Cuarta y última nota publicada en
www.marcha.org.ar
Por Mariano Pacheco. Mito político
inspirador de pasiones alegres, de anhelos y prácticas revolucionarias; fetiche
idolatrado por grises burócratas, guiados por pasiones tristes. Última entrega
de esta serie de notas, a 60 años de su muerte.
Personaje defenestrado y enaltecido en
la literatura argentina; imagen reactulizada por artistas plásticos;
protagonista de nuevas escenas del celuloide; bandera de nuevas expresiones
políticas y sociales de la Argentina contemporánea; retrato legitimador de
políticas de Estado, Evita sigue siendo un ícono central de la política y la
cultura nacional.
Cuando en octubre de 1945 importantes
contingentes de mujeres obreras salieron a las calles esgrimiendo la consigna
“Sin corpiño y sin calzón, vamos todas de Perón”, las clases acomodadas y promotoras
de las buenas costumbres de la sociedad se horrorizaron, así como se
horrorizaron al año siguiente, cuando el Coronel Juan Domingo Perón ya era
presidente de la República, y su reciente esposa, esa ex actriz (“la puta”),
tuvo el tupé de pronunciar algunos discursos y asumir algunas de las tareas
antaño desarrolladas por su marido en la Secretaría de Trabajo y
Previsión. Y, por supuesto, pusieron el grito en el cielo cuando ella viajó a
España, en nombre de Perón, representando a la “nueva Argentina”.
De allí en más, María Eva Duarte de
Perón pasó a ser Evita para todos los negros, los grasitas, los descamisados
que no dejaron de adorarla ni aún después de muerta, y la yegua para quienes no
dejaron de odiarla y maldecirla, al punto de salir a pintar paredes con la
consigna “Viva el cáncer” cuando contrajo la enfermedad fatal. Desde los
primeros pasos del nuevo gobierno y hasta el día de su muerte, acontecida el 26
de julio de 1952, Evita no dejó de provocar ese doble sentimiento, de acuerdo a
los sectores de los que se tratara.
Cuando en julio de 1948 organizó la
Fundación Eva Perón, poniendo el eje en la dignidad de la ayuda social, en
contraposición de la indignidad de la limosna, las señoras de bien de la alta
sociedad supusieron con razón que las cosas, definitivamente, se les habían ido
de las manos. Dijo entonces Evita: “Porque la limosna fue siempre para mí un
placer de los ricos: el placer desalmado de excitar el deseo de los pobres sin
dejarlo nunca satisfecho. Y para eso, para que la limosna fuese aún más
miserable y más cruel, inventaron la beneficencia y así añadieron el placer
perverso de la limosna, el placer de divertirse alegremente con el pretexto del
hambre de los pobres. La limosna y la beneficencia son para mi ostentación de
riqueza y poder, para humillar a los humildes”. Ese, y otros discursos
incendiarios (“El peronismo será revolucionario o no será nada”; “Si es preciso
haremos justicia con nuestras propias manos… yo saldré con las mujeres del
Pueblo, yo saldré con los descamisados de la Patria, para no dejar en pie
ningún ladrillo que no sea peronista; porque nosotros no nos vamos a dejar
aplastar más por la bota oligárquica y traidora de los vendepatrias que han
explotado a la clase trabajadora”), toda esa arenga contestataria, fueron
llevando a Evita a convertirse en mucho más que una primera dama muy
particular.
Aunque seguramente el colmo haya sido
todo el proceso que llevó a que las mujeres se expresaran políticamente también
en el plano electoral. Recordemos que en 1947 se aprobó por ley el voto
femenino, de la que Evita -si bien no fue la primera en proclamarlo, ni mucho
menos- se convirtió en portavoz de aquel histórico anhelo y reclamo de las
mujeres. En 1949, en el marco de la disputa electoral en puerta, Evita funda el
Partido Peronista Femenino, la tercera “rama” del movimiento (junto con la
política y la sindical) que llegó a contar, para 1951, con 3.600 Unidades
Básicas en todo el país. Allí, además de la campaña proselitista, se
desarrollaron diversas actividades sociales, educativas, recreativas y
culturales. Todo ese proceso llegó a su momento más álgido cuando la CGT, junto
al PPF, promovieron la candidatura de Evita a la vicepresidencia, que fue
rechazada luego de unos días de incertidumbre (recordemos que Evita anunció por
cadena nacional de radiodifusión que “renunciaba a los honores, aunque no a la
lucha”, días después de que millones de personas le reclamaran que acepte la
propuesta, en el denominado Cabildo Abierto del Justicialismo, realizado el 22
de agosto de 1951).
Así y todo, el peronismo logró imponer
en las listas buena cantidad de mujeres, de las cuales 23 diputadas, 6
senadoras y 77 representantes de legislaturas provinciales llegaron a asumir
sus puestos por primera vez en la historia del país. Y si bien Evita nunca dejó
de promover un discurso centrado más en su rol social (asistencial) que
político, y más de puente entre Perón y las masas que de liderazgo femenino, lo
cierto es que -tal como remarcó Ezequiel Adamovsky en su reciente libro Historia
de las clases populares en la Argentina. Desde 1880 hasta 2003- “la adhesión
que despertó Evita entre personas de ambos sexos no dejaba de tener un
contenido profundamente político, que se encarnaba en el cuerpo de una mujer”.
