Lo que se busca es poner orden, domesticar al movimiento popular y
abortar las perspectivas de autonomía de los de abajo
Por Mariano Pacheco
¿No sentimos vergüenza de los valores, los ideales y las opiniones
que se imponen en nuestra época? Cuesta imaginar qué habrá más
allá de la oscuridad de sabernos indiferentes ante la muerte del
otro, ante el dolor de los demás. “No nos sentimos ajenos a
nuestra época”, escribieron los pensadores críticos Félix
Guattari y Gilles Deleuze en ese bello texto titulado ¿Qué es la
filosofía?, último episodio de esa saga de cuatro tomos
escritos de conjunto que hoy resulta difícil no leer como arma para
el combate por sentido de nuestras existencias, contra todas las
fuerzas que se empecinan en envilecernos.
Tampoco nosotros nos sentimos ajenos a nuestra época, a este
complejo momento que atraviesa la Argentina, nuestra Patria
(Latinoamérica) y nuestra Casa (el mundo). Como ellos, también
nosotros sentimos que contraemos con la época compromisos
vergonzosos. Pensamos, sentimos y actuamos acechados por la vileza y
la vulgaridad de existencias que todo el tiempo pretenden ser
reducidas a a la insignificancia de la
vida-para-el-mercado-de-estas-democracias.
Las últimas horas se poblaron de dolor para quienes, como alguna vez
señaló el comandante nuestramericano Ernesto Che Guevara, sentimos
el dolor ante cualquier injusticia cometida contra cualquiera en
cualquier lugar del mundo.
Esta vez tocó cerca, aunque para nuestras bellas almas racistas una
comunidad mapuche del sur país sea el culo del mundo.
De Kosteki y Santillán a Maldonado… y la escalada que se impuso
La “Masacre de Avellaneda”, el operativo criminal llevado
adelante de manera conjunta por las fuerzas de seguridad del Estado
bajo la gestión del presidente interino Eduardo Duhalde no sólo se
cobró las vidas de nuestros compañeros Maximiliano Kosteki y Darío
Santillán, sino que también intentó volver a implantar el terror
en nuestros cuerpos y subjetividades, luego de que seis meses antes
(el 19 y 20 de diciembre de 2001), las bases del terror dictatorial
que persistía introyectado en el cuerpo social de la democracia de
la derrota como “herencia cultural del proceso” (tal como lo
describió Fogwill) hubiese estallado por los aires cuando las
multitudes desafiaron en las calles el decreto de “Estado de Sitio”
del presidente Fernando De la Rúa. Los asesinatos del 26 de junio de
2002, entonces, como intento de domesticar al movimiento popular en
su conjunto, y de abortar las potencialidades autónomas desplegadas
durante esos años previos por el nuevo protagonismo social.
Algo similar puede pensarse que ocurrió con los asesinatos de dos
militantes durante la “década ganada”, que se transformaron en
símbolos de la época más allá de el silencio de la clase
dirigente del progresismo estatal: Carlos Fuentealba y Mariano
Ferreyra. En ambos casos difieren las manos asesinas (el Estado
provincial neuquino en el primero, una patota de la burocracia
sindical ferroviaria en el segundo) pero coinciden en el intento de
frenar un estado de insubordinación de una franja asalariada
movilizada y de un proceso creciente de politización, que a su vez
puede ser leído como un intento de ganar márgenes de autonomía
obrera frente a las estructuras burocratizadas del mundo sindical
argentino (en el caso de la Asociación de Trabajadores de la
Educación de Neuquén al interior de CTERA-CTA, en el caso de los
“precarizados” del ferrocarril Roca respecto de los gremios del
sector dentro de la CGT).
El asesinato de Santiago Maldonado (aún en caso de haberse ahogado
no deja de ser un episodio que de trágico solo tiene el hecho de que
estaba escapando de una represión desatada ilegalmente por fuerzas
del Estado) simboliza también el intento de ponerle un freno al
movimiento popular movilizado (contra el 2x1; por el Ni Una Menos;
por la reincorporación de los despedidos en el Estado por el
criterio de “sinceramiento” macrista; por la Ley de Emergencia
Social; etcétera, etcétera, etcétera) e incluso, contra las
perspectivas de autonomía de las comunidades mapuches, que vienen a
denunciar (en palabras y en actos) el núcleo duro de la Argentina de
post-dictadura: la persistencia de la propiedad privada como
sacrosanto derecho incuestionable.
