Reflexiones desde la cuarentena
Por Mariano Pacheco*
Un recorrido por el
pensamiento crítico, de Freud a Mark Fisher, pasando por Nietzsche y
Marx, hasta León Rozitchner y Félix Guattari. Una búsqueda por
abordar desde la teoría crítica la relación entre cultura y
malestar, pero también, a problematizar la tendencia a dicotomizar
“privatización del estrés” en el capitalismo contemporáneo con
abordaje del malestar desde el carácter “Público-Estatal” de la
Salud Mental. La dimensión “desde abajo” (y a la izquierda) como
apuesta por sumar al trabajo sobre la subjetividad abordajes
comunitarios, asumiendo el desafío de trazar una conjunción entre
abajo/arriba y entre las dinámicas singulares y las experiencias
colectivas.
I- Cultura y malestar
Si para Sigmund Freud, en el
siglo XX, se trataba de pensar “el malestar cultura”, en estas
primeras décadas del siglo XXI podríamos pensar que la problemática
se ha corrido un paso más allá, y que la humanidad se encuentra
inmersa en una cultura del malestar. Para el fundador del
psicoanálisis, la problemática del malestar está presente ya desde
finales del siglo XIX, incluso desde antes de la publicación de “La
interpretación de los sueños” en 1900 (por ejemplo, en una carta
a Fliess en 1892), y sus reflexiones en torno a psiquismo y cultura
serán parte de un corpus amplio que va desde “La moral sexual
cultural y la nerviosidad moderna” (1908) hasta “El malestar en
la cultura” (1930), pasando por “El porvenir de una ilusión”
(1927) y “Tótem y tabú” (1913). Es decir, que esa búsqueda
por salirse del carácter “religioso” del interrogante sobre la
“finalidad de la existencia” está presente en una serie de
textos “histórico-antropológicos” que abarcan un período
extenso de su producción intelectual; problemática que será una
constante, tanto antes como después del “Giro del 20” (“Más
allá del principio del placer”).
Si para Freud la cultura misma
se sostiene sobre el telón de fondo del malestar (Eduardo Gruner
insiste en subrayar el trasfondo hobbesiano de esta hipótesis,
puesto que se asentaría sobre un crimen. A saber: el asesinato del
padre de la horda primordial por parte de los hermanos en el “mito
freudiano”), las vidas en el Nuevo Orden Mundial vigente en el
corriente siglo (fase neoliberal del capitalismo) se caracterizaría
por sostenerse sobre una “cultura del malestar” –ya no el costo
no deseado, desigual, impuesto para vivir en la modernidad
capitalista, o la búsqueda por conjurar y reducir la tendencia
constitucional de mutua agresión introyectándola como sentimiento
de culpabilidad, dicho en términos más clásicamente freudianos--
sino una suerte de aceptación de que, sobre ese suelo existencial,
deberíamos además asumir el plus contemporáneo de cierta memoria
en torno a “los años de bienestar” (sea en el marco de los
Estados capitalistas o los socialismos de Estado) y la frustración
actual ante una compulsión al consumo que el neoliberalismo no deja
de promocionar, sin ofrecer los medios materiales para que millones
de personas puedan satisfacer ese anhelo de comprar, comprar y
comprar.
II-
Malestar y capital
Partimos del hecho de que
habitamos un mundo que se estructura en base a la explotación
(apropiación privada de la riqueza social común vía el trabajo
asalariado, el trabajo doméstico y otras formas de no reconocimiento
de labores del que hacer social cotidiano). Bajo esta dinámica de
explotación y alienación de la mayoría de la humanidad (que se
complementa con una subordinación del planeta y el resto de especies
a la lógica de valorización del capital) es difícil pensar en una
vida saludable al interior del capitalismo, que enferma como norma y
establece como normalidad una dinámica que enferma.
Ya en
sus textos “juveniles” Karl Marx llamaba la atención sobre este
curioso proceso a partir del cual “la
desvalorización
del mundo del hombre crece en proporción directa a la valorización
del
mundo de las cosas”. Y señalaba que “el
trabajo no sólo produce mercancías”, sino que “se produce a sí
mismo y al trabajador como a una mercancía”.
Así,
“el trabajo produce obras maravillosas para los ricos, pero produce
desposeimiento para el trabajador”. Y de allí toda su
teoría de la alienación:
“la
objetivación del trabajo aparece, bajo la forma de la economía
política, como desrealización
del
trabajador; la objetivación, como pérdida
del objeto y
como
sometimiento servil a él;
la apropiación, como alienación,
como enajenación”.