Sesenta años después de su muerte (derrota
de las apuestas revolucionarias de los 70 mediante) y tras décadas de intensa
militancia feminista y de las denominadas minorías sexuales, el contexto actual
de la Argentina parece estar atravesado por fuertes vientos de cambio, al menos
en estos aspectos. Luego de la dificultad de romper con una cultura machista
fuertemente arraigada en el movimiento sindical, en el peronismo y aún en las
izquierdas (que por cierto, no ha sido del todo desterrada), y tras haber
transitado por ese infeliz desencuentro que hemos visto entre quienes pugnaban
por transformaciones sociales profundas y quienes, además de sostener esas
banderas, pretendieron incluir entre sus reivindicaciones también las de
diversidad sexual, hoy prácticamente todo el arco de las izquierdas y los
sectores progresistas del peronismo (o el espectro “nacional y popular”), han
tomado como parte de su agenda esas banderas.
Que el país esté gobernado por una mujer
que transita por su segundo mandato presidencial (más allá de si se está a
favor o en contra o en desacuerdo con el actual “modelo”), no parece ser un
dato menor. Esa revalidación de su mandato por el 54% de los votos (luego del
desastre que implicó el breve paso, entre 1974 y 1976, de Isabel Martínez de
Perón por la presidencia de la Nación), parecen enmarcarse en esa dirección. Y
si bien hay temas que, todavía hoy, continúan encontrando una fuerte
resistencia para ser abordados (el de la legalización del aborto, es el más
emblemático), no es para despreciar o desmerecer el importante paso de avance
que se ha dado con la aprobación de una serie de leyes que colocan al país como
pionero de una legislación internacional más progresista (otra es la discusión
acerca de las posibilidades de superar la perspectiva progresista de época, en
pos de una apuesta por transformaciones revolucionarias de las sociedades
actuales).
La Ley de Matrimonio Igualitario, la de
Identidad de Género (junto con la legalización de la tenencia de drogas para
consumo personal), vienen a expresar, en un plano jurídico, las históricas
reivindicaciones por las que las activistas feministas, lesbianas, gays,
bisexuales y travestis, han luchado durante décadas.
Hoy en día, en la Argentina, ya no
importa el “sexo” con el cual se haya nacido, ni el nombre que a cada uno le
hayan puesto. A partir de la aprobación de estas leyes, cada quien -mayores de
18 años, pero también menores que con su expresa conformidad posean una
solicitud de trámite de sus representantes legales- podrán llevar consigo su
DNI con el nombre que hayan elegido, y casarse con personas de su mismo sexo,
sin ningún tipo de impedimento.
Seguramente el estreno, en mayo de 2012,
del film documental del director Rodolfo Cesatti (“Putos Peronistas: cumbia del
sentimiento”), venga a expresar en el plano de la cultura gran parte de estas
transformaciones. La Agrupación Nacional Putos Peronistas viene a resemantizar
-como lo hicieron los obreros con el insulto de cabecitas negras- los modos
injuriosos con que han sido denominados por las concepciones moralizantes y conservadoras
de la buena sociedad. De allí que se asuman con orgullo como Pobres, Putos y
Peronistas.
Desconoce este cronistas si desde las
izquierdas existen agrupamientos similares, como sí ampliamente se conoce la
actividad de las agrupaciones feministas, pero más allá de la adscripción o no
al peronismo, agrupaciones de este tipo son un paso de avance en relación a la
militancia en décadas anteriores, sobre todo teniendo en cuenta el nivel de
legitimidad que los planteos han logrado generar en el seno de las
organizaciones populares.
Obviamente, es absurdo intentar realizar
análisis contrafácticos. No puede saberse si Evita estaría de acuerdo con este
tipo de cambios o si, por el contrario, sería una ferviente opositora. Lo que
sí sabemos es que sectores que han demostrado durante años una profunda
reticencia a este tipo de planeos, hoy en día los asumen como propios. Por
lealtad a sus “mandos naturales”, por oportunismo o conveniencia, por
desconocimiento o convencimiento real, por lo que sea, lo cierto es que algo ha
cambiado en la mentalidad de amplios sectores de nuestra sociedad. Por
supuesto, los retrógrados planteos católicos y de las “nuevas tendencias
religiosas” no fueron menores, y dan cuenta de que el sentido común puede ser,
como sostuvo Antonio Gramsci alguna vez, el más común de los sentidos. Y tener
concepciones tan absurdas que lleven a elaborar consignas tan ridículas como
esa que dice “La tuerca para el tornillo”. Cómica, si no fuera por lo que
realmente quiere expresar. Y por supuesto, no es que la desigualdad de género,
la intolerancia hacia las minorías sea un tema del pasado, ni siquiera para
sectores de izquierda y progresistas. Basta repasar, a modo de ejemplo, los
oradores y dirigentes de las organizaciones sindicales, sociales y políticas, y
veremos que el modelo de hombre heterosexual sigue siendo ampliamente
hegemónico. Es cierto: son actuales, permanentes y constantes los desafíos que
hay que reactualizar cada día en el seno de las organizaciones populares y en
la batalla por el sentido social que estos temas adquieren, pero no es poco lo
que se ha conquistado tras décadas de lucha.
En fin, lo que sí sabemos, y hemos
repasado en estas notas, es que gracias a la literatura, Evita ha sido una
precursora de los nexos entre feminismo, luchas de las minorías y políticas de
emancipación de los trabajadores, de los cabecitas negras, los de abajo, los
humillados y ofendidos de la sociedad, que pujan con sus batallas por parir
otra sociedad, edificada sobre las bases de quienes la producen y no centrada
en la explotación de una clase sobre otra. O para decirlos y hacernos eco de
las palabras de la Evita-heroína de Leónidas Lamborghini: “Sí: que nadie
explote a nadie. Sí: que nadie a nadie. Sí: la clase obrera. Sí: sectaria sí”.