Las luchas en las calles, en las plazas y en las camas
Por
Mariano Pacheco*
Los
feminismos, los derechos humanos y las disidencias sexuales, el
archivo y la historia, la investigación y el activismo. Un diálogo
a fondo con Mabel Bellucci, ensayista, investigadora, periodista y
activista feminista queer.
Le
gusta que la presenten como ensayista, más que como teórica o
académica. Dice que en algún momento el desafío se le presentó,
sobre todo a mediados de la década del ochenta, cuando tuvo
la
oportunidad de integrar el Ubacyt de Dora Barrancos en la Universidad
de Buenos Aires para investigar junto a Cristina Camusso sobre
mujeres anarquistas y la huelga de inquilinos en 1907. “Prefiero
investigar por fuera de las instituciones”, comenta, y reivindica
el trazado de genealogías, el trabajo de archivos, testimonios,
relatos de vida y el activismo que permite ir y volver. “El género
del ensayo en Argentina tiene una tradición muy fuerte. La mayoría
de tus autores preferidos, Mariano, han sido ensayistas de fuste”,
insiste al comenzar la conversación con este cronista. “A mí me
pasa como a vos: rescato el ensayo, los grupos de estudio, los
espacios autogestivos y ese movimiento de transitar diversos
territorios, publicar un libro, cargar la mochila y salir a recorrer
ciudades para abrir e intervenir en debates por fuera de Buenos
Aires”.
Actualmente,
Bellucci ha fundado junto al archivista e investigador Juan Queiroz
“Moléculas Malucas”, un sitio web dedicado al rescate de
archivos olvidados y al trabajo de la memoria que no se agota en
recapitular los recuerdos de las y los antecesores, para refrescar la
memoria sobre las luchas y producciones de quienes antecedieron los
actuales movimientos.
Además, integra el Consejo de redacción de Herramienta,
revista de debate y crítica marxista, de LATFEM, un medio de
comunicación feminista digital y también del Programa de Memorias
Políticas Feministas y Sexo-genéricas, Sexo y Revolución, del
CeDinCi. Durante más de una década formó parte del Grupo de
Estudios sobre Sexualidades (GES) en el Instituto de Investigación
Gino Germani de la UBA, un espacio abierto dentro de la academia para
la discusión, producción intelectual e intervención política, con
reuniones mensuales con estudiantes de grado, posgrado,
investigadores/as, activistas o interesados/as. Bellucci rescata del
GES su porosidad para socializar saberes y su capacidad de poner a
dialogar diferentes procedencias disciplinarias, etáreas,
universitarias y no universitarias. Ha publicado, entre otros libros,
Historia
de una desobediencia. Aborto y feminismo,
Orgullo.
Carlos Jáuregui, una biografía política y
coeditó
Desde la Cuba revolucionaria: Feminismo y Marxismo en la obra de
Isabel Larguía y John Dumoulin.
Todos ellos fueron reeditados y ampliados a lo largo de este año.
Obtuvo la beca de Periodismo de Investigación Rodolfo Walsh otorgada
por la Biblioteca Nacional Mariano Moreno y el premio en el Concurso
de Letras en la categoría “Ensayo No Ficción” del Fondo
Nacional de las Artes. En esta conversación con revista
Zoom
reivindica “las luchas en las calles, en las plazas y en las
camas”, pero también, la lucha que implica estudiar, investigar,
escribir y elaborar discursos fuera del margen. “Que cuestione el
academicismo elitista y hegemónico no quiere decir que no
reivindique la investigación. Todo lo contrario, básicamente rebato
su atribución en considerarse y considerarla como único modo de
pensar e investigar. Lo que en los años 70 eran discusiones ahora
son papers. Por eso, me identifico más como activista feminista
queer”.
Mabel:
para empezar esta conversación me gustaría preguntarte, a vos que
venís transitando estas luchas de los feminismos, derechos humanos y
disidencias sexuales desde hace tantos años, cómo estás pensando
el fenómeno del feminismo, qué importancia le atribuís para pensar
la situación actual.
En
primer lugar, me parece importante aclarar que ya no se habla del
feminismo: no hay un sólo feminismo, hay feminismos, en plural. Es
un movimiento de movimientos, con una multiplicidad de corrientes en
su interior, que no siempre confluyen y, además, pueden enfrentarse
entre sí. Y el uso del singular es un error que incluso comenten las
propias feministas.
