Algo está cambiando en Trieste y en la Psiquiatría Democrática. Esto se
debe tal vez a que el trabajo colectivo del duelo de Franco Basaglia llegó a su
término y entra en una fase creativa. Hay que reconocer que la herencia
fructifica de manera sorprendente, tanto en el trabajo del campo en las
perspectivas teóricas. Vuestra reflexión sobre el modelo clínico y sobre la
reproducción social, más allá de la indispensable negación destrucción de las
instituciones represivas, le conduce hoy a tomar en cuenta una producción
institucional, sinónimo de producción existencial. Franco Rotelli
las llama “instituciones-inventadas”, “instituciones-de-la-contaminación”. La re-singularización,
la re-construcción de subjetividades complejas están entre vosotros a la orden
del día. Podremos entonces re-abrir algunos debates clausurados o bloqueados
desde hace mucho tiempo. Pienso, en particular, en el problema de las formaciones
del inconsciente, tanto individuales como colectivas.
Una nota previa. Espero que
para abordar este género de cuestiones nos comprometamos, unos y otros, a
desarrollar una reflexión sostenida y de largo plazo.
La apertura notable de este
congreso no caerá, estoy convencido, en el verdiglionismo…
Es deseable que todas las
tendencias se puedan expresar aquí, incluso las de los más recalcitrantes
hermeneutas. Pero está claro que la cuestión de las técnicas no avanzará si nos
reducimos a la confección de un cocktail ecléctico. Por mucho tiempo este
debate no ha sido abordado. Esta situación no puede seguir siendo tratada de
soslayo. Debe acabarse con esto.
Desde el momento en que
ustedes consideran los aspectos de hipercomplejidad y de procesualidad que se
enlazan alrededor de la “producción institucional”, caerán necesariamente
forjando una cierta meta-modelización relativa a las formaciones subjetivas
inconscientes a que está asociada. Algunos se sorprenderán de la insistencia,
en mi propósito, del concepto de inconsciente. Pero en el contexto actual del
aumento masivo de las técnicas normalizadoras me parece necesario hacerlo. En
realidad, desconfío tanto de la peste reduccionista, vehiculizada por el
psicoanálisis, como de las que son vehiculizadas por las terapias conductistas
o por la mayor parte de las corrientes llamadas “sistemistas”, cuya versión más reciente es la terapia
familiar. Simplemente, es preciso reconocer que la problemática de las
singularidades subjetivas ha estado relativamente mejor preservando bajo el
paradigma psicoanalítico que en las otras corrientes de la psicología. Sea como
fuere, yo creo que no ganarán nada tomando prestado un modelo de inconsciente
de una doctrina preconstituida como la de Freud, Jung o Lacan.
Vuestro modelo, o mejor,
vuestro meta-modelo, deberían forjarlo por sí mismos a medida que sientan la
necesidad. Podemos aspirar a encontrar las dimensiones inconscientes de la
asistencia en diversos niveles.
Primero, en el nivel de la modelización
social global. No es preciso insistir demasiado en este aspecto, cuyo carácter
invasor se revela cada día con mayor fuerza. Los equipos colectivos de salud,
de educación, de recreación, etc., producen masivamente una subjetividad
prefabricada; los medios de comunicación de masas, la publicidad, los sondajes,
manufacturan a gran escala la opinión, los afectos, las actitudes
prototípicas, los esquemas erotizados de narratividad... Esta subjetividad no
es consciente. Envuelve a los individuos allí sumergidos, sin que el proyecto
de su producción sea enteramente deliberado. Sin embargo, no se puede
considerar que sea inconsciente, en el sentido que Freud ha elaborado el
concepto de inconsciente. Digamos, que es extra-consciente. Lo mismo es válido
para las interacciones sociales e institucionales que logran realizar
complementariedades de roles y de funciones. El paciente, por ejemplo, adopta
sin darse cuenta un cierto comportamiento de sumisión en relación a los profesionales
de la salud. Toda una etología relativa a los aspectos culturales complejos pre
determina de esta manera las trayectorias, las actitudes individuales, según
las presiones de la jerarquía de poder, de saber, de sexo, etc.
