"Ni siquiera los muertos estarán
a salvo del enemigo si este vence... Y este enemigo no ha cesado de
vencer" (Walter Benjamin)
Por Mariano Pacheco
Lenin
escribe en las “Palabras finales” a la primera edición de “El
Estado y la Revolución” que no pudo escribir ni una línea del
Capítulo VII (final), dedicado –pensaba-- a abordar las
experiencias de las revoluciones rusas de 1905 y 1917, porque la
crisis política (“la víspera de la Revolución de Octubre”)
vino a “estorbarle” en el momento de la escritura. Y aclara,
dejando atrás su ironía: “de estorbos así uno no tiene más que
alegrarse”. Y luego agrega: “es más agradable y más provechoso
vivir ´la experiencia de la revolución´ que escribir acerca de
ella.
No
sé por qué, pero ese final me recuerda a un bello texto de Jan Paul
Sartre (publicado como anexo a “¿Qué es la literatura?”) donde
el filósofo francés, en los años próximos a la salida de la
segunda guerra, dice que la escritura lanza al escritor a la batalla;
que escribir “es una forma de querer la libertad” y que incluso,
“hay veces en que el escritor debe dejar la pluma y empuñar un
arma”.
Obviamente:
Lenin era un teórico, un escritor, y sobre todo –a diferencia de
Sartre, e incluso de los teórico marxistas de la segunda mitad del
siglo XX), un cuadro político, un dirigente revolucionario, que más
bien entendía la importancia de la filosofía como “introducción
de la lucha de clases en el terreno de la teoría” (como dirá
medio siglo después Louis Althusser) y la escritura como un arma más
en ese combate por la emancipación.
Lenin
entendía muy bien que la teoría revolucionaria no podía ser sino
la “teoría de una clase en lucha”, y que –por lo tanto-- no
podía haber “ciencia social imparcial” –como subrayó Negri en
su lectura del líder bolchevique-- en una sociedad erigida sobre la
lucha de clases. Esa ciencia parcial, por lo tanto, se constituye en
“punto de vista” a partir de cual se puede pensar el pasaje de
una crítica de la economía política a una crítica política de la
cultura burguesa. Es decir, de una teoría del capital a una teoría
de la organización revolucionaria (“en su doble polo
Partido/Soviet”, subraya el referente de la Autonomía italiana en
sus “33 lecciones sobre Lenin”), que entiende a la organización
como “espontaneidad que reflexiona sobre sí misma” y, por lo
tanto, que asume la importancia de la lucha política en su función
de unificar por arriba (no desde afuera) las luchas que se libran en
el plano económico. Punto de vista (epistemología proletaria),
crítica del capital (ciencia obrera) y organización de doble polo
(social y política; por arriba y por abajo; con horizontalidad y
centralización) de la clase productora se conforman en una tríada
fundamental, entonces, para pensar las luchas proletarias en cada
país, asumiendo las dos lecciones fundamentales que Lenin extrae de
su lectura del “Manifiesto comunista”: la lucha, en última
instancia, siempre es una batalla internacional contra el orden
mundial del capital, y es una pelea por la extinción del Estado en
tanto aparato de dominación que sostiene la explotación.
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