Por Mariano Pacheco*
Diez films recomendados en
este breve ensayo, dedicado a rerevistar esa zona de confluencia
entre las tres movidas musicales que supieron ser movimiento de
expresión de rebeldías de las juventudes en el orden posdictatorial
de la Argentina.
Este viernes 24 de abril de
2020 podrá verse el documental (aun no liberado a todo público)
“Héroxs del 88”, de Luis Hitoshi Díaz, que vuelve sobre
“Invasión 88”, el emblemático y controvertido compilado que en
1988 promocionó a bandas como Attaque 77 y Flema, pero también, a
la más skinhead Comando suicida. Con este film cerramos la lista de
diez películas recomendadas para abordar esta
zona
de confluencia entre las tres movidas musicales que supieron ser
movimiento de expresión de rebeldías de las juventudes en el orden
posdictatorial. Las otras películas con “Sucio y
Desprolijo. El heavy metal en Argentina” (2015), dirigido por Paula
Álvarez y Lucas Lot Calabró, que recorre la historia del metal,
desde su nacimiento hasta hace apenas unos años e incluye numerosos
tramos donde puede verse y escucharse a Ricardo Iorio; “Buenos
Aires Hardore Punk” (2009), dirigido por Tomás Makaji, que indaga
en el desarrollo de estas tendencias; “Ellos son” (2009),
dirigido por Juan Rigirozzi, que cuenta la historia de la emblemática
banda punk Los violadores; “Relámpago en la Oscuridad” (2014),
dirigida por Germán Fernández y Pablo Montllau, que aborda la
historia de Beto Zamarbide, cantante de V8 (y luego de Logos); “La
H” (2012), aque traviesa bajo la dirección de Nicanor Loretti la
historia de Hermética a través de sus protagonistas, con excepción
de Ricardo Iorio; “Ricky Espinosa. El documental” (2015), de Juan
Pablo Duarte, que aborda la vida del cantante de Flema, quien se
suicidó en 2002; “Voces de Revolución”, el más reciente de los
documentales aquí citados que ya circulan liberados en internet, que
se estrenó en diciembre de 2019. Dirigido por Tomás Makaji, el film
parte de la experiencia de Existencia de Odio (E.D.O), la primera
banda del género en el país, para introducirse luego en lo que fue
el denominado Buenos Aires Hard Core, movimiento que es también
abordado en “Grita. Buenos Aires Hard Core 90-95” (2018), de Yago
Blanco. Por último, en la lista seleccionada aparece el capítulo 1
de “Desakato a la Autoridad. Relatos de Punks en Argentina
(1983-1988)”, el documental dirigido por Tomás Makaji y Patricia
Pietrafesa (actual Kumbia Queers), sobre la escena punk, más allá
(y más acá) de la música y los recitales, retomando toda la
experiencia contracultural vinculada a los fanzines, las ferias, la
filosofía anarquista, las protestas y las denuncias contra el abuso
policial.
I-
El metal, como el punk rock y
el hardcore, implicaron a inicios de los años noventa del siglo
pasado, para muchos de nosotros (y nosotras), un verdadero grito de
guerra contra el sistema, una suerte de contracultura suburbana
contra la Cultura Careta que proponía el menemismo. Una cultura
Anti-rebaño que, a la vez que congregaba y gestaba comunión entre
pares, combatía los modos de homogeneización cultural que proponía
el Nuevo Orden Mundial.
Son los años de recambio del
punk: de Los violadores como gran banda del género a la
proliferación de decenas de “banditas” de menor escala, de Flema
a Dos minutos, de Sin Ley a Superuva, con Todos Tus Muertos en
proceso de transición desde ese extraño punk rock que sonó en sus
dos primeras producciones –“TTM” en 1988, y “Nena de
Hiroshima” en 1991– hacia otros ritmos con los que seguirá luego
de su tercer disco, “Dale aborigen” (1996); también son los años
de emergencia (transitoria, por cierto), del fenómeno hardcore, el
más fugaz de los tres movimientos.