Me
inscribo en la corriente del feminismo queer que tensiona
críticamente el sujeto político del feminismo heteronormado y, en
simultáneo, implosiona el binarismo sexo-genérico, indispensable
para la persistencia de la heterosexualidad como régimen político.
Para mí, los feminismos son dispositivos políticos, teóricos y de
intervención pública, que cualquiera puede hacer suyo. No se define
a través de las genitalidades. A mi entender, esa línea se ha
agotado; hay que abrirse a lo no familiar, lo no nacional, lo no
racial, lo no generizado. Con el feminismo queer pasa algo similar a
lo que acontece con el sujeto universal en las izquierdas: así como
ya no es sólo el proletariado, aquí el sujeto ya no es tan solo la
mujer ¿se entiende? Yo no soy separatista, no me encuadro en la
antítesis mujer vs varón. Me parece que es hora de estallar la
noción misma de mujer, porque es esa sujeta política el que estamos
poniendo en discusión. Por ejemplo, en relación al aborto
voluntario, ¿qué dice el discurso hegemónico? Bueno, el discurso
heterocentrado te dice “la mujer decide”. Pero resulta que
estamos ante una multiplicidad de mujeres: heterosexuales, bisexuales
y lesbianas, e incluso, lesbianas que no se asumen como mujeres.
Igual, merece un intento de apostar a la superación del contenido
heterosexual y a la práctica coital de la demanda del aborto
voluntario para que quepa cualquier corporalidad que porte un útero
indistintamente de su expresión de género. Todo cuerpo que porta un
útero se embaraza y también aborta. No se puede dejar de lado a las
masculinidades trans y no binaries en este campo. Lo queer arrima y
configura membresías político-afectivas con todo lo que expulsa la
heterosexualidad. Así se están presentado los embates: cruzados y
rizomáticos.
Desde
lo que planteas se puede pensar también por qué se produjo la
discusión, en los últimos Encuentros Nacionales de Mujeres, para
que dejen de llamarse así y pasen a ser Encuentros Plurinacionales y
no sólo de mujeres, incorporando una diversidad más amplia de
sujetos minoritarios.
Por
supuesto. Cuando los sujetos políticos empiezan a implosionar, los
discursos comienzan a tomar nuevos rumbos, la enunciación ya no es
la misma. Que un encuentro hoy se llame Nacional de Mujeres no me
dice demasiado, más aún, atrasa. A lo largo de estos años, se han
incorporado travestis, trabajadoras sexuales, indígenas,
afroactivistas. personas trans. Entonces, el concepto mujer ya no te
sirve dado que remite a una sola opresión: la genérica. Sin
embargo, no hace referencia a otras opresiones o subalternidades:
clase, raza/etnia, edad, región, es decir, se desconoce la
interseccionalidad. Así, en los Encuentros primero irrumpieron las
travestis, con la figura estelar de Lohana Berkins. Significó una
lucha cuerpo a cuerpo que dimos un grupo pequeño de feministas. A
partir de ahí, se fueron sumando a todo este mapeo cartográfico de
feminismos, otros sujetos y sujetas. Hace unos días salió un
llamado a las personas que trabajan teniendo en cuenta la perspectiva
de género, para que incorporen la variable étnico racial en los
relevamientos y trabajos informativos que produzcan. Y reclaman con
razón que, si bien se ha realizado grandes avances en términos de
inclusión de la variable de género, pero aún es notoria la
ausencia de la variable étnico-racial.
¿Trabajadoras
sexuales o “mujeres en situación de prostitución”? ¿Hay toda
una discusión ahí, no?
La
noción de prostitución es afín a los años setenta. ¿Qué sucede?
irrumpe las trabajadoras sexuales, las putas feministas, que
incorporan la noción de trabajo. Y esto no sólo interpela a las
feministas sino también a las izquierdas que disponían la imagen
del proletariado como de un varón heterosexual, con overol en la
fábrica. Entonces que una puta se asuma trabajadora trastoca todo lo
imaginable. Se plantean que, en tanto trabajadoras, poseen derechos
como cualquier otra persona que trabaja, y se sindicalizan. A mí me
parece totalmente revolucionario, si lo leemos desde la perspectiva
de las microrevoluciones: tensionan la relación misma de
capital-trabajo. En Moléculas Malucas, Ivana Tintilay, integrante de
nuestro colectivo, se presenta: “soy trabajadora sexual trans”.
