ENTREVISTA A EZEQUIEL ADAMOVSKY
Por
Mariano Pacheco*
El
historiador y ensayista Ezequiel Adamovsky desentraña las tensiones
íntimas entre peronismo e izquierda y la acechanza del posmacrismo.
Llega
en el atardecer de un día agitado: para él, para este cronista,
para cada persona que transita Buenos Aires. La incertidumbre,
ciertos miedos y una paranoia creciente por la expansión del corona
virus complican aún más que de costumbre la vida en la ciudad.
Tanto los parroquianos como quienes miran del otro lado del televisor
encendido en el Bar Tiempo hablan de lo mismo. Ezequiel Adamovsky
llega y, entre los ruidos de fondo de los autos y colectivos que
pasan por Juan B Justo y Bocayá, se dispone a conversar con revista
Zoom: sobre la relación entre la actualidad y la mirada política
que puede construirse desde la historia sobre los sectores populares;
sobre el trabajo de divulgación y el por qué se ha interesado en el
último tiempo en trabajar sobre estos temas; sobre le peronismo y
las izquierdas; sobre el pasado y el presente de la Argentina, pero
también, sobre algunos indicios del futuro.
Luego
de un largo período de trabajo centrado en la historia de Rusia, en
los últimos años te has concentrado en la historia Argentina,
particularmente en sus sectores populares, primero con tu libro
Historia de las clases populares en la Argentina
(1880-2003) y recientemente con El gaucho
indómito. De Martín Fierro a Perón, el emblema imposible de una
nación desgarrada. ¿Cómo concebís este trabajo?
Creo
que lo mejor que puede aportar un historiador en la mirada sobre el
pasado es la pregunta. Encontrar la pregunta correcta para dirigirse
al pasado es lo principal. Y esa pegunta surge del presente, de un
interés que siempre está vinculado con lo político, en sentido
amplio, no necesariamente partidario pero sí de un contexto
político-cultural. Mi trabajo, desde hace tiempo, ronda en torno de
la pregunta sobre el modo en que afectaron, en los sectores
populares, las diferencias de color de piel y de origen étnico.
Nuestro país tiene clases populares pluriétnicas, es decir, de
muchos orígenes y colores, y es un país cuyas élites construyeron
una visión de lo nacional vinculada con lo europeo y con lo blanco,
la visión de una Argentina blanca y europea. Y por supuesto, la
realidad de su población no se corresponde con esa mirada. Entonces,
me interesa mucho trabajar esa mirada racista, desde arriba, y por
otro lado, ver cómo tramitaron las diferencias étnicas y de color
las personas del común. En ese plano, El gaucho indómito,
vuelve sobre el fenómeno del criollismo popular, y llegué a ese
tema porque en Argentina, hasta hace apenas unos años, del tema de
las diferencias de color no se hablaba abiertamente, era un tema que
no aparecía en los documentos, pero sí estaba presente de manera
oblicua en ciertos consumos culturales o en prácticas culturales
como el criollismo o el carnaval, que es mi actual investigación.
Por eso, esa pregunta sobre el pasado que orientó la escritura de mi
libro es también una pregunta actual, porque apunta a indagar cómo
se construyen solidaridades populares amplias en una sociedad que
tiene ese tema (cómo se vincula lo blanco y lo moreno) todavía
irresuelto.
Anteriormente
también trabajaste con la historia corta, por ejemplo en tu libro El
cambio y la impostura te metiste con el macrismo y el
kirchnerismo, en un cruce que linda entre la historia y el
periodismo, así que te quería preguntar por esa relación. Hay
periodistas que escribimos sobre historia e historiadores que ejercen
el periodismo. ¿Qué aportes ves que la historiografía puede hacer
más allá del periodismo y cómo entendés vos ese desafío de
escribir sobre historia pero en un registro ya no académico sino más
periodístico?
