensa, y este ejemplo es solo uno de los
muchos que podría poner. También tuvo el kirchnerismo un fuerte
componente republicano. La palabra república es polivalente, y se
dice de muchos modos en la vida política argentina. En general se
usa para aludir a una de esas muchas tradiciones, más bien
minoritarista y anti-democrática. Yo prefiero otra: prefiero pensar
la república en la larga tradición republicana popular, pensar al
populismo como el verdadero nombre del republicanismo popular en
América Latina y sostener que y el kirchnerismo tuvo un fuerte
compromiso con eso, con la cosa pública, con el bien común, con el
patrimonio colectivo, con la felicidad del pueblo y con una idea
republicana de la libertad, que es la idea de libertad que nos
permite entender que nadie puede ser libre en un país que no es
libre. Cuando Néstor Kirchner terminó de pagarle el último peso
que le debíamos al Fondo Monetario Internacional, dijo: “A partir
de este momento los argentinos somos un poco más libres”. Esa idea
de libertad, colectiva, sinónimo de “soberanía”, es una idea
republicana de libertad, que a mí me resulta muy interesante.
–Para
terminar, quisiera rescatar esta idea que vos trabajas en torno al
pensamiento trágico, acerca de que es un tipo de pensamiento
fructífero para pensar la
política porque es capaz de habitar la crisis, convivir con el
conflicto, pensar en él y a partir de él en lugar de conjurarlo.
¿Te parece que esa idea puede funcionar bien para el período que se
abre en la Argentina?
Diría que
el conflicto forma parte, siempre, de nuestras vidas individuales y
colectivas. Y sí: creo que el período que se abre en la Argentina
va a ser conflictivo, y eso no tiene por qué ser una mala noticia.
En tal sentido, recuperaría esa interesante enseñanza de
Maquiavelo, cuyo gran aporte al pensamiento político occidental
consistió en decir, no solamente lo que la filosofía política ya
sabía hacía siglos (que el conflicto es inevitable), sino algo
mucho más radical y perturbador: que el conflicto es bueno. De lo
que se trata, en todo caso, es de construir los canales, las
instituciones, los procedimientos, las rutinas, las burocracias, las
maneras de conversar, para ir abordando esos conflictos,
procesándolos, puesto que la resolución de los conflictos nunca es
acabada, nunca es definitiva. La conflictividad permanente es parte
de la naturaleza de las sociedades humanas. El mundo es conflictivo.
Dije “conflictividad” a propósito, para burlarme del modo
temeroso, tembloroso, más o menos patético, en que esa palabra supo
salir no hace tanto tiempo de la boca de políticos y politólogos
progresistas y conservadores, o progresistas-conservadores, quienes
la pronunciaban siempre como el nombre de un problema, de un riesgo,
de algo que debería preocuparnos o alarmarnos. No: nada tiene que
alarmarnos del conflicto, salvo nuestra propia incapacidad para
lidiar con él de modos creativos, democráticos y capaces de abrir
la historia siempre en nuevas direcciones.
*Revista Zoom
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