Una polémica en dos frentes
Por
Mariano Pacheco*
La
cuarentena generalizada y obligatoria, decretada por el gobierno
nacional en función de “priorizar la seguridad del conjunto de la
población”, según argumentó el presidente Alberto Fernández,
trajo aparejada la obvia decisión de garantizar, por parte del
Estado, que esa medida se efectivizara. Por algo en las ciencia
sociales suele citarse hasta el cansancio la frase de Max Weber, que
sostiene que es el Estado quien concentra “el uso legítimo de la
fuerza”. Entonces, las fuerzas policiales, destinadas a garantizar
“la ley y el orden”, se despliegan en todo el territorio
nacional.
Hasta
aquí, la explicación lógico-racional. “En teoría”, como se
dice popularmente. ¿Pero qué ocurre cuando se inscribe una
argumentación lógico-racional en su geohistoricidad? Sucede que las
cosas, al fin y al cabo, no son como se supone que deberían ser
(dejamos de lado, aquí, una discusión que por lateral no deja de
ser profunda y necesaria, acerca del carácter de aparato de
dominación de todo Estado, incluso de aquellas gestiones
progresistas, más aún: incluso de todo gobierno popular y hasta de
orientación socialista).
Entonces
las fuerzas de seguridad en 2020 salen a patrullar las calles de la
Argentina y en poco tiempo los videos con imágenes de abuso policial
se multiplican por aquí y por allá, y se encienden las luces de
alerta. No es para menos, si se tiene en cuenta que las policías en
la posdictadura de algún modo fueron quienes se dedicaron a hacer
con los jóvenes de la clase trabajadora y los sectores populares, en
una suerte de “guerra de baja intensidad”, aquello que los
militares hicieron con las militancias políticas durante la última
dictadura de manera generalizada. Por supuesto, pueden entenderse
estos casos contemporáneos de violación de los derechos humanos
como casos de excepción, pero debería atenderse no sólo a las
cifras anuales de asesinatos, torturas, detenciones ilegales
realizadas por las policías (que son muy altas) sino también a su
formación.
Por
eso resulta fundamental asumir que, si no existe un riguroso control
civil, político, sobre el proceder de las fuerzas de seguridad, lo
más probable es que se desaten por parte de éstas casos
generalizados de violación de los derechos más elementales de la
población.
***
Puede
sospecharse que hay motivos aún más profundos en el proceder de las
policías que aquellos que de algún modo circulan en la doxa. La
lógica diría: en las grandes ciudades, sobre todo en los
conurbanos, muchas personas pobres viven en condiciones de
hacinamiento. Ergo: se intenta justificar a quienes violan la
cuarentena, y se entiende que sobre esa violación de la ley actúan
las fuerzas de seguridad, pero en lugar de hacerlo “de derecho”,
cometen “excesos de hecho”.
Pero
resulta que la situación parece ser mucho más complicada.
Obviamente lo antedicho sucede, pero la proliferación de videos, y
de relatos que circulan mostrando los abusos policiales dan cuenta de
que, con “la cancha libre”, las policías no sólo cometen
excesos mientras intentan hacer que se cumpla la ley, sino que violan
sus propios protocolos en actos que ni siquiera se justifican desde
la lógica de búsqueda de garantizar la ley.
A
los numerosos casos de videos que han circulado por redes sociales,
en los que puede verse a efectivos policiales deteniendo y
“verdugueando” a distintas personas que circulan por ciudades del
país que iban o regresaban del kiosco, del cajero automático, de
llevar alimentos a un familiar mayor, se suman otros, aún más
graves, como el sucedido el martes 31 de marzo en la localidad
cordobesa de Alta Gracia, cuando la policía directamente ingresó a
un domicilio para detener a un joven “que habían visto circular
por la calle”. En el allanamiento ilegal los efectivos golpearon a
varios familiares del muchacho antes de llevárselo preso.