El futuro ya llegó
Suele haber un desfasaje entre los cambios que se operan a niveles
macro, en los virajes que toman las políticas de Estado y los modos
en que el movimiento popular procesa esos cambios y redefine cursos
de acción. Se vio durante el “desarme estratégico” de los
primeros años noventa, y también, en el desconcierto de los
primeros años kirchneristas. Algo similar puede decirse de estos 23
meses de gestión cambiemista.
Es común escuchar entre las militancias la frase “hay que
prepararse para lo que se viene”. Cuesta dimensionar que
seguramente agosto de este año marcó ya el inicio de un nuevo ciclo
político en la Argentina (de nuevo, visto desde la perspectivas
micropolíticas no siempre los cambios coinciden con el calendario
electoral de las democracias parlamentarias, sino con otras maniobras
más relacionadas con las mutaciones en las relaciones de fuerzas).
La desaparición primero de Santiago Maldonado, y la aparición de su
cuerpo luego (¡un 17 de octubre!) mostraron toda la crudeza de las
fuerzas que enfrentamos: el Estado, pero en simultáneo, los medios
masivos (hegemónicos) de des-información, las redes sociales
virtuales, las peores tendencias del sentido común fascistizado.
La represión desatada ayer sábado 25 de noviembre en Bariloche se
cobró la vida de Rafael Nahuel, comunero mapuche de 22 años, luego
de ser alcanzado por una bala de un arma de fuego disparada por un
miembro del grupo Albatros (Prefectura Naval Argentina), tras el
intento de desalojo de la comunidad del Lof de Lafken Winkul Mapu
(Villa Mascardi). La violencia de Estado también dejó como saldo
dos personas heridas y otras dos detenidas: el
Secretario General de la Asociación Trabajadores del Estado (ATE)
Seccional Andina Sur (El Bolsón), Javier Milani, y su esposa
Florencia Placidi (también trabajadora
estatal).
Hoy la portada del sitio web del diario La Nazión nos habla
de la desaparición del submarino ARA San Juan, y de las 3 notas
centrales sólo una se refiere a lo acontecido ayer: se nos “informa”
que la Casa de Río Negro en Buenos Aires fue “destrozada” anoche
por un grupo de “15 personas”, “algunas de ellas con las caras
tapadas”. Clarín, el Gran Diario Argentino, nos habla en
cambio del “enfrentamiento a balazos” entre Prefectura y un
“grupo radicalizado” y de “incidentes en Bariloche” tras “la
muerte” de un joven mapuche.
La ofensiva oficial contra Los Mapu pone al desnudo la estrategia
gubernamental de disciplinamiento de todas aquellas expresiones
sociales que luchen en la Argentina contemporánea, pre-requisito
fundamental para avanzar con la ofensiva político-social, económica
y cultural macrista.
En las calles, y las paredes, y los medios, y las redes...
Esta tarde el Encuentro Memoria, Verdad y Justicia convoca a las 17
horas a movilizarse en Plaza de Mayo; en Córdoba, la Coordinadora
Santiago Maldonado Presente a concentrarse a las 17 horas en el
monumento a Agustín Tosco, frente al Patio Olmos y la Mesa de
Trabajo por los Derechos Humanos a movilizarse a las 18 en Plaza San
Martín (al parecer ambas concentraciones coincidirían luego).
Seguramente haya otras expresiones de protesta en distintos puntos
del país.
Resulta fundamental no abandonar las calles, ni las redes sociales,
ni el combate por el sentido por todos los medios (conversando uno a
uno con nuestras amistades, vecinos, familiares, transeúntes;
publicando imágenes, audios, textos, videos en nuestros medios de
comunicación popular; “filtrando” lo que se pueda en los medios
masivos “progresistas”; pintando paredes, repartiendo volantes,
pegando afiches…
Pero también será importante compenetrarnos con nuestra época,
poder pensarla además de sentirla y actuar. No es más que una
operación del poder separar nuestras acciones de lo que podemos
pensar. El pensamiento crítico no puede ser otro desaparecido en
democracia.
No sentirnos ajenos a nuestra época será entonces problematizar qué
pasa con la violencia, la asesina, la estatal, pero también con la
presencia (o ausencia) de la violencia popular, aquella capaz de
resistir los embates del poder, de gestar la necesaria auto-defensa
para que nuestras vidas, que para ellos ya queda a las claras que no
valen nada, pueden perseverar en sus intentos para habitar
críticamente el mundo. Es decir, en sus desafíos por transformarlo.
Córdoba capital, domingo 26 de noviembre de 2017.