Se
podrá discutir –con razón--, como tan bien lo hace Facundo Nahuel
Martín en su libro sobre Marx, si no hay un costado idealista en
este planteo en torno a pensar que alguna vez el ser humano podrá
coincidir consigo mismo, cuestión que no quita rescatar estos bellos
pasajes del autor de El Manifiesto Comunista para ver cómo, en el
capitalismo, el modo de estructurar la vida bajo el trabajo
asalariado (u otras formas de explotación y apropiación privada de
la producción común) lleva a que la actividad de la mayoría de la
humanidad sea, para ésta, una tortura diaria, que deviene en
“disfrute
y alegría vital para otro”.
Podría
objetarse también –sobre todo después del “giro Althusseriano”
de las lecturas de El
capital--
que éstas son reflexiones humanistas de un Marx pre-marxista. Sin
embargo, tal como supo destacar el pensador argentino Melcíades Peña
–en su curso de introducción al pensamiento político de Marx de
1959-- son temáticas que luego reaparecen en El
Capital,
donde
Marx habla de la “devastación intelectual” que se produce al
“transformar a personas que no han alcanzado la madurez en simples
máquinas de fabricar plusvalor”, por ejemplo, cuando se refiere al
trabajo infantil (asumido como “normal” hasta que la lucha del
proletariado logró obtener ciertas conquistas de regulación
laboral), o cuando piensa “la jornada laboral” y su impacto en
los cuerpos proletarios.
III-
Estrés y capital
Esta tendencia, presente en el
capitalismo desde sus inicios, se profundiza en la fase
financierizada del capitalismo contemporáneo, atravesado por la
fenomenal revolución científico-técnica a la que hemos asistido en
este pasaje del siglo XX al XXI.
Y a
diferencia del ciclo 1848-1988, donde el capital se encontró con un
proyecto que lo enfrentaba y se mostraba ante los “condenados de la
tierra” como alternativa posible (el comunismo en su dualidad de
“tendencia” y “proyecto”), en nuestros días vivimos,
habitamos este mundo bajo el horizontes de sentidos de ese “Realismo
capitalista” del que nos ha hablado más recientemente Mark Fisher
(exacerbación de ese Capitalismo Mundial Integrado que tan
tempranamente analizó Félix Guattari, aún antes de la caída del
Muro de Berlín). “El
posfordismo ha innovado también en las formas del estrés” subraya
el crítico cultural británico; reflexión a la que cabe agregarle
que, sobre el suelo de las vidas precarias, el trabajo aparece
atravesado por la idea (neoliberal) del emprendedorismo. A esto,
además –subraya Fisher-- hay que sumarle el hecho de que el
ciberespacio ha tornado “obsoleto el concepto clásico de espacio
de trabajo”.
Así, les trabajadores tenemos
que estar todo el tiempo produciendo, tanto material como
subjetivamente: hay que pensar en metas y objetivos de desarrollo
personal como condición sine quo nom de la existencia (sea
desarrollo personal en “trabajadores con cierta estabilidad” y
profesionales –o aspirantes a serlo--, sea para sobrevivir en el
día a día en el caso del precariado).
Este círculo
(emprendedorismo/cibertrabajo+hiperproductividad material/subjetiva)
se cierra entonces con la “privatización del estrés, en palabras
de Fisher, descripto como proceso en el cual “el capital enferma al
trabajador, y luego, las compañías farmacéuticas internacionales
le venden drogas para que se sienta mejor”.
Esta privatización del estrés
se propone, asimismo, conjurar las posibilidades de realizar un
abordaje de los padecimientos desde la salud pública, comenta
Fisher; reflexión a la que le podríamos agregar la propuesta de
abordaje comunitario desde abajo, no necesariamente público-estatal.
Por todo esto que venimos
describiendo, se tornan fundamentales las hipótesis de Guattari en
torno a la imposibilidad de escindir el “frente de luchas del
deseo” del “frente de la lucha de clases”, planteo al que luego
le agregó el frente de lucha por otra relación entre la humanidad y
el planeta. Estos frentes de lucha fueron conceptualizados en sus
“Tres ecologías” (ambiental, social y mental), donde advertía
–ya hacia finales del siglo XX-- sobre este proceso a partir del
cual el capital se transformaba en una amenaza para las especies,
tanto animal y vegetal como humana, y llamaba en consecuencia a
efectuar una “reconversión ecológica” de la acción política y
sindical, una reinvención de la subjetividad obrera en la búsqueda
por entretejer una nueva alianza entre ecologismo, feminismos y
movimiento obrero.