Nos encontramos aquí
confrontados a una materia muy rica, que puede ser objeto de tratamientos
sistémicos o psicodramáticos específicos. El juego de estas interacciones, por
ejemplo, no será el mismo con individuos clasificados psicóticos o delincuentes
o mejor aún, con las personas de edad
Las prácticas
institucionales, sociales o psicoterapéuticas que trabajan apropiadamente estos
dominios de la intersubjetividad no implican necesariamente la movilización de
conceptos heredados del freudismo. Estas prácticas son susceptibles de luchar
eficazmente contra ciertos aspectos alienantes del primer nivel mencionado
aquí, en relación a la subjetividad “massmediatizada”. ¿Significa esto
concluir que el trabajo de la institución-en-proceso sea conducido a
abstenerse de hacer uso del concepto de formación inconsciente de la subjetividad?
Si ello fuera así, el análisis quedaría condenado a permanecer
irremediablemente fuera del campo de las dinámicas institucionales y sociales
que son en Trieste vuestro pan cotidiano. Por mi parte, no lo creo así. Pero esto
queda como una cuestión de opción, de opción micro-política y de ninguna
manera de referencia científica. En estos terrenos de creatividad
institucional y de re-complejización de la subjetividad, no debiera ser posible
operar con recursos conceptuales obligatorios. Esto es lo que me hace hablar de
meta-modelos más bien que de modelos; los meta-modelos se emparientan
mejor con mitos de referencia, con interpretaciones novelescas o líricas, que
con enunciados científicos.
Me parece, entonces, que nos
corresponde elaborar nuevas cartografías y experimentar nuevas producciones de
subjetividad, preocupadas de tomar en cuenta, o si no a cargo, el conjunto de
dimensiones de rechazo de las evidencias ordinarias de denegación, de
desfiguración, de procastinación, en relación a significaciones dominantes; el
conjunto de fenómenos de repetición mortífera con el cual la teoría freudiana
ha chocado de partida y que los psicoanalistas han teorizado de manera
demasiado restrictiva, en mi opinión, impidiendo una lectura pertinente en el
contexto de los agenciamientos socio- institucionales vivos. En esta
perspectiva (que no hago sino evocar), el síntoma individual o colectivo no
debería ya más ser tratado en términos de déficit, de obstáculos a ser resueltos
por vías pragmáticas racionales, sino ser comprendido como formación
existencial en vías de autoafirmación, en búsqueda de su propia consistencia.
Es muy importante pensar y
trabajar en el seno de un grupo o de una institución, sobre ciertas dimensiones
inconscientes de los servicios asistenciales, como por ejemplo: “lo que no
funciona”, “lo que funciona irregularmente”, “lo que perturba el funcionamiento
normal” sin razón comprensible aparente. Las vías de la singularización, que
pueden ser individuales o colectivas, proceden siempre por afirmaciones
en sentido contrario al sentido común, en contra del consenso. En cualquier
nivel que se la considere, la producción de subjetividad descansa en el mismo
tipo de interrogación. Los palestinos, los polacos de Solidaridad, los iraníes
fanáticos de Khomeiny, cada uno a su modo se ponen de través en la historia.
Es, incluso, su forma de hacer la historia. Y también los terroristas de
Beirut, esas gentes imposibles, insostenibles, condenables en todo sentido,
pero que de alguna manera son portadores de rasgos inconscientes de la
subjetividad contemporánea. Estos constituyen una superficie de fricción en el
cruce de los tres ejes del mundo: el sur, el este y el oeste, manifestando
dimensiones no asumidas de la historia, que se las podría denominar “en estado
de shock”. Mientras menos llegan a expresarse de manera constructiva en la
escena internacional, más perseveran en sus prácticas catastróficas y de goce
monstruoso (En Italia ustedes saben bien de que hablo).
Tenemos que admitir aquí, que
no se trata sólo de una cuestión de problemas negociables en términos de
compromiso, de relaciones de fuerza que se expresan bajo formas exacerbadas
de violencia.
Tenemos que admitir aquí, que
no se trata sólo de una cuestión de problemas negociables en términos de
compromiso, de relaciones de fuerza que se expresan bajo formas exacerbadas
de violencia.