Te
quería preguntar, ya que mencionás a “Moléculas Malucas”, por
el trabajo que vienen haciendo respecto del archivo en ese portal
web, sobre esas “alianzas aberrantes” que se supieron entretejer
en nuestro país entre las feministas y las disidencias sexuales, o
para decirlo en la lengua popular, entre las feministas, los putos y
las tortas.
Te
diría, desde la mirada queer resulta fundamental pensar en términos
de alianzas, de coaliciones en torno a acontecimientos puntuales. La
noción de unidad planteada por las izquierdas tradicionales no
funciona finalmente (sería interesante preguntarse por qué esas tan
enunciadas unidades nunca se pueden lograr). En cambio, la
confluencia en luchas puntuales funciona, sin que cada sector tenga
que ceder a sus posicionamientos. Por ejemplo, en los años noventa
uno de los puntos emblemático de convergencia fue la Marcha del
Orgullo: a la primera fueron solo maricones, homosexuales. Luego,
ingresaron algunas lesbianas. Finalmente se produjo una convergencia
amplia donde participaron movimientos estudiantiles, de derechos
humanos, feministas, travestis. Tal es el caso de Nora Cortiñas. Así
fueron los noventa: congregarse contra un enemigo común que se
sintetizaba en la implementación de políticas neoliberales
económicas y culturales del entonces presidente Carlos Menen. Por
eso se llegó al 2001 como se llegó, a diferencia de lo que muchas
veces plantea que los años noventa es puro discurso neoliberal, nada
más. Y algo de esas luchas del movimiento piquetero, de la CTA, de
sectores de las izquierdas planteo en mi libro “Historia de la
desobediencia”, en el último capítulo aparecen los archivos de
todas esas intensas pugnas. Los noventa permitieron eso: alianzas,
coaliciones frente a hechos puntuales que gestaron todo un
entretejido desde abajo que permitió luego sostener la insurrección
plebeya de 2001.
Hablas
de archivo, y de toda esa genealogía de luchas de los procesos menos
visibles. ¿Cómo ves hoy en día las posibilidades de establecer un
diálogo intergeneracional?
Creo
que hoy está toda la situación muy atada a ver qué sucede con los
estragos y convulsiones que desatará esta pandemia. Justo esta
semana me enviaron un documental en torno a los debates
parlamentarios de 2018 por el Aborto Legal. Y esas imágenes de
movilizaciones multitudinarias que impera tan fuertemente sobre las
subjetividades políticas ya no serán posibles. Provoca mucho dolor,
no sé si se pueden producir nuevamente. Al igual que las rondas de
los jueves de las Madres de Plaza de Mayo- Línea Fundadora. Se
sostuvieron desde 1977 hasta este último año como emblema de lucha
internacional por la defensa de los derechos humanos en su más
amplio sentido. ¿Y qué pasará ahora? A las Madres no las pudieron
quebrantar la dictadura cívico militar eclesiástica, como le gusta
decir a Nora Cortiñas, pero sí el Covid 19. Estamos a las puertas
de una nueva era de la humanidad que no llevó siglos, períodos
temporales, sino simple 4 meses para provocar cambios radicales en
cuanto a relaciones sociales, políticas, laborales, personales e
íntimas. Desconocemos lo que se viene, es una gran incógnita, nada
optimista. Y así como se avanzó se puede retroceder, sin lugar a
dudas.
¿En
qué aspectos sentís que se puede retroceder?
Bueno,
uno es en reducir esa multiplicidad del movimiento. Hay muchos
feminismos, repito. Yo me identifico con el anticapitalista,
antirracista, antifascista, mientras que otras feministas sienten que
hablar de patriarcado resulta un cuestionamiento al régimen en su
totalidad. Yo tendría mis dudas. Para mí, el concepto patriarcado
es limitado ya que no coloca sobre el tapete las clases sociales, las
discriminaciones raciales, la heterosexualidad y el capitalismo. No
discute el modo en que las instituciones heterocapitalistas y
burguesas regulan y normatizan los cuerpos. La necesidad de control
de concebir al cuerpo como un campo de batalla, como un espacio de
poder y dominio. Además, patriarcado remite a la idea de patriarca.
Yo prefiero explorar otras nociones en las que me siento más cómoda.