Estos planteos de inicios de
los años noventa surgen, en gran medida, porque Guattari visualiza
una gran incapacidad de las organizaciones tradicionales de dar
cuenta de la importancia de las nuevas situaciones que implican esta
especie de sumergimiento existencial en el caos capitalista, al ritmo
en que se disuelven las antiguas instancias de reflexión y van
mutando –a pasos acelerados—los modos en que nos vinculamos
(“corte del sujeto y su entorno por los dispositivos tecnológicos”,
plantea Guattari).
IV-
Política (popular) y malestar (capitalista)
Tal como sostuvo León
Rozitchner, en sus reflexiones sobre la obra de Sigmund Freud, parece
condenada al fracaso toda empresa que pretenda realizar una “cura
individual” sin poner en cuestión el “sistema productor de
enfermedad”, a la vez que no puede asumirse una abolición de la
lógica del capital sin “cura” singular.
Si el poder nos “sitia”
desde adentro, explica León (organización del aparato psíquico de
modo tal que cada cuerpo se constituye en la totalidad social
estructurada, “haciendo sistema” desde nuestra subjetividad con
la subjetividad socio-cultural), se tratará entonces de asumir el
desafío de efectuar una crítica política del malestar.
Sí bien asumimos, con Alain
Badiou, que la política requiere de la reunión de las personas, y
es por lo tanto –siempre-- una empresa colectiva, también asumimos
que toda política es, simultáneamente, micro y macro-política.
¿Cómo trabajar entonces, en términos moleculares, aquello que
sostenemos en términos molares?
Entendida como “acción
colectiva” de “sujetos colectivos” capaces de modificar
situaciones, asumida asimismo como “capacidad de cualquiera de
ocuparse de los asuntos comunes” (como escribió Ranciere), la
política –en sentido fuerte-- no estaría tanto ligada a los actos
de gobierno (gestión) y las luchas por el poder (del Estado)
–momentos que no pueden obviarse, de todos modos, desde una
perspectiva revolucionaria-- sino a aquellos momentos en los cuales
se logra interrumpir la temporalidad de los consensos, dando paso a
la emergencia de una fuerza capaz de actualizar la imaginación de la
comunidad en la que estamos inmersos (e inmersas).
La relación entre capacidad
de interrumpir el orden y confianza en la creatividad/ protagonismo
popular se torna aquí fundamental a la hora de pensar nuestros
malestares (por ejemplo, los padecimientos singulares en los días de
confinamiento social, preventivo y obligatorio por el coronavirus que
acecha al mundo).
La
política (el accionar de las militancias), así entendida
–entonces-- debería ser colocada en el centro de la escena a la
hora de pensar la contemporánea “cultura del malestar”. En en
esta coyuntura, en particular, se torna clave el sentido político
que podamos darle a la crisis en curso (sanitarias, de acumulación,
de reproducción, de las subjetividades), a riesgo de que –otra
vez, como hace casi dos décadas atrás-- se asimile crisis a caos en
sentido peyorativo, es decir, que se niegue el componente de
productividad político-existencial de todo crisis, en tanto permite
repensar (nos), singular y colectivamente, y (re) definir aspectos
centrales de nuestras vidas, intentando sustraernos de la “dicotomía
incruenta (Oliverio Girondo) entre tener que combatir la salida
“fascita neoliberal” de la crisis o aceptar resignadamente una
perspectiva “progre-estatalista” de retorno a la “vida normal”
(zona de preocupación común entre mis camaradas de la Cátedra
Abierta Félix Guattari de la Universidad de lxs Treabajadorxs,
Emiliano Exposto y Gabriel Rodríguez Varela, quienes recientemente
han publicado en el Portal La luna con gatillo el texto titulado
“Análisis militante: las crisis como ´grado cero´ para la
politiación del inconsciente”).
La política –en sentido
fuerte, es decir, como praxis transformadora y no como simple gestión
del orden--, entonces, no tiene que ver con una cuestión de
individuos excepcionales ni con grupos de especialistas, sino con las
masas, y en el modo en que esa política de masas y esos proyectos
colectivos son asumidos en el cotidiano, asimismo, por cada cada uno
de nosotres respecto a nuestros vínculos más inmediatos. No hay
oposición allí, entonces, entre cada existencia y la experiencia
colectiva (“la primacía del campo social como término de la
catexis de deseo define el ciclo y los estados por los que pasa un
sujeto”, nos recuerdan Deleuze y Guattari en “AntiEdipo”,
primer tomo de capitalismo y esquizofrenia), y quizás deberíamos
apresurarnos, sí (¿por qué no?), a escapar de las formas de
explicar todos nuestros problemas en términos de “individuos” y
“sociedades” (con su dimensión “pública-estatal”), e
intentar gestar una Política capaz de efectuar una creativa
conjunción entre micro y macro-política, y entre singularidad y
comunidad.
*Nota publicada en revista
Intersecciones
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