Hoy casi la mitad de la población no fue a votar en las
elecciones de la ciudad. Un 20% más que en octubre de 2001.
¿Lo viejo funciona? ¿Qué es lo viejo?
¡Atención! De quienes sí lo hicieron, el 54% lo hizo
abiertamente por los candidatos de las derechas, el mismo porcentaje que
cosechó CFK en las elecciones presidenciales de 2011, una década después del “Que
se vayan todos/ Que no quede ni uno sólo”. Esto, en una ciudad (y en medio de
una gestión nacional), donde las personas en situación de calle se cuentan de a
miles (unas 4.000 se estipulaba en marzo, un 55% más que hace dos años).
No se puede dejar de mencionar entonces que ese 54% de
votos se concentró en figuras que expresan la actual y anteriores gestiones de
la ciudad –e incluso del país-- y el vocero de la actual gestión nacional (Adorni,
Lospenato respaldada por Jorge y Mauricio Macri y Larreta).
El casi 25% de ausentismo electoral de octubre de 2001
fue leído como “voto-bronca” contra el modelo neoliberal, porque se produjo en
el pico de la crisis de representación de aquel año que culminó con el fuego de
los piquetes en el centro, luego de que lentamente fuera llegando desde las
periferias del país y coincidiera con el ruido de las cacerolas, que
aparecieron como emergente de aquella coyuntura; proceso que se sintetizó luego
en el “Piquete y cacerola/ La lucha es una sola”. En las calles y en las urnas,
primaba el descontento popular con el orden existente.
¿Cómo leer el ausentismo actual a las urnas? ¿Qué es lo
viejo en este contexto? ¿El peronismo? ¿El conjunto de los partidos
tradicionales? ¿Las luchas populares que se expresaron por años sin estrategia de
disputa institucional y que luego canalizaron –casi hasta la exclusividad- la
construcción ligada a la gestión y/o la obtención de recursos del Estado?
Pasamos horas, en los noventa, discutiendo si estábamos
en un momento de “creciente resistencia” o de “sectores que local y fragmentariamente”
resistían. La palabra Resistencia era una contraseña de época en la militancia,
en los sectores descontentos de la sociedad (con el menemato primero y con ese
intento “progresista” de la ALIANZA después). Hasta había una agrupación que se
llamaba “Peronismo que Resiste” y en cada movilización miles coreábamos “Va
creciendo/ La nueva resistencia”, pero también, “Luche que se van/ Luche que se
van”. ¿Quién quiere, y está dispuesto hoy, a pelear para echar a Milei, por más
consensos que coseche, a sabiendas de que su programa de gobierno es
profundamente antipopular?
Creo que el ausentismo electoral de este domingo en CABA deberíamos
leerlo en serie con el apoyo activo a las distintas variantes de las derechas contemporáneas.
O, a lo sumo, como un síntoma de que no se puede seguir pensando y actuando como
si el triunfo de La Libertad Avanza en octubre de 2023 haya sido una simple
victoria electoral de un sector de las derechas contemporáneas (que, dicho sea de
paso, en tiempos pretéritos tenían que dar golpes de Estado, porque no podían
ganar ni por asombro una elección).
¿Lo viejo funciona? ¡Por supuesto que no! Porque no
calienta a nadie. Sólo sirve como consigna, de esas fáciles que nos repetimos a
menudo (“Nadie se salva sólo”; “El héroe es colectivo”; “Todo está guardado en
la memoria”), para tranquilizar nuestras bellas almas progresistas. Pero no movilizan
a un pueblo que cunde en la dispersión, el abatimiento y el desencanto, al que
le habla unas izquierdas (unas corrientes nacional-populares) aferradas a
pasados anquilosados (sea el de la “década ganada” o el del “dosmiluno”, o incluso
el de la “Juventud maravillosa” y el “socialismo nacional”).
La memoria de las luchas pasadas resulta fundamental a la
hora de construir “archivos-cajas-de-herramientas” (otro slogan muchas veces
vacío), siempre y cuando sirvan para potenciar, fortalecer y desarrollar nuevas
luchas, capaces de iluminarse con nuevos mitos.
Como ya dijo el Amauta José Carlos Mariátegui hace casi
un siglo atrás, el mito es potente porque es capaz de unir, juntar, religar, crear
lazos, identificaciones y contribuir a realizar ese pasaje de los meros conflictos
a una lucha abierta donde los cuerpos se emocionan al saberse (sí, claro, con
un saber en el que se encuentran razones para la crítica y el accionar
propositivo consciente) protagonistas de un proyecto por el cual, incluso –llegado
el caso—están dispuestos a jugarse el pellejo.
En nuestras filas hoy carecemos de mitos. Tal vez por eso
nos aferramos a los fetiches de las consignas fáciles, a discursivas “autocríticas”
sin correlato en las prácticas, a intentos por “volver” (a donde sea que cada
quien quiere volver), en lugar de mirar atrás para tomar las fuerzas que nos
inspiren a recrear, a ganas la necesaria confianza para la invención que la
hora requiere.
Mientras no lo hagamos seguiremos “indignados” frente a
lo que hacen las fuerzas del cielo y del dinero, sorprendidos ante cada resultado
adverso, impotentes para ser constructores de un nuevo amanecer. Y para esto no
hay muletillas que nos sirvan, porque se inventa algo nuevo cuando se es capaz
de leer con lucida crudeza los nuevos escenarios adversos, para ejercitar la
crítica eficaz, esa que nos lanza a la batalla para conquistar otros
horizontes.