La
verdad es que yo nunca lo pensé como un ejercicio de periodismo,
sino más bien que he intentado trabajar textos que podría
caracterizar más ligados al ensayo, aunque entiendo la pregunta,
porque hay un ejercicio del periodismo que busca correrse de la
noticia, de la coyuntura, y hace un ensayismo sobre actualidad.
Varias veces me preguntaron algo parecido y me cuesta responder
porque yo ya hacía este tipo de ejercicios de escritura desde antes
de entrar a la academia. Hay todo un registro que tiene que ver con
el activismo, con la intervención política, más que con el
periodismo, que yo ejercité desde muy chico. No es un registro que
luego de haber pasado por la academia tuve que aprender, sino que
fueron tipos de escritura que se dieron en paralelo. Quiero creer, de
todos modos, que cuando escribo en el registro más ensayístico la
mirada del historiador aporta a tener un análisis más del largo
plazo, pero eso lo dirán quienes lean. Pero para mí no resulta una
tensión. Son dos cosas diferentes pero conectadas.
¿Y
respecto de la divulgación? Has trabajado bastante sobre el tema.
Ahora no tanto, pero al menos durante los años kirchneristas hubo
como una especie de boom sobre la historia y sus modos de
divulgación, no sólo desde el registro escrito, sino también
audiovisual, e incluso radial. ¿Qué pensás de las producciones de
esos años y de los desafíos actualespara reinstalar una imaginación
histórica?
En
primer lugar, te diría que es crucial que quienes hacemos historia
nos comuniquemos con un público más amplio que el académico. Eso,
al menos desde que era estudiante, siempre fue un horizonte central
para mí. Yo hace tiempo que dejé de tener como lector implícito al
público académico. Entonces trato de escribir para un público más
amplio. Incluso en mi último libro, que quizás por tema puede
parecer más académico, el tono apunta a un público más general.
Yo
diría que, desde 2001 más que desde 2003, hay un interés social
muy amplio por la historia. Todo el fenómeno de los divulgadores en
los medios masivos de comunicación, pongamos por caso Felipe Pigna,
es anterior al kirchnerismo. Pero es cierto que el kirchnerismo captó
esa demanda y le puso bastante atención a la historia en sus
productos audiovisuales y periodísticos en general. Los resultados
son dispares y uno puede verlo al mirar Canal Encuentro, por ejemplo.
Toda la primera fase de Zamba me pareció un producto de divulgación
y un producto cultural brillante. Otras cosas me gustaron bastante
menos, pero en general, diría que fue un momento en que se colocó a
la historia en el centro de la escena, en claro contraste de lo que
pasó durante los años del macrismo, en los que se intentó barrer a
la historia todo lo posible. En ese punto contrastan bien macrismo y
kirchnerismo.
Respecto
del peronismo y las izquierdas: ¿cómo ves ese vinculo? Te propongo
pensar de manera múltiple esa pregunta. Es decir: ¿qué pasa en la
actualidad con el peronismo y las izquierda, y sus vínculos? Y:
¿cómo has visto ese vínculo a lo largo de la historia?
Es
una pregunta muy amplia por el hecho de que su respuesta abarca
períodos diferentes. Diría que el peronismo histórico, el de 1945,
canalizó algunas demandas típicas de la izquierda combinada con un
tipo de política que en otro sentido fue hostil con parte del legado
de la tradición de izquierda. El propio Perón supo tener actitudes
bastante anti-izquierdistas. Entonces, desde sus inicios, el
peronismo tuvo una relación tensa y ambivalente con las izquierdas.
Muchas personas de izquierda se vieron atraídas por el peronismo,
por su reivindicación del trabajador, por la ampliación de
derechos, por el impulso que tuvieron los sindicatos, mientras que
otras personas de izquierda fueron anti-peronistas por rechazo al
personalismo, al liderazgo vertical, a cierto conservadurismo en lo
cultural, al nacionalismo.