Se trata también, y quizás ante todo, de “impasses” existenciales que
alimentan una producción de subjetividad que se enquista y se autonomiza de
manera cancerosa; de ciertas acciones ciegas, de ciertas pruebas de prestigio
llevadas al absurdo, que ya no tienen finalidad racional, sino que sirven para
hacer perdurar a cualquier costo una formación subjetiva teratógena. La
minúscula minoría de la ETA vasca, por ejemplo, tiraniza así al conjunto del
movimiento de liberación del cual se supone que no es sino su brazo armado.
Trabaja, en efecto, únicamente al servicio de sus propios fantasmas y
perversiones, arriesgando conducir a todo el movimiento al desastre. Estos
ejemplos colectivos pueden ayudar a comprender lo que ocurre con la psiquis
individual o la de pequeños grupos. Por lo demás, creo que el colectivo aclara
mucho mejor lo individual que a la inversa. Esto puede ser atribuido a que la
subjetividad individual funciona como los pueblos, por vías múltiples y
disonantes. En el fondo, el inconsciente jamás es verdaderamente individuado,
aunque se le imponga un yo fuerte y autónomo.
Esta insistencia existencial del
contra-sentido inconsciente se encuentra en todas partes y en todos los
niveles. Pero, ¿qué se puede hacer cuando en un grupo, una institución, un
comportamiento individual, esta insistencia existencial amenaza paralizar las
relaciones de concertación, de intercambio y de regulación de los conflictos?
¿pasar por el lado, ignorarlos, hablar de otra cosa? Los psicoanalistas pueden
permitirse ignorar soberbiamente los síntomas -al menos en tanto no tengan que
ver con enfermos psicóticos- pero en la mayor parte de los otros casos, uno no
se puede desentender de ello tan livianamente. Es ahí que se plantea el
problema del análisis del inconsciente.
No se trata de ignorar ni de
destruir estas manifestaciones heterodoxas de la subjetividad, ni aun de interpretarlas.
De lo que se trata es de contribuir a crear escenas y contextos que las
conduzcan a procesualizarse, es decir, a trabajar por su propia cuenta hasta
que salgan de su auto-referenciación limitada, encerradas sobre sí mismas y
lleven a articularse con nuevos universos de referencia. Una vez más, parece
evidente que estas ideas de procesualización y de singularización encontrarán
mejores paradigmas en las disciplinas artísticas que en las ciencias físicas o
matemáticas. Los sectores asistenciales pueden perfectamente saltarse toda
referencia al inconsciente. Es lo que generalmente hacen, pero es también lo
que los conduce a caer en la estereotipia de los roles, en el tecnocratismo, en
la alienación social y mental. Al contrario, los operadores de estos sectores
tendrán mucho que ganar, creando sus propios instrumentos analíticos para los
planes teóricos y prácticos (Aquí no se trata de copiar, lo repito, los
concepto de moda o de imitar el psicoanálisis de los barrios elegantes). Es por
este camino que los operadores se darán los medios para apreciar el valor de
las diversas prácticas y técnicas actuales y también, eventualmente, para
contribuir a su reapropiación. Todo es bueno, todo es verdad, y, al mismo
tiempo, todo es malo, todo es falso en los psicoanálisis, en las terapias
familiares, en las diversas técnicas institucionales o de grupo o en las
medicinas tradicionales... El problema es saber, detrás de los discursos de auto-justificación, cómo
estas técnicas abordan los cebos, los indicios, los fragmentos de subjetividad
disidentes con que se encuentran. Saber también qué hacen con la polifonía
expresiva, con las pulsiones de singularización y la procesualidad potencial de
la materia subjetiva que estas mismas técnicas pretenden “tratar”. No se trata
de montar tribunales populares del inconsciente, sino de promover en todo los
niveles, individuales y/o colectivos, la instauración de sistemas de lectura y
de recalificación de valores y deseo, de valores existenciales, generalmente
aplastados en la subjetividad consensual producida por las formaciones de
poder. Un gran número de dimensiones colectivas entran en juego en este asunto,
así como también -no lo olvidemos nunca- dimensiones que yo llamo
pre-personales, pertenecientes al montaje modular de la
sensibilidad, de una estética
cósmica infra-consciente. De hecho, la singularización escapa a las categorías de lo
individual y de lo colectivo: puede partir de un grupo, como también de un afecto, de
una representación, de una
práctica que no tiene que rendir cuentas a nadie.