Por Mariano Pacheco. Las patas en la fuente. Los
corpiños y bombachas como banderas. La destrucción de símbolos del poder. La
presencia de las alpargatas obreras en la letrada y culta ciudad de Buenos
Aires. Las narraciones en torno a la irrupción de las masas plebeyas.
Más allá del
desempeño de Juan Domingo Perón al frente de la Secretaría de Trabajo y
Previsión, durante el período previo a 1945, es bien sabido que el
acontecimiento fundante del peronismo como movimiento social y político fue el
17 de octubre. Y si bien el peronismo llegó al gobierno por el voto popular, y
luego de su primer mandato continuó al frente de la construcción del país por
una nueva revalidación electoral, desde sus primeros pasó se habló de la
Revolución Peronista o del peronismo como momento fundamental de la Revolución
Nacional. Seguramente una de las paradojas sea que quienes lo derrocaron
también se autoadjudicaron el concepto de Revolución (La Libertadora), así como
la siguiente dictadura (la Revolución Argentina). Situación que no impidió que
tanto las izquierdas como el denominado peronismo de izquierda rescataran luego
-para sí- el mismo concepto.
Como sea, el
hecho es que, como momento fundacional, el 17 de octubre de 1945 no fue un
hecho más de la política nacional. Fue un verdadero acontecimiento político, en
el sentido contemporáneo del concepto.
Es que, tal
como señaló Ezequiel Adamovsky en su reciente Historia de las clases populares en argentina, desde ese día los
invisibilizados, silenciados y reprimidos por las clases dominantes tuvieron un
gesto político que sentaría las bases de la década siguiente: ocuparían la
Plaza de Mayo y la zona céntrica de la letrada y culta ciudad de Buenos Aires,
sin pedir permiso a nadie.
Irreverencia
de clase expresada en el sumergimiento de las patas de los obreros en las
fuentes, o en la exhibición -por parte de las obreras- de sus prendas íntimas
como banderas. Irreverencia simbólica, por otra parte, acompañada de otra más
contundente, por ser material y simbólica al mismo tiempo: me refiero a los ataques
a distintos lugares típicos, expresión de la opresión y la explotación, como lo
eran el Jockey Club, el Banco comercial o los diarios La prensa y El día de
La Plata. En este sentido, más que día de la lealtad, el 17 de octubre debería
ser recordado como el día del legítimo ejercicio de la violencia popular.
Esa
irreverencia, ese algo insospechado por todos, sin embargo, se venía amasando
en las profundidades de la Argentina. Detenido bajo custodia desde el día 12
por orden del presidente Edelmiro Farrell, sin saber muy bien que hacer más que
imaginando una nueva vida en el sur del país, junto a la bella y joven Eva
Duarte, Perón -que ya había renunciado a todos los cargos que ocupaba en el
gobierno- parece liquidado políticamente. Los sindicatos han convocado a una
huelga para el día 18, pero sin movilización. El panorama se presenta poco
alentador para el coronel. ¿Qué pasó entonces? Explicaciones hay y hubo muchas.
Y la bibliografía es extensísima.
Una
explicación posible es que el rumor se apoderó de las entrañas de los
humillados y ofendidos de siempre y que su poder perturbador fue tan fuerte que
ya nada pudo pararlo. Al menos así lo explica Omar Acha: “Se rumoreó en octubre
de 1945 que Perón estaba preso, que iba a ser fusilado, que el gobierno volvería
a ser un instrumento de los ricos, que los trabajadores serían otra vez la
escoria y la nada. Se rumoreó que en todas partes las fábricas paraban, que en
las esquinas se reunían jóvenes, obreros y amas de casas. Se divulgó que
muchedumbres marchaban a la Plaza de Mayo y a todas las grandes plazas del
país. Fue así como la multitud ingresó de nuevo en la historia nacional”.
En este
breve trabajo reciente, titulado precisamente El rumor de la plebe, Acha subraya que el rumor es el mayor medio
de comunicación de los pobres. Una suerte de tecnología de los analfabetos.
Compone la comunicación democrática por excelencia -afirma-, porque el rumor es
igualitario y plebeyo.
Fue ese
carácter plebeyo de las masas obreras movilizadas, precisamente, el que logró captar
la mirada lúcida de Raúl Scalabrini Ortiz, quien en la crónica periodística
publicada al día siguiente de los acontecimientos en el diario Crítica apuntó:
“El sol caía a plomo cuando las primeras columnas de obreros comenzaron a
llegar. Venían con su traje de fajina, porque acudían directamente de sus
fábricas y talleres. No era esa muchedumbre un poco envarada que los domingos
invade los parques de diversiones con hábito de burgués barato. Frente a mis
ojos desfilaban rostros atezados, brazos membrudos, torsos fornidos, con las
greñas al aire y las vestiduras escasas cubiertas de pringues, de restos de
breas, grasas y aceites. Llegaban cantando y vociferando, unidos en la
impetración de un solo nombre: Perón. Era la muchedumbre más heteróclita que la
imaginación puede concebir”.
“Era el
subsuelo de la patria sublevado”, sentenció el autor de Política británica en el Río de la Plata.
Sublevación que fue expresada con claridad en la direccionalidad de ese
ejercicio de violencia que apuntó a la destrucción de imágenes representativas
del poder, y que al decir de Elías Canetti, equivalen a la destrucción de las
jerarquías impuestas, que ya no son admitidas.
Destrucción
de jerarquías. Irreverencia de clase. Irrupción de la multitud. Eran las masas
de humillados y ofendidos emergiendo de las profundidades por pasadizos
intransitables.
*Primera de una serie de notas que el portal de Noticias Marcha (www.marcha.org.ar) publicará durante todo el 2013, el cuarto viernes de cada mes bajo el
título: Libros y alpargatas (o acerca de los abordajes culturales del
peronismo)