Mariela
Díaz, referente de la OLP e integrante de Los Encuentros de
Feminismo Popular de la provincia de Córdoba –consultada por este
cronista-- reflexionó al respecto:
“El
abuso policial siempre fue moneda corriente para los sectores
populares de Córdoba y esta emergencia agudiza aún más la
represión que se sufre en los barrios. Represión que tiene un
fuerte componente de clase, que se evidencia en tanto las fuerzas de
seguridad no entran a tirar tiros al aire a cualquier barrio privado
o de clase media, sino a los barrios populares, a los que el poder
les otorga la venia para amedrentar, sobre quienes el Estado
despliega el monopolio de la fuerza. La situación en las cárceles
también es otra de las preocupaciones que se viven en los barrios,
dónde se piensa en madres, padres, hijos, hermanos y parejas
privadxs de su libertad que no tienen sentencia, o que están
detenidxs por delitos excarcelables pero que por no contar con los
medios económicos para pagar un abogado, tienen que quedar
encerradxs y apartadxs de su núcleo familiar. La falla no es solo de
la policía, sino el sistema judicial, que destina grandes
proporciones de recursos para ´combatir´ los delitos contra la
propiedad privada, pero muy pocos para atender casos de violencia de
género o abuso de niños y niñas”.
***
El
de los pequeños poblados donde es prácticamente ridículo sostener
la presencia policial para garantizar la cuarentena es otro de los
caos emblemáticos de lo que acontece en estos días. Es más, en
algunos lugares hasta está resultando contraproducente, como en
Villa de Soto, donde se insiste que la gente quede adentro de sus
casas cuando en algunos lugares necesitan sostener una dinámica que
no pondría en riesgo de contagio a mucha gente que, sin embargo,
podría agilizar labores que permitan una mayor capacidad de producir
alimentos para enfrentar la crisis, como señala Juan Herrero,
dirigente del Movimiento Campesino de Córdoba, quien nos cuenta
asimismo que, cada día, a las ocho de la noche, hacen sonar la
sirena de los bomberos del lugar, y comienza una suerte de toque de
queda.
Desde
la Patagonia, el docente e investigador universitario Ariel
Petruccelli también nos relata que allí donde se encuentra (Mallín,
Bariloche), la situación de cuarentena rigurosamente vigilada por la
policía está trayendo numerosos e innecesarios problemas a la
población, ya que comenzaron las heladas por las noche, el alimento
escasea y ha comenzado la época en que los pobladores del lugar
acopian leña y realizan las últimas changas de la temporada, dos
actividades prohibidas que han dejado a mucha gente sin dinero para
comprar leña y sin posibilidades de salir a buscarla. “Se está
quebrando asimismo la solidaridad horizontal que suele haber en este
lugar, porque la policía controla que no viajen más de dos personas
por vehículo y no todo el mundo aquí tiene como trasladarse”,
explica Petruccelli, quien aclara que el almacén más cerca de su
manzana está a 6 kilómetros de distancia. Y agrega: “los
organismos de derechos humanos de la región vienen alertando a las
autoridades sobre la situación, pero tampoco los municipios cuentan
con la infraestructura necesaria para abordar, por ejemplo, el
reparto de comida en zonas donde las distancias son muy grandes, y la
movilidad oficial, extremadamente reducida (una sola camioneta de
Desarrollo social en algunos municipios). También allí a las ocho
de la noche suenan las sirenas y se ponen en marcha dispositivos de
control riguroso.
Son
casos que ejemplifican que ni siquiera las fuerzas de seguridad
cometen abusos pensando en evitar posibles desbordes sociales
(tampoco estaría justificado, obviamente, pero tendría al menos
alguna “lógica”). Lo que está de fondo es algo más profundo:
es la impunidad de creer que pueden hacer lo que quieren sin padecer
consecuencias; es un goce ante el dolor de los demás.
***
Uno
de los problemas de legitimar las lógicas de temor y control, y
abuso, es que legitiman e incitan las dinámicas civiles de
microfascismo. Se pasa del consentimiento disimulado al apoyo
abierto, y también, al ejercicio efectivo de una violencia
horizontal que se acopla a la violencia vertical ejercida por las
fuerzas de seguridad del Estado: es la famosa “vecinocracia” de
la que viene hablando el investigador Esteban Rodríguez Alzueta, a
quien hemos consultado, con el afán de continuar abriendo
discusiones en torno a cómo abordar estas problemáticas:
“En
la provincia de Buenos Aires estamos asistiendo a una suerte de
policiamiento de la cuarentena. Lo cual es un problema, porque las
policías que tenemos no están entrenadas para el diálogo y la
persuasión sino para la desconfianza y la confrontación, no están
formadas para ponerse en el lugar del otro sino para que el otro se
acomode a su posición. De modo que no siempre se puede esperar de la
policía comprensión. Encuentran en este contexto las condiciones
perfectas para hacer lo que les gusta hacer: imponer orden y, de esa
manera, certificar la autoridad que se arrogan. Si esto sucede ahora,
nos preguntamos qué pasará si el día de mañana se llega a
declarar el toque de
queda y el estado
de sitio, es decir, no
queremos imaginarnos las cosas que podrán hacer muchos policías si
tienen ampliadas sus facultades. No se nos escapa que la policía no
es un bloque unidimensional, que los policías no viven a la policía
de la misma manera. Pero también es cierto que cuando hablamos de la
policía estamos pensando en sus prácticas rutinarias, en los modos
de actuar y hablar enmarcados en rituales más o menos informales.