Y
esa tensión puede rastrearse luego, durante todas las décadas
posteriores. Pareció resolverse durante la época de Menem, cuando
el peronismo apareció como una fuerza decididamente de derecha con
políticas proempresariales. Entonces, el campo de las izquierdas se
amplió, un poco superficialmente diría, porque también abarcó un
amplio sector que, por anti-peronista, se referenció en el
progresismo de izquierda. Y primero el 2001 y luego el kirchnerismo
rompieron ese consenso veloz y superficial y, nuevamente,
reaparecieron las ambivalencias y tensiones. El kirchnerismo atrajo
una gran cantidad de referentes y organizaciones y espacios de
izquierda y otras se mantuvieron hostiles a él. Hay una parte del
debate entre izquierdas y peronismo que no me parece muy conducente,
que es el argumento de que la izquierda revolucionaria en Argentina
tuvo un escaso desarrollo por culpa del peronismo, porque capta su
energía y la dirige a otro lado. Pero si uno mira a nivel mundial,
la presencia de la izquierda revolucionaria es muy limitada en todos
lados. Así que diría que la izquierda a nivel mundial tiene
dificultades propias que tiene que resolver; el problema no es sólo
de la Argentina ni se explica solamente por la presencia del
peronismo. De todos modos, creo que en nuestro país se plantea una
tensión que a veces es productiva. Porque el peronismo –con su
aspecto caótico y a veces incomprensible-- en más de una ocasión
ha sabido ser canal para reivindicaciones que son típicas de la
izquierda. Y su llegada al gobierno a veces abre el camino para que
se instalen como reformas reales. Pero a su vez no es posible
caracterizar al peronismo como una fuerza claramente de izquierda,
por sus oscilaciones, y porque aun hoy contiene, como parte de sus
elencos estables, oficiales, permanentes, a referentes que no se
podrían caracterizar de izquierda ni de centroizquierda en ningún
sentido.
Y
en relación al actual momento que atraviesa el país, con una nueva
gestión de gobierno peronista desde el 10 de diciembre del año
pasado, ¿cómo ves la situación? ¿Qué rol crees que le caben ahí
a las izquierdas?
Es
un momento muy difícil la verdad. Porque, por un lado, la
devastación macrista es enorme, en el terreno de lo económico es
tremenda. Y además el macrismo ha logrado conservar un 40% del
electorado que lo apoya aun después del desastre que hicieron, con
lo cual no hay que descartar que puedan volver al gobierno en
cualquier momento. Entonces cuesta mucho pensar cómo posicionarse.
Por otro lado tenemos un peronismo que, con la figura de Alberto
Fernández, al menos discursivamente, se posiciona como un peronismo
de centro-izquierda, más corrido hacia al centro de lo que fue el
kirchnerismo, menos revulsivo. A nivel de la militancia, la necesidad
de combatir al macrismo acercó a una alianza con el PJ a muchas
fuerzas y personas de izquierda. Esa militancia atraviesa la tensión
que tiene cualquier fuerza con aspiraciones de cambio que llega al
poder, que es la tensión entre sostener el gobierno o continuar con
la presión por reivindicaciones históricas de los sectores
populares. Diría que en este tiempo veo una excesiva tendencia de la
militancia kirchnerista a sostener el gobierno y a postergar las
demandas. O incluso a poner en sordina algunos problemas del gobierno
que ya se ven claramente, como su apoyo al modelo extractivista
minero y al fracking, cosas que evidentemente no son en beneficio de
las mayorías. Acá es donde veo que sigue habiendo un espacio y la
necesidad de una izquierda que plantee esas demandas. Y que por eso
pueda construir un espacio político propio, independiente del PJ.
Pero para eso tendría que ser una izquierda popular y con vocación
de poder. A mí me parece que la izquierda tradicional en Argentina
sigue desentendiéndose del problema del poder: continúa parada en
un plano más testimonial que de construcción de un poder popular
capaz de llevar adelante sus horizontes y sus agendas.
*Nota publicada en Revista Zoom
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