Con Existencia de Odio como
pionera de lo que pronto sería el Buenos Aires Hard Core, el género
encuentra en Argentina a la primera banda en Latinoamérica en sacar
a las calles un disco (“Religión”, 1991), que además cuenta con
las canciones en castellano. Formada a fines de 1988, inspirada en
Agnostic Front (banda de cuyo tema “Existence of hate”, del disco
“Cause for alarm”, obtienen el nombre), EDO es más metalera de
las bandas hardcore local.
II-
Los demos en casetes y algunos
pocos videos piratas con filmaciones de recitales se tornaron
fundamentales para expandir la movida hardcore en Argentina. También
el boca en boca con la recomendación de cada fecha. Al menos hasta
que las bandas fundamentales del Buenos Aires Hardcore grabaran, el
compilado “Mentes abiertas”, y luego sus primeros discos.
Por eso ese sábado 15 de
agosto de 1992 no fue un día ni una noche más en las vidas de
decenas de jóvenes del Conurbano y las barriadas porteñas como
Catalina Sur, porque el Buenos Aires Hardcore tenía su momento
cumbre en la grabación de ese disco.
Con la excepción de Minoría
activa, el resto de los grupos tenía como rasgo distintivo el hecho
de ser identificadas con siglas, como como muchas organizaciones
revolucionarias de los años 70 (ERP; FAR), y como lo harían años
después los nuevos movimientos sociales (MTD; MTR; CTD): NDI (No
Demuestra Interés), BOD (Buscando Otra Diversión) y EDO (Existencia
de Odio) eran las tres bandas de hardcore que, junto con DAJ
(Diferentes Actitudes Juveniles) se unieron con las bandas punks IDS
(Inminente Destrucción Social), Venganza, Krisis Nerviosa, y la ya
emblemática 2 Minutos, de Valentín Alsina, para dar un paso
pionero.
“Hardcore
es una cultura, que no acepta posturas estupidas./ Hardcore es lo que
necesitas, para tus ideas poder expresar./ Hardcore es lo que
tenemos, para luchar contra lo que no queremos./Hardcore es la unión,
de ideas de los jóvenes de hoy….”, cantará DAJ por aquellos
días.
NDI fue sin lugar a dudas una
de las grandes bandas de aquellos días. Sus ritmos pegadizos, su
mezcla de canciones “al palo” con otras más lentas, permitían
combinar a la perfección el pogo, el mosh y el slam. Además lograba
construir figuras poéticas poderosas y un mensaje que no dejaba de
interpelar (“¿Pero tus ideas donde están?/ Debes quitarte el
uniforme”).
El hardcore permitía hacer
manada, reunir a través de una pasión, un ritmo y una forma
determinada de vestir a los parias del modelo neoliberal, esas
juventudes hijas de las calles, que nos amuchábamos en esquinas y
plazas, y que hacíamos del vagar por ahí (muchas veces en skate)
una forma de expresión, un modo de ejercer la libertad.
Si la economía y la política
se globalizaba en medio de un avance atroz del neoliberalismo, ¿por
qué no lo iban a hacer los ritmos musicales y las formas de
vestirse? En Don Bosco estaba una de las pocas rampas de skate de la
zona sur del conurbano, y allí asistían skaters de numerosas
localidades. Y el hardcore, qué duda cabe, encontró en los skaters
a sus primeros receptores en Argentina. Entonces el mundo skaters
estaba ligado a cierto mundo popular de las juventudes de los hijos
de las clases trabajadoras y populares del Conurbano. Incluso bandas
punks, como Flema –que había sido parte del compilado Invasión
88-- tenían canciones como “Fernando anda en skate”. Será
Minoría activa, de todos modos, quien supo
combinar la adrenalina del viento en la cara con los ritmos del
hardcore y va a inmortalizar una canción dedicada al arte de
la patineta (“La cuidad nos ofrece/ un poco de diversión,/ con
la mente alejada,/ el cuerpo lleno de emoción./ S/ kate/ está llena
de emoción/ Skate/kate/kate 100% diversión).
A
fines de 1991 había salido Point Breack,
el film estadounidense dirigido por Kathryn Bigelow que en Argentina
vimos bajo el nombre de Punto límite.