Esas prácticas no están hechas precisamente de buenos modales sino
de mucho maltrato y destrato. Entonces, dudamos que a la policía se
la pueda resetear de un día para el otro. Por eso, entregarle a esta
policía este poder es un gran problema para las libertades
ciudadanas, y puede agregarle más intranquilidad, meterle más
presión a los actores más pobres, sobre todos a aquellos que
encuentran en el espacio público un campo de vitalidad”.
***
El
afán de intervención en el ámbito de la opinión pública se ha
multiplicado con la cuarentena. Entre otros, especialistas de las
ciencias sociales han comenzado a poner en circulación sus miradas
y, con algunas de sus intervenciones, se ha desatado la polémica
respecto del componente ético, y de responsabilidad política, que
las intervenciones académicas tienen –o deberían tener-- en la
vida nacional. El caso más emblemático fue el de Gabriela Seghezzo
y Nicolás Dallorso, dos investigadores del CONICET que coordinan el
Observatorio de Seguridad de la Facultad de Ciencias Sociales de la
Universidad de Buenos Aires (UBA), publicada por el diario Página/12
el sábado 28 de
marzo. En dicho texto, titulado “Elogio a la policía del cuidado”,
se argumenta que el aislamiento obligatorio por la pandemia es una
situación excepcional que ha permitido visibilizar que la labor
cotidiana de las policías en este contexto se asemeja más “a las
tareas de cuidado que a las de una persecución y represión penal”.
Entre
otros de quienes salieron al cruce de estas opiniones fue Nacho
Saffarano, quien en su texto “Miserias de la investigación”,
publicado en la Revista
Espartaco, sostiene:
“Parece
que se trata de recurrir a ´los que saben´ para darle de comer al
público habitual de Página|12;
para engrosar el menú de argumentos progresistas para explicar por
qué ahora la Policía (y la Gendarmería y el Ejército) nos cuidan
de verdad, aunque hasta hace apenas dos semanas eran los actores
fundamentales del delito organizado. Apelar a investigadorxs del
CONICET no debe ser mera casualidad. A la mayoría de lxs lectores de
Página|12,
el discurso bélico del ministro de Seguridad de la Provincia de
Buenos Aires Sergio Berni frente a la Policía bonaerense seguramente
le haya parecido un exceso. ¿Qué mejor entonces, que recurrir a
docentes universitarixs e investigadorxs de instituciones de
prestigio para que repitan lo mismo que el castrense ministro, pero
con la fraseología del progresismo?”.
En
otro artículo (“Normas, controles y cuidados”), publicado en el
portal Lobo suelto,
Sebastián Stavisky reflexiona sobre el rol actual de las y los
cientistas sociales, y asegura que una función fundamental que
podrían jugar sería la de “poner en cuestión” el uso, tanto
mediático como gubernamental, de las metáforas bélicas para el
abordaje de un problema que es, ante todo, atribución del ministerio
de salud, antes que del de seguridad o defensa, y analizar los
potenciales efectos que tales formas de elaboración de la situación
actual puedan producir en la ruptura del lazo social”.
La
polémica sobre el accionar ilegal de las policías está instalada,
y en muchos ámbitos, se espera una señal, un mensaje del Presidente
Alberto Fernández, que ya ha felicitado por cadena nacional a los
agentes de las fuerzas de seguridad del Estado, pero aún no ha
condenado los abusos perpetrados por estas mismas fuerzas.
*Nota
publicada en la Agencia Paco Urondo
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