Yo no disputo al capitalismo clasista y racista cuestionando desde
el fundamento patriarcal, sino solo las relaciones sexo-genéricas
(hombre versus mujer). Por eso a mí me gusta más la noción de
desobediencia, que remite a una desobediencia de vida, un poder de
facto, un poder de insurrección civil. Un cuestionamiento de la
dominación, pero también de la explotación. Antes se pensaba que
con la idea de explotación se cuestionaba también la relación de
subordinación, y no es así. O las relaciones de jerarquía, y
tampoco.
Y
al momento mismo previo a la cuarentena, ¿cómo veías esa relación
intergeneracional? Viste que no faltó quien hablara de cuarta ola
feminista, de revolución de las hijas…
Primero,
diría: no estoy de acuerdo con la denominación de olas. Tengo mis
dudas en encerrar monolíticamente a los feminismos de Occidente. Por
ejemplo, lo que se llama el Feminismo de la Segunda Ola no es un
movimiento global en tanto en su interior se presentó peculiaridades
distintivas entre el Norte y el Sur. Definirlo de esa manera encarna
una mirada colonial y eurocéntrica en la medida en que mientras los
feminismos centrales se expandían como nunca en su historia, los de
América Latina y el Caribe atravesaban procesos de dictaduras
cívico-militares, con excepción de México, Puerto Rico, Cuba y
Venezuela. En algunos casos duraron una década, o más, como en
Chile. Acá en los setenta por presentar un caso, los feminismos eran
muy pequeños, moleculares. La participación de las mujeres se
presentaba en el marco de otros espacios: en las organizaciones
políticas armadas peronistas o de izquierdas, en el movimiento
estudiantil, en los partidos políticos de izquierda, en los grupos
de base, en las villas. La ruptura institucional en nuestro
continente impidió construir una genealogía de los activismos
feministas necesaria para reflexionar sobre el camino recorrido a lo
largo de las últimas décadas; no sólo para re-pensar dónde
estamos sino también para re-imaginar alternativas. Para mí, los
feminismos son internacionalistas, globales, rompen muros
permanentemente.
En
los ochenta, con la transición democrática, retornan al país un
número significativo de militantes que permanecieron en el exilio,
en donde los feminismos se encontraban en alza. Es el caso
emblemático de Dora Coledesky. Ella se exilia siendo integrante en
el Partido Obrero Revolucionario (POR), de tendencia trotskista y
obrerista, junto a su compañero Ángel Fanjul.
Con
la dictadura cívico militar en puerta, partían al exilio, en
Francia, como tantísimos militantes políticos argentinos. De la
misma manera como Buenos Aires le significó ingresar a un nuevo
mundo, citadino y bricolage, París fue aún más intensa: se vinculó
al efervescente movimiento feminista en Francia. En la universidad de
Vincennes, por ejemplo –le contó a la periodista Moira Soto–. A
una de esas reuniones nos invitaron a las exiliadas para que
contásemos lo que sucedía en nuestros países, luego surgió la
idea de hacer un grupo de mujeres latinoamericanas que duró bastante
tiempo en su denuncia por la violación de los derechos humanos. En
1984, la pareja retorna a la Argentina. Y Dora volvía con un
compromiso a cumplir, sin vuelta atrás: luchar por el aborto
voluntario en su país. Cuando ella regresa ya lo hace con otra
cabeza, si bien siempre mantuvo una perspectiva obreril, un feminismo
de base. En verdad, a Dora le atraía compartir debates en alianzas
heterogéneas, tal como lo experimentó durante su exilio parisino.
Por ejemplo, abrió diálogo con Carlos Jáuregui –el principal
adalid del movimiento homosexual de los noventa– y con Lohana
Berkins –presidenta de ALITT–. Mientras el grueso del feminismo
porteño prevalecía posturas separatistas y mujeriles.
¿Los
años ochenta entonces podrían ser como un primer capítulo de ese
feminismo más contemporáneo en Argentina?
En
los ochenta se presenta un fenómeno del surgimiento de un feminismo
restringido a los cenáculos citadinos, de clase media, universitaria
o profesional: se organizan grupos feministas heterocentrados, que
soslayaron tres debates significativos: la prostitución, el
lesbianismo y el aborto voluntario como salida para ingresar a las
instituciones, en especial, al Estado. Entonces Dora, en vez de
pelearse con sus compañeras de siempre, arma su propia trinchera: la
Comisión por el Derecho al Aborto, y con solo ese enunciado, instala
el debate. Eso se llama lectura política de la coyuntura. Me parece
importante acopiarse y apropiarse de aquellas experiencias colectivas
que trascendieron en acontecimientos.
*Nota publicada en Revista Zoom
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