El film me impactó mucho en el piberío del Conurano, no tanto por
la aventura de robar bancos disfrazados con máscaras que imitaban
los rostros de presidentes yanquis (que tenía su encanto libertario)
sino sobre todo por la sensación de libertad que se podía ver
experimentar a los asaltantes, que se desplazaban de un sitio a otro
siguiendo el ritmo de la música que escuchaban, pero por sobre todas
las cosas, el movimiento de las olas del mar que seguían con sus
tablas de surf. Obviamente, el desplazamiento por las calles sobre
una tabla de ruedas con rulemanes era lo más parecido que un pibe de
clase media baja o proletaria podía experimentar en el Conurbano.
Fueron
tiempos, asimismo, de proliferación de juntadas en garajes vacíos,
porque ni autos para estacionar había ya en muchas casas de familias
trabajadoras (ahora sin trabajo) y de clase media (ahora venidas
abajo), y esos sitios se caracterizaban –en general-- por acumular
cajas, y –a veces-- por servir de cueva de pibes y pibas –en la
mayor parte de los casos pibes-- que comenzaban a formar sus bandas:
hardcore, pero también de punk, de metal, de rock en general.
Zapatillas de colores,
gorritos, camisas a cuadros arriba (y no debajo), de los buzos con
capucha, marcaron en el naciente hardcore una estética más alegre y
colorida que la negra de borcegos y cueros, jeans y tachas que
inspiraba tanto al metal como al punk rock. Ritmos veloces, baterías
en algunos casos con doble pedal, temas cortos y también melódicos,
más alegres en general que las canciones punks o del metal, el
hardcore se instaló con fuerza en esos primeros años de la década
del noventa, al menos en Buenos Aires.
III-
Para quienes nos antecedieron,
en esos años de transición política que también fueron de pasaje
para el metal –fundamental, aunque no exclusivamente, de V8 a
Hermética--, la década del ochenta fue terriblemente más cruda, y
más violenta que la de los noventa: de Malvinas a la hiperinflación,
la precarización del mundo proletario se dio a pasos agigantados, y
como tan bien han estudiado los integrantes del GIIHMA (Grupo de
Investigación Interdisciplinario del Heavy Metal Argentino), el
pasaje de la dictadura a la “democracia” (castrada, de la
derrota, como la caracterizarán los pensadores Alejandro Horowicz y
León Rozitchner), suele obviar la violencia policial, sobre todo
contra la juventud obrera de las grandes ciudades del país. Mientras
un rock descafeinado le canta loas a una abstracta paz, las brigadas
metálicas emergen en escenarios que suelen compartirse con las
bandas punks.
“Un discurso tremendamente
punk con un sonido metalero”, dice el Ruso Verea en uno de los
films recomendados, cuando tiene que referirse a V8. Son ritmos,
mensajes y estéticas que ayudan a sobrevivir, porque convidan a
resistir la adversidad. Reflexiona Verea: “Eso de la estética
también está ligado a sobrevivir. Sobrevivís a la cana, que te
elije ('Usted venga para acá'); sobrevivís a la familia (“¡Mira
lo que me salió! ¡Mirá lo que es este hijo de puta!'). Te lo dicen
tus propios viejos, con tus amigos, con tus familiares, con los
amigos de ellos; en el barrio, la condena a tus padres ('¡Qué raro
tu hijo! ¿Se droga, no?'). Entonces vos vas sobreviviendo a
infinidad de cosas que tienen que ver con cómo te aprieta, ye
aprieta. ¿Entonces? Luchamos por el metal. Y es un paso más en la
batalla. ¿Entendés?”.
Con la sencillez y la pasión
que lo caracterizan, el Ruso Verea grafica con su frase sobre V8 algo
que puede considerarse una constante, al menos, en las dos primeras
décadas de posdictadura en la Argentina: la zona de confluencia
entre el punk y el metal. En “Relámpago en la oscuridad” puede
verse a Alberto Zamarbide (cantante de V8, y luego de Logos)
compartir escenario con Attaque 77; también un testimonio de
Piltrafa (cantante de Los violadores), dando cuenta de estas
intersecciones. Asimismo, podríamos recordar que el mismísimo
Ricardo Iorio graba con su voz una introducción al tema “El último
vaso de vino”, de Flema (en el disco “Si el placer es un pecado…
Bienvenidos al infierno”, de 1997), mientras que a Ricky puede
vérselo con remeras con el rostro de Iorio en mas de una
oportunidad.
La extensa estadía de Pil en
Perú desde fines de los años noventa, el suicidio de Ricky en 2002
y el carácter “menor” de las bandas punks que siguieron en
escena, sumado a que el género no se ha operado un recambio etario,
hicieron del punk rock un fenómeno que quizás culmina con el siglo
XX, ya que encontrará serias dificultades a la hora de seguir
intentando ser un actor de la contracultura en el siglo XXI. Algo
similar sucedió con el hardcore, cuya vida fue –a diferencia del
punk-- mucho más efímera, diferente a lo acontecido con el metal,
cuyo “padre fundador” sigue en pie, aunque con una deriva que
para muchos tiene poco o nada que ver con sus orígenes, el espíritu
rebelde y el carácter urbano/proletario de su desarrollo (Iorio
intercambió la potencia de interpretar e interpelar a franjas
amplias de las juventudes del proletariado urbano, narrando sus
desdichas y esperanzas, por un conservadurismo religioso, patriotero
y rural, en un país donde tres cuartas partes de la población se
concentra en las grandes ciudades y la mitad de la población en la
ciudades de Buenos Aires, La Plata y las urbes del Conurbano; Iorio
parece ser hoy por hoy una suerte de cantautor/payador con ribetes
reaccionarios: antifeminista, de un nacionalismo sin trasfondo
popular, con aspiraciones a sostener vínculos con “la tierra” y
el imaginario rural en el peor de los sentidos). Así y todo, entre
Iorio, y el resto de los ex V8 y ex Hermética que están vivos y
permanecen en el país (sólo Osvaldo Civile falleció a fines de los
noventa; y Zamarbide permaneció varios años viviendo en Estados
Unidos, pero luego regresó al país, e incluso en 2012 compartió
escenario con Iorio, contra todo pronóstico, en el marco del
festival por los 30 años de V8) estos metaleros de la primera hora
sostuvieron una escena en donde, además de Almafuerte, fueron
nombres destacados los de Logos, Horcas y Malón. Además, en lo que
va del siglo han emergido formaciones de renombre. Las más
importantes, según Emiliano Scaricaciottoli, ANIMAL, y luego Carajo
(“La banda de metal del siglo XXI”, según Diegga Caballero
tituló su texto para el libro Parricidas, del GIIHMA), y más
contemporáneamente Los antiguos (de quien Scaricaciottoli destaca la
figura del Pato Larralde, sobrino del cantautor José, tan rescatado
por Iorio).
***
Por lo que puede verse en las
calles de las grandes ciudades del país, y en los multitudinarios
recitales, el público metalero es extenso en cantidad, y diverso en
edades (con casos en donde los actuales adolescentes y jóvenes
comparten la pasión ya no con tíos, primos o hermanos mayores, sino
incluso con sus padres, que no entendieron el heavy como una rebeldía
de juventud, sino como una música a escuchar, y una dinámica de
vida a sostener aún en la etapa de adultez).
En “Sucio y desprolijo. El
heavy metal en Argentina”, puede escucharse al periodista Frank
Blumetti decir:
“No se si el heavy metal
ganó la batalla. En algún sentido parece muy absorbido, muy
cerrado sobre sí mismo… Pero me parece válido, en el fondo es la
caja de pandora, que quede la voluntad de combatir, la voluntad de
oponerse, la voluntad de cuestionar y de pensar por ende eso se
mantenga. Si la música ésta ayuda a que eso se mantenga me parece
muy válido, y si al final de la meta nos espera el precipicio,
bueno, habremos llegado con cierta dignidad, espero”.
El Ruso Verea, por su parte,
argumenta en el mismo film: “La calle es de la gente. Si hay algo
que han logrado es que nos vayamos de la calle....”. Y agrega:
“Cromagñon para el poder, para el sistema, para el esquema fue la
gran excusa, para cortar y coartar. Nosotros crecíamos en los
agujeros; traspirábamos en los agujeros; nos mirábamos y decíamos:
'esto está bueno, esto es una mierda'...”.
Y refiere a esos antros, como
Cemento (experiencia que también cuenta con un libro y un documental
que puede verse en youtube) como reductos de sociabilidad, de
formación, de educación sentimental, donde no sólo se escuchaba
música, sino en donde también quienes asistíamos sabíamos que
allí alguien podía recomendarnos otras bandas, o libros y revistas.
“Un caldo de cultivo que molesta”, insiste el Ruso, quien llama a
estar otra vez en las calles y en los lugares, pero en un “operativo
retorno” que sea inteligente, en el que no nos dejemos llevar “por
la estupidizacion”.
Después de más de una década
en donde se produjo un “retorno de los dinosaurios”, el
interrogante que introduce el periodista Martín Rodríguez en su
libro “Orden y progresismo. Los años kirchneristas” (“¿El
kirchnerismo mató al rock?”), no dejan de inquietar (nos).
Obviamente, si hubo deceso fue por un mix entre asesinato y suicidio,
no lo vamos a negar. Y la Plaza de Mayo del 10 de diciembre de 2019
(a la que muchos asistimos, entusiasmados, con la voluntad de
festejar al menos transitoriamente la derrota electoral de un
proyecto abiertamente neoliberal, reaccionario), no dejó de ser
llamativa respecto de las figuras del rock allí presente, y sus
edades (las excepciones provinieron de un campo más difícil de
encuadrar en el rock, y fueron mujeres como Malena D Alessio –ex
Actitud María Marta-- y Sara Hebe, ambas mucho más jóvenes que el
promedio de los “rockeros”).
El kirchnerismo, en su afán
progresista y derecho-humanista, priorizó durante la larga década
pasada una visibilidad del espectro del “rock pacifista” de los
ochenta, e incluso del añejo cancionero de protesta anterior: así,
de Fito Páz a Teresa Parodi, de León Gieco a Piero, ese estilo fue
la marca distintiva del ritmo, la estética y el promedio de edad del
sonido progresista de la época (con excepción de Los Redondos, que
extrañamente se transformaron en la cortina de fondo de un
oficialismo que encontró, cultivó y expandió una mística juvenil
al ritmo del pogo más grande del mundo). Respecto del promedio de
edad y de la capacidad de “trasvasamiento generacional”, de todos
modos, el metal y el punk tampoco supieron hacer una excepción.
Pero queda claro que tanto el
punk como el metal –y el hardcore, más allá de su efímera
existencia, como movimiento que osciló entre ambos, con una estética
más colorida y movimientos skaters más afines a una búsqueda de
experimentar la diversión--, como citamos que dijo Blumetti en uno
de los films-documentales, estos movimientos dejan un importante
legado para las generaciones desobedientes, insumisas, rebeldes que
puedan venir: “la voluntad de combatir, la voluntad de oponerse, la
voluntad de cuestionar y de pensar”. Serán ellas las que tengan
que dar “un paso más en la batalla”, las que definan si hay
recambio para seguir luchando aún por el metal (y el hardcore, y el
punk-rock). Para seguir diciendo “No”. Porque mientras haya
injusticias, y explotación, dominación y esclavitud, hará falta
que exista “gente que no” (“Existimos porque resistimos”,
dice algún grafitti que puede verse aún en las calles de este
país). Porque el rock --si al fin y al cabo queremos seguir usando
este concepto para englobar las distintas vertientes a las que nos
hemos referido--, si es rock auténtico, será impugnación. Porque
como dijo el Ruso Verea: “cuando el rock dice Sí es
entretenimiento”.
Y para entretenimiento ya
existen numerosas mercancías producida por esa gran maquinaria que
es el Triste Mundo del Espectáculo.
*Nota publicada en La
luna con gatillo
Para ver online los
films de manera gratuita (Listado)
2- Buenos Aires Hardore
Punk
3- Ellos son
6- Ricky Espinosa. El
documental
8- Grita. Buenos Aires Hard
Core 90-95
10- Heroxs del 88
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