Por Mariano Pacheco
Las rebeliones en Chile y
Ecuador, la inminente derrota electoral del macrismo en Argentina y
las persistencias de proyectos con vocación de cambios en Bolivia y
Venezuela, pero también en México, Colombia y Brasil, dan cuenta de
un proceso abierto en la región.
Decían los formalistos rusos
que la función de la literatura era desautomatizar la mirada. ¿No
podría pensarse lo mismo de la rebelión, respecto de la política,
de la vida social de los pueblos?
Las revueltas en Ecuador y en
Chile, y la persistencia tanto del proceso encabezado por Evo Morales
en Bolivia como de la Revolución Bolivariana en Venezuela permiten,
junto con la inminente derrota electoral de Macri en Argentina,
pensar en nuevas posibilidades para el continente. Con menos bombos y
platillos, pero con el valor de la tenaz persistencia, allí también
están el Ejército de Liberación Nacional en Colombia, el zapatismo
en México e incluso, en el corazón rebelde del Brasil fascista, el
Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra, el MST.
***
La revuelta abre una
posibilidad colectiva de pensar y actuar en otra clave que la que
propone el estado actual de la situación dominante dentro del Nuevo
Orden Mundial. Como momento político permite interrumpir la
temporalidad del consenso hegemónico, afirmar una potencia creativa
que rara vez aparece cuando las cosas funcionan con normalidad.
La ocupación masiva de las
calles permite no sólo trastocar el espacio, sino incluso el tiempo.
Otra temporalidad funciona al interior de la rebelión. De allí lo
impotente que resulte medir su eficacia por lo que pueda llegar a
pasar después, sencillamente, porque el tiempo de la rebelión es el
del ahora. Eso no quita que, al interior mismo de la crisis,
comiencen –puedan comenzar-- a elaborarse determinadas estrategias,
que lejos de aspirar a un retorno a la normalidad, asuman que a todo
trastocamiento le sigue un cierto orden, que no tiene por qué –no
debería necesariamente tener que ser-- una vuelta al estado anterior
de cosas.
¿Cómo hacer –o retomando
la pregunta más clásicamente leninista, podríamos decir: ¿qué
hacer?-- para que ese estado de excepción que producen las
subjetividades de la crisis –como señala Diego Sztulwark en su
libro Ofensiva sensible-- se extienda, no se limite sólo a
momentos puntuales o espacios claramente delimitados? Nuestra América
suele expresarse más o menos en dinámica regional. Así fue el
ciclo de luchas autónomas, que se abre en 1994 con el zapatismo y el
ciclo de gobiernos progresistas que se inaugura entre 2003 y 2005,
así como lo fue la ofensiva conservadora de los últimos cuatro o
cinco años.
Hoy los procesos son dispares,
van de la ofensiva callejera con posibilidades de insurrección hasta
la expresión popular de la bronca por la vía electoral, pasando por
la defensa (vía lucha armada y de autoorganización de masas, según
los casos) de territorios concretos. Lejos de contraponer habría que
pensar en una dinámica de conjunción de tácticas, pero en una
elaboración más estratégica de conjunto, si asumimos que las
resistencias, que los procesos de creatividad desde abajo y las
disputas en los estados se libran todas al interior de un complejo
entramado mundial regido por la lógica globalizadora del capital.
Las crisis dan siempre que
pensar –escribió alguna vez el viejo Rodolfo Kusch--. Son en el
fondo fecundas porque siempre vislumbran un nuevo modo de concebir lo
que nos pasa. Irrumpe una nueva, o mejor, una muy antigua verdad".
Esa verdad que late desde el
fondo ancestral de la tierra nuestramericana, y las verdades que
seamos capaces de imponer en estos nuevos tiempos darán nuevos
resultados si somos capaces de ampliar la imaginación política, y
permitirnos ir más allá de lo que hoy se nos presenta